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La paradójica tumba de Borges

Martín Hadis (uno de los autores del libro Borges profesor) dice: “La lápida de Borges es mucho más criolla de lo que parece” y asegura que las figuras -guerreros medievales, una nave vikinga, una cruz misteriosa- y las frases elegidas -en inglés y en escandinavo antiguos- remiten al coraje y al culto del cuchillo argentino.


Con esa manera filosóficamente brutal que prodigaba con naturalidad, Friedrich Nietzsche decía: “Tenemos derecho a quitarle la vida a un hombre, pero no a quitarle la muerte: esto es pura crueldad”. No sé por qué recordé esta frase, salvo que la casualidad haya influido para no olvidarme de dos abstractas fechas: Nietzsche murió el 25 de agosto de 1900 y un año y un día antes había nacido Jorge Luis Borges. No sé qué hubiera opinado Borges de esa sentencia, si le hubiera inspirado algún cuento o poema, a él que convocaba con expectativa creciente el momento de la disgregación. Tampoco hablaremos en esta nota de la muerte del escritor argentino enterrado en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, si es verdad que descifrar su lápida sea un ejercicio de deducción sobre su vida y obra más que un ancla física para un cuerpo y sus postreros momentos.

En aquella piedra gris y lejana de 500 kilos asoman tallados siete guerreros ingleses medievales, un barco vikingo, una cruz rúnica y varias inscripciones. Martín Hadis debe haber visto lo mismo que uno, pero durante veinte años se dedicó a investigar de dónde habían salido aquellas figuras y esas leyendas. Y también a cruzar al Borges real y al genio literario que lo animaba con estos símbolos que -como todo símbolo- precisan interpretación. Hadis estuvo en mejor posición que casi todos nosotros para hilvanar ese norte, aunque los caminos para llegar hasta allí parezcan curiosos. Licenciado en sistemas primero, con un master en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) después, estudió literaturas germánicas comparadas y religiones comparadas en la universidad de Harvard, y varios idiomas -alemán, japonés, chino mandarín, hindi, galés, hebreo antiguo, inglés antiguo y antiguo nórdico- dan cuenta de su pasión lingüística. Y todavía después encaró otra voluminosa investigación sobre los ancestros ingleses del escritor y luego, sí, a descifrar la lápida.

-¿Cuánto de responsabilidad directa tuvo Borges en la elección de los símbolos de su lápida?

-María Kodama (la viuda de Borges) hizo el diseño muy acertadamente porque eligió símbolos que apuntan directamente al universo borgeano.
-¿Qué le dice que no haya nada en español, salvo nombres?

-Ese es un misterio o una paradoja y está bien que la tumba de Borges sea misteriosa y paradójica. Todos esos símbolos medievales, sajones, vikingos están apuntando a la genealogía criolla. Hubiera sido curioso que lo criollo y la Argentina aparecieran explícitamente en la lápida, ya que Borges cuanto más quería algo más improbable era que lo dijera explícitamente, y no hay duda del cariño profundo que tenía por Buenos Aires, por la Argentina. Esa lápida es mucho más criolla de lo que parece, está apuntando al culto del cuchillo y el coraje de Buenos Aires.

Una aclaración antes de la próxima pregunta. En el frente de la lápida de Borges figura, además de los siete guerreros con espadas rotas, una frase del poema que recitaba Borges en los últimos días: La batalla de Maldon ocurrida en 991, en la que ese número de guerreros da pelea a pesar de una segura muerte para seguir el destino que ya alcanzó a su señor. La frase es ...“y que no temieran”. En la batalla de La Verde, en la provincia de Buenos Aires en 1874, el abuelo paterno de Borges, el coronel Francisco Borges, va a la pelea y a la muerte casi solo y con los brazos cruzados. 

-Criolla ¿por qué?

-La escultura, a la luz de la obra de Borges, entreteje una red de significados que enlaza a sajones y vikingos con el heroísmo criollo, a la batalla de Maldon con La Verde, a los guerreros medievales con los compadritos del viejo Buenos Aires. Y todo esto lleva al tema del coraje. Claro que en todos los temas concernientes a Borges no hay una respuesta nítida y tajante. En la lápida, el borde entre los símbolos tallados en la piedra, por un lado, y la vida y obra de Borges, por el otro, es difuso y poroso. Difícil saber dónde termina la escultura y dónde empiezan los poemas de Borges y dónde sus lecturas y las mitologías que tanto le gustaban.

-Borges en un poema dice haciendo referencia a las inscripciones de su lápida: ”Sólo pido/las dos abstractas fechas y el olvido”. ¿Su lápida real no desconoce ese pedido?

-Ese poema está en El oro de los tigres y parece hablar de un amor que ya no es y de la muerte y el olvido como expectativas. Está claro que hoy tiene millones de lectores que no lo vamos a olvidar.

Otra aclaración. En el libro Los siete guerreros nortumbrios, fruto de sus investigaciones, Hadis incorpora una entrevista a Kodama donde ella cuenta su total autoría en la lápida de Borges.

-Leyendo lo que dice la viuda de Borges ¿no es entonces la lápida de Kodama con el cuerpo de Borges?

-No, para nada. Por todo lo que acabo de decir. 

-Borges jugó mucho con eso de ser soldado.

-Lo decía todo el tiempo: él sentía culpa por no haber sido soldado, por no haber sido valiente.

-¿Cree que le preocupaba no temer en el momento de la muerte?

-Exacto. Por eso ese símbolo. En un poema, Borges dice: “No haber caído,/ como otros de mi sangre,/ en la batalla”. Y en una conferencia: “Mi padre y mi abuela murieron ciegos; ciegos, sonrientes y valerosos, como yo también espero morir. Se heredan muchas cosas (la ceguera, por ejemplo) pero no se hereda el valor. Sé que fueron valientes”. 

-¿Cuál fue el disparador para interesarse en Borges?

-Mi abuela me regaló Los conjurados y me fascinó. Me despertó un gusto por las palabras e intuí cierta vertiente mitológica que ya me gustaba mucho por Tolkien (El señor de los anillos). En realidad, me puse a estudiar inglés y escandinavo antiguos por Borges y Tolkien. Pero Borges era argentino y se adentró por esos senderos y fue maravilloso seguirlo tan lejos para después darme cuenta que su obra remite a acá, a tres cuadras. Aunque, claro, sean tres cuadras borgeanas, inconmensurables.

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