El Viejo Hotel Ostende dispone de una biblioteca en la que comparten un espacio aquellos que allí se hospedaron y escribieron, desde Saint-Exupéry y Bioy Casares hasta Briante y Fogwill
Por Silvia Hopenhayn
Bienvenidos a este libro. Viene con desayuno, ropa blanca, recuerdos y sueños de distintas épocas, caracoles, fotos viejas, clips modernos, citas inolvidables, papeles perdidos, personas encontradas. Un libro de alegría y nostalgia, donde el ayer es un maravilloso desplegable del presente. Me refiero al bello Libro de huéspedes - 100 años del Viejo Hotel Ostende (Planeta), un verdadero festejo de los tiempos del mar, de los árboles, perros, amores, odios y otros vuelos. Por allí pasaron temporadas Bioy Casares y Silvina Ocampo (cuya referencia de ficción está en la novela que escribieron juntos, Los que aman, odian , Tusquets); también Saint-Éxupéry (¡su piecita está intacta!), pero sobre todo, "huéspedes", seres dispuestos al bienestar (preferiría la palabra compuesta: bien estar), que a lo largo de todos estos años han veraneado en el mítico hotel.
En una foto de la playa, un joven adolescente rapado y con jopo, de los primeros modernos del siglo XX, remonta un barrilete que serpentea sobre una frase de George Steiner: "La palabra huésped denota tanto a quien acoge como a quien es acogido. Es un término milagroso. ¡Es ambas cosas! Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa más bella de lo que uno la encontró".
El libro, en sí mismo, hospeda la mirada. Las páginas son como oleadas de tiempo. La famosa frase de Valéry acompaña el tránsito: " La mer, toujours recommencée " (el mar, siempre volviendo a empezar). Y es como si el hotel fuera yendo y viniendo, convirtiéndose en lo que es, cada vez y desde entonces.
Primero están -inevitablemente- los que llegaron antes. Es el capítulo titulado "Prehistoria": las primeras dunas divisadas, la experiencia jesuita, el trazado de mapas, la famosa historia de Felicitas, el ferrocarril "Sud", hasta arribar a la piedra fundamental y el primer apellido: Foresti. A partir de entonces, el hotel cobró vida, o sea, albergó gente; cambió de nombre, de techos, de escaleras, de dueños, hasta que en los años 70 lo adquirió Abraham Salpeter, cuya hija, Roxana, actual anfitriona, le insufló nuevo encanto. O encantamiento: cuenta que cuando era niña y sus padres compraron el viejo hotel, ella estaba convencida de que en el altillo había una mujer encerrada, una especie de Jane Eyre que alimentaba sus fantasías infantiles.
Nada mejor que la imaginación de una niña para poblar un hotel de bellos fantasmas, que conviven a gusto con las historias de personas reales. Como escribe John Banville en su novela Antigua luz (Alfaguara, 2012), frase que acompaña esta publicación: "El Tiempo y la Memoria son una quisquillosa empresa de decoradores de interiores, siempre cambiando los muebles y rediseñando y reasignando habitaciones".
Algunos recuerdos animan la playa, como la fuerte ola que en febrero de 1931 puso delante de los ojos de una joven embarazada que paseaba por allí el cadáver de una ballena de 27 metros de largo. Otro nombre para la historia: al recién nacido lo llamaron Omar por la exclamación de su madre: "Oh, mar?".
El libro también cuenta con platos exquisitos para lectores golosos: cascos de naranjas en almíbar, sangría catalana, calamarettes a la Iyonesa; músicas para leer (el inefable Jacques Brel) y textos también gozosos de escritores allegados al hotel (Forn, Saccomanno, Alarcón, Enríquez, entre otros). Un libro que se aloja en la memoria, mientras el mar hace de las suyas para volver a empezar.
En una foto de la playa, un joven adolescente rapado y con jopo, de los primeros modernos del siglo XX, remonta un barrilete que serpentea sobre una frase de George Steiner: "La palabra huésped denota tanto a quien acoge como a quien es acogido. Es un término milagroso. ¡Es ambas cosas! Aprender a ser el invitado de los demás y a dejar la casa más bella de lo que uno la encontró".
El libro, en sí mismo, hospeda la mirada. Las páginas son como oleadas de tiempo. La famosa frase de Valéry acompaña el tránsito: " La mer, toujours recommencée " (el mar, siempre volviendo a empezar). Y es como si el hotel fuera yendo y viniendo, convirtiéndose en lo que es, cada vez y desde entonces.
Primero están -inevitablemente- los que llegaron antes. Es el capítulo titulado "Prehistoria": las primeras dunas divisadas, la experiencia jesuita, el trazado de mapas, la famosa historia de Felicitas, el ferrocarril "Sud", hasta arribar a la piedra fundamental y el primer apellido: Foresti. A partir de entonces, el hotel cobró vida, o sea, albergó gente; cambió de nombre, de techos, de escaleras, de dueños, hasta que en los años 70 lo adquirió Abraham Salpeter, cuya hija, Roxana, actual anfitriona, le insufló nuevo encanto. O encantamiento: cuenta que cuando era niña y sus padres compraron el viejo hotel, ella estaba convencida de que en el altillo había una mujer encerrada, una especie de Jane Eyre que alimentaba sus fantasías infantiles.
Nada mejor que la imaginación de una niña para poblar un hotel de bellos fantasmas, que conviven a gusto con las historias de personas reales. Como escribe John Banville en su novela Antigua luz (Alfaguara, 2012), frase que acompaña esta publicación: "El Tiempo y la Memoria son una quisquillosa empresa de decoradores de interiores, siempre cambiando los muebles y rediseñando y reasignando habitaciones".
Algunos recuerdos animan la playa, como la fuerte ola que en febrero de 1931 puso delante de los ojos de una joven embarazada que paseaba por allí el cadáver de una ballena de 27 metros de largo. Otro nombre para la historia: al recién nacido lo llamaron Omar por la exclamación de su madre: "Oh, mar?".
El libro también cuenta con platos exquisitos para lectores golosos: cascos de naranjas en almíbar, sangría catalana, calamarettes a la Iyonesa; músicas para leer (el inefable Jacques Brel) y textos también gozosos de escritores allegados al hotel (Forn, Saccomanno, Alarcón, Enríquez, entre otros). Un libro que se aloja en la memoria, mientras el mar hace de las suyas para volver a empezar.
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