C onferencia pronunciada
por el escritor norteamericano en la ciudad de Metz, Francia, durante una
convención de ciencia-ficción en septiembre de 1977
En la conferencia Si ustedes encuentran este mundo malo, deberían ver algunos de los otros, Philip K. Dick confía a los presentes un episodio personal relacionado con la naturaleza de la realidad y explica cómo esta experiencia extraordinaria definió muchos de los argumentos de sus novelas de los años setenta. Una imperdible y fascinante reflexión sobre nuestro mundo, y los mundos paralelos, sobre la idea de Dios como un dios programador y reprogramador de escenarios perfeccionables, los destinos posibles de la humanidad, sus visiones, el olvido y la historia universal como un proyecto de una inteligencia indefinible que podría desaparecer de nuestra memoria tan solo con un parpadeo.
Texto completo
Philip K. Dick
Debo
decirles cuánto aprecio que me hayan pedido compartir con ustedes algunas de
mis ideas. Un novelista suele llevar constantemente consigo aquello que la
mayoría de las mujeres llevan en su bolso: muchas cosas inútiles, algunos
utensilios esenciales, y también, para completar el peso, un montón de objetos
que pueden situarse entre ambos extremos. Pero el escritor no transporta nada
de esto físicamente: sus posesiones son mentales. Añade aquí y allá una idea
nueva y completamente superflua; de tanto en tanto hace a regañadientes un poco
de limpieza y, derramando algunas lágrimas sentimentales, echa a la basura las
ideas más evidentemente sin valor. Pero, algunas pocas voces, cae por azar
sobre una idea totalmente increíble que espera se les aparecerá a todos los
demás tan nueva como se le aparece a él. Es esta categoría la que da dignidad a
su existencia. Pero, a lo largo de toda esa existencia, el escritor transmitirá
a los demás tan solo unas pocas de estas inapreciables ideas. Aunque eso será
suficiente: a través de ella habrá justificado su vida ante sí mismo y ante su
Dios.
Un
aspecto extraño de estas ideas raras y extraordinarias, un aspecto que siempre
me ha sorprendido, es que revisten, para aparecer, el engañoso manto de la
evidencia. Quiero decir que, una vez que las ideas han emergido o han aparecido
o han nacido, sea cual sea la forma en que una idea nace a la existencia, el
escritor se dice a sí mismo: "Pues claro. ¿Cómo me las he arreglado para
no darme cuenta antes?" Pero observen la expresión "darme
cuenta". Es la clave. Ha encontrado algo nuevo que al mismo tiempo estaba
ya allá, en alguna parte, desde siempre. En realidad, la idea simplemente ha
salido a la superficie. Porque siempre había estado ahí. No la ha inventado, ni
siquiera la ha encontrado; de algún modo, es ella quien lo ha encontrado a él.
De hecho, y esto es un poco inquietante, el escritor no ha inventado la cosa,
sino que ha sido ella quien lo ha inventado a él. Es como si la idea le hubiera
creado para sus propios propósitos. Creo que es por eso precisamente por lo que
nos encontramos ante este fenómeno bien conocido algunas veces en la historia
una nueva idea sensacional golpea exactamente al mismo tiempo a varios
investigadores o a varios pensadores. Entonces decimos "su tiempo había
llegado", y arreglamos así las cosas, como si con ello lo hubiéramos
explicado todo, desembarazándonos de esta forma de nuestra toma de conciencia
de que las ideas son algo vivo.
¿Qué quiero decir al
afirmar, a propósito de una idea o de un pensamiento, que está vivo? ¿El que
aferra a los hombres y los utiliza a fin de aparecer en la corriente de la
historia humana? Los filósofos presocráticos tal vez tenían razón: el cosmos es
una vasta entidad pensante. Y que no hace otra cosa más que pensar. En este
caso, una alternativa: lo que nosotros llamamos el universo es simplemente una
forma o un disfraz que toma esa entidad; o dicho de otro modo, ella es en
cierta forma el universo... Se pueden hallar muchas variaciones a este punto de
vista panteísta, y de todas ellas la que prefiero es la que imita
cuidadosamente el mundo que creemos percibir cada día, de modo que somos
engañados constantemente por ella. Este es el punto de vista de la más antigua
religión de la India; en cierto modo, es también la idea de Spinoza y de Alfred
North Whitehead: el concepto de un Dios inmanente, de un Dios en el interior
del universo, no el de una entidad trascendente que debido a ello no forma
parte del mundo. Como dice la máxima sufí: "invisible en su taller",
donde el taller es el universo y el obrero es Dios.
Pero esta idea
expresa además la noción teísta de un universo creado por Dios; por mi parte,
yo digo: quizá Dios no haya creado absolutamente nada sino que simplemente
exista. Y nosotros pasamos nuestras vidas en su interior, de él o de ella, o de
"ello", si no tiene sexo que podamos definir, preguntándonos
constantemente dónde podemos encontrarlo.
Me ha gustado seguir
estas vías de pensamiento durante varios años. Dios está tan cerca de nosotros
como la porquería que llena nuestro cubo de la basura... para hablar con mayor
exactitud, Dios es la porquería en el cubo de la basura. Pero un día un
pensamiento malévolo entró en mi espíritu... y era malévolo porque minaba mi
maravilloso monismo panteísta del que estaba tan orgulloso. ¿Y si van a ver
ustedes cómo este escritor de ciencia ficción en particular encuentra sus
historias-, y si existiera una pluralidad de universos alineados a lo largo de
una especie de eje lateral, en ángulos rectos con relación al fluir lineal del
tiempo? Debo confesar que muy pronto me di cuenta de que había conjurado un
enorme absurdo: diez mil cuerpos de Dios dispuestos como otros tantos trajes en
un enorme cuchitril, con Dios llevándolos ya sea todos al mismo tiempo, la sea
en un orden cualquiera, murmurándose a sí mismo: "Creo que hoy me pondré
este en el que Alemania y el Japón ganaron la Segunda Guerra Mundial",
añadiendo en seguida: "Mañana llevaré este tan hermoso en el que Napoleón
derrotó a los ingleses; uno de mis preferidos".
Esto parece absurdo,
y la idea subyacente que hay en él parece insensata. Pero supongamos ahora que
trabajamos esa hipótesis y decimos: ¿Y si Dios se prueba uno de esos trajes y
luego, por una razón personal, cambia de opinión?» ¿Que decide, para seguir
utilizando la metáfora, que el traje que lleva no es el que desea...? Entonces
el cuchitril lleno de trajes se convierte en una especie de secuencia
progresiva de mundos tomados utilizados un momento y luego arrojados en favor
de otro mejor. Llegados a este punto, podemos preguntar: "¿Cómo se sentirá
el traje rechazado de pronto, cómo se sentirá el universo así abandonado? ¿Qué
experimentará?" Y aún más, y esto es muy importante para nosotros: ¿qué
cambio experimentarán, si es que hay alguno, las formas de vida de este
universo? Puesto que tengo el presentimiento secreto de que esto es lo que
ocurre exactamente; y tengo también la intuición de que los miles de millones
de formas de vida implicadas tendrán la impresión -falsa- de que nada ha
ocurrido, de que nada ha cambiado. Formando parte ahora de un nuevo traje,
imaginarán que siempre han sido llevadas... que siempre han sido iguales, con
su bagaje completo de recuerdos que prueban la exactitud de sus impresiones
subjetivas.
Nos hemos
acostumbrado a pensar que todo cambio ocurre en el eje lineal del tiempo: del
pasado al presente al futuro. El presente emerge del pasado y es diferente a
él: el futuro derivará del presente y tampoco él será el mismo. Es difícil
imaginar que pueda existir un tiempo ortogonal, un campo lateral en el que se
sitúe el cambio... procesos que existan al lado de la realidad. ¿Cómo podríamos
percibir el cambio lateral? ¿Qué sentiríamos? Si intentáramos comprobar esta
extraña teoría, ¿qué especie de pruebas deberíamos buscar? En otras palabras,
¿cómo puede existir cambio fuera del tiempo lineal? Bien, consideremos ahora
uno de los temas favoritos de los pensadores cristianos: la Eternidad. Desde el
punto de vista histórico, este concepto ha sido una de las grandes nuevas ideas
aportadas por la cristiandad. Estamos casi seguros de que la Eternidad
existe... de que la palabra "Eternidad" se refiere a algo real, en
contraste por ejemplo con la palabra "ángel". La Eternidad es
simplemente un estado en el cual se halla uno libre fuera del tiempo y por
encima de él. No hay pasado ni presente ni futuro, hay simplemente una pura
existencia ontológica. La Eternidad no es una palabra que signifique
simplemente un período muy largo de tiempo; es esencialmente atemporal.
Entonces, planteo la pregunta: ¿existe el cambio en este lugar fuera del tiempo?
Porque si usted dice: "Sí, la Eternidad no es estática; en ella se
desarrollan acontecimientos", entonces adopto mi sonrisa de suficiencia y
le muestro que ha vuelto a introducir una vez más el elemento tiempo. El
concepto de «tiempo» plantea simplemente una condición, un estado o un lugar en
el cual opera el cambio. Si no hay tiempo, no hay cambio. La Eternidad es
estática. Pero si bien es estática, no lo es en el sentido de una larga
duración; lo es más bien como un punto geométrico que tiende infinitamente a la
recta. Así, puedo defender mi teoría del cambio ortogonal o lateral diciendo:
"Al menos es una idea intelectualmente mucho menos insensata que el
concepto de Eternidad". Y todo el mundo habla de la Eternidad.
Déjenme presentarles
otra metáfora. Supongamos que existe un amante del arte muy rico. Cada día, en
la pared de la sala de estar, encima de la chimenea, los criados cuelgan un
nuevo cuadro, cada día una obra maestra distinta, una tras otra, día tras día,
semana tras semana, mes tras mes: cada vez, la pintura "usada" es
retirada y reemplazada por una nueva. Llamaré a este proceso "cambio a lo
largo del eje lineal». Ahora, supongamos que los criados se hallan en la
imposibilidad temporal de encontrar nuevos cuadros. ¿Qué harán entonces? No
pueden contentarse con dejar colgado el de la víspera; su patrón ha decretado
el cambio perpetuo de los cuadros. Entonces no dejan el antiguo, pero tampoco
lo reemplazan; más bien harán algo muy inteligente. Mientras su patrón está
ocupado en otra parte, los criados alteran hábilmente el cuadro que ya hay en
la pared. Pintan un árbol a un lado; una manchita allá al fondo; añaden esto,
supri. meo aquello; hacen de esta pintura algo distinto y en cierto modo nuevo.
Pero, se darán ustedes cuenta, su novedad será distinta de la que emerge del
reemplazo. El patrón entra en la sala de estar tras su desayuno, se sienta
frente a la chimenea, y contempla lo que debería ser un nuevo cuadro. ¿Qué es
lo que ve? A buen seguro no lo que ya ha visto. Pero no parece completamente...
Aquí debemos ser muy comprensivos hacia este hombre estúpido, ya que podemos
ver casi los circuitos de su cerebro intentando comprender. Los circuitos
dicen: "Si, es un nuevo cuadro, no es el mismo que ayer; pero al mismo
tiempo es el mismo, creo, siento como una profunda intuición... tengo la
sensación de que ya he visto esta escena. Pero me parece que debería haber un
árbol ahí, y no hay nada". Si extrapolamos ahora a partir de la confusión
perceptual y mental de este hombre para llegar a mi proposición teórica sobre
el cambio lateral, comprenderán entonces lo que quiero decir; y quizá puedan
ustedes comprender en una cierta medida que si eso de lo que hablo es posible
que no exista -si mi concepto puede resultar ficticio-, si podría al menos
existir. Desde el punto de vista intelectual, no se contradice a sí mismo.
En tanto que autor de
ciencia ficción, gravito hacia tales ideas aquellos que trabajan en el género
conocen por supuesto esta hipótesis bajo el nombre de universos paralelos.
Algunos de ustedes saben, estoy seguro de ello, que mi novela El hombre
en el castillo utiliza este tema. En esta novela hay un mundo paralelo
en el cual Alemania Japón e Italia ganaron la Segunda Guerra Mundial. En un
momento determinado, uno de los protagonistas, el señor Tagomi, es transportado
a nuestro mundo, aquel en el cual las fuerzas del Eje perdieron. Permanece en
nuestro universo un lapso de tiempo muy breve, luego se ve proyectado a su
punto de partida, aterrorizado, inmediatamente después de darse cuenta de lo
que ha ocurrido... y evitará volver a pensar en ello ya que todo ha sido para
él una experiencia profundamente desagradable. Como japonés, este encuentro ha
sido con un universo peor que su mundo cotidiano. Para un judío, y por razones
evidentes, el nuevo mundo sería infinitamente mejor. En El hombre en el
castillo no explico realmente por qué o cómo el señor Tagomi se ha
deslizado a nuestro universo; simplemente, se sentó en un parque y estudió
atentamente una joya moderna hecha a mano, con un diseño abstracto. Concentró
fuertemente su atención y cuando alzó de nuevo los ojos se hallaba en otro
universo. Si no doy ninguna explicación a este acontecimiento es porque no
tengo ninguna solución, y desafío a cualquiera, escritor, lector o crítico, a
que den una. No puede existir ninguna por la simple razón de que todos sabemos
muy bien que un tal concepto es tan solo una premisa de ficción; ninguna
persona mentalmente sana pretenderá ni siquiera por un instante que una
fantasía así pueda existir en la realidad. Pero pretendemos lo contrario por el
simple placer del juego. Entonces, si los mundos paralelos existen, ¿cómo están
conectados, si se descubre que están realmente conectados los unos a los otros?
Si se trazara un mapa de estos universos, mostrando su localización, ¿a qué se
parecería ese mapa? Por ejemplo (pienso que es una cuestión muy importante):
¿acaso están absolutamente desgajados los unos de los otros, o acaso se
superponen? Porque, si existe superposición, entonces problemas tales como
"¿Dónde existen?" y "¿Cómo se pasa del uno al otro? Admitirían
posibles soluciones. Yo digo simplemente que si estos universos existen, si se
superponen realmente, es posible que vivamos verdaderamente, literalmente, en
varios mundos a la vez, en grados distintos, a cada momento del tiempo. Y
aunque nos veamos los unos a los otros viviendo, caminando, hablando, algunos
de nosotros quizá habiten porciones relativamente más grandes de lo que se
podría por ejemplo llamar el Universo núm. 1; algunos otros de entre nosotros
vivirían entonces una mayor porción del universo núm. 2, la pista núm. 2 si
ustedes quieren, y así sucesivamente, y no serían simplemente nuestras
impresiones subjetivas del mundo las que diferirían, sino que habría una
mezcla, una superposición de varios mundos dando como consecuencia diferencias
objetivas y no subjetivas. Las diferencias entre nuestras percepciones serían
la resultante de este estado de hecho. Añadiré esta fascinante proposición:
puede que algunos de estos mundos superpuestos se hallen en trance de morir, de
remontar el eje lateral del que hablaba, mientras que otros se dirigen hacia
zonas de mayor realidad. Estos cambios tendrían lugar simultáneamente fuera del
tiempo lineal. Estamos hablando aquí de un proceso que es una transformación,
una especie de Metamorfosis. Rematada de forma invisible pero muy real. Y muy
interesante. Si contempláramos esta posibilidad de una disposición lateral de
los mundos, de una pluralidad de Tierras superpuestas, a lo largo de un eje de
unión por el que alguien pudiera desplazarse -o por el que alguien pudiera
viajar misteriosamente de peor a aceptable, a bueno, a excelente-, si la
describiéramos en términos teológicos, quizá podríamos decir que comprendemos
de pronto las afirmaciones elípticas de Cristo sobre el Reino de Dios, en
particular sobre su localización. Parece haber dado respuestas contradictorias
y turbadoras. Pero supongamos por un instante que la causa de nuestra
perplejidad no se halla en un deseo cualquiera por su parte de sorprender o de
disimular, sino en el carácter inadecuado de la cuestión. "Mi reino no es
de este mundo, mi reino está en vosotros", o "está entre
vosotros", estas son las palabras que se le atribuyen. Les planteo una
idea que yo encuentro personalmente excitante: ¿acaso no rondaba por su cabeza
la misma idea que yo presento como el eje lateral de los reinos superpuestos,
que contienen entre ellos la paleta de aspectos que van de la indecible maldad
hasta lo más maravilloso? Lo que Cristo repitió constantemente es que había varios
reinos objetivos, unidos entre sí de alguna forma, hacia los cuales podría
constituirse un puente por los vivos... no por los muertos; y también que el
reino más maravilloso de todos era esta tierra de los justos sobre la cual
reinaba El o Dios, o los dos juntos. No habló solamente de las distintas formas
de ver el mundo a través de la subjetividad; su reino estaba y está aún en otro
lugar, el extremo opuesto de un continuum cuyo punto de partida es la
esclavitud y el sufrimiento absolutos. Su misión era enseñar a sus discípulos
el secreto del paso entre los mundos ortogonales. No se contentó con informar
de lo que había allá abajo. Transmitió el método que permitía ir hasta allí.
El secreto se perdió,
y es una tragedia. El enemigo, la autoridad romana, lo destruyó. Por eso no lo
poseemos nosotros. Pero quizá podamos volver a encontrarlo, puesto que sabemos
que tal secreto existe. Todo esto explicaría las contradicciones aparentes
sobre la cuestión de saber si el Reino de los Justos se establecerá algún día
sobre la tierra o si es un lugar, un estado, hacia el cual vamos después de la
muerte. No es necesario que les diga lo fundamental -en tanto que no resuelta
que ha sido esta cuestión durante toda la historia de la cristiandad. Tanto
Cristo como San Pablo parecen decir con insistencia que las legiones divinas
aparecerán de repente en nuestro mundo y durante nuestra duración. Tras algunas
peripecias excitantes mil años de paraíso, se establecerá inmediatamente un
reino legitimó... al menos para aquellos que han cumplido con su deber, que han
llevado su carga y más generalmente se han dedicado a los demás... Aquellos que
no se han dormido, como precisa una parábola. El Nuevo Testamento nos insta-
constantemente a estar atentos, nos dice que para un cristiano cada día es el
día, y que siempre estará la luz que le permitirá ver el acontecimiento cuando
llegue el tiempo. Ver el acontecimiento. ¿Acaso no implica eso el que aquellos
que duermen o están ciegos o no permanecen atentos no podrán ver nada de lo que
llegue? Comprendan el significado de estas nociones. El Reino aparecerá aquí de
pronto (esto es precisado siempre); aquellos que posean la verdadera fe lo
verán, porque para ellos siempre es de día, pero los otros... lo que parece
expresado aquí es el paradójico y cautivador pensamiento (escuchen bien esto y
reflexionen sobre ello) de que aunque el Reino existiera entre nosotros,
aquellos que no forman parte de él no lo verán. En términos más modernos,
propongo la idea de que algunos de entre nosotros emprenderán el viaje
ortogonal hacia un mundo mejor, mientras que otros permanecerán fijos en el eje
lateral, y así para ellos no llegará el día sobre su mundo paralelo. Y sin
embargo, sí vendrá en el nuestro. De modo que todo puede ser y no ser al mismo
tiempo. Es algo muy sorprendente.
¿Preguntan ustedes
ahora cuál es el acontecimiento que señala el establecimiento o el
restablecimiento del Reino? Por supuesto, no puede ser otra cosa más que la
Parusía, el regreso del Rey. Si se sigue mi razonamiento sobre la existencia de
mundos apilados sobre un eje lateral, se puede razonar así: "La segunda
Resurrección no ha tenido evidentemente lugar todavía... al menos sobre esta
pista, en este universo". Pero entonces es lógico especular: Quizá esto ya
ha ocurrido sobre otra pista, en medio de todas las demás. De hecho, quizá esto
ha ocurrido exactamente como queda estipulado en el Nuevo Testamento: durante
la existencia de aquellos que vivían en la era apostólica». Me gusta este
concepto. Qué idea para una novela, una Tierra paralela en la cual tuvo lugar
la Parusía. Digamos hacia el año 70; o más bien durante la Edad Media... ¿por
qué no durante las Cruzadas cátaras? ¡Qué hermoso tema para una novela sobre
los mundos paralelos! El protagonista es transportado de nuestro universo en el
cual no ha tenido lugar la Segunda Resurrección, o no se ha hallado su lugar, y
se encuentra en un mundo donde el acontecimiento ocurrió hace siglos.
Han seguido ustedes
mis conjeturas, y se dan cuenta tan bien como yo de la posibilidad de que
exista un número indefinido de mundos superpuestos. Quizá algunos vivamos en
uno, otros en otro, otros aún en otro diferente, y todo acontecimiento de una
pista no pueda ser percibido por los habitantes de otra pista. Entonces voy a
decir lo que siento deseos de decir, y eso será bastante. Creo haber captado un
día una pista en la cual el Salvador había vuelto. Pero fue una experiencia muy
rápida. Ahora ya no existo en ese mundo. Ni siquiera estoy seguro de haber
estado jamás en él. Con toda seguridad es probable que no vuelva nunca allá.
Llevo el luto de esa pérdida, pero sigue siendo una pérdida; de alguna forma
hice un movimiento lateral y después volví a caer, y había desaparecido. Una
montaña desvanecida un torrente. El sonido de campanas. Todo eso desapareció
para mí, completamente.
Tanto en mis relatos
como en mis novelas, hablo a menudo de mundos trucados, de universos
semirreales, de pequeños mundos privados y locos que a menudo son habitados por
una sola persona mientras que los demás personajes permanecen en su propio
campo hasta el final o son aspirados a uno de los mundos extraños. Este tema es
constante en la totalidad de mis veintiséis años de escritor. Durante todo este
tiempo jamás he conseguido una explicación teórica consciente de mi interés
hacia los pseudomundos pluriformes. Pero ahora creo comprender. Presentía la
multitud de las realidades parcialmente formadas que rozaban aquella que
nosotros llamamos real. Aquella que, por un consenso de la mayoría de entre
nosotros, compartimos.
Al principio presumía
que las diferencias entre estos mundos provenían tan solo de la subjetividad de
los diversos puntos de vista, pero no necesité mucho tiempo para preguntarme si
no había más que eso... si de hecho las realidades plurales no se superponían
las unas a las otras como una serie de diapositivas. Lo que aún no comprendo es
como una realidad entre la totalidad se actualiza a expensas de las demás. ¿O
quizá no lo hace? ¿O quizá depende del hecho de que un número suficientemente
grande de gente comparte el mismo punto de vista? Pero probablemente el mundo
matriz, aquel que contiene el verdadero núcleo de la existencia, ya no debe
estar determinado por el Programador. El (o "lo") articula -imprime,
si puede expresarse así, la elección de las matrices y les da su sustancia. El
corazón o la esencia de la realidad qué la recibirá, qué la esperará, y hasta
qué punto-, he aquí el proyecto del Programador; selecciona y selecciona en el
trayecto de su creatividad, de la construcción de los mundos que parece ser su
tarea. Quizá intente resolver un problema, y nosotros formemos parte del
proceso de resolución.
Creo que la metáfora
del ajedrez podría servirnos mucho para comprender cómo puede hacerse -de hecho
debe hacerse- la reprogramación de las variables a lo largo del eje temporal
que conduce a la solución del problema. Frente al Programador/reprogramador se
alza una contraentidad, lo que Joseph Campbell denomina el oscuro adversario.
Dios, el Programador, no hace sus jugadas contra la materia inerte; debe enfrentarse
a un enemigo astuto. Imaginemos que sobre el tablero de ajedrez -nuestro
universo espacio temporal el oscuro adversario ha efectuado su jugada; pone en
acción una realidad. Como sea que él es el jugador maléfico, su deseo se
orienta hacia lo que nosotros llamamos el mal: la degenerescencia, el poder de
la mentira, la muerte y todas las formas de podredumbre, la prisión de las
fuerzas inmutables de la causa y del efecto. Pero el Programador ha efectuado
ya su respuesta; los movimientos de sus piezas ya se han pro. aducido. Lo que
nosotros percibimos como acontecimientos históricos, el proceso de impresión,
pasa por etapas de relaciones dialécticas, de tesis y de antítesis, mientras
las fuerzas de los dos jugadores se enfrentan. Así se le presenta una síntesis
al oscuro adversario, pero al mismo tiempo eso no es completamente cierto
puesto que nuestro gran abo. godo ha seleccionado por anticipado variables
cuyas sucesivas alteraciones le conducirán a la victoria. A cada secuencia que
gana se lleva consigo a aquellos de nosotros que participaban en la batalla. Es
por eso por lo que la gente reza de una forma instintiva: Libera me Domine, lo
que puede decodificarse así: "extírpame, Programador, inclúyeme en el
triunfo de tus sucesivas victorias. Llévame contigo a lo largo del eje lateral
a fin de que no quede abandonado". Lo que quiere decir "ser
abandonado" es permanecer bajo la jurisdicción del poder maligno, o caer
bajo sus garras. Pero esta fuerza demoníaca, pese a todas sus artimañas, ha
perdido ya la guerra, aunque gane una batalla, ya que de un cierto modo el
adversario es ciego y el Programador posee así una ventaja.
El gran filósofo
árabe medieval Avicena escribía que Dios no ve el tiempo como nosotros; es
decir que para él no existe el pasado, el presente o el futuro. Supongamos
ahora que Avicena tiene razón, imaginamos una situación en la cual Dios, desde
su punto de contemplación superior, decide intervenir en nuestro mundo espacio
temporal; es decir, sale de su Reino fuera del tiempo para echar un vistazo a
la historia humana. Si para él no existe más que una realidad omnipresente,
puede penetrar del mismo modo en lo que para nosotros es el pasado como en lo
que para nosotros parece ser el presente o el futuro. Esto es exactamente
similar a la posición de un jugador de ajedrez que observa el tablero; puede
mover cualquiera de las piezas que desee.
Si seguimos el
razonamiento de Avicena, podemos decir que Dios, en su deseo de desencadenar la
Parusía, no necesita limitar este acontecimiento a nuestro presente o a nuestro
futuro; puede cambiar el pasado de nuestra historia; puede hacer de modo que
todo haya ya ocurrido. Y esto sería cierto con relación a no importa cuál
cambio que deseara efectuar, tanto los grandes como los pequeños. Supongamos por
ejemplo que una peripecia del año 1970 no coincide con lo que Dios ha previsto.
Puede suprimirla o transformarla, mejorarla, puede hacer lo que quiera, incluso
partiendo de un punto precedente del tiempo lineal. He aquí su ventaja.
Presumo que tales
alteraciones, la creación o la selección de los calificados "presentes
paralelos", llegan constantemente; y el simple hecho de que podamos
comprender conceptualmente esta noción (considerarla como una idea) constituye
la primera etapa que conduce al descubrimiento del propio proceso. Pero dado
ser capaz de demostrar jamás realmente, probar científicamente, la existencia
de tales cambios laterales. Todo lo que probablemente obtendríamos como prueba
serían vestigios de recuerdos, impresiones fugaces, sueños, intuiciones
nebulosas que nos revelarían que había algo diferente... no antes sino ahora.
Buscaríamos a tientas el interruptor del cuarto de baño para descubrir que está
que siempre ha estado- en otro lugar distinto. Querríamos hallar la toma de
aire de nuestro coche allá donde no está... un reflejo dejado por un presente
anterior, aún activo a nivel subcortical. Soñaríamos con gente y con lugares
que jamás habríamos visto, y eso de forma tan clara como si los hubiéramos
conocido realmente. Pero no sabríamos qué hacer de estas sensaciones, ni
siquiera aunque nos tomáramos el tiempo de reflexionar sobre ellas.
Probablemente nos obsesionaría sin cesar una impresión muy clara, sin dejarnos
jamás explicación: la sensación acerada, absoluta, de que un día hicimos aquello
que estamos realizando ahora, que hemos vivido ya, por decirlo así, una
situación o un momento particular... ¿pero cómo podría ser llamado esto
"ya vivido", cuando tan solo hablamos del presente, y no del pasado?
Tendríamos la abrumadora impresión de revivir el presente, quizá en sus más
pequeños detalles, de escuchar las mismas palabras, de pronunciar las mismas
frases... Presumo que estas impresiones son válidas y significativas, y llegaré
incluso a decir que tajes sentimientos son el índice de que en un cierto punto
del pasado hubo una variable que cambió, fue reprogramada, y que así emergió un
mundo paralelo, halló su realidad reemplazando a uno precedente, y que de hecho
vivimos de nuevo exactamente esta porción particular del tiempo lineal. Una brecha,
un cambio, ha tenido lugar, pero no en nuestro presente... ha afectado a
nuestro pasado. Una tal transformación tendría por supuesto un extraño efecto
sobre las personas implicadas; se verían por así decir retrocedidas una o
varias casillas sobre el tablero del ajedrez que constituye su realidad. Esto
podría ocurrir un número indefinido de veces, afectar a un número de gente en
el tiempo donde serían programadas nuevas variables. Deberíamos revivir cada
programación sobre la línea consecuente del eje temporal; pero para el
Programador al que llamamos Dios... para él los resultados de la reprogramación
serían aparentes inmediatamente. Puesto que nosotros nos hallamos en el
interior del tiempo y él no. Esto es algo que podría explicar también la
impresión que tienen algunas personas de haber vivido vidas anteriores. Quizá
las hayan conocido, pero no en el pasado, no en vidas precedentes, sino más
bien en el presente. En lo que es quizá una sucesión infinitamente repetida de
presentes, somos como las agujas de un gran reloj barriendo eternamente el
mismo círculo, arrastrados todos sin saberlo, y sin embargo portadores de un
sordo conocimiento.
Puesto que al final
de cada enfrentamiento de la tesis y de la antítesis entre el oscuro adversario
y el Programador divino, emerge una nueva síntesis, puesto que cada vez puede
ser procreado un mundo paralelo, y puesto que concibo que a cada síntesis el
Programador consigue una victoria, cada nuevo mundo, cada vez, puede ser no
solamente una mejora sobre el mundo precedente, sino también un progreso sobre
todos aquellos que permanecen latentes. La nueva creación es mejor pero por
supuesto no perfecta... es decir final. Es simplemente un estadio mejorado en
el interior de un proceso. Veo claramente que el Programador utiliza
perpetuamente los universos anteriores como una gigantesca reserva para las
próximas síntesis; el universo anterior posee pues aspectos de caos, de anemia,
en relación con el cosmos que emerge de él. Así se produce, de una cierta forma
que nosotros no podemos percibir, el proceso sin fin de la secuencia de los
mundos paralelos que emergen y se vuelven reales: este proceso es negentrópico.
En mi novela Ubik,
propongo la noción de un movimiento sobre un eje entrópico retrógrado, en
términos de forma platónica más que en los aspectos habituales de degradación y
de regresión. Es posible que el movimiento hacia adelante normal a lo largo del
eje alejándose de la entropía, la acumulación en vez de la pérdida, sea
idéntico al eje que yo caracterizo como lateral, que llamo el tiempo ortogonal
en oposición al lineal. Si esto es exacto, Ubik contiene por
inadvertencia lo que podríamos llamar una idea más científica que filosófica.
Me permito aquí hacer suposiciones. Pero el autor de ficción puede que haya
escrito mucho más de lo que cree saber.
Lo que nos impide ver
la jerarquía de las formas que evolucionan a cada nueva síntesis es nuestra
ceguera a los mundos inferiores, no actualizados. Y este proceso de
interacción, que ve formarse continuamente de nuevo, anula a cada etapa lo que
existía anteriormente. A cada instante presente poseemos el pasado de dos modos
tan poco firmes el uno como el otro: retenemos las huellas externas y objetivas
del pasado fijadas en el presente; retenemos también nuestros recuerdos internos.
Pero ambos se hallan sujetos a las leyes de la imperfección, ya que simplemente
son fragmentos de realidad que recuerdan la forma intacta. Lo que guardamos de
ella tanto fuera como dentro no es pues más que señales inadecuadas para
guiarnos. Eso se halla implicado en la simple emergencia de lo realmente nuevo;
si es realmente nuevo, debe matar lo antiguo, la-forma-que-era-antes. Y muy
especialmente lo que no estaba aún completamente dispuesto.
Ahora tenemos necesidad de
localizar, de llevar al estrado de los testigos, a alguien que haya conseguido
de la manera que sea retener recuerdos de un presente distinto, las sensaciones
latentes de un mundo paralelo, de un lugar significativamente diferente al
nuestro, al que es real en este momento. Según mis hipótesis teóricas, estos
recuerdos fluidos serán muy seguramente los de un universo peor que este.
Puesto que no resulta razonable pensar que Dios, el Programador/reprogramador,
sustituiría una realidad por otra peor, ya sea en términos de libertad, de
belleza, de amor, de orden o de salud, sea cual sea la referencia que tomemos
para juzgarla. Cuando un mecánico repara su coche averiado, no lo destruye más
de lo que estaba; cuando un escritor compone una segunda versión de un libro,
intenta mejorarla, no degradarla. De una manera totalmente teórica, supongo que
se podría argumentar que Dios es quizá malo o está loco y que cada vez
sustituye sus mundos por otros peores que el anterior, pero francamente no
puedo tomar esta idea en serio. Pasemos de largo sin hablar más de ella.
Preguntémonos entonces: ¿alguien recuerda, aunque sea de una manera imprecisa,
una Tierra del año 1977 que fuera más terrible que esta? ¿Han visto nuestros
jóvenes, han soñado nuestros viejos en una tal ealidad? ¿Han soñado muy
exactamente esta pesadilla de un mundo de esclavitud y de maldad, de
prisioneros y de carceleros, de policía ubicua? Yo lo he hecho. Yo he hablado
de estos sueños novela tras novela, relato tras relato; para citar dos obras en
las cuales el presente anterior es particularmente poco atractivo: El
hombre en el castillo, y mi novela de 1974 sobre el Estado policial
americano, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía. Ahora voy a
exponerme francamente ante ustedes: he escrito estas dos novelas fundándome en
recuerdos residuales fragmentarios de un mundo reducido a una tal esclavitud
horrible... aunque quizá el término "mundo" esté mal escogido, y
debiera decir "los Estados Unidos", ya que en ambos libros escribía
sobre mi propio país.
En El hombre en el
castillo hay un novelista, Hawthorne Abendson, que ha descrito un
mundo paralelo en una novela donde Alemania, Italia y el Japón perdieron la
Segunda Guerra Mundial. Al final de El hombre en el castillo, una
mujer aparece en el porche y le dice a Abendson lo que este no sabía: que su
novela es cierta; que el Eje ha perdido realmente la guerra. La ironía de este
final Abendson que descubre que lo que él creía que era ficción surgida de su
mente es un hecho real-, la ironía es la siguiente: que mi propio trabajo
supuestamente ficticio, El hombre en el castillo, no es ficción...
o más bien es ficción tan solo ahora, gracias a Dios. Pero ha existido un mundo
paralelo, un presente anterior, en el cual esta pista temporal en particular se
hizo real... luego fue suprimida por una intervención en su pasado. Estoy
seguro de que mientras ustedes me están escuchando decir esto, no me creen
realmente; ni siquiera creen que yo crea en ello. Pero es cierto pese a todo;
he guardado el recuerdo de este otro mundo. Y es por ello por lo que lo
hallarán descrito de nuevo en el libro más reciente Fluyan mis
lágrimas, dijo el policía. El mundo de Fluyan mis lágrimas es
actual (o más bien fue actual), y lo recuerdo con detalle. No sé quién más más
compartirá este conocimiento. Quizá nadie. Quizá todos ustedes que están ahora
aquí han estado siempre en este universo. Pero yo no. En marzo de 1974, empecé
a recordar conscientemente, y no ya con mi subconsciente, este mundo de metal
oscuro, este estado policial sembrado de prisiones. Cuando volvió mi memoria,
no experimenté la necesidad de comunicarla a los demás porque se refería a un
universo que siempre había descrito. Mi sorpresa fue sin embargo terrible,
pueden imaginarla ustedes, al darme cuenta conscientemente y de pronto de que
era así. Pónganse en mi lugar. Novela tras novela, relato tras relato, durante
veinticinco años, había estado describiendo constantemente ese decorado, ese
paisaje terrible. En marzo de 1974 comprendí por qué mi escritura volvía
siempre a la toma de consciencia de ese mundo particular. Tenía buenas razones
para hacerlo. Mis novelas y mis relatos cortos eran autobiográficos, sin que yo
me diera cuenta conscientemente de ello. El retorno de mi memoria fue la
experiencia más extraordinaria de mi vida. Debería decir más bien de mis vidas,
puesto que he vivido al menos dos, una allá abajo y luego otra aquí, donde nos
hallamos en este momento.
Puedo incluso decirles lo que
despertó mis recuerdos. A finales de febrero de 1974, me administraron pentotal
sódico antes de extraerme una muela del juicio cariada. Más tarde aquel mismo
día, una vez vuelto a mi casa pero aún profundamente bajo la influencia del
medicamento, me vinieron los recuerdos en un relámpago tan breve como preciso. En
un instante abracé toda la visión, y casi tan aprisa ya la había rechazado...
rechazado pero no sin darme cuenta de que lo que había desterrado de mis
recuerdos profundos era auténtico. Entonces, a mediados de marzo, el cuerpo
entero, intacto, de mi memoria comenzó a regresar. Son ustedes libres de
creerme o no, pero les doy mi palabra de que no bromeo; esto es serio, y muy
importante. Estoy seguro de que aceptarán ustedes al menos que es incluso
sorprendente el que pueda proclamarles una tal experiencia. La gente pretende a
menudo recordar vidas anteriores; yo creo más bien recordar un presente muy,
muy diferente. No conozco a nadie que haya efectuado una declaración así antes
que yo, pero tengo la sospecha de que mi experiencia no es única; lo que quizá
sea único sea el hecho de que yo quiera hablar de ella.
Si me han seguido ustedes hasta
aquí, quizá acepten avanzar un poco más lejos conmigo. Querría compartir con
ustedes algo que encontré entre mis recuerdos vueltos a mí. En marzo de 1974
las variables reprogramadas se engranaron, y apareció el resultado de una
alteración de una o varias variables en el pasado... probablemente a finales de
los años cuarenta. Lo que ocurrió entre marzo y agosto de 1974 fue el resultado
del cambio de al menos una variable una treintena de años antes que desencadenó
un oleaje de fondo para culminar en lo que constituye un acontecimiento
histórico único, de una importancia espectacular: la expulsión de su cargo de
un presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, y de todos sus asociados.
En el mundo paralelo que recuerdo, el Movimiento por los derechos civiles, la
Facción para la paz de los años sesenta, había fracasado. Y por supuesto, Nixon
se mantenía en su sitio. La fuerza que se oponía a él (si realmente existía algo
que podía o hubiera podido hacerlo) no era bastante potente. Era necesario pues
que uno o varios factores tendentes a la destrucción de las fuerzas tiránicas
que se habían enquistado fueran introducidas retroactivamente para nosotros.
Treinta años más tarde, en 1977, la balanza se inclinó del otro lado. Examinen
el texto de Fluyan mis lágrimas, recordando lo que fue escrito en
1970 y publicado en los Estados Unidos en febrero de 1974; hagan el esfuerzo de
reconstruir la serie de los acontecimientos anteriores que hubieran podido
desembocar en el mundo descrito en el libro, tal como se desarrolla en nuestro
próximo futuro. Piensen también en lo que no habría tenido que llegar. Un tema
menor pero crítico ha sido rozado dos veces (creo) en Fluyan mis
lágrimas. Tiene que ver con Nixon. En el mundo futuro de Fluyan mis
lágrimas, en el terrible estado de esclavitud que existe y con toda
evidencia ha existido desde hace decenios, la gente recuerda a Richard Nixon
como un líder brillante y heroico... de hecho, se habla de él como del
"segundo hijo de Dios". Este indicio y muchos otros muestran
que Fluyan mis lágrimas no concierne a nuestro futuro sino al
de un mundo paralelo. En el momento en que se inicia Fluyan mis
lágrimas, los negros se han convertido en una rareza ecológica, protegidos
"como lo son los patos salvajes". En la novela se ven raramente
negros en las calles de los Estados Unidos, y sin embargo el año en que se
desarrolla no está situado más que a once años de aquí: en octubre de 1988.
Evidentemente, el genocidio fascista contra los negros comenzó en los Estados
Unidos de mi novela mucho antes de 1977; varios lectores me lo han hecho notar.
Uno de ellos me ha demostrado incluso que una lectura atenta de Fluyan
mis lágrimas muestra no solamente que la sociedad descrita no podía
per fenecer más que a un mundo paralelo, sino que misteriosamente también, al
final de la novela, el protagonista Felix Buckman parece haberse deslizado en
otro mundo, donde los negros no han sido sido exterminados. Al principio del
libro se precisa que una pareja de color no es autorizada por la ley a tener
más de un solo hijo; sin embargo, al final, el negro que trabaja en la
gasolinera abierta durante toda la noche saca con orgullo su cartera y le
muestra al jefe de policía Buckman las fotos de sus tres hijos. La forma
tranquila con que el negro muestra sus fotos a un completo desconocido indica
que por una razón tan extraña como inexplicada ya no es ilegal tener varios
hijos para una pareja de su raza. En cierto modo, exactamente igual que el
señor Tagomi cae por un instante en nuestro presente paralelo, el general
Buckman de Fluyan mis lágrimas ha hecho lo mismo. Resulta
también evidente en el texto cuándo y dónde se produce esto. Pasa exactamente
antes de que aparque su vehículo volante en la gasolinera nocturna y encuentre
-y de hecho se alegre de ello- al negro; el momento del cambio, aquel en el que
el mundo absolutamente represivo de la mayor parte del libro desaparece, se
sitúa durante el intervalo en que el general Buckman tiene un extraño sueño
sobre un hombre viejo de aspecto real llevando una lanosa barba blanca, vestido
con un manto suntuoso y un casco, y que avanza al frente de una procesión de
caballeros vestidos del mismo modo... este rey y sus caballeros paseándose en
el mundo real de granjas y de pastos donde el general Buckman había vivido
cuando niño. Creo que este sueño era la retranscripción gráfica en el espíritu
de Buckman de la transformación que se desarrollaba en el mundo objetivo; era
una especie de análogo interno a aquello que ocurría fuera de él en el mundo
entero.
Esto explica el cambio producido
en Buckman, el jefe de la policía transformado que se posa en la gasolinera,
dibuja un corazón atravesado por una flecha y se lo da al hombre de color en
prueba de amor. El Buckman de la gasolinera no es el que aparece en los
anteriores capítulos de la novela: la transformación es completa. Pero él no se
da cuenta de ello. Solo Jason Taverner, aquel que fue un día un célebre
presentador de televisión, para despertarse una mañana en un mundo que jamás
había oído hablar de él... solo Taverner, cuando su popularidad misteriosamente
desaparecida vuelve a él, comprende que existen varias realidades paralelas dos
para una lectura rápida, al menos tres si se estudia cuidadosamente la
conclusión-, solo Jason Taverner recuerda. Este es el tema del libro: una
mañana Jason Taverner, actor de televisión y cantante popular, se despierta en
un sórdido hotel lleno de pulgas y se da cuenta de que sus documentos de
identidad han desaparecido; más grave aún, descubre que nadie le conoce... por
alguna razón misteriosa toda la población de los Estados Unidos ha olvidado
completa y colectivamente en un instante de tiempo lineal a un hombre cuyo
rostro aparecía en la portada del Times y debería ser instantáneamente
reconocido por todos los lectores. Digo en este libro: "Toda la población
de un gran país, amplio como un continente, puede despertar una mañana y haber
olvidado completamente una cosa que antes conocían todos; nadie extrae de ello
ninguna lección". En la novela es un artista conocido a quien han
olvidado; lo cual en realidad no tiene importancia más que para esa vedette o
antigua vedette en particular. Pero mi hipótesis presentada aquí en una forma
enmascarada es que si un país entero puede en una sola noche olvidar algo que
conoce, puede también olvidar otras, más importantes; cosas terriblemente
importantes. Hablo de una crisis de amnesia que afectara a millones de
personas; recuerdos trucados que serían implantados. El tema de los recuerdos
artificiales es un hilo constante que enlaza mis escritos a través de los años.
Lo cual puede aplicarse también a Van Vogt. Y sin embargo, ¿puede considerarse
esto como una posibilidad digna de atención, algo que podría realmente ocurrir?
¿Quién de entre nosotros se ha preguntado eso? Yo no lo he hecho nunca antes de
marzo de 1974; me incluyo en esta pregunta.
Recordarán ustedes que cuando el
general Buckman se desliza en un mundo mejor, cambia interiormente, de una
forma que corresponde a las cualidades del nuevo lugar, más justo, más acogedor
en el cual la tiranía de la policía ha comenzado ya a desvanecerse como una
pesadilla cuando el durmiente despierta. En marzo de 1974 cuando encontré de
nuevo mis recuerdos olvidados (un proceso llamado en griego anamnesis, lo cual
quiere decir literalmente la pérdida del olvido más que el simple acto de
recordar)... cuando estos recuerdos penetraron de nuevo en mi consciencia, como
en la del general Buckman, mi personalidad se transformó. De una forma fundamental
y sutil. Era yo, y sin embargo ya no era yo. Me di cuenta de ello sobre todo
por detalles ínfimos: elementos de los que hubiera debido recordarme pero que
se me escapaban; otros que yo recordaba (¡y qué elementos!) pero que no hubiera
debido. Con toda evidencia eran los relentes de mi personalidad de lo que
llamaré la pista A. Quizá estén ustedes interesados por uno de los aspectos más
sorprendentes de mis recuerdos reencontrados. En el presente anterior, en la
pista A, el cristianismo era ilegal, como dos mil años antes, en su nacimiento.
Se lo consideraba subversivo y revolucionario... y déjenme añadir que esta
apreciación de las autoridades policiales era correcta. Tras el retorno de mis
recuerdos, pasé casi dos semanas desembarazándome de la aplastante impresión de
que debía velar con un secreto absoluto toda referencia a Cristo, todo acto
sacerdotal. Históricamente, esto coincide con la estructura de una toma del
poder fascista, particularmente la de tipo nazi. Ya lo han hecho con el cristianismo.
Y si hubieran ganado la guerra, esta habría sido seguramente su política en la
parte de los Estados Unidos que hubieran controlado. Los testigos de Jehová,
por ejemplo, fueron pasados por las cámaras de gas por los nazis al mismo
tiempo que los judíos y los gitanos; habían sido puestos a la cabecera de la
lista. Y en ese otro Estado moderno totalitario, quiero decir en la URSS, son
barridos por la misma razón y sus miembros son perseguidos. Los tres grandes
Estados tiránicos de la historia, aquellos que diezmaron su población
cristiana-Roma, el Tercer Reich y la URSS- son, desde un punto de vista
objetivo, tres manifestaciones de una única matriz. Las propias creencias
personales de ustedes respecto a la religión no importan aquí; hablo de un
hecho histórico, y les ruego pues que reflexionen objetivamente sobre lo que
significa mi terrible miedo ante las confesiones de fe y los ritos cristianos.
Nos da un indicio decisivo sobre la sociedad de la pista A. Nos dice lo
radicalmente diferente que era. Si ustedes me han seguido, me gustaría que
aceptaran también otras revelaciones procedentes de mi memoria abierta por el
pentotal sódico: era una prisión; era horrible; la barrimos, del mismo modo que
barrimos la tiranía de Nixon, pero era mucho más cruel, de una forma indecible;
hubo una gran batalla y muchas pérdidas de vidas humanas. Déjenme añadir aún
otro hecho que quizá sea muy importante pero que me interesa de todos modos.
Fue en febrero de 1974 cuando mis recuerdos bloqueados de la pista A
regresaron, y fue en febrero de 1974 cuando Fluyan mis lágrimas fue
finalmente publicada en los Estados Unidos tras dos años de espera. Todo pasaba
como si la publicación del libro, tanto tiempo retrasada, significará en un
cierto sentido que yo tenía derecho a recordar. Y que hasta entonces era mejor
para mí permanecer en el olvido. Por qué debía ser así es algo que no sé, pero
tengo la impresión de que los recuerdos debían permanecer ocultos para
preservar la creencia del autor en el carácter ficticio de su obra hasta que
esta hubiera sido publicada. De otro modo quizá me hubiera detenido y de este
modo hubiera interferido con la eficiencia de estos libros... de cualquier
efecto que tuvieran o pudieran tener. Ni siquiera pretendo haber premeditado
esta eficacia; quizá ni siquiera tenía ninguna en absoluto. Pero en el caso en
que hubiera tenido algún efecto-remarco la expresión "en el caso este
hubiera sido seguramente el de despertar los recuerdos subliminales de los
lectores para hacerlos remontar a una vida crepuscular..." no hacerles
recordar conscientemente, no como yo hacerles estallar a la consciencia, pero
sí ayudarles al recuerdo sordo y profundo, en los abismos de sus inconscientes,
de lo que es una tiranía policial y de la necesidad vital de desembarazarse de
ella ahora o mañana, en no importa qué lugar y para siempre. En agosto, cinco
meses más tarde, las intervenciones en el presente conocieron el éxito, aunque
quizá fueran destinadas más bien a afectar un continuum futuro que al nuestro.
Como he dicho ya al principio, las ideas parecen poseer una vida autónoma; se
diría que aferrar a la gente y la utilizan. La idea que me aferró a mí hace
veintisiete años, y que nunca me ha soltado, es esta: toda sociedad en la que
la gente interfiere con la vida privada de los demás no es una buena sociedad;
todo Estado en el que el Gobierno "sabe más que usted", como el
de Fluyan mis lágrimas, es un Estado que debe ser derribado. Ya sea
una teocracia, un Estado corporativo fascista, o un capitalismo monopolista
reaccionario, o incluso un socialismo centralizante... no tiene importancia. Y
no digo simplemente "esto puede llegar a ocurrir aquí" (Estados
Unidos), sino más bien "ha ocurrido aquí. Lo recuerdo. Yo he sido uno de
los cristianos rebeldes que han luchado y han ayudado en una cierta medida a
romper la tiranía". Y me siento muy orgulloso de ello: orgulloso de ese yo
mismo de la pista temporal A. Pero, desgraciadamente, hay una oscura mancha que
arroja su sombra sobre mi orgullo ante el trabajo realizado allá abajo. Creo que
en este mundo anterior yo no he vivido más allá de marzo de 1974. He caído,
víctima de una trampa de la policía, de una emboscada, de una redada.
Afortunadamente, en este mundo que llamaré la pista B, y que es aquel en el que
vivimos, he tenido más suerte. Pero hemos luchado aquí en esta línea de vida
contra una tiranía mucho más benigna, mucho más estúpida. O quizá hemos tenido
ayuda: el cambio de las variables históricas en nuestro pasado ha venido en
nuestra ayuda. Algunas veces pienso (y es por supuesto para especulación, un
fantasma feliz de mi alma) que puesto que hemos luchado allá abajo-puesto que
lo hemos intentado, valerosamente-, a nosotros, que nos hemos visto
indirectamente implicados, se nos ha dejado continuar viviendo aquí, pasado el
punto terminal que había visto nuestra caída en ese otro mundo más duro. Este
fue el efecto de una especie de bondad milagrosa.
Este don gratuito me sirve para
delimitar algunos aspectos del Programador. Me permite comprenderlo según su
comportamiento. Creo que no podremos saber lo que es, pero sí podemos sentir
los efectos de su presencia y podemos preguntarnos: "¿A qué se
parece?" No "¿Quién es?", sino más bien "¿Cómo es?" En
primer lugar y sobre todo lo demás controla los objetos, los procesos y los
acontecimientos de nuestro espacio/tiempo. Para nosotros este es el aspecto
principal, aunque debe poseer intrínsecamente caracteres de una grandeza más
vasta que nos concierne menos. He hablado de mí en tanto que variable
reprogramada, y lo he descrito como el Programador/reprogramador. Durante un
corto período de marzo de 1974, en el momento en que fui resintetizado,
comprendí a través de mis sentidos-es decir de una forma externa-que él estaba
ahí. En aquel momento no sabía lo que veía. Aquello se parecía a la energía
plasmática. Tenía colores. Se movía rápidamente, ocupado en reunirse y en
dispersarse. Pero lo que era aquello, lo que era él... ni siquiera ahora estoy
seguro de ello, puedo solamente decirles que había simulado los objetos
habituales y su proceso a fin de copiarlos de una forma tan perfecta que era
invisible en medio de ellos. Aquellos que siguen el culto Veda dirían que era
el fuego en el interior del sílex, la hoja en el estuche de la navaja.
Investigaciones posteriores me mostraron que en términos de experiencias
culturales grupales, el hombre de Brahma es uno de los que ha recibido esta
entidad omnipresente e inmanente. Cito un fragmento de un poema americano de
Emerson que describe perfectamente mi experiencia:
Aquellos que me excluyen se
equivocan;
puesto que cuando vuelan yo soy
las alas.
Yo soy el dolor y la duda,
y el himno que canta el brahmán.
Quiero decir con eso que durante
un tiempo muy breve -que ha durado algunas horas o quizá un día- no vi otra
cosa más que al Programador. Todos los objetos que constituyen nuestro mundo
pluriforme eran segmentos o porciones de segmento de su ser. Algunos estaban
inmóviles, pero muchos se movían como porciones de un organismo en trance de
respirar, de inhalar, de crecer, de cambiar, de evolucionar hacia un estado
final que había elegido para sí mismo en su sabiduría absoluta. Lo sentí como
autocreador no dependiendo de nada excepto de sí mismo, porque simplemente no
había nada excepto sí mismo. Mientras yo veía todo esto, sentía profundamente
que todos los años de mi vida me habían dejado ciego; recuerdo haberle dicho a
mi mujer, una y otra vez: a ¡He recuperado la vista! Puedo ver de nuevo». Me
parecía que hasta entonces no había hecho más que intentar adivinar la
verdadera naturaleza de lo real. Comprendía que no acababa de adquirir una
nueva facultad de percepción, sino más bien que había reencontrado una antigua.
Durante un día me fue dado el ver como todos podíamos hace millones de años.
¿Cómo habíamos podido perder esta visión, este ojo superior? Los rastros
morfológicos debían estar aún ahí en nosotros, latentes; no hubiera podido
hacer otra cosa más que reencontrarla en algún u otro momento. Esto aún me
intriga. ¿Cómo es que durante cuarenta y seis años haya podido pasar mi tiempo
adivinando oscuramente la naturaleza del mundo, y que de pronto me haya sido
devuelta la vista para verme inmediatamente retirada y encontrarme de nuevo en
mi casi ceguera? El intervalo de mi visión coincide evidentemente con la
intervención del Programador. Se había adelantado y se me había aparecido
palpable, vivo, atento, hecho de materia terrestre; había salido de su
escondite. Se dice que las religiones cristiana, judaica, e islámica, son
cultos revelados. Nuestro Dios es el Deus absconditus: el Dios oculto. ¿Pero
por qué? ¿Por qué es necesario que seamos engañados respecto a la naturaleza de
la realidad? ¿Por qué se halla camuflado en una pluralidad de objetos
heteróclitos y ha disfrazado sus movimientos en una serie de procesos debidos
al azar? Todos los cambios, todas las permutaciones de la realidad que vemos
son expresiones del desarrollo decidido de esta simple, esta única entelequia;
es una planta, una flor, una rosa abriéndose. Es la zumbante colmena. Es la
música, un canto. Evidentemente he visto al Programador bajo su verdadero
aspecto, tal como se comporta realmente, solo porque él tomó mi cuerpo para
reconstruirlo, y es por ello por lo que afirmo "sé por qué lo he
visto", pero no puedo decir "sé por qué ya no lo veo ahora, ni por
qué los otros no tienen esta visión". Vagamos colectivamente en una
especie de holograma láser, criaturas reales en un mundo manufacturado, una
escena sobre la cual se hallan instalados artificios y criaturas en medio de
los cuales se desliza un espíritu decidido a permanecer desconocido.
Un artículo periodístico sobre
este tema podría titularse: UN AUTOR PRETENDE HABER VISTO A DIOS PERO NO PUEDE
EXPLICAR LO QUE HA VISTO. Si considero el término que utilizó para designarlo:
el Programador y el reprogramador... quizá pueda hallar un inicio de respuesta.
Lo llamo así porque esto es lo que le he visto hacer: habla programado ya antes
las vidas de este mundo, pero estaba cambiando uno o varios factores
capitales... todo ello a fin de completar una estructura o un proyecto. Razono
de esta forma: un sabio que hace funcionar un cerebro electrónico deforma,
tara, perjudica la finalidad de sus cálculos dejándose introducir como un
factor más en sus computaciones. Un etnólo contamina sus descubrimientos
participando en la cultura que estudia. Eso quiere decir que algunas veces, en
algunos proyectos, es esencial que el observador se excluya de lo que observa.
No hay nada malo en ello, no hay ningún siniestro engaño. Es simplemente
necesario. Si hemos sido transportados realmente de forma colectiva a lo largo
de un camino trazado hacia un desarrollo deseado, la entidad responsable de
nuestro movimiento sobre esas líneas, esta entidad que no solamente desea este
logro sino que lo exige... no debe penetrar en su proyecto de forma palpable
bajo pena de verlo abortar. Debemos pues dirigir nuestra atención no hacia el
Programador sino hacia los acontecimientos programados. Incluso si él permanece
escondido, esos acontecimientos se nos aparecerán, nosotros formamos parte de
ellos... somos de hecho los instrumentos que permiten que el proyecto llegue a
su final.
No hay ninguna duda en mi
espíritu respecto al propósito más vasto e histórico de la transformación que
pagó unos dividendos tan espectaculares y gloriosos en 1974. En este momento
estoy escribiendo una novela al respecto; se llama SIVAINVI, y
estas letras son las siglas de "Sistema de Vasta Inteligencia Viva".
En la novela, un investigador del gobierno, muy dotado pero un poco loco,
formula una hipótesis que declara que existe en alguna parte en nuestro mundo
un organismo imitador de una gran inteligencia; reproduce tan bien los objetos
naturales y su proceso que los humanos no perciben jamás su existencia. Cuando
por azar y debido a circunstancias excepcionales un humano lo percibe, le llama
simplemente "Di os", y no intenta ir más lejos. En mi libro, de todos
modos, el investigador está determinado a tratar a la gigantesca entidad
imitadora del mismo modo como un sabio trataría no importa qué otra cosa que
tuviera que observar. Hay por supuesto un problema; según su propia hipótesis,
le es imposible detectar al ser... una experiencia muy frustrante para él.
Pero introduzco también en mi
obra a otra persona, desconocida de la primera; ha conocido experiencias
extrañas sobre las que no tiene ninguna teoría. De hecho, ha encontrado a
Sivainvi, que está reprogramándola. Es esta última persona, que no es un sabio,
con la que me identifico porque es, como yo, la que empieza a reencontrar
recuerdos olvidados de otro mundo, cosa que no puede explicar. Y no tiene ninguna
teoría. Ninguna.
En la novela, aparezco yo mismo
como personaje, bajo mi propio nombre. Soy un escritor de ciencia ficción que
ha aceptado un sustancioso anticipo para un futuro libro y que debe ahora
terminar la novela antes de una fecha fijada. En el libro conozco a los dos
hombres, Houston Paige, el investigador del gobierno con su teoría, y Nicholas
Brady, que sufre las indescriptibles experiencias. Empiezo a servirme del
material aportado por los dos personajes. Mi finalidad es simplemente llegar a
terminar mi obra en el tiempo señalado por el contrato. Pero, mientras continúo
escribiendo sobre la teoría de Houston Paige y sobre las experiencias de
Nicholas Brady, me doy cuenta poco a poco de que todas las piezas encajan las
unas en las otras. Así tengo en mis manos, en la novela, tanto la llave como la
cerradura, y soy el único en poder hacerlo.
Seguramente se darán ustedes
cuenta de que es inevitable el que en uno u otro momento Houston Page y
Nicholas Brady se encuentren. Pero esta entrevista tiene un efecto extraño
sobre Houston Paige, el teórico. Cuando obtiene la confirmación de su teoría
Paige sufre los efectos de una crisis psicótica completa. Podía imaginar, pero
no podía creer. La teoría ingeniosa se halla disociada en su cabeza de la realidad.
Y es una intuición en la cual creo firmemente: muchos entre nosotros creen en
Sivainvi o en Dios o en Brahma o en el Programador, pero si alguna vez lo
encontráramos realmente, no podríamos soportarlo. Seria como un niño vuelto
loco por Papá Noel. Habría podido soportar la espera y la esperanza, habría
podido rezar, habría podido desear habría podido suponer, imaginar e incluso
creer; pero la manifestación real... es demasiado para nuestros minúsculos
circuitos. Y sin embargo, el niño crece, y he aquí el hombre. Y los circuitos
crecen también. ¿Pero puede uno recordar un mundo diferente y rechazado? ¿Puede
uno percibir el gran espíritu lleno de proyectos que consigue esta abolición,
que llega a desenredar los hilos del mal?
Una cosa que me gustaría que
supieran ustedes es que me doy cuenta de lo que afirmo. Pretendo haber
desenterrado los recuerdos escondidos de un presente anterior y-haber captado
al agente responsable de esta alteración... estas afirmaciones no pueden ser
probadas ni siquiera presentadas de modo que parezcan racionales. He pasado más
de tres años esperando el momento en el que pueda hablar a alguien que no sea
un amigo muy íntimo de las experiencias que se iniciaron en el equinoccio de
primavera de 1974. Una de las razones que me motivan a hablar finalmente en
público, a hacer mis declaraciones al descubierto, es un reciente encuentro con
una mujer,~que se parece a la experiencia de Hawthorne Abendson en El
hombre en el castillo con Juliana Frink. Juliana ha leído el libro de
Abendson sobre el mundo donde las fuerzas del Eje han perdido la guerra, y se
siente obligada a revelarle lo que ella comprende del mismo. Esta escena final
de El hombre en el castillo fue creo la fuente de un encuentro
similar en mi historia más reciente La fe de nuestros padres, donde la hija
Tania llega y desvela a los protagonistas la situación real... es decir que la
mayor parte de su mundo es ilusorio, y que esta ilusión es deliberada. Durante
varios años he tenido la sensación, creciendo en mi como una planta, de que un
día una mujer completamente desconocida me contactaría, me diría que tiene
informaciones que proporcionarme, aparecería inmediatamente a mi puerta, como
Juliana apareció en la de Abendson, y me diría de la forma más grave posible
exactamente lo que Juliana le dijo a Abendson... que mis libros, como los
suyos, eran en una cierta forma reales, literal o físicamente, no ficción, sino
verdad. Y eso me ocurrió recientemente. Hablo de una mujer que leyó atentamente
todas mis novelas, del mismo modo que muchos de mis relatos. Vino; era
completamente desconocida para mí; y me informó. Al principio se sentía curiosa
por saber si yo era consciente de ello o al menos sospechaba la verdad. El
juego del escondite entre nosotros, el período de las preguntas vacilantes,
duró tres semanas. Ella no me informó directa o inmediatamente, sino con mucha
suavidad, vigilando bien cada paso sobre el camino de la comunicación, a fin de
controlar mis reacciones. Fue una tarea solemne para ella conducir su coche
durante seiscientos kilómetros para ir a visitar a un autor del que había leído
numerosos libros: obras de ficción surgidas de la imaginación del escritor,
para decirle que existen mundos superpuestos en los cuales vivimos, y no solo
uno. Que estaba segura de que en un cierto modo el autor estaba implicado en al
menos uno de estos mundos, uno de los que habían sido suprimidos en un momento
del pasado, construido de nuevo y después vuelto a situar en su sitio. Luego
ella le preguntaba también si el autor era consciente de la verdad. Fue un
momento denso y feliz, aquel en el que ella pudo al fin hablar francamente; no
se decidió a ello hasta que estuvo segura de que yo podía soportar la realidad.
Pero yo hacía tres años ya que había adoptado la posición teórica de que mis
recuerdos eran auténticos, era solamente una cuestión de tiempo antes de que se
produjera un contacto, lento y lleno de precauciones. Una persona que hubiera
leído mis libros y, por una u otra razón, hubiera deducido la verdad a través
de ellos, tomaría la iniciativa. Habría comprendido cuales eran las
informaciones significativas dadas por mi obra. Ella sabia, puesto que ella
habla leído mis novelas, cuál era el mundo que yo había conocido, entre todos
los mundos posibles; lo que ella no podía determinar hasta que yo se lo dijera,
era que en febrero de 1975 yo habla pasado a un tercer presente paralelo que
llamaremos la pista C. Y este último era un jardín de paz y de belleza, un
mundo superior al nuestro en trance de nacer a la existencia. Pude así hablarle
de tres universos, no de dos: el mundo prisión que había sido, nuestro mundo
intermedio en el cual la guerra y la opresión existían aún pero había sido en
gran parte vencidas, y un tercer mundo paralelo que un día, cuando las
variables correctas de nuestro pasado hayan sido reprogramadas, se
materializará para superponerse a nuestro presente. Ese es el mundo en el que
me había despertado; cuando lo hagamos todos, será como si hubiéramos vivido
siempre en él; el recuerdo del mundo intermedio, como el del universo prisión,
habrá sido suprimido de nuestra memoria por una mano generosa.
Deben haber otras personas como
esta mujer que han deducido de evidencias internas en mis escritos, del mismo
modo que de sus propios vestigios de recuerdos, que el paisaje que describo
como ficticio es o ha sido literalmente real, y que si una realidad sombría ha
podido ocupar una vez el espacio que habitamos, es razonable pensar que el
proceso de reparación del tejido no se detendrá ahí; este no es el mejor de los
mundos posibles, como tampoco es el peor. Esta mujer no me dijo nada que yo ya
no supiera, pero llegando por un camino independiente a conclusiones idénticas,
me dio el valor de hablar, de revelar todo esto aún sabiendo que no conocía la
forma de verificar mis afirmaciones. Lo mejor que puedo hacer, mientras espero,
es representar el papel de profeta, de los viejos profetas y de los oráculos
como la Sibila de Delfos, y hablar de un jardín maravilloso que se parece mucho
a aquel en el que nuestros antepasados vivieron al parecer... de hecho, imagino
a veces que este mundo es exactamente el mismo, que ha sido restaurado. Como si
una falsa trayectoria pudiera un día ser corregido completamente y nos
encontráramos una vez más allá donde estábamos hace miles de años, para vivir y
ser felices. Durante los cortos instantes en que rocé el suelo de ese jardín,
tuve la impresión muy clara de que era el hogar legitimo que un día habíamos
perdido. No permanecí allí mucho tiempo... aproximadamente seis horas de tiempo
real. Pero lo recuerdo muy bien. En la novela que escribí con Roger Zelazny,
Deus Irae, lo describo hacia el final, en el momento en que la maldición
arrojada sobre el mundo es alzada por la muerte y la transfiguración del
encolerizado Dios. Lo que más me sorprendió en ese mundo jardín, en esa pista
C, son los elementos paganos que lo constituyen; no era lo que mi educación
cristiana me había preparado a esperar. Incluso cuando empezó a desaparecer,
seguí viendo el cielo. Vi la tierra y una enorme extensión de agua calmada y
oscura, y muy cerca se hallaba una mujer muy hermosa, desnuda, a la que reconocí
como Afrodita. En aquel momento, este otro mundo mejor había disminuido hasta
no ser más que un paisaje percibido a través de una puerta de dorado umbral;
los contornos de la entrada pulsaban con una luz láser, y por desgracia
disminuyeron y desaparecieron finalmente de mi vista; la puerta se había
devorado a sí misma hasta no ser nada, sellando lo que habla más allá. No he
vuelto a verla luego, pero tengo la firme impresión de que era el próximo
mundo... no el de los cristianos sino la Arcadia de los grecorromanos, algo más
viejo y más hermoso que lo que mi propia religión puede conjurar para
mantenernos en un estado de fe y de moral escrupulosas. Lo que vi era muy
antiguo y muy hermoso. El cielo, el mar, la tierra, aquella mujer maravillosa,
y luego nada, puesto que la puerta se habla cerrado y yo me había quedado
prisionero aquí. La vi alejarse con una profunda sensación de pérdida... la vi
partir, puesto que todas las cosas giraban en torno a ella. Cuando miré en mi
Enciclopedia Británica para ver lo que podía aprender sobre Afrodita, descubrí
que no solo era la diosa del amor erótico y de la perfecta belleza estética,
sino también la encarnación de las fuerzas generativas de la propia vida; su
origen no era además griego: al principio habla sido una divinidad semita,
retomada más tarde por los griegos, que sabían tomar las cosas buenas cuando
las veían pasar. Durante aquellas horas maravillosas, lo que vi en ella fue una
belleza que le falta en comparación a nuestra religión cristiana: una increíble
simetría, la armonía palintona de la que habla Heráclito: la perfecta tensión
de las fuerzas que se equilibran en la lira que está encorvada por la tensión
de las cuerdas pero parece completamente inmóvil, completamente en reposo. Y
sin embargo la tensión de la lira es un equilibrio dinámico, que permanece
inmóvil tan solo porque sus tensiones internas se anulan absolutamente. Esta es
la cualidad de la belleza según los griegos: una perfección cuya dinámica es
interior y que sin embargo parece inmóvil desde fuera. Contra esta armonía
palintona, el universo opone el otro principio estético integrado en la lira
griega: la armonía palintropa que caracteriza la oscilación de delante a atrás
de las cuerdas al ser pulsadas. No vi a Afrodita como eso, y quizá el principio
de oscilación continua sea el ritmo más profundo y más vasto del universo, el
de las cosas que vienen a la existencia para desaparecer pronto; el del cambio
por oposición a la estasis. Pero durante un momento vi la paz perfecta, el
reposo total, un pasado que hablamos perdido y que regresaba a nosotros por
efecto de una oscilación lenta, para presentarse a nosotros como nuestro
futuro, aquel en que todas las cosas serán restauradas.
En el Antiguo Testamento existe
un pasaje fascinante en el cual Dios dice: "Puesto que modelo un nuevo
paraíso y una nueva tierra, donde el recuerdo de las cosas desaparecidas no
entrará en el espíritu y no turbará los corazones".
Cuando releo este pasaje, me
digo: creo conocer un gran secreto. Cuando el trabajo de restauración estará
terminado, no nos acordaremos de las tiranías, de la cruel barbarie de la
Tierra donde habitábamos; puesto que el texto dice que nos será dado el olvido.
Y si “nuestro corazón no debe ser turbado”, es que el inmenso depósito del
sufrimiento, del pesar y de la pérdida será borrado de nuestro interior como si
jamás hubiera existido. Creo que este proceso se halla activo en este momento,
que siempre ha estado activo en este momento. Y, gracias a Dios, hemos sido ya
autorizados a olvidar lo que fue. Entonces quizá esté equivocado, en mis
novelas y en mis relatos, empujándoles a ustedes al recuerdo.
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