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Catálogo de hechos inconsistentes

Hace unos años, Juan Rodolfo Wilcock (que vivió la mayor parte de su vida en Italia) recopiló noticias de diarios cuyo interés es efímero e incluso nulo. Este tipo de información fue recogida por el autor  en un libro que es un verdadero despliegue de ocurrencias, una obra cargada de humor, pero de un humor involuntario, un humor que seguramente no querían lograr aquellos que escribieron los textos originales que integran el texto.

El archivista

En su libro Hechos Inquietantes, Juan Rodolfo Wilcock –poeta en español, prosista en italiano- se dedicó a registrar una sucesión de artículos “raros” extraídos de la prensa diaria de una gran cantidad de periódicos, fundamentalmente europeos.
Con afán de coleccionista pero con artes de comentador, Wilcock compiló el muestrario en este libro único, inclasificable, la típica pieza que los libreros no saben dónde ubicar en sus estantes, optando por relegarlo a la sección “Varios” (desde esta página recomendamos fervientemente la visita de esas secciones, rincones edilicios donde moran las ratas y el polvo, además de los inclasificables).
Cada breve entrada de Hechos Inquietantes puede provenir de la sección dominical de un periódico romano como del suplemento científico de un pasquín barrial de España. El culto de la moda, la presencia de vida extraterrestre, las nuevas corrientes musicales, la escritura como profesión y hasta las propias miserias del periodismo se dan cita en esta obra de Wilcock, un autor de por sí inclasificable si nos atenemos a ese retrógrado, naftaliniano, concepto literario. Sobre este punto, Wilcock se inscribe en una gran tradición de prosistas, otra vez, fundamentalmente europeos, que tienen su inicio (arbitrario, claro está) en los ensayos de Alfred Döblin y concluye (elevado al paroxismo) en la sección más radical de la obra de Robbe-Grillet.

Antecesor y precursor

Wilcock sentó escuela. Su libro La sinagoga de los iconoclastas, por ejemplo, es un claro antecedente de La literatura nazi en América, del consagrado Roberto Bolaño. Las increíbles biografías de científicos e inventores que Wilcock recopila en la que, quizás, sea su mejor obra, es una suerte de abuelo genial y genuino de las biografías literarias de escritores infames craneadas por el chileno. El mismo Bolaño, que siempre reconoció sus influencias (otro término hoy día relegado por la Academia al ámbito de la Prehistoria), destaca en La sinagoga el particular humor de Wilcock: “La prosa de Wilcock, metódica, siempre certera, discreta aunque trate temas escabrosos o desmesurados, tiende hacia la comprensión y el perdón, nunca hacia el rencor. De su humor (pues La Sinagoga de los iconoclastas es esencialmente una obra humorística) no se salva nadie”.

Traducciones modernas

En un pasaje de Hechos Inquietantes, leemos: “En ciertos ambientes universitarios de los Estados Unidos se ha puesto de moda y traducir los clásicos latinos como hizo Ezra Pound con Propercio, pero mucho más libremente. Un ejemplo reciente lo encontramos en las Poesías Completas de Cayo Valerio Catulo, traducidas por Frank O. Copley y publicadas por la Universidad de Michigan. Copley observa en su prefacio: “¿Quién fue Catulo? Un rebelde, un radical, un experimentador, un innovador, un pionero. En Roma, en aquellos tiempos, había muchos como él”. Según Copley, el rebelde Catulo escribía así:

Hay como te digo, viejo, viejo mío
Te vendrá bien una buena comida?
qué será
de mí
bien
bien, mira esta billetera
sí, ésas son telarañas
pero oye
yo también te diré algo

I CAN´T GIVE YOU ANYTHING BUT LOVE, BABY”.


El agrimensor

Es notable la cantidad de partes y de órganos que puede perder una persona y aun así seguir incólume, o casi. Como una estatua antigua, con apenas cincuenta y cinco años de edad el agrimensor Bene Nio ya ha perdido las piernas y los brazos, buena parte de la pelvis, el hombro derecho, además le falta casi toda la mitad izquierda de la cabeza y también el ojo y la oreja derechos, y por eso ya no ve ni oye; le ha desaparecido la nariz, y la lengua -o lo que queda de ella- está parcialmente al descubierto y se le ha endurecido de modo tal que no se entiende bien lo que dice. Vive sentado, si puede decirse así, en una especie de silla de ruedas que parece más bien un carrito para hacer las compras, y dentro de este carrito, embutido y atado para evitar que se caiga, está el agrimensor Nio. Manos solícitas lo llevan de un lado al otro, oídos todavía sanos escuchan sus órdenes y las interpretan; porque el agrimensor, afecto desde siempre a las tareas del campo y a los nuevos métodos de avanzada, es hombre de una actividad envidiable. Es dueño de una serie de cañadas, montes y barrancos en el Alto Lazio, terreno arcilloso y friable que el agrimensor Nio se ha propuesto sanear con numerosos proyectos que le ocupan todo su tiempo. Antes que nada, el proyecto de irrigación, que se nutre de dos grandes manantiales permanentes existentes en la propiedad y que en pocos años promete transformar esos desiertos en una tierra prometida. Luego, el proyecto de forestación que, con la ayuda de la Dirección Forestal, transformará en pocos decenios esa tierra prometida en un jardín colgante. Mientras tanto el agrimensor Nio está haciendo cercar todo con sólidos postes de cemento y con una red de dos metros de alto, para después meter dentro toda clase de animales y de aves exóticas, y transformar ese jardín colgante en un Edén. El proyecto de riego prevé una hermosa piscina olímpica para uso particular del agrimensor (o de lo que queda de él), ya que el agua de los manantiales es más que abundante. Después construirá, en los puntos más panorámicos, media docena de pabellones de caza o de descanso, comunicados entre sí por cómodos senderos asfaltados; todos contarán con luz, teléfono y demás servicios indispensables para la vida moderna. El agrimensor Nio piensa terminar este paraíso en apenas veinte o treinta años, luego de lo cual espera vivir allí: después de todo aún es joven


Fuente: Ernesto Borgnino

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