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Mostrando entradas de noviembre, 2011

Ese pícaro inolvidable

¡Tom! Silencio. -¡Tom!                                                    Silencio. -¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom! La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la frente y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aquéllos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles: -Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a... No terminó la frase, porque antes se agachó dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; así es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escoba...

Pastillitas de saber

Abatir no es matar El verbo abatir no es sinónimo de otros verbos como matar, asesinar, disparar o tirotear , aunque se pueda usar en sentido figurado con ese mismo significado. En las noticias sobre operaciones militares y policiales y enfrentamientos entre bandas y grupos armados, se repite con demasiada frecuencia el verbo abatir y su participio abatido para evitar el uso de matar y de muertos, sin tener en cuenta que en español el verbo abatir no tiene el mismo significado que matar. Abatir tiene entre sus significados los de 'hacer que algo caiga o descienda', 'inclinar, tumbar, poner tendido lo que estaba vertical', 'humillar', 'hacer perder el ánimo, las fuerzas', pero en ningún caso el de 'matar' o 'asesinar', es decir, se puede abatir (tirar al suelo) a una persona dándole una pedrada en una pierna o pegándole un tiro en la rodilla, pero sin necesidad de matarla. Por ello no conviene abusar de su uso figurado ...

¿Ambos a dos?

ambos (a) dos . Esta locución, sinónima de ambos, era muy frecuente en el español medieval y clásico, más con preposición (ambos a dos) que sin ella (ambos dos), y en estas dos formas ha pervivido hasta nuestros días. Por su carácter redundante, está en retroceso en el habla culta y se desaconseja su empleo.

A mansalva

Muchas veces hemos oído o leído la expresión a mansalva entendida en el sentido de cantidad, sin embargo su significado  según la Academia es 'Sin ningún peligro, sobre seguro', y el diccionario de María Moliner lo concreta más: 'Refiriéndose a la manera de atacar a alguien, de palabra o de obra, con seguridad, sin exponerse'. Pero su empleo con el sentido de 'en abundancia', 'sin tasa', se ha extendido tanto que se recoge en este diccionario de uso y en todos los demás que hemos consultado, (Vox, Clave, Petit Larousse, Diccionario del español actual, de Seco, Andrés y Ramos...), algunos de los cuales no recogen, en cambio, la acepción de 'sin ningún peligro, sobre seguro'. Cabe decir, pues, que en este momento la locución a mansalva tiene ambos significados, y que quizá esté más extendido el segundo.

Breve historia de la literatura portátil

La escena es así: un hombre descansa en la cima de una montaña que acaba de alcanzar. Está satisfecho: a sus pies se despliega un escenario sin límites, el cielo está despejado y las cumbres nevadas de los Alpes sólo recuerdan la magnitud de su hazaña. Sin embargo, se ve al hombre absorto y feliz con la mirada fija en el objeto delgado y rectangular que sostiene en sus manos. Por su expresión, uno intuye que la sensación de libertad del paisaje a su alrededor es un eco perfecto de esa otra sensación que lleva dentro. El hombre, por supuesto, está leyendo y nosotros podríamos estar ante una nueva publicidad de e-book, de Kindle o de iPad. Pero no: el hombre es Petrarca, el año es 1353 y lo que se sostiene en la mano es un libro. Toda una novedad de aquel entonces: un libro pequeño, portátil, en este caso una copia de Las Confesiones de San Agustín , un objeto amigable y diferente a los monstruosos ejemplares que habitaban los monasterios. La escena, que el mismo Petrarca des...

La importancia del latín en la educación

Desde que se escribió el primer texto que conocemos en latín, la Fíbula de Preneste, en el siglo VII antes de Cristo, el latín se desarrolló como cualquier lengua, dejando sus huellas en autores antiguos, que conocemos apenas por fragmentos: Livio Andrónico, Nevio y Enio. Más tarde aparecerían los textos de Catón y las comedias de Plauto y Terencio, escritas en un latín bastante diferente de aquél del siglo I antes de Cristo, cuando comienza la llamada fase clásica de la literatura latina: César, Cicerón, Ovidio, Horacio, Virgilio, Cátulo. En el período posclásico viene la narrativa de Apuleo, Persio, Juvenal, Marcial, Vitruvio, Tácito, Petronio, Plinio, Séneca y de los narradores cristianos: Amiano, Marcelino, Lactancio, Ausonio, Santo Ambrosio, Carisio, San Agustín y la Vulgata, la traducción latina de la Biblia hecha por San Jerónimo, cuyo estilo inspira toda la Edad Media. Desde Varrón, la lengua sufre normalización, que fue reforzada por Quintiliano, Donato, Macrobio, Consen...