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Ese pícaro inolvidable


¡Tom!

Silencio.

-¡Tom!                                                   

Silencio.

-¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom!

La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la frente y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aquéllos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles:

-Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a...

No terminó la frase, porque antes se agachó dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; así es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos. Lo único que consiguió desenterrar fue el gato.

-¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho!

Nuestro homenaje a Mark Twain

Quien, de niño, no recibió de regalo Las aventuras de Tom Sawyer se perdió de algo. Es cierto, al principio uno siempre espera juguetes y ni hablar si la tía nos promete ropa que sabemos alegrará solo a nuestra madre. Es verdad, también, que desenvolver el papel  rojo (todavía lo recuerdo) y terminar rompiéndolo para encontrarnos con un libro de fondo amarillo con la ilustración de un maestro que le tira de las orejas a un chico con tiradores nos desilusiona un poco. Pero después, cuando empezamos a ojearlo y más adelante, hojearlo, y vemos las maravillosas ilustraciones que retratan sus travesuras, una curiosidad inigualable se apodera de nosotros.
 Así que leemos, leemos y leemos, y sentimos que nos parecemos un poco a él, que la tía Polly es pesada pero tiene buen corazón, que Sid es insoportáblemente correcto y por qué no, un tanto mezquino, y que quisiéramos ser tan bellas como Becky Thatcher para llamar la atención de Tom.

También nos da mucha lástima Jim, un chico como nosotros, pero que por su color de piel es quien realiza todo el trabajo pesado. "Un criado o esclavo", nos explicará la señorita en el colegio, cuando ya esta novela nos hace preguntarnos muchas más cosas de las que creíamos al principio. De manera que descubrimos las injusticias sociales y los prejuicios a través de su lectura, y no mediante las aburridas tareas escolares o una lección frente al pizarrón. Entonces allí entendemos lo de en todos lados se cuecen habas. 

No es entonces ninguna sorpresa que terminemos admirando la amistad de Tom con Huckleberry Finn y que nos fascine de este flamante atorrante su desapego por las reglas, su peligrosidad, su salvajismo, y lo sintamos un poco suertudo porque no lo obligan a ir al colegio ni a la iglesia.

En fin, entramos en un mundo nuevo donde los gatos muertos son mágicos y curan verrugas, donde una "caja de pistones" y un insecto pueden perturbar la tranquila parsimonia de los feligreses  desencadenando una hecatombe en la misa; donde una cueva llamada McDougal puede ser el lugar más maravilloso del mundo y donde la cuerda de un  cometa ( papá nos advierte que se trata de un barrilete)  resulta muy útil si por casualidad, nos perdemos en un laberinto oscuro.
De manera que al llegar a la última página sabemos que vamos a necesitar otro libro, para conocer más de su mundo, para acompañarlo en su decisión de ser pirata y secundarlo en todas sus encantadoras ocurrencias.
Por lo tanto, pedimos más. 

Y nos cumplen, por suerte. 


Nos traen Tom Sawyer en el extranjero y Tom Sawyer, detective; y claro, Las aventuras de Huckleberry Finn, todos de tapas durísimas y con olor a libro nuevo de la colección Robin Hood.
Finalmente, como todo tiene un principio y un final, los libros se cierran y la melancolía nos invade. 
Extrañamos a nuestro amigo Tom, necesitamos imperiosamente que ese señor llamado Mark Twain que nació un siglo antes que nosotros y del cual desconocíamos todo, nos diga más acerca de él. Pero el señor de bigotes y pelo canoso, el de las "fotos" en blanco y negro ya no está entre nosotros. 
Esta certeza nos conmueve sin comprender muy bien por qué. 

Entonces, vamos a la librería con los viejos o con alguna abuela piola, porque nuestros amigos no entienden muy bien nuestro estúpido y empecinado interés en alguien que no existe, en lo que muchos piensan, no es más que un amontonamiento de tinta negra y papeles viejos, postrera resonancia de una historia  y una época que no tiene nada que ver con nosotros. 

Sin embargo, insistimos. Y a partir de allí, se nos revelan otros seres de papel y tinta, con penas o alegrías muy parecidas a las nuestras, que nos hacen reír a carcajadas, que nos obligan a pensar, que inflaman nuestra fantasía, que tienen la textura de los sueños y un corazón que late a pesar suyo; tan reales, tan parecidos...tan ajenos. 
Entramos por fin,  sin saberlo, en la literatura. 

Después, crecemos conscientes ya que aquel es un camino sin retorno, si la lectura febril se convierte en incipiente escritura. Muchas veces, una vocación políticamente incorrecta, aunque socialmente tolerada, que la mayoría de las veces camina por la vereda opuesta a la tradición y a las buenas costumbres, con la consabida obligación de llevar a cabo para sobrevivir en nuestra burguesa sociedad, las más dispares labores y oficios. 
Nos damos cuenta de que la literatura para quien escribe, sobre todo, es un camino en ocasiones ríspido y arduo, lleno de parciales reconocimientos, un trabajo serio, claro. 
Pero para ese entonces, aunque es tarde, nos hemos encontrado a nosotros mismos. 
Nada puede evitar que a pesar de haber caído en el vicio, a menudo nos sintamos bendecidos o maldecidos según los avatares de nuestra vida. Sin embargo, una sola cosa es cierta, tenemos el permiso para soñar la mayor parte del día y si nos animamos a compartirlo con los otros, es más de lo que podemos esperar.
Así que gracias Mark Twain por influir, como tantos otros maravillosos escritores, con tus revoltosos Tom Sawyer y Huckleberry Finn, y hacer que el paso por esta vida sea menos sobria y tenga más de un sentido.


Fuente: Adriana Greco para Correctores en la Red


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