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Todas las encarnaciones del editor


Al adentrarse en el mundo editorial, una de las dificultades para aclimatarse con las que suele toparse el neófito es el dominio de la variadísima terminología sectorial. Fenómenos habituales como la polisemia, la ambigüedad, los falsos amigos y la paronimia le ponen las cosas aún más difíciles si cabe. El propio término que distingue profesionalmente este campo, editor, significa en castellano demasiadas cosas. Veamos cuántas:

→ El editor puede ser el propietario de la editorial, el emprendedor que funda y establece las líneas generales de una editorial; es decir, la persona que crea su estructura, provee sus medios de financiación y marca su política de ediciones.

→ El editor puede ser también el director editorial (o director literario en las editoriales literarias, o de línea en las grandes editoriales con múltiples ramificaciones por especialidad, o simplemente editor sénior), es decir, el principal y último responsable intelectual de una obra obra, colección, publicación o línea editorial. Puede ser asimismo el dueño de la editorial, pero no necesariamente. A menudo, el director literario consagra la mayor parte de su tiempo a tareas de preedición (selección y contratación de obras y establecimiento y supervisión de un plan editorial y comercial) y suele delegar en un editor de mesa la responsabilidad de prestar apoyo al autor en la elaboración de su obra y de coordinar y supervisar el proceso de edición.

→ El editor de mesa o editor de textos tiene perfiles distintos en función del medio editorial donde desempeñe su labor:
En edición de libros, es un miembro de la plantilla editorial —aunque no siempre sea este el caso, hoy en día—, con amplia cultura o conocimiento específico del tipo de obras que publica la editorial, con formación lingüística, literaria, bibliológica, tipográfica y documental, y con capacidad para gestionar equipos, que se encarga, durante todo el proceso de preimpresión, de:

1. Recibir (del autor/traductor o del editor/director editorial) el original, leerlo y evaluarlo.

2. En función de las características y necesidades del texto y de la fecha de publicación:
Realizar la síntesis de aquellos parámetros comunicativos (mensaje, tema, estructura y función del texto, destinatarios...) que exigirán reinterpretación tipográfica, con el fin de comunicárselos al diseñador gráfico (si no lo ha hecho ya el editor sénior/director editorial responsable de la publicación). En obras sencillas (p. ej., novelas), puede valerse de sus conocimientos tipográficos y bibliológicos para establecer por sí mismo las pautas de composición y compaginación de una obra.
En coordinación con los responsables de edición gráfica (ilustración) y de producción (impresión y encuadernación), planificar el proceso de edición del original de texto, especificando los pasos encadenados de elaboración que requerirá, los plazos necesarios para cada uno de ellos, y seleccionando y comprometiendo en ellos a un equipo de profesionales.


3. Coordinar los pasos que se van a seguir en la edición de un texto; pautar y supervisar todas las tareas, incluidas las de corrección, en caso de que estas se realicen externamente.

4. Realizar diversas tareas de edición y redacción de textos de la obra o relacionados con ella:
Redactar diversos textos de la obra que el autor no provee: el índice general, la página de derechos y las páginas preliminares de la obra (portadilla y portada). Si no hay redactor publicitario, también redactará los textos de cubierta, sobrecubierta, solapas y guardas.
Contando a menudo con la asistencia de un corrector de estilo externo, adecuarla a aspectos de redacción y composición normalizados (p. ej., normas de división y subdivisión de partes de un escrito; orientación del texto en los lomos de los libros; directrices sobre el contenido, organización y presentación de los índices y de los textos preliminares de un libro, normas de citación bibliográfica...).
Cuando sea necesario, y siempre con el consentimiento del autor y el editor sénior/director editorial, llevar a cabo  los cambios más sustanciales que la obra pueda requerir, por ejemplo, para adaptarla a una línea o proyecto editoriales y a un perfil de lector determinados o para prepararla para las características estructurales de un determinado diseño editorial. En este sentido, realizará todo tipo de mejoras y modificaciones profundas en el texto que puedan afectar a su contenido (desde la misma selección de ideas), a su estructura organizativa y a su forma expresiva:  supresiones, adiciones, cambios de registro, de nivel de lenguaje...


5. Resolver las dudas y los problemas (documentales, lingüísticos...) que sus colaboradores no hayan podido solventar.

6. Realizar el marcaje tipográfico del original para composición y supervisar el trabajo del compositor-compaginador.



7. Si la editorial donde trabaja no recurre a un especialista externo para elaborar sus normas de estilo, es el editor de mesa (o un equipo de editores de mesa de la empresa) quien suele encargarse de redactarlas, pues nadie como él conoce las dudas y necesidades de los profesionales que intervienen en la edición de un texto, ni reúne los conocimientos necesarios para elaborar una obra de referencia de estas características.




En edición de prensa y revistas, el editor de mesa o de textos es el profesional responsable de:
la supervisión y corrección de la calidad textual del trabajo de los redactores,
de la elaboración de la sección dedicada al lenguaje de las normas internas de estilo,
y de la preparación tipográfica de los textos.

En muchas editoriales hemerográficas no existe ya esta figura, y estas funciones las realiza el jefe de redacción, cada redactor o bien un corrector de estilo externo.

Fuente: Silvia Senz para Addenda et corrigenda

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