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Magali Le Huche, ilustradora de Princesas, dragones y otras ensaladas

Casualidad. Le Huche participó del Filbita y descubrió Buenos Aires, donde se conocieron sus padres.
Entrevista. Autora de libros para niños, la francesa Magali Le Huche propone historias sin estereotipos



"Para mí, la interacción entre texto e imágenes en un libro debe funcionar como –la escritora e ilustradora francesa Magali Le Huche hace un silencio, baja la mirada como quien busca algo muy adentro y suelta entre risas– una mayonesa. Creo que hay mucho de receta de cocina en este arte y el secreto es encontrar un buen menú: texto, imágenes, papel, tipografías, cubiertas...” Algo de eso hay porque sus libros son una verdadera delicia, historias que barren con todos los estereotipos e ilustraciones que comprometen al lector en una relación de complicidad, casi una forma de metalenguaje en el que la propia autora interroga a los personajes, los escenarios y hasta las tramas. Tanto Héctor, el hombre extraordinariamente fuerte, como Rosa-Luna y los lobos, –ambos editados por Adriana Hidalgo–, comienzan como cuentos clásicos: “En un país llano y ventoso, muy lejos de todo y en medio de ningún lugar, se encuentra el circo extraordinario”, y “Esta historia transcurre en el pueblo de los Nunca-Contentos, cuando la Luna aún no existía”, respectivamente. Sin embargo, nada en ellos se ajusta a estructuras seguras, sino que se afanan a la aventura, al riesgo y la libertad. Le Huche visitó Buenos Aires en ocasión del último Filbita y se reconoció emocionada al descubrir, por fin, la ciudad en la que sus padres, casualmente, se conocieron. “Escuché historias sobre ese encuentro durante toda mi infancia. Mi madre lo contaba de una manera muy novelesca y para mí Buenos Aires es, de alguna manera, el origen del amor”. La ilustradora de Princesas, dragones y otras ensaladas (Adriana Hidalgo) habló de su método creativo, de sus primera lecturas y del ejercicio de crear, sólo a veces, con su hija mayor Clara, de seis años, a quien definió como “una colaboradora nada fácil de convencer”.

–Una característica muy fuerte de su trabajo es esa aceitada articulación entre texto e imágenes, un diálogo en el que ambas partes tienen su peso.

–Me gusta dar sorpresas con la imagen, hacer algún tipo de guiño. Esa relación entre texto e imagen es la base del trabajo de mis libros, específicamente porque creo que el dibujo es una escritura. Es muy complejo hacer algo simple. Personalmente empiezo dibujando porque creo que es allí donde se hace el trabajo más potente de síntesis. Admiro mucho el trabajo del ilustrador Tomi Ungerer porque aborda temas complejos muy directamente, con rapidez. A veces es muy difícil que las imágenes digan algo que parece obvio, porque detrás de ello hay un ejercicio de síntesis muy potente. Al mismo tiempo, cuando las imágenes acompañan un texto debe poder alejarse de la ilustración al pie de la letra, deben poder enriquecer el relato, responderle al texto y permitir crear un juego constante de ida y vuelta. Eso es lo maravilloso de la infancia, que el niño tiene la posibilidad de navegar entre ambas lenguas, y con cada una apelar a diferentes sensibilidades.

Libro Princesas  Dragones Y Otras Ensaladas–¿Cómo opera eso en su proceso creativo?

–Yo necesito siempre el dibujo, porque al inicio tengo una idea que surge generalmente de un croquis y antes de entrar en la sinopsis o la escritura necesito hacer algo concreto con el dibujo, sin embargo las imágenes no están terminadas hasta que escribo la historia. Como sea, los dibujos me van acercando a los personajes, a los escenarios. Por ejemplo, en Rosa Luna al principio dibujaba muchos árboles, soñaba con dibujos de bosques, luego, en medio del bosque cayó el personaje de Rosa Luna y me empezó a cuestionar sobre qué podría pasarle a esa mujer en ese bosque. Allí tenía la punta del ovillo de la historia, así que empecé a escribir algunas cosas y a dibujar lobos. Como una especie de casting, a medida que voy avanzando en la historia, van apareciendo nuevas imágenes. Y luego llega un punto en el que tengo que hacer a un lado todos los dibujos para poder concentrarme en el sentido de la historia. Cuando tengo la sensación de que tengo algo que se sostiene, me pregunto qué pasa, cuál es el sentido y adónde estoy llevando a la gente que va a leer. Es un trabajo largo, no siempre que empiezo puedo terminar un libro, a veces los personajes me acompañan durante mucho tiempo. La primera vez que dibujé a Rosa Luna todavía estaba en la escuela de arte, y el libro apareció publicado recién en 2012. Como sea, la imagen es el soporte que me ayuda a escribir.

–¿Cuándo dice “esta historia está terminada”?

–Cuando el editor me obliga a entregarlo, sino siempre tengo dudas. De hecho, cuando recibo el libro impreso no lo puedo mirar, pasan varios días hasta que me puedo asomar a él. Pasado ese primer momento tengo necesidad de acompañar al libro a ferias, presentaciones, lecturas, como una forma de no soltar a los personajes, no dejarlos ir.

–¿Cómo representa a su lector?

–Siempre parto de una historia, y las ganas de contarla. No pienso en un lector determinado, sino en la historia, el personaje y cómo va a ir modelándose. Cuando ya tengo un universo. Una idea y un clima me siento a escribir y trato de llevar al lector por una trama, recién ahí me pregunto qué tipo de lector tengo, pero la mayor parte de las veces es el editor el que me lo pregunta y el que me fuerza a buscar un lector. Para mí es difícil determinarlo, porque tengo ganas de contar una historia para todos. Creo que no hay temas para niños, la estratificación del lector es una imposición de las editoriales más que una necesidad o inquietud de los autores. Naturalmente, mis dibujos y mi escritura se acercan a los niños, creo que porque la infancia resuena con fuerza en mí. Como escritora siempre tengo que precisar las edades a las que van dirigidos mis libros, pero yo creo que los buenos libros son buenos para todas las edades.

-¿Cuál era el lugar que ocupaban los libros en su casa paterna?

–Había muchos libros, mi papá era foniatra y trabajaba mucho con libros y con niños. Tenía muchos libros de literatura infantil en el consultorio, eran sus herramientas de trabajo. Me acuerdo que cuando iba a su consultorio, me fascinaba ver sus libros con anotaciones.

–¿Cómo fueron sus lecturas de infancia, su relación con los libros?

–Empecé a leer tarde, pero desde muy pequeña tenía mucha necesidad de imágenes. Cuando era pequeña los libros me daban tranquilidad, sobre todo las imágenes. Tengo recuerdos fuertes de deseos de evadirme en el universo de esas imágenes, como si fueran capaces de crear una vida paralela y sacarme de la real. Me gustaba mucho Max y los Maximonstruos de Maurice Sendak. Empecé a leer con Roald Dahl y también me gustaban las historietas. Recuerdo que de chica tenía pesadillas muy frecuentes, me daba mucho miedo despertarme en mitad de la noche y mi mamá siempre me decía: “Si te despertás con un mal sueño, prendé la luz y lee”. Así que los libros me protegían de la oscuridad, eran una suerte de protección contra los miedos de la noche. Mi hija ahora hace lo mismo, pone muchos libros alrededor de la cama.

Fuente: María Luján Picabea

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