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Día del veterano y de los caídos en la guerra de las Malvinas

La irresponsable fantasía bélica del proceso militar: La guerra de las Malvinas
                    Repaso histórico

El Archipiélago de las Islas Malvinas está formado por dos islas mayores (Gran Malvina y Soledad) y más de 200 islas e islotes que ocupan una superficie de 12.000 Km2, situadas a menos de 700 Km. de las costas patagónicas. Estas islas están emplazadas sobre una meseta y se las considera relacionadas con las sierras australes de Buenos Aires y el plegamiento de Cabo de África. 

De costas predominantemente escarpadas, alternadas con ensenadas y algunas bahías con playas de arena blanca, su interior se encuentra cubierto por praderas y afloramiento de roca cuarcíferas, salpicado por lagunas y turbales, con elevaciones que no superan los 700 m. de altura. 
Carentes por completo de árboles y azotadas por los fuertes vientos del Atlántico Sur, las Islas Malvinas son un paraíso para la fauna marina, la cual se ha transformado en su principal atractivo turístico. 
La población civil apenas supera los 2.200 habitantes, repartida entre la capital Puerto Argentino y el campo. 

Las Malvinas fueron descubiertas en 1520 por Esteban Gómez, tripulante de la nave San Antonio, uno de los barcos de la expedición de Magallanes. según la delimitación de tierras de las bulas papales, las islas pertenecían a España. Sin embargo, navegantes ingleses, holandeses y franceses llegaron a las islas en diversas oportunidades. 
En 1690, el capitán de la marina británica John Strong navegó por el estrecho de San Carlos, que separa las Malvinas, y lo llamó estrecho de Falkland en recuerdo de sir Lucius Cary, segundo vizconde de Falkland. 
En 1764 hubo una ocupación francesa por parte de Luis de Bougainville, quien fundó el puerto de San Luis en la isla oriental. Los franceses llamaron a las islas Malouines, porque ése era el nombre dado a los nacidos en Saint Maló, el puerto francés de donde 
procedían. Los españoles obtuvieron el puerto de San Luis tras una sede de protestas y transformaron Malouines en Malvinas. En 1765, una expedición inglesa llegó a las islas y las denominó Falkland Islands. En 1770, las fuerzas de ocupación inglesas fueron 
desalojadas por España, que reclamó a soberanía de las islas por vía diplomática. Cuando se creó el Virreinato del Río de La Plata, las Malvinas pasaron a depender de la gobernación de Buenos Aires. Desde 1774 hasta 1810, España nombró sucesivos gobernadores para el archipiélago. 
En 1776, cuando se creó el virreinato del Río de la Plata, las islas Malvinas se incluyeron en el territorio de la gobernación de Buenos Aires. Después de 1810, las islas siguieron bajo esa jurisdicción. En 1820, la fragata Argentina La Heroína fue enviada a Malvinas para tomar posesión definitiva de las islas. En 1825 se produjo un hecho significativo: Gran Bretaña reconoció la independencia Argentina y no reclamó las islas. En 1828, el gobierno de Buenos Aires otorgó a Luis Vernet, en concesión, el Puerto soledad para que construyera una colonia. Para ello, llevó a cien gauchos e indios de las pampas, hábiles en la cría de ganado. 

En 1829, Vernet fue nombrado gobernador de Malvinas. Y ese mismo año Gran Bretaña reclamó su derecho de soberanía sobre las islas, adjudicándose su descubrimiento. En 1833 esa nación tomó las Malvinas bajo su dominio, expulsando a las autoridades criollas. Desde entonces, la Argentina no ha dejado nunca de reclamar su soberanía sobre el archipiélago. 
Casi simultáneamente con la asunción del General Galtieri, como Presidente de la República Argentina, el embajador británico autorizó el viaje a las Georgias de Sur del empresario argentino Davidoff, que contrató con la Compañía escocesa Salvensen para desguazar una estación ballenera en esas islas. El contrato molestó al gobernador Hunt, vinculado al Comité de las Islas Malvinas , entonces : 


- en junio 82 la Oficina Investigaciones Antárticas británica abandonaría las Georgias (Gritviken) 
- el único buque de la marina, rompehielos Endurance, dejaría el área en mayo l982 
- los obreros argentinos con contrato hasta el 84 serían la única presencia en las islas. 

Davidoff, habiendo notificado a la embajada británica, salió el 16-12-81 en el rompehielos Almirante Irizar para inspeccionar el lugar que debía desmantelar, llegando a puerto Leith el 20-12 (Informe Franks, 161/259); allí inspeccionó las estaciones balleneras, un dique seco abandonado, tanques, calderas, tuberías, todo eso material recuperable para ser vendido como chatarra. 
El negocio era apetecible; se estimaba que existían alrededor de 35.000 toneladas de hierro y acero que podían arrojar un ingreso de 7 millones de libras, correspondiéndole a Salvenson 115.000 como compensación. Es poco razonable pensar que un comerciante como Davidoff arriesgaría la oportunidad de su vida, por cometer un acto de provocación. 
El 31 Hunt recomendó iniciar un procedimiento contra Davidoff; la cancillería (Foreign Office) respondió que no iniciara un procedimiento y si Davidoff solicitaba autorización se le debía conceder. 
El 9-3 Davidoff informó a la embajada que 41 trabajadores viajarían (11-3) en el Bahía Buen Suceso, que era un transporte de la Marina, dedicado a operaciones comerciales, y en el que no había personal militar ni armas de guerra (llegaron el 19-3). 
La segunda cuestión a dilucidar es quién provocó el incidente que originó la guerra. El gobernador de las Malvinas aseguró que los ingleses de la base científica se enteraron de la presencia argentina al escuchar disparos de armas de fuego, utilizadas para cazar renos, y que habían izado una bandera argentina. Si esto fuera cierto, no cabría duda que la provocación fue argentina. Sin embargo, los obreros atestiguaron que cuando desembarcaron, ya ondeaba la bandera en el lugar. Otra bandera que llevaban ellos, aún se encontraba a bordo del buque. Pero ocurre que, según el diario de la agencia antártica británica, capturado el 3-4 en Grytviken, fueron el día 18 de marzo a “buscar argentinos a Leith”, lo que coincide con el hecho de haber encontrado en Bahía Buen Suceso a tres ingleses, al arribar el buque. Es evidente entonces, que la bandera fue colocada por ellos. En el mismo diario citado, figura esta frase: “Al fin se va el Isatis (yate francés) que volvió ayer puesto que los helicópteros del Endurance lo sobrevolaron para chequearlo. Los otros franceses se están convirtiendo en una peste, ya están disparando sus rifles en Grytviken y matando ciervos. Estamos disgustados y no podemos expresar la animadversión general que provocan sin recurrir a malas palabras. Digamos que no están actuando con propiedad” (17/3/82). (1) 
Fueron, por lo tanto, dichos franceses los que dispararon y no los argentinos, y no existió por parte de las autoridades nacionales intención de comenzar la guerra. 
Mientras tanto, el 21 zarpó el Endurance, embarcando 21 infantes de marina, y el comandante de la base británica informó a los trabajadores que su presencia era ilegal, pues no habían sellado las tarjetas blancas (Acuerdo de Comunicaciones/71). Desde el día 23 el Endurance estaba anclado en Grytviken, a la espera de órdenes. 
El Canciller argentino, Dr. Costa Méndez, pidió que la expulsión se revocara si Davidoff ordenaba a sus empleados completar la formalidad de ir hasta Gritviken y hacer sellar las tarjetas. El embajador estuvo de acuerdo, pero Hunt sostuvo que las Georgias no estaban incluidas en el acuerdo de 1971 y que debían sellarse los pasaportes. Costa Méndez respondió al embajador el 28 que los trabajadores deben permanecer en Georgias pues se les ha otorgado la documentación idónea. También insistió en que las Georgias estaban explícitamente comprendidas en el Acuerdo de 1971, cosa que los británicos habían reconocido en la reunión de Nueva York celebrada un mes atrás. 
Cabe destacar que la presencia de estos argentinos no representaba ninguna amenaza: primero, porque no eran militares, y la segunda porque en Georgias no había población, sólo estaba en personal de investigaciones antárticas y en otra zona. Fueron los propios británicos quienes convirtieron el asunto de las Georgias en un incidente. 
El 29, la primera ministra Margaret Thatcher y decidió el envío de un submarino nuclear a la zona de conflicto. El 30 la situación comienza a descontrolarse; en Londres el ministerio de Defensa decide duplicar el numero de infantes de marina de la guarnición de Malvinas, y confirma la orden de enviar un segundo submarino nuclear. Ese mismo día el embajador recibió un mensaje para el Canciller que procuraba solucionar el conflicto, pero el embajador sugirió que se retuviera el mensaje un par de días esperando la reacción de Estados Unidos, y fue entregado recién a la tarde del 31, esas 24 horas fueron decisivas pues esa misma noche un informe de inteligencia indicaba al gobierno ingles que se había fijado el 2 de abril para iniciar operaciones bélicas. Ante tanta precisión en la información, puede deducirse que ya contaban con los datos satelitales norteamericanos. 
Se ha sostenido reiteradamente que las Fuerzas Armadas llevaron al país a la guerra por una necesidad de mejorar su imagen y mantenerse en el poder. Recordemos, sin embargo, que Galtieri asume el 22-12-81, cuando la Multipartidaria ya estaba formada, pues se habían previsto las elecciones y entrega del poder en marzo de 1984. Si hubiera sido una decisión arbitraria, no se explica la reacción de la opinión pública que, según encuesta de Gallup (Clarín, 1-5-82), en un 90 % apoyaba la defensa de Malvinas por la fuerza. También la Multipartidaria manifiesta (10-4) total respaldo al gobierno. El propio Dr. Angeloz, que más tarde emitió la crítica que señalamos, el mismo 2 de abril afirmaba en un comunicado con su firma: “Hace a su hidalguía en esta oportunidad manifestar su solidaridad y su argentina complacencia por la recuperación de las islas Malvinas y las Georgias del Sur” (La Nación, 29-7-88). Asimismo, la Comisión coordinadora de la colectividad británica apoya al gobierno, “que siempre se ha identificado con buscar una solución pacifica al diferendo sobre las Malvinas”. Por su parte, Ernesto Sabato, declaraba en Radio Nacional de España: “No se engañen en Europa. No es una dictadura la que lucha por Malvinas, es la nación entera” (Busser, 261). 
En cambio, en Inglaterra, la situación era la siguiente. El partido Conservador, en el gobierno, tenía 75 % de imagen negativa. La Marina Real, había quedado en situación de inferioridad, pues al obtener de EU el sistema misilítico Trident, en reemplazo al Polaris, era condicionada en la OTAN al combate antisubmarino. Estaba vendido el portaaviones Invencible, y el buque Endurance dejaba el Atlántico sur. Debe computarse, asimismo, la actitud del Gobernador Hunt y del lobby Falklands, que presionaban por una actitud enérgica contra la Argentina. 
Tengamos en cuenta que el 30 de marzo, el encargado de negocios argentino en Londres, informó que la televisión inglesa dio la noticia del envío de 2 submarinos nucleares clase Hunter Killer; uno de ellos había zarpado el 25 desde Gibraltar (noticia confirmada por el New York Times), y que interpretaba que el gobierno había optado por un endurecimiento frente al caso Georgias. A su vez, en el informe Franks (230), se incluye una evaluación al 30 de marzo, estimando que el desembarco en Georgias no había sido planificado por el Gobierno argentino. No cabe dudas entonces que la decisión de llegar al enfrentamiento bélico surge de la actitud británica, artificialmente intransigente. 

El gobierno argentino no podía aceptar las exigencias de desalojar a los obreros de Davidoff que estaban cumpliendo un contrato legalmente formulado, ni obligarlos a presentar sus pasaportes, pues: 

- estaban en un territorio en disputa 
- se habían cumplido todas las formalidades establecidas 
- admitir el uso de pasaportes era aceptar la pretensión británica de soberanía sobre las islas Georgias. 

Si nuestro país hubiera tolerado el desalojo por la fuerza, o hubiera accedido a evacuar a los obreros bajo amenaza, o hubiera aceptado el visado de pasaportes, ello habría significado una verdadera abdicación del derecho de soberanía sobre el Atlántico sur, por aplicación de la doctrina conocida como “stopell” (reconocimiento tácito de derechos). 
Ya no había alternativa válida para la Argentina. 

La decisión de ir a la guerra no fue sorpresiva ni caprichosa, se produjo un agravamiento progresivo que la hizo inevitable. Durante muchos años nuestro país se prestó a las negociaciones; el agosto de 1968 el Reino Unido en un memorandum llegó a afirmar que reconocería la soberanía argentina en fecha a convenir. En 1971 se firma el Convenio de Comunicaciones. En junio de 74 el embajador ingles a cancillería manifiesta la disposición a compartir la soberanía, opción que el presidente Perón estaba dispuesto a aceptar. 
Pero en 1975 se produce un cambio de actitud, debido al informe Grifith que revelaba la existencia de cuencas petrolíferas en el área Malvinas. En 1976, unilateralmente, Gran Bretaña envía la misión Shackleton de exploración, que provoca la reacción de la Cancillería el 2-1-76 (gobierno constitucional: Sra. de Perón): advirtiendo que “su gobierno, juntamente con las FFAA... actuarán sin precipitación, pero con toda la persistencia, la prudencia y la energía que sean necesarias para lograr justicia.” El 13 se produce el retiro de embajadores y el 4-2 el destructor Storni efectúa disparos de advertencia. 

Ya durante el gobierno militar, y ante la ausencia de avances diplomáticos, el gobierno propone (1-3-82) reuniones mensuales, advirtiendo que desea una pronta solución y que mantiene el derecho a elegir libremente el procedimiento que mejor consulte a sus intereses. 
Por lo tanto, cuando se produce el incidente de las Georgias, la Argentina se vio obligada a ejercer el derecho a la legítima defensa, previsto en la Carta de las NU, art. 51, en caso de ataque armado, hasta tanto el Consejo de Seguridad tome las medidas adecuadas para mantener la paz. El Fiscal de la Cámara Federal, que juzgó a los Comandantes en Jefe, afirmó que: “La Argentina, pues, no agredió, fue agredida”; concepto ratificado por la Cámara en su pronunciamiento. 
También el Catecismo de la Iglesia Católica (p. 2308) reconoce que una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico no se podrá negar a los gobiernos el derecho de legítima defensa, si bien detalla varios requisitos. En este caso - como ha demostrado el filósofo Caturelli - se dieron todos los requisitos para considerarla una guerra justa (CIC 2309). 

El plan no fue irracional. Como es normal en todas las fuerzas armadas, en base a las hipótesis de conflicto, el Estado Mayor prepara planes para el caso de tener que utilizar la fuerza. Por ejemplo, GB tenía ya en septiembre/81 su Plan de Contingencia para el caso que la Argentina optara por la vía militar. En ese plan se estimaba que el tiempo de navegación de la flota sería de 20 días, con el inconveniente que el envío de la flota podía provocar o precipitar la acción que se quería disuadir: eso fue exactamente lo que ocurrió. 
La Junta Militar argentina, el 23-3 analizó los estudios efectuados por una Comisión de Trabajo formada por el General Gracia, Almirante Lombardo y Brigadier Plessl, designada en el mes de enero, aprobando un Plan de Campaña tentativo, aunque no se fijaba ninguna fecha. Recién el 30-3 ante el ataque inminente, se fijó el día D para el 2-4. 
El propósito de ocupar las islas no era el de iniciar una escalada bélica, por el contrario, se buscaba forzar a una negociación seria, y en caso de surgir un gesto de buena voluntad antes de la ocupación se anularía la operación. La misma debía ser incruenta, y una vez finalizada, quedaría en las islas una pequeña guarnición. 
Se preveía que las negociaciones tendrían el apoyo de las Naciones Unidas y de Estados Unidos; esto último no era una suposición ingenua: en la noche misma del 2-4 hubo una cena en la embajada argentina en Washington, a la que asistieron la embajadora Kirkpatrick, la plana mayor de la secretaría de Estado, y jefes militares, a tal punto que el embajador británico dijo que era un agravio para su país. 
Con respecto a la posibilidad de que las NU exigieran un acuerdo, había varios antecedentes; el más relevante fue la ocupación por Nasser (Egipto) del Canal de Suez, en 1956, presionando el organismo internacional para que Gran Bretaña y Francia no atacaran a Egipto, que desde entonces quedó con el canal. 
Otro antecedente destacable es que en diciembre de 1976, 6 años antes de la guerra, la marina instaló un observatorio en las islas Thule (Sandwich), y GB sólo envió una nota de protesta, sin tomar ninguna otra medida. 
No era inevitable la derrota. Según el Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, hasta el 13 abril, la Argentina tuvo posibilidad de triunfo. Cambia el panorama, por la ayuda de EEUU. Aun así, los ingleses sufrieron las pérdidas más grandes desde la 2da. Guerra. 

Debe entenderse que el conflicto era político, y no se pretendía una confrontación total, por eso era posible para la Argentina lograr el objetivo que se había fijado. Además, era una obligación patriótica actuar en defensa de los intereses nacionales. En el fallo de la Cámara Federal que juzgó a los Comandantes, en noviembre de 1988, se reconoce que: “Asiste razón a las defensas cuando sostienen lo mezquino que puede resultar vincular la decisión de participar en un combate evaluando previamente la entidad del contrincante. La necesidad política de responder a las agresiones que afectan la subsistencia del Estado, pasa por el imperioso deber de asegurar la respuesta al avance del enemigo.” 
La guerra terminó cuando el Gral. Menéndez, gobernador de Malvinas, firma el Acta de Rendición ante el Gral. Moore; antes de firmar, tachó la palabra incondicional que figuraba en el texto, y recién firmó. La verdadera rendición incondicional fue posterior, y decidida por gobiernos constitucionales. 
Es falso que la guerra perjudicó los derechos argentinos. En noviembre de 1982, la Asamblea General de NU, por resol. 37/9, declaró: 

- el mantenimiento de la situación colonial en Malvinas es incompatible con los ideales de las NU; 
- reafirma la necesidad de respetar los intereses de los habitantes (no de los deseos); 
- pide reanudación de negociaciones por la soberanía. 

Esta resolución fue aprobada con el voto de EEUU y reiterada en 1983. En 1990 (20-10) la Unión Interparlamentaria Mundial, con delegados de 112 países, consideró a la cuestión Malvinas una situación colonial. En 1996, la cumbre de Presidentes del Mercosur respaldó a la Argentina, y en 1998, también la OEA manifiesta su respaldo en la reunión de Lima. 
Por su parte, en el informe Kershaw, elaborado por iniciativa del Parlamento británico, en 1983, se reconoce que: “problemas sustanciales diplomáticos, militares, financieros y económicos, seguirán enfrentando a GB y las islas Falklands a menos o hasta que se logre un acuerdo negociado de la disputa con la República Argentina”. El mismo informe reconoce que “el peso de la evidencia es más favorable al título argentino”. 

La Constitución Nacional, en la reforma de 1994, en su Primera disposición transitoria, ratifica para la Argentina su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas, y que la recuperación es un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino. 

Es debida a una actitud política y cultural de una parte considerable de la dirigencia argentina, que no ha vacilado en efectuar propuestas incompatibles con la Constitución Nacional: 

- Escudé: reconocer a los kelpers el derecho de autodeterminación, con soberanía compartida en el mar (Clarín, 2-7-92). 
- Menem: soberanía compartida, “que flamee la bandera argentina en las islas, por ejemplo, con la bandera inglesa, ya es un paso adelante” (Nac, 30-12-96). 
- Di Tella: conviene adoptar el modelo Hong Kong (Nac, 22-9-89). 
- Vanossi: Estado confederado a la Argentina con derecho a secesión (Nac, 27-7-93). 

La rendición diplomática se instrumentó con dos tratados, aceptados por el gobierno del presidente Carlos Menem, sobre la base de la fórmula del paraguas, consistente en postergar indefinidamente el debate sobre la soberanía de las islas, mientras se acuerdan cuestiones económicas, que sólo benefician a Gran Bretaña. Por ello afirmaba el profesor Ricardo Paz, que el paraguas es un instrumento aceptado por las autoridades argentinas para facilitar a los ingleses el goce pacífico de la usurpación. 

Por el primer tratado, de febrero de 1990, celebrado en Madrid, ambos países decidieron restablecer relaciones diplomáticas. Gran Bretaña dispuso cancelar la llamada Zona de Protección militar, en torno a las islas, pero reemplazarla por un sistema de información entre las Fuerzas Armadas, en un área similar a la anterior, y pese a declararse haber cesado las hostilidades. Como única explicación para tamaña concesión, el entonces canciller, Dr. Cavallo, declaró en la Cámara de Diputados (29-3--90): “hubo una guerra y la Argentina la perdió”. El profesor Baquero Lazcano calificó, por eso, a este tratado de rendición incondicional. 

El segundo tratado, fue celebrado en septiembre de 1995, en Nueva York, y es un acuerdo sobre hidrocarburos en la zona de Malvinas. Establece una zona de 21.000 km2, donde las regalías petroleras serían a partes iguales (6 % para cada país); en la superficie restante (40.000 km2), el beneficio no será equitativo: 3 % para Argentina, 9 % para Gran Bretaña. Estos datos no están consignados con claridad, sino que surgen de la interpretación efectuada por los especialistas, ya que el Canciller Di Tella manifestó crípticamente que el tratado incluía: cosas escritas, cosas no escritas, y cosas deseadas. Lo escrito es un tratado, al igual que el de Madrid, aunque en ambos casos se los haya denominado declaraciones, para eludir la aprobación del Congreso. 
El acuerdo petrolero contiene una trampa, iniciada en el tratado de Madrid, donde se incluyó un mapa de la Zona de Conservación Pesquera, de 150 millas en torno de las islas, fijada unilateralmente por Gran Bretaña. En ese mapa aparece un segmento recortado que fija de hecho una delimitación marítima entre Estados colindantes. En el segundo tratado, esta línea media indica las dos áreas especiales creadas para la explotación de hidrocarburos, configurando un stopell -reconocimiento indirecto de derechos-, que implica cerrar el paraguas y admitir tácitamente la soberanía británica sobre las islas, limitándose la Argentina a aceptar una parte de los beneficios económicos derivados de la explotación del petróleo en el Atlántico sur. 

La mejora en lo que respecta a Malvinas dependerá de dos factores: patriotismo y eficiencia. El patriotismo no es un simple sentimiento, es una actitud racional y moral de defensa integral de lo propio. Es preciso, también, el estudio sistemático y profundo de los problemas nacionales, desde una actitud patriótica. Lamentablemente, en la política exterior argentina, han estado ausentes en últimas décadas, tanto la eficiencia profesional como el patriotismo. Una de las acciones pacíficas que recomiendan los expertos es solicitar a la Corte Internacional de Justicia una opinión consultiva sobre la obligación del Reino Unido de negociar la controversia por la soberanía, cumpliendo la reiterada exhortación efectuada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. 
En última instancia, siempre es cierto lo que afirmaba Juan Pablo II: “Un pueblo es débil si acepta su derrota y si olvida el mandato de estar despierto cuando llegue su hora”. 

Fuente: gracias alekpo13 de Taringa



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