Conceptos que definen o remedian modas actuales y que estamos perdiendo
Una época se puede describir, de forma mucho más certera que la ropa o la cultura, a través de las palabras. Nacen respondiendo a la necesidad de ponerle nombre a algo que hasta entonces no existía y cuando ese algo se ve abandonado o, más frecuentemente, superado por algo parecido con matices, se pierden. Ese es el ritmo habitual del lenguaje. Sano, imparable y certero.
Pero el proceso conlleva sus víctimas. Palabras en proceso de desuso terminal que definen conceptos que no deberían estarlo. La autora de 101 cagadas del español, María Irazusta, en ese papel de madrina lingüística que ejerce junto con sus colaboradores, Nacho Miquel y Acacia Nuñez, ha elegido ocho de ellas que nos ayudarían en este momento.
1. Pazguato, ta. Palabra al borde de la extinción para designar al memo, al simple, que se retrata por su capacidad casi infinita para el asombro. Se diferencia del resto de los bobos por su facilidad para escandalizarse casi por cualquier cosa. Diríase que es el tonto más monjil y pudibundo.
En El príncipe destronado (1973), Miguel Delibes juega con esta palabra: "Bueno, esto es así y no hay quien lo mueva, ¿verdad? Entonces tú estás en la verdad, pero llega un pazguato o una pazguata, que para el caso es lo mismo, y trata de desmontar tu verdad con cuatro vulgaridades que le han grabado a fuego cuando niño. Y ahí está lo grave; a ese pazguato o a esa pazguata difícilmente podrás convencerles de que no tienen ideas, de que lo único que tienen es aserrín dentro de la cabeza, ¿me has comprendido?".
2. Parné. El poderoso caballero de Quevedo, el vil metal; aquel que, según Vespasiano, no tenía olor, por sucia que fuera su procedencia. El dinero, los posibles, los cuartos, la guita, la mosca, la pasta que nos quita el sueño, era el parné en la España más castiza y el maldito parné de María de la O en nuestro presente más coplero: "Te quieres reír y hasta los ojitos los tienes morados de tanto sufrir. Maldito parné que por su culpita dejé yo al gitano que fue mi querer". (María de la O, de Salvador Valverde y Rafael de León para María Ojer Ferrer Coque).
3. Infame. Denomina aquello que carece de honra, crédito o estimación. En estos tiempos en los que se persigue la fama a toda costa sería bueno recuperar este vocablo, casi tan antiguo como el ansia de celebridad.
"La carta conturbó hondamente el hogar de don Lázaro. La esposa y doña Dulce Nombre lloraron mucho. El señor Valdivia, con airadas voces, maldijo a la infame que perseguía y devoraba su linaje". Gabriel Miró, Las cerezas del cementerio (1910).
4. Apencar. Contra el practicado vicio de escurrir el bulto, rescatemos la noble virtud de dar la cara, de arrimar el hombro, de apechugar… de apencar. Así lo señalaba Ramón Gaya en una entrevista: "Yo tenía vocación de ser verdadero, auténtico y ha sido por eso por lo que he tenido que apencar con esa soledad".
5. Yacer. Es un verbo polisémico desterrado del lenguaje hablado y prácticamente del escrito para referirse a los vivos Lo mismo sirve para el acto de tenderse a descansar, como para los que quedan haciéndolo para la eternidad o para ese dejarse llevar por la pequeña muerte de los que se ajuntan apasionadamente. Me atrae particularmente esta última acepción de tener trato carnal con alguien, en sustitución del manido acostarse con alguien, hacer el amor u otras vulgaridades que prefiero omitir.
6. Correveidile. Expresiva y sonora, se usaba para describir dos dedicaciones tan viejas como el mundo: el cuenta chismes y el alcahuete o celestino. Olvidada palabra para una dedicación denostada, de manera injusta porque todo correveidile tiene que tener su paravenycuenta. Como bien decía Fernando Diaz Plaja: "¡Cuántas veces se habrá repetido la acción en este país para que una frase se convierta en el nombre de una profesión!".
7. Vedija. Queremos rescatar del olvido esta palabra, que designa al mechón de lana o a la mata de pelo enredada, por sus muchas alusiones literarias, por pertenecer a la jerga de nuestras costumbres de antaño, por la oveja de los campos de nuestra infancia, y porque la lana está de plena actualidad, y además porque nos da la realísima gana.
"Y en la lejanía, cerrando el horizonte, sobre un casi imperceptible apiñamiento de casas se eleva una neblina como vedijas de suavísima lana carmenada y deshecha". Así describe Azorín el skyline de Madrid en Doña Inés (1925).
Adoramos Madrid y consideramos la vista de su horizonte uno de los perfiles urbanos más bonitos del mundo, por ello, vamos a pensar que Azorín se refería al paisaje de la capital como mechón de lana o pelo enredado como versa la acepción principal de la RAE y no a las partes viriles como apunta la segunda.
8. Cazcarria/Cascarria. Nuestras vidas urbanas casi han desterrado de nuestro vocabulario este término, como el barro que designa y que tercamente se agarraba ya seco al bajo de nuestros pantalones y faldas después de andar y correr por los parques enlodados de nuestra infancia. "Pasó el párroco riéndose y mirándose el hábito manchado de cazcarrias". Gabriel Miró, Las cerezas del cementerio (1910).
De nuestros mayores lo hemos oído pronunciar con ‘s’, como vulgarismo; es decir, cascarria. Mi suegra me lo dice en tono jocoso e irónico cuando el largo de mi falda contraviene su criterio de decoro y decencia: "Con esa falda seguro que no vas a coger cascarrias".
María Irazusta es autora del libro Las 101 cagadas del español.
Fuente: El País
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