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Cyberpunk vernáculo

La narrativa argentina joven se interna en terrenos fantásticos. La ciencia ficción, el terror, las distopías y el cyberpunk dictan nuevas y estimulantes combinaciones en el siglo XXI.

Devastados escenarios posapocalípticos, entidades de ambigua raza interestelar, inesperadas evoluciones informáticas, niños espectrales de lejanía estremecedora, y lo humano omnipresente como un inacabado interrogante: lo fantástico y sus ramificaciones nunca desaparecieron de la literatura argentina, que tuvo su edad de oro en Leopoldo Lugones, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar y se reprodujo con referentes como Carlos Gardini, Marcelo Cohen, Elvio Gandolfo o Angélica Gorodischer.

En los años recientes la tendencia asoma su sombra sobre un panorama dominado por el realismo: las distopías, el cyberpunk, el terror y la ciencia-ficción se multiplican en escritores jóvenes, que en muchos casos recurren al verosímil para activar en simultáneo el umbral hacia horizontes irreales.

A 500 años exactos de la publicación de Utopía de Tomás Moro, pensar el futuro como sinónimo de progreso se ha vuelto cosa del pasado. Consecuencia del tiempo replegado y el estancamiento del presente continuo, la distopía –canonizada por George Orwell y Aldous Huxley- se ha convertido en un recurso narrativo en alza con la producción audiovisual como motor fundamental.

La proyección en un porvenir en el que el avance tecnológico y científico es causante de catástrofes y no de bienestar es ironizado ya desde su título en Un futuro radiante (Random House) de Pablo Plotkin, sobre dos hermanos amotinados en una Buenos Aires radiactiva librada a la suerte de palomas propagadoras de una mortal infección, pistoleros hostiles, vagabundos y autoridades confabuladas.

La ambigüedad en torno a las causas del fin está también presente en Quema de Ariadna Castellarnau (Gog & Magog), último ganador del Premio Las Américas, en el que un fenómeno innombrable somete al mundo a un invierno perpetuo en el que la supervivencia es la norma. El parentesco con La carretera de Cormac McCarthy es inevitable: los vínculos afectivos, el rastreo de víveres y los sacrificios físicos atraviesan los relatos del libro, que enrarecen tiempo, lugar y pormenores técnicos para hacer más potente la amenaza sensorial de un primitivismo ominoso.

"La distopía funciona como un marco que puede contener casi cualquier cosa: una novela de aventuras, de amor, de sátira o de lo que sea. En mi caso, el escenario apocalíptico me daba lugar a una intimidad entre personajes que en otro contexto no se la permitirían", dice Plotkin, que admite que su llegada a la temática fue accidental. "Mi primera motivación fue puramente lúdica. No me interesaba montar un 'dispositivo literario', sino escribir una historia que cruzara lo familiar, lo psicodélico, lo generacional, lo romántico, y atravesarlo con elementos de una cultura pop y un sistema político desfigurados. Partí de ese presente arrasado caprichosamente, inspirado en las lecturas que me formaron. Quería escribir mi propia versión de un colapso", agrega el autor.

Espejo oscuro

Ese afán de acercamiento no dogmático a lo fantástico y a un futuro pesimista se da también en la fabuladora, enredada y "conspiranoica" novela Cría terminal (Tusquets) de Germán Maggiori, en la que personajes delirantes (un agente del Archivo Nacional de Inteligencia y su amante experta en clonación, dos gemelas chinas, un ornitólogo estadounidense) se desplazan entre una dominante China y una pauperizada Argentina a mediados del siglo 21. La miscelánea de colapso general y fusión cuántica, biológica y genética se enlaza con el cyberpunk, línea narrativa enfocada en un presente cercano (no necesariamente distópico) y en tecnologías sofisticadas (con preeminencia de la cibernética) que está ganando espacio en los trabajos de escritores locales.


Cyberpunk

En efecto, así como la pampa devenida pantano de Cría terminal está poblada por gauchos adictos a sustancias cuánticas que bailan transcumbia y se tatúan con pigmentos ópticos de realidad ampliada, en los cuentos de ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (Santiago Arcos Editor) Michel Nieva da vida a gauchos androides que recitan gauchesca robótica y se rebelan en masa. En el libro hay también un jugo de mouse que deviene franquicia (Mousinho), una droga que accede a la metarrealidad habitada por el lector y una secta que planea resucitar a Sarmiento.

El personaje prototípico del cyberpunk es el hacker y el programador, que sobresale en Las constelaciones oscuras (Random House) de Pola Oloixarac y El recurso humano (Milena Caserola) de Nicolás Mavrakis. En consonancia con un presente en que cada acción, intercambio comunicacional y consumo es registrado, en ambas novelas una combinación de saberes da paso al perfeccionamiento del control digital total.

En su novela, Oloixarac sitúa a un hacker y a una bióloga Piera en unos futuristas laboratorios de Bariloche donde se estudia una lógica vital inscripta en la naturaleza capaz de ser decodificada; mientras que Mavrakis recrea el diario íntimo, escrito en cronología inversa, de un spammer reclutado sexualmente por una chica dark para desarrollar el primer sistema corporativo de compra infantil online. Los "macrogramas", mapeos públicos gigantescos de comportamiento humano, serán fundamentales para la siniestra causa.

Una vuelta de tuerca interesante tiene lugar en Las redes invisibles (Momofuku) de Sebastián Robles, en el que las antologías apócrifas de vidas imaginarias a lo Marcel Schwob, Borges o J. R. Wilcock se actualizan en un inventario fantástico de redes sociales pos-Facebook. Así, una de esas redes es Tod, que convoca a usuarios terminales; otra es Animalia, que promueve la interacción entre animales (en especial perros y gatos) y otra es Balzac, que deja ingresar únicamente a escritores realistas tras severas y fantasmales pruebas.

Doble vida

Internet es asimismo el eje del recién reeditado Los cuerpos del verano (Factotum) de Martín Felipe Castagnet, ganador en 2012 del Premio a la Joven Literatura Latinoamericana. La inmortalidad y la reencarnación adquieren viabilidad tecnológica en un mundo que ha pasado a ser una red "transparente y personal, nunca privada" de rasgos viscosos, en la que los individuos se mantienen en estado de flotación como actividad cerebral informatizada. La muerte es a su vez normalmente asumida y exige periódicos cambios de cuerpos. Por eso Ramiro Olivaires se mueve en un torpe y recién adquirido cuerpo gordo de mujer, aunque las cuentas pendientes que arrastra su personalidad previa determinan los pasos de su flamante encarnación.

"Los argentinos no se están volcando a los géneros en tanto entidades separadas, a lo que se vuelcan es a la mezcla, lo contrario al género como discurso autónomo –apunta Martín Castagnet-. Por eso no es que se rechace el realismo plano a favor de los demás géneros; lo que se rechaza es que el realismo, el policial, el fantástico, la biografía u otro género sean unidades compartimentadas y desprovistas de aire. Esa apertura es un regreso a los orígenes: la mezcla está en nuestra construcción nacional y por ende en nuestra literatura. Borges o Cortázar construyeron con materiales diversos textos que hoy nos parecen íntegros. El mestizaje literario es una riqueza".

De la misma manera el autor rechaza un cyberpunk argentino avant la lettre. Castagnet completa: "Lo que hay es una necesidad de asimilar las tecnologías con las que convivimos, antes meros electrodomésticos y hoy dispositivos necesarios como el cinturón o los anteojos. Desde hace varios años lo virtual es tan real como lo analógico: recién ahora nos estamos poniendo al día. No necesitamos escritores que se adelanten al futuro; alcanzaría que al menos escriban el presente".

Otros mundos

De dimensiones abismales y en diálogo con todo lo anterior, lo fantástico puede abarcar desde inventos revolucionarios a invasiones alienígenas, desde zombis a viajes en el tiempo, con la ciencia-ficción como aliada frecuente. El aspecto sobrenatural puede ser apenas incipiente o incluso naturalizado: Las chanchas (Random House) de Félix Bruzzone ocurre en Marte, aunque todo indica que el planeta es un reflejo distorsionado del conurbano bonaerense. El protagonista de Pequeña flor (Random House), de Iosi Havilio, asesina a su vecino en un loop interminable de un solo párrafo, desplazamiento fabuloso que obedece a una escritura lúdica.

Más explícita es la trama de La niña austral (Letra Sudaca) de Esteban Prado, en la que Matías emprende un road trip por territorio argentino junto a su novia Ana, la niña austral (y astral) del título. En un juego de realidades paralelas y prosa alucinada y al borde del ensueño y la elegía amorosa, Ana va revelando su misión como enviada de los hiperbóreos, manipulando a Matías para que la ayude y lleve a cabos jugados actos criminales. O en Estrógenos (Galerna) de Leticia Martin, en la que la cadena fecundación-embarazo-parto y sus efectos íntimos y sociales se respetan a rajatabla pero en el cuerpo de un hombre, género en el que recae la reproducción de la especie.

Culto fiel

Más allá de la ambivalencia, en algunos casos hay una reverencia directa al espíritu de los folletines baratos o las películas de clase B. Es el caso de la colección Pulp del sello Interzona que dirige Alejandro Soifer –hace unos años en Córdoba existió la revista Palp (Llanto de Mudo) de similar premisa, que llegó a lanzar dos volúmenes- donde han salido pequeños libros –ilustrados, de tipografía cruda, con historias marcadas por la pulsión de peripecias sin pretensiones- entre los que figuran Fractura expuesta de Walter Lezcano (con la invasión como clave), Trasnoche vudú de Mariano Buscaglia (un desfile de motoqueros, hombres lobo, zombis y demás criaturas) y Mano propia de Nico Saraintaris (anunciada como "una novelette cyberpunk"). En el mismo sello se editó la distópica Las estrellas federales de Juan Diego Incardona, que en su acoplamiento de conurbano perimido y elenco mutante recuerda a Kryptonita de Leonardo Oyola.

¿Quién es el lector de la colección Pulp? Soifer: "En nuestro país estamos acostumbrados a que ciertas lecturas y consumos culturales sean para lectores específicos. Interzona es una editorial de nicho, con todo lo que eso implica. Si bien la colección está pensada como literatura popular, el lector que termina encontrándose con ella es un lector sofisticado. La lectura de este tipo de libros quizá sea una forma de experiencia estética y consumo culto alejado de mi ideal de lector casual. Pero esas son las reglas de juego con la colección: una especie de simulacro de literatura popular. No está mal".

El sello porteño Ayarmanot es otro impulsor fiel de la ciencia-ficción: edita la revista Próxima (que supera los 30 números) y libros del rubro (uno de sus últimos proyectos vía crowdfunding fue la antología Alucinadas, ciencia-ficción escrita por mujeres, un compendio de "Física cuántica, crítica social, inteligencia artificial, neolengua y transgénero"). Su directora Laura Ponce publicó hace poco el libro de relatos del género Cosmografía general, también posible de descarga gratuita, en el que caben viajes a otros planetas, realidades virtuales, lazos románticos y drogas extravagantes.

Fuente: Javier Mattio para La voz


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