La propia vida de esta escritora merece de por sí una novela y como todos los escritores, puso mucho de sí misma en su obra, por lo que podemos a través de su lectura, llegar a su alma: escritora del amor, también fue paladín de los animales, a quienes trasladaba emociones humanas. Según el autor del postfacio, se destaca como rasgo en ella “cierto salvajismo con tintes paganos”, calificando la obra de Colette como “extremadamente sensual, voluptuosa, en la forma y en los contenidos”.
“Alain volvió la cabeza sin levantar la nuca hacia la puerta vidriera abierta por donde entraba un suave olor a espinacas y heno fresco, porque habían segado el césped durante el día. La madreselva que cubría un gran árbol muerto también aportaba la miel de sus primeras flores. Un tintineo cristalino anunció que los azucarillos de las diez y el agua fresca entraban en las temblorosas manos del viejo Émile, y Camille se levantó a llenar los vasos.” En el relato es recurrente esta continua alusión a los perfumes y olores, a la naturaleza que les envuelve en el viejo jardín, a la vida vegetal y animal, a las sensaciones, como contrapuestas a la vida racional. Un espíritu de irracionalidad impregna el texto.
En La gata (1933), efectivamente, hay un derroche de sensualidad que podríamos calificar de salvaje. Lo que nos narra la escritora francesa es una breve historia de amor y de celos. Pero una historia peculiar. En el triángulo que se produce, el tercero en discordia es una gata. La pasión de Alain por su Saha, que a su vez le resulta un recuerdo vivo de su adolescencia, consigue crear una situación límite en su recién constituido matrimonio con Camille, una jovencísima y ardiente morena, amiga de la infancia, que pertenece a un medio social distinto, económicamente boyante, pero no aristocrático como la familia de Alain, que posee un nivel sociocultural alto, pero su economía está en retroceso. Ese choque desnivelado, y a la vez, el abandono definitivo de la infancia, de la protección familiar, del nido, que supone el matrimonio, son elementos destacados en la novela. Dos seres que se atraen sensualmente, que se desean y que creen amarse, viven en un perpetuo estado de tensión por la presencia continua y perturbadora de Saha, la gata de Alain.
“Se tiró sobre el campo fresco de las sábanas, sin molestar a la gata, y, rápidamente, le dedicó algunas letanías rituales, adecuadas a los encantos característicos y a las virtudes propias de una gata conocida como de pelo gris ceniciento, de pura raza, pequeña y perfecta. -Mi osezno mofletudo..., mi gatita, palomita azul..., demonio de color perla...En cuanto Alain apagó la luz, la gata se puso a escarbar delicadamente en el pecho de su amigo, atravesando cada vez, con una sola garra, la seda del pijama, rozando apenas la piel para que Alain sintiera un placer ansioso. -Todavía siete días, Saha... -suspiró.”
Saha parece vigilarles, odia a muerte a Camille -odio compartido- y la relación de la gata con Alain traspasa lo habitual en un animal doméstico. La proyección de la sensualidad y la ligazón a la vieja casa familiar, el jardín, los olores y sabores de siempre, perturban el matrimonio. Camille intuye algo, pero es muy joven y cree que su amor y su presencia corporal alejarán el peligro. Pero no es así. La relación entre Camille y Alain recuerda un poco a la de Antoine y Christine en la película de Truffaut Besos Robados o Domicilio Conyugal.
En la novela prácticamente o ocurre nada, o muy poco. Nos limitamos a ser testigos de una relación imprecisa, inquietante y completamente irracional, dominada por impulsos y pulsiones. Y a la vez, percibimos impresiones diversas del ambiente que rodea a los protagonistas, percepciones que nos sumergen en un mundo semejante al de Von Keyseling, cuyo impresionismo literario, aunque anterior en el tiempo, podría compararse en cierto sentido con el estilo de Colette, aunque en esta autora predominan las pinceladas impresionistas sobre la historia narrada, cuya solidez es mucho menor que la de las obras de Keyserling.
Sidonie Gabrielle Claudine Colette (Saint Sauveur en Puysaye, Borgoña, 1873 - París, 1954) fue una prolífica novelista francesa, con más de setenta libros en su haber. Se casó a los 20 años con el novelista Henry Gauthier-Villars, Willy, quien la alentó a escribir la «serie Claudine» bajo el seudónimo Willy. Con Diálogos de animales (1904) comenzó verdaderamente la carrera de escritora de Colette. Después de 13 años de desdicha doméstica, se separó de su marido en 1906 y llevó una vida bastante agitada: escribía, daba conferencias y actuaba en teatro. Finalmente, ganó fama literaria con Renée (1910). En 1912 se casó con Henry de Jouvenel, con quien tuvo una hija. En 1913 gran parte de su actividad estuvo consagrada a artículos y crónicas periodísticas. A partir de 1917, trabajó en textos en los que se mezclaban relato y teatro, La temática de iniciación al amor fue retomada en obras posteriores. Hacia el año 1927 sus obras eran elogiadas por autores tan famosos y diversos como Marcel Proust, André Gide y Paul Claudel. De sus novelas (la mayor parte de las cuales reflejan de un modo apasionado, realista y sardónico los problemas de una mujer enamorada) la más conocida es Gigi (1945), adaptada al teatro. Su última obra fue En pays connu (1950). En 1953 fue ascendida a gran oficial en la Legión de Honor, grado que sólo otra mujer había logrado antes que ella. Fue la primera mujer miembro de la Academia Goncourt.
Obra de lectura amena y rápida, no entra en profundidades y donde tampoco hay una trama, sino una sutil urdimbre por la que la gata se pasea, reinante y vencedora, con suave ronrroneo.
Fuente: Ariodante para El placer de la lectura
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