Rita, la última mujer del autor de Ferdydurke, reunió en el 2011 cartas, fotografías, testimonios y documentos sobre el escritor. Un corpus disímil que recupera el tono de las conversaciones, las polémicas y hasta el malestar que podía provocar el indómito polaco. El conde polaco –tan insoportable como genial– supo gestionar su gloria. Un muchacho de aire más bien melancólico que parecía tímido, nervioso, algo afectado, una personalidad inclasificable, llegó a Buenos Aires en agosto de 1939. El estallido de la Segunda Guerra Mundial lo sorprendió en esta ciudad, donde finalmente se quedaría durante veinticuatro años, hasta 1963. Witold Gombrowicz pronto estaría en boca de todos. Alabarlo o ningunearlo se convirtió en una práctica, en el deporte literario por excelencia de fanáticos y detractores. El excéntrico, el escritor de los márgenes que habitaba minúsculas pensiones y se negaba a compartir su habitación “¡por miedo a ser estrangulado mientras dormía!”, como recuerda Alejan...