Todos hemos visto alguna vez en una feria, en una kermese o en la televisión un charlatán que llama la atención ofreciendo un show de «transmisión de pensamiento», como un fenómeno sobrenatural o esotérico. ¡Pero todos nosotros tenemos esa capacidad! ¡El lenguaje es exactamente eso! No nos maravillamos simplemente porque estamos acostumbrados a considerarlo como algo muy natural, siempre que la transmisión ocurra mediante una serie de sonidos que tienen un significado para nuestros cerebros. Todos los demás animales son incapaces de transmitir los contenidos de su cerebro y, carentes de lenguaje, tampoco logran desarrollar la capacidad de pensamiento abstracto.
Es que el lenguaje no es solo la capacidad de transmitir el pensamiento, sino que también es la condición necesaria para que podamos articular un raciocinio complejo, evaluar posibilidades, medir conveniencias, prever consecuencias a largo plazo, hacer abstracciones. No seríamos capaces de desarrollar un razonamiento matemático, ni de concebir una partitura musical, ni de construir herramientas y maquinarias si no fuera por la evolución ocurrida en nuestro cerebro gracias a esa facultad de transmisión de pensamiento que llamamos lenguaje.
Se ha observado que algunos primates son capaces de elaborar sistemas elementales de comunicación para defenderse de predadores. El semiólogo brasilero João Queiroz, de la Universidad de Juiz de Fora, en Minas Gerais, ha descrito el comportamiento del «mono verde» africano Cercopithecus aethiops que habita en las planicies subsaharianas. Ese simio sufre la acción de tres tipos diferentes de amenazas: águilas, leopardos y serpientes. Cuando uno de estos predadores se presenta, el primer mono que lo advierte da la alerta de inmediato con un grito a los demás miembros del grupo. Es claro que la reacción de los demás será diferente según el tipo de predador: si es una serpiente, los monos se paran en la punta de los pies tratando de ver la amenaza sobre el pasto; si es un leopardo, se suben a la parte más alta de un árbol y si es un águila tratarán de esconderse debajo de los arbustos.
El grito de alerta es específico para cada predador: un sonido alto para un águila, una especie de cacareo si la amenaza es un leopardo y un grito agudo si se trata de una serpiente. O sea que el macaco verde es capaz de emitir por lo menos tres «palabras» diferentes, cada una de las cuales provocará en los miembros del grupo una respuesta específica, o sea, se trata de tres significados diferentes.
¿Esto significa que los monos verdes hablan? No, esos avisos están todavía muy lejos de constituir un lenguaje tal como nosotros lo entendemos, pero tal vez se encuentren en el punto en que estábamos los humanos hace 200.000 años, empezando a producir sonidos con algún significado, algo que podríamos llamar «protolenguaje».
Se cree que la evolución cerebral de los humanos se haya empezado a pergeñar mucho tiempo antes de que llegaran a desarrollar las dos habilidades mentales más complejas: el lenguaje y el pensamiento abstracto. El cerebro de los homínidos que nos precedieron se fue adaptando, primero para fabricar herramientas simples y después otras más sofisticadas, que lo obligaban a pensar con cierto grado elemental de abstracción, al principio como puede hacerlo un chimpancé. Es probable que nuestros antepasados remotos, trabajando junto con otros congéneres y teniendo las manos ocupadas, hayan tenido necesidad de comunicarse de una manera diferente de los gestos. Contaban para eso por un lado con el sentido del oído, que la naturaleza ya había puesto a su disposición y, por otro lado, con la capacidad de emitir sonidos.
Un chimpancé no puede emitir sonidos articulados como nosotros, no solamente porque su cerebro no está programado para esa tarea, sino también porque la disposición de su laringe y lo que llamamos «aparato fonador» no se lo permite. Pero hubo una especie de simios que por acaso tenía características anatómicas que poco a poco le fueron abriendo el camino para la articulación articular sonidos variados y diferentes. Estos primates que vivieron hace cientos de miles de años ya estaban un paso adelante del mono verde africano de nuestro tiempo.
No tenían un lenguaje pero ya contaban con una variedad de sonidos que, con el tiempo y con la necesidad de trasmitir su pensamiento a sus congéneres, fue permitiendo a lo largo de decenas de miles de años, su cerebro desarrollara una nueva especialización. El ser humano es el único animal que tiene el cerebro «lateralizado», es decir, con funciones diferentes para el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo. En la mayoría de los individuos, las principales funciones del lenguaje están situadas del lado izquierdo del cerebro, donde residen también las habilidades matemáticas y musicales. Los especialistas en la neurociencia del siglo XXI sostienen con firmeza la hipótesis de que el lenguaje fue la causa de esa lateralización del cerebro.
Hace unos 150 000 años, aquellos antepasados nuestros ya empezaban a comunicarse con sonidos que significaban cosas. Poco a poco fueron encontrando formas de combinar aquellos sonidos y significados para formar algunas frases, primero muy simples, luego más complejas. A medida que el uso del lenguaje daba lugar a formas nuevas de pensamiento, más racionales, más sutiles, más humanas, estas a su vez obligaban al lenguaje a crear nuevas y más elaboradas formas de expresión. Nada sabemos en detalle de estos procesos y es probable que nunca lo lleguemos a saber. Las lenguas más remotas de las que tenemos alguna noticia son extremadamente recientes en términos históricos, de apenas unos 4 000 años, el 3 % más reciente de toda la historia del lenguaje.
Fuente: Ricardo Soca, La página del castellano
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