Mario Vargas Llosa es, sin dudas, el escritor peruano contemporáneo con más renombre en todo el mundo. Su reciente Premio Nobel le fue otorgado, según la Academia, “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”. Conversación en La Catedral es una de sus novelas de juventud, que según él mismo narra en el prólogo de 1988, fue escrita entre París, Lima, Londres y Puerto Rico, sitios donde Vargas Llosa pasó su juventud, estudiando, ejerciendo como periodista y como profesor de literatura. Y no le resultó fácil: rehizo la obra varias veces: “Ninguna otra novela me ha dado tanto trabajo; por eso, si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría ésta.”
Conversación en La Catedral es una novela compleja y monumental, en la que, a partir de una charla de café entre dos de sus personajes principales, se reconstruyen la historia y la sociedad peruana del “ochenio”, la dictadura del general Odría, que duró entre 1948 y 1956, y sumió al Perú en la violencia, la censura y la persecución ideológica. La corrupción y la impunidad estaban a la orden del día, y este clima de cinismo se esparcía desde las altas esferas del poder hasta todos los sectores de la sociedad.
Quienes conversan son Santiago Zabala, Zabalita, un joven hijo de la burguesía que atraviesa momentos de ruptura con su familia cuando decide inscribirse en la universidad pública, y que termina abandonando sus estudios y su ideología de izquierda para resignarse en un empleo mediocre como periodista; y el cholo Ambrosio, un hombre del pueblo que fuera chofer del padre de Zabalita, y que de diversos modos había estado vinculado con altas figuras del poder.
Entre trago y trago, ambos conversan y ven pasar sus recuerdos. Los lectores asisten a un complejo mosaico donde personajes, episodios de distintas épocas, fluir de la conciencia, voces que a veces resulta difícil identificar y escenas de la vida cotidiana se intercalan en una sinfonía de palabras que demuestra la habilidad narrativa de Vargas Llosa.
Fuente: Mariana del Rosal
Quienes conversan son Santiago Zabala, Zabalita, un joven hijo de la burguesía que atraviesa momentos de ruptura con su familia cuando decide inscribirse en la universidad pública, y que termina abandonando sus estudios y su ideología de izquierda para resignarse en un empleo mediocre como periodista; y el cholo Ambrosio, un hombre del pueblo que fuera chofer del padre de Zabalita, y que de diversos modos había estado vinculado con altas figuras del poder.
Entre trago y trago, ambos conversan y ven pasar sus recuerdos. Los lectores asisten a un complejo mosaico donde personajes, episodios de distintas épocas, fluir de la conciencia, voces que a veces resulta difícil identificar y escenas de la vida cotidiana se intercalan en una sinfonía de palabras que demuestra la habilidad narrativa de Vargas Llosa.
Fuente: Mariana del Rosal
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