En una reciente crónica del VII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) recogía Mauricio Vicent la denuncia literal que un miembro destacado del aparato político hacía de los «programas estupidizantes» de la Televisión: se diría que tratan de «destruir el lenguaje para así destruir la articulación del pensamiento». Al leerlo, me* acordé de que hace muchos siglos, en el Libro XIII de los Anales Tzu-Lu preguntaba a Confucio: Si el Duque de Wey te llamara para gobernar la provincia, ¿cuál sería tu primera medida de gobierno? El maestro respondió sin dudarlo: cambiar el lenguaje. Una civilización predominantemente audiovisual está, en efecto, empobreciendo la capacidad de expresión de amplios sectores dela juventud, y el sistema educativo —escuela y familia: en definitiva, la sociedad— no logra articular una programación que contrarreste ese poderoso efecto perverso. La cuestión es demasiado compleja para despacharla en pocas palabras. Hay, sin embargo, un aspecto que deseo subrayar. «Una lengua —lo recordaba Pedro Salinas— ha sido lo que sus hablantes hicieron de ella; es lo que están haciendo y será lo que hagan de ella». Convendrá, en todo caso, tener presente la reflexión de Octavio Paz: «No sabemos dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas; pero cuando las palabras se corrompen y la gramática se trastorna, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras es también inseguro».
Fuente: El español de los jóvenes
* Entrevista a Víctor García de la Concha, presidente de la Real Académia Española
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