Hanif Kureishi, el
autor de "El buda de los suburbios" –entre muchos otros libros y
guiones de cine– declaró que pagar dinero para aprender a escribir era un
absurdo y que para eso solo hacía falta leer buena literatura. Es un viejo
debate, con una respuesta clara. Kureishi tiene razón. Aunque es un hipócrita:
él mismo es profesor de escritura creativa.
A comienzos de marzo de este año, en un festival literario en Bath, Inglaterra, el novelista y
guionista Hanif Kureishi adeclaró indignado que las cátedras de escritura
creativa no sirven para nada: “Si quieres escribir lo que tendrías que estar
haciendo es leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y
años, en vez de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo
cosas que no estás listo para escribir.”
Kureishi
tiene razón, pero es un hipócrita y parte del problema es que Kureishi es
profesor de escritura creativa en Kingston University donde la matrícula para
el Posgrado en Escritura Creativa ronda entre 10 y 20 mil dólares por año,
según seas de la Unión Europea o extranjero, si el curso dura un año o dos.
Sobre
los alumnos que eligen este curso de estudios Kureishi dijo: “Muchos de mis
alumnos simplemente no pueden relatar una historia. Pueden escribir frases,
pero no saben hacer que un cuento llegue a su final sin que sus lectores se
mueran de aburrimiento.”
Como
si no fuera suficiente, el autor de El buda de los suburbios (1990), dijo que
el 99,9% de sus alumnos no tenían talento y que él nunca aconsejaría participar
en un programa como el que lo tiene como empleado remunerado. “Es una gran
lástima que miles de personas estudien esta materia con tutores sin
calificaciones, algunos que nunca han publicado una novela. No soporto cuando
autores anuncian que tienen un título en escritura creativa. ¿Y qué? Salen diez
centavos la docena.
Las
amargas declaraciones de Kureishi pertenecen a la odiosa fauna de los
escritores que van a los festivales literarios para pasársela quejándose cuánto
odian tener que hacer publicidad de sus libros.
Pero
volvamos al debate. ¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a
escribir? Sea en una prestigiosa institución estadounidense o europea, o
directamente en el acogedor taller de un escritor semifamoso de la ciudad donde
cada uno vive.
La
respuesta es fácil y consiste en la lista de los grandes escritores y
escritoras de toda la historia humana antes de 1936. Algunos de los nombres
son: León Tolstoy, William Faulkner, Franz Kafka, Arthur Rimbaud, Virginia
Woolf, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, William Burroughs, Emily
Dickinison, Samuel Beckett, Cormac McCarthy, Julio Verne, Victor Hugo, Gertrude
Stein, T.S. Eliot, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Ezra Pound, Octavio
Paz, Benito Pérez Galdós, F. Scott Fitzgerald, Charles Bukowski, James Joyce...
Entendieron
la idea. Ninguno de estos autores fueron a un taller, ni menos pagaron dinero
para pedir permiso de sentarse a un escritorio y escribir. ¿Hay más debate
posible contra este argumento? No es original, pero nos parece definitivo.
La
fecha 1936 no la elegimos azarosamente. Es el año en cual se fundó el Iowa
Writers Workshop, la más prestigiosa escuela de escritura creativa y el modelo
de los talleres literarios como se practica mayormente hoy: alumnos leyendo sus
trabajos y recibiendo comentarios y críticas de sus compañeros, guiados por la
autoridad de un escritor profesional.
¿Se
imaginan a Franz Kafka llevando las primeras páginas de La Metamorfosis a un
taller? “Eh, Franz”, diría un hipster con dinero de papá, “me parece que lo que
estás buscando está más en el género de la ciencia ficción. Y el título –ya veo
que se remite irónicamente a Ovidio– pero me parece un poco pretencioso.”
¿Se
imaginan a Marcel Proust presentando su plan de trabajo en un taller de
Kureishi? Agobiado, pasaría la tarea de crítica a sus alumnos. Uno diría: “Y,
me parece que sería más sensato comenzar por cuentos cortos. Como empezar por
un lugar donde el final se va ver. Además, tu idea me parece genial, es muy
tierna, pero creo que lo vas a poder resolver en un cuento de no más de 20
páginas.”
Estos
chistes son fantasiosos. Pero veamos el caso de David Foster Wallace. Wallace,
autor de la última gran novela del siglo XX, era alumno del posgrado de
escritura en la Universidad de Arizona. Sus profesores lo odiaban y hasta lo
alentaban a discontinuar sus estudios. Les parecía que la dirección en la que
iba su imaginación era frívola. No encajaba con el modelo de realismo duro
carvereano que estaba de moda en ese momento. Hasta que Foster Wallace
consiguió un contrato para publicar su primera novela, aun siendo alumno.
Incómodo silencio por parte de los profesores...
Para
ser justos, tendríamos que agregarle a este relato que Foster Wallace fue
profesor de escritura creativa y, según los testimonios de sus alumnos, era
extremadamente generoso con su tiempo y muy positivo con sus alumnos. Otros
escritores contemporáneos de gran calidad, como Junot Díaz y Jeffrey Eugenides,
se recibieron de programas de escritura creativa y actualmente son profesores
de esa materia.
Cuando
Junot Díaz ganó la beca MacArthur en 2012 ($500.000 dólares sin obligación
alguna) le preguntaron si dejaría su puesto de profesor en MIT. Contestó que
no, porque no quería perder el plan médico.
Para
concluir, veamos la declaración de la página informativa del Iowa Writers
Workshop, cuya matrícula cuesta unos $40.000 dólares (por dos años de cursada).
La página informativa, que explica la filosofía pedagógica del programa,
concluye, y citamos fielmente:
Como
un workshop damos una oportunidad para que el escritor talentoso trabaje y
aprenda de poetas y escritores de prosa consagrados. Aunque estamos de acuerdo,
parcialmente, con la insistencia popular que no se puede enseñar a escribir,
existimos y procedemos con la suposición que el talento se puede desarrollar y
vemos a nuestras posibilidades y limitaciones como colegio en esa luz. Si uno
puede “aprender” a tocar el violín o a pintar, uno puede “aprender” a escribir
aunque ningún proceso de entrenamiento externamente inducido puede asegurar que
lo hará bien. Así pues, el hecho que el workshop puede señalar como graduados a
poetas, novelistas y cuentistas de prominencia nacional e internacional,
creemos que esto se debe más a lo que tenían en su haber antes de llegar acá
que por lo que les dimos. Continuamos buscando al talento más promisorio del
país con la convicción que la escritura no se puede enseñar pero que los
escritores pueden ser alentados.”
Esto
es, simplemente, una estafa.
Dando
vuelta la frase de Kureishi sobre sus alumnos, es una certeza que el 99,9% de
los talleres literarios son una estafa también.
¿Quiere
escribir? No se desespere. Hay una receta infalible: Escriba. Lea. Edite.
Repetir.
Todo
lo demás es literatura.
Fuente: Revista Ñ
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