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El vacío perfecto o la compilación de lo imposible


En el universo de la comunicación humana del lenguaje y de los códigos, adentrarnos en la lectura de la ciencia ficción es algo leve y cotidiano, lleno de riqueza y de conceptos que llevan a la reflexión, que abren el espíritu, que colman el ansia del científico imaginativo, o del aficionado a la  ciencia que reflexiona sobre el futuro.

Stanislaw Lem (Lvov, 1921 -Cracovia, 2006) es un escritor polaco, uno de los grandes maestros de la literatura de ciencia ficción, autor de títulos como Solaris, llevada al cine en dos ocasiones con enorme éxito, Ciberíada o Congreso de futurología
Referente absoluto de la literatura fantástica, a través de sus obras, caracterizadas por el rigor científico, Lem intentó transmitir el sentimiento de abandono e indefensión del hombre frente a la vastedad del universo.

En Vacío perfecto lleva a cabo un espectacular experimento literario que se ha convertido por méritos propios en un referente mítico entre los lectores de Stanislaw Lem. Heredero de un género que exploraron con singular genio autores como Borges, Swift o Rabelais, se trata de una delirante colección de reseñas de libros inexistentes, que subvierten brillantemente los cánones literarios explorando temas de lo más variopinto, desde la pornografía a la inteligencia artificial, desde el Noveau Roman a las novelas de James Joyce. En palabras de Andrés Ibáñez: «Este exiguo volumen, que se lee en tres tardes, equivale, en información y en tiempo mental, a tres meses de apasionante y dedicada lectura.

La comparación con Borges es inevitable, y no sólo porque a los dos los haya inspirado la misma idea, impulso, tema o modo de proceder que Lem usa en este libro, ni siquiera porque Lem se pueda considerar, sin miedo a equivocarnos, un admirador de Borges; sino porque ambos son, de algún modo, encarnaciones de un mismo arquetipo: El escritor puro, de amplísima y vasta cultura, capaz de transportarnos en pocas palabras, apenas sugeridas, a los mundos más vívidos. Sospecho que ambos buscan provocar en sus lectores un estremecimiento de la razón, que tras su lectura, jamás volverá a sentir que es inequívoca. No les interesa tanto dar una explicación de la realidad, como convencernos de que las ideas preconcebidas que solemos utilizar para explicarlas son inválidas[3] o cuanto menos, inseguras.

Lem es un científico y un técnico, Borges, un hombre de letras. Y sin embargo, ambos coincidirán en el punto medio de la especulación. El primero cargando las tintas en la ciencia ficción, el segundo, en la fantasía. No importa, no me cuesta mucho imaginar una situación diferente con la esencia de su obra inalterada. Y pese a todo, poco tiene que ver la vida de estos dos autores: La infancia humilde de Lem, su carrera interrumpida por los nazis, sus amigos en la cámara de gas, y su familia escapando por los pelos, y más tarde el Comunismo, castrador y cegador; con la infancia dulce y regalada de un pequeño bonaerense hijo de una familia acomodada, sus largos viajes, los estudios en Ginebra, y una vida más transcurrida entre libros que entre las agujas del reloj. Bien, poco tiene que ver salvo en el hecho de tener que soportar a varios dictadores que intentaron imponerles sus silencios. Aunque eso, por desgracia, lo tienen en común muchas personas del siglo XX.

La novela es una sucesión de comentarios de libros que no existen, obras que nadie se ha tomado la molestia de realizar. Por eso,  lo mejor para comprender plenamente este concepto es leer la introducción sin mirar el autor hasta el final. 


 En la introducción se avisa que las reseñas que le siguen se pueden clasificar en tres tipos: una primera que el autor califica como de Parodias, pastiches y burla, en la que podrían ir incluidas las críticas de obras como ROBINSONADAS, NADA O LA CONSECUENCIA y, menos claramente TOI y GIGAMESH. Una segunda, que probablemente estaría más cerca de Borges, formada por apuntes en borrador. 
Son estas críticas posibilidades de una historia mucho más vasta que Lem no emprendió, tal vez por falta de tiempo o de la voluntad necesaria para llevarlas a cabo. Algunas de las que pertenecerían a esta categoría podrían ser: GRUPPENFÜHRER LOUIS XVI, IDIOTA, o bien CUESTIÓN DEL TEMPO. Y una tercera parte que podríamos calificar de plenamente especulativas y filosóficas, y dentro de la cual entrarían: DE IMPOSIBILITATE VITAE, LA CULTURA COMO ERROR y, sobre todo, LA NUEVA COSMOGONÍA. 
Lo más curioso y notable de todo es el comentario que Lem hace del libro que contiene, a su vez, todos estos comentarios, es decir Vacío Perfecto, con lo cual la sensación de irrealidad aumenta. De esta manera, le da a su propio libro la categoría de inexistente, convirtiendo la lista de reseñas en un ejemplo de compilación ficticia elevado a la máxima potencia posible:

Fragemto



La crítica de libros inexistentes no es una invención de Lem. Encontramos
intentos parecidos no sólo en un escritor contemporáneo como J. L. Borges
(por ejemplo, Examen de la obra de Herbert Quain, en el tomo Ficciones), sino
en otros mucho más antiguos, y ni siquiera Rabelais fue el primero en poner en
práctica esa idea. Sin embargo, Vacío perfecto constituye una especie de
curiosum, por cuanto la intención del autor es presentarnos toda una antología
de esta clase de críticas. ¿Cuál fue su propósito? ¿El de sistematizar la
pedantería o la broma? Sospechamos que en este caso se trata de un
subterfugio jocoso, viéndose confirmada esta impresión por la introducción,
interminable y muy teórica, donde leemos: «Al escribir una novela se pierde en
cierta forma la libertad creativa. (. ) La tarea de criticar los libros, es, a su vez,
una especie de trabajos forzados, aún más faltos de nobleza. Del autor
podemos decir, al menos, que se aliena a sí mismo sometiéndose al tema que
ha escogido. El crítico se encuentra en una situación peor: como el presidiario
a su carretilla, así está él encadenado a la obra que analiza. El escritor pierde
la libertad en su propio libro; el crítico, en el ajeno.»




El autor


Estudió medicina, trabajó durante la Segunda Guerra Mundial como mecánico de automóviles y ya terminada la guerra  se especializó en psicología, estudió ingeniería biológica, teoría de la información, matemáticas y cibernética. Después empezó a escribir.





A la par que ejercía como médico ginecólogo, corría el riesgo de ser incorporado a filas como médico militar y abandonó la disciplina a los pocos meses; ultimó la novela realista El hospital de la transfiguración (1948), en la que relata los avatares de unos médicos en un hospital psiquiátrico de la Polonia ocupada que intentan salvar a los enfermos de un exterminio seguro.



“Abrumado por el absurdo de las circunstancias”, según diría él mismo, tras esta primera incursión abandonó el realismo social para “sortear la censura estalinista” y crear ese universo personal, de impecable factura técnica, que le daría renombre internacional. Hombre profundamente culto, sus obras aúnan y exploran disciplinas tan dispares como la psicología, la estadística, la lógica, la física o la cibernética.


De la pluma de Lem surgirían, sucesivamente, títulos de referencia como Los astronautas (1951), La nebulosa de Magallanes (1955) y Diarios de las estrellas (1957), una original obra cómica del espacio por la que fue comparado con Jonathan Swift y Lewis Carroll, y en la que aparece por vez primera su famoso personaje Ijon Tichy. Le siguieron Edén (1959), Retorno de las estrellas (1961) -su primera incursión en el subgénero psicológico-, Memorias encontradas en una bañera (1961) y la que sin duda se convertiría en su obra cumbre, Solaris (1971).

En Solaris, el psicólogo Kris Kelvin, procedente de la Tierra, es enviado a la estación de observación del planeta Solaris para reemplazar a un ocupante que ha muerto en extrañas circunstancias y averiguar qué ha ocurrido. Allí descubrirá que los dos supervivientes están al borde de la demencia y que extrañas presencias, seres fantasmales y al mismo tiempo corpóreos, deambulan por el lugar e interfieren en la vida de los humanos.

Solaris fue llevada al cine en 1972 por el director soviético Andrei Tarkovski y pronto fue considerada película de culto. Aclamado en los países del Este, el filme obtuvo el Gran Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Cannes y muchos lo consideraron la respuesta soviética a 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Tres décadas más tarde el realizador estadounidense Steven Soderbergh la llevó de nuevo a la gran pantalla, cosechando un rotundo éxito.




En libros posteriores, Lem, sin abandonar su tono pesimista, desarrollaría un estilo satírico-humorístico inimitable. Fábulas de robots (1964) y su continuación, Ciberíada (1965), constituyen una serie de fábulas alegóricas en las que superpone las más imaginativas posibilidades tecnológicas a los esquemas tradicionales del cuento fantástico o la leyenda medieval. En ellas aparecen también dos de sus personajes más esperpénticos: los constructores Trurl y Clapaucio.
Tras estas obras vendrían títulos como La voz de su amo (1968), Relatos del piloto Pirx (1973), la colección de reseñas de libros imaginarios Vacío perfecto (1971), en la estela de Voltaire y Borges, y Congreso de futurología, de ese mismo año, donde recupera al astronauta Ijon Tichy.

En 1973 escribió Un valor imaginario, una nueva colección de prólogos de libros no escritos, mezcla entre experimento y sátira, obra a la que sumaría, en la segunda mitad de la misma década, La investigación (1976), una novela de misterio y crímenes, de ambiente profundamente kafkiano, y La fiebre del heno, del mismo año, en la que fundía elementos de la novela negra con la ciencia ficción.


Pese a escribir sobre sociedades futuras, naves espaciales y seres cibernéticos, Lem nunca se consideró un escritor de ciencia ficción. Paradójicamente, no ocultó su desprecio por este género. Sostenía que estaba “mal pensado, pobremente escrito y, habitualmente, más interesado en la aventura que en las ideas o la forma literaria”. “Hablando de mis libros ya de madurez -Ciberíada, Fábulas de robots, etc.-, son más apólogos o cuentos filosóficos en la tradición de la literatura francesa del Siglo de las Luces que ciencia ficción. Pero siempre intenté que hubiera una base científica, siempre busqué confirmación científica de lo que yo escribía. En realidad, me considero, permítaseme el término, no un científico sino un "cientista"…o, por lo menos, eso he intentado.”

Miembro fundador de la Sociedad Polaca de Astronáutica y profesor de literatura polaca en la Universidad de Cracovia, en 1973 fue nombrado miembro honorario de la Sociedad Estadounidense de Escritores de Ciencia Ficción (SFWA, en sus siglas inglesas), de la que, sin embargo, fue expulsado tres años después por sus constantes desprecios al género. Ese mismo año obtuvo el premio Nacional de literatura. En 1977 fue nombrado ciudadano honorario de Cracovia. Durante el estado de sitio de Jaruzelski se exilió en Alemania, donde publicó Provocación (1984), un asombroso ensayo de ficción sobre el holocausto.

Abandonó su producción narrativa a mediados de la década de 1980, tras la publicación de Fiasco (1986), considerada su novela más reflexiva, porque, “no veo la necesidad de escribir otro libro más” y para volcarse en el ensayo “como vehículo para seguir profundizando en la convulsión, el espanto y el vértigo de la sociedad”.

Desde entonces vivía tranquilo, junto a su esposa Bárbara, con la que se casó en 1953, y sus perros, en su casa de Cracovia, ciudad en la que falleció el 27 de marzo de 2006 a los ochenta y cuatro años de edad, tras una larga enfermedad coronaria. Sus libros, de los que ha vendido más de 27 millones de ejemplares, han sido traducidos a más de 40 idiomas.






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