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Las Églogas


La égloga es uno de los principales subgéneros poéticos, de tema amoroso y protagonizado por pastores. Etimológicamante, égloga proviene del latín eclŏga, y éste del griego ἐκλογή, que significa ‘extracto, selección, pieza escogida’.
La mayoría de las églogas clásicas se desarrollan según alguna de estas dos estructuras:

El poema que constituye una estructura monódica, un monólogo pastoril o canto a una sola voz.
La égloga con estructura dual en la que se dialoga a veces como una pequeña pieza teatral en un acto, cuando intervienen varias voces poéticas. Los pastores cantan sus lamentos, ya sea en forma de duelo como cantos simétricos o separados.
De modo que una o varias voces desarrollan el tema amoroso contándolo en un ambiente rural donde la naturaleza es paradisíaca, idealizada (el locus amoenus) y tiene un gran protagonismo la música. El género posee motivos campestres y los tópicos de la poesía bucólica.

Si aparecen varios pastores cantando sus amores, el género adquiere tintes teatrales. De hecho, algunas églogas fueron representadas en época romana (como las ‘Bucólicas’ de Virgilio) y en el Renacimiento (como las églogas de Juan del Enzina). Fernando de Herrera señala en sus Anotaciones a la ‘Égloga II’ de Garcilaso:

Esta égloga es poema dramático, que también se dice activo, en que no habla el poeta, sino las personas introducidas (...). Tiene mucha parte de principios medianos, de comedia, de tragedia, fábula, coro y elegía; también hay de todos los estilos…
Desde los orígenes helénicos del género estuvo impregnado de elementos que hoy se consideran parte del discurso dramático, por lo que hay estudiosos contemporáneos que reivindican el carácter teatral de algunas églogas.

Orígenes y evolución de la égloga

La égloga, como casi toda la cultura occidental, fue creada y perfeccionada en la Grecia Antigua a partir del siglo IV a. C. Las primeras églogas fueron los ‘Idilios’ (en griego, “poemitas” o “pequeños cantos”) de Teócrito. Bajo su influencia los escribieron después autores como Mosco, Bión de Esmirna y otros autores.

Siguiendo el curso habitual de las formas literarias, este modo de escritura pasó a Roma. El escritor latino Virgilio (siglo I a. C.), también fascinado por Teócrito, escribió sus ‘Bucólicas’, también conocidas como ‘Églogas’, en las que añadió elementos autobiográficos, haciendo de cada pastor un personaje imaginario que encubría a un personaje real.
Las Bucólicas virgiianas suponen la consolidación del género, y la innovación de contar historias más o menos reales pasó a la bucólica posterior. Otros autores latinos escribieron también églogas, como Nemesiano, Calpurnio Sículo o Ausonio.

A través de Giovanni Boccaccio y la ‘Arcadia’ de Jacopo Sannazaro en el Renacimiento el género se volvió a recuperar mezclándose las composiciones en verso en un marco narrativo en prosa, y se difundió por todo el mundo occidental, bien en verso, bien como églogas intercaladas en una novela pastoril.

Y es que el espíritu europeo humanista y el Renacimiento supusieron la revitalización de este género clásico que pasó por la época medieval discretamente. Durante esa época de rescate y difusión de autores y obras clásicos, la égloga revive.

La égloga en la literatura castellana

En la literatura castellana, escribieron églogas Juan del Enzina, Lucas Fernández, Garcilaso de la Vega, Juan Boscán, Hernando de Acuña, Francisco de la Torre, Lope de Vega, Pedro Soto de Rojas, Bernardo de Balbuena, Juan Meléndez Valdés…

Pero fue Garcilaso de la Vega el que con su églogas nos dejó las mejores muestras del género en versos inolvidables.

Por ello, para finalizar, dejamos estos versos de lamento en boca de Salicio, de la ‘Égloga I’ de Garcilaso considerada frecuentemente, por su belleza y musicalidad, como una de las líricas más perfectas de la poesía castellana de todos los tiempos:

Salicio:
¡Oh más dura que mármol a mis quejas,
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!,
estoy muriendo, y aún la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay, sin ti, el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado, 
y de mí mismo yo me corro agora.
¿De un alma te desdeñas ser señora,
donde siempre moraste, no pudiendo
de ella salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre 
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio,
y al usado ejercicio                                                                
do su natura o menester le inclina, 
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mondo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.








Fuente: Eva Paris

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