Pablo Ramos nació en 1966 en Avellaneda. Publico el libro de poemas Lo pasado pisado (1997), las novelas El origen de la tristeza (Alfaguara, 2004) , La ley de la ferocidad (Alfaguara, 2007), En cinco minutos levantante Maria (Alfaguara, 2010) y El sueño de los murciélagos ( Alfaguara, 2009), que recibió el galardon The White Ravens. El libro de relatos Cuando lo peor haya pasado (Alfaguara, 2005), obtuvo el primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y el primer premio en el concurso Casa de las Américas de Cuba (2004). Su obra ha sido traducida al francés, al alemán y al portugués.
Tres de la tarde. La luz del sol entra por la ventana. Un perro ladra a lo lejos. Pablo se levanta a buscar té a la cocina. Veo a través del techo transparente. Nubes y cables en el cielo. El gato de Pablo camina por el techo como un fantasma. Debe recorrer todos los techos bajos de la Paternal, los debe conocer como nadie. Pablo vuelve y se acomoda en la silla. Sirve un poco de té.
-¿Te puedo preguntar unas cosas sobre La ley de la ferocidad? (Lo dije tan rápido y tan por lo bajo que no se me entendió.)
-¿Qué?
-Te voy preguntar unas cosas sobre La ley de la ferocidad.
-Lo que quieras.
-En la parte en que Gabriel llega al velorio y se enfrenta al cajón, hay tres páginas seguidas de metáforas. Hay una manera muy particular de concebir la metáfora. Como si esta fuese un límite fronterizo de lo que Gabriel puede decir literalmente. ¿Cómo sentís que funciona este pasaje?
-Exactamente así, me parece una buena lectura. Funciona la metáfora construida lejos de querer embellecer algo o alivianarlo. La metáfora como imposibilidad de decir de otra manera algo. Como el límite de la capacidad de Gabriel Reyes para decir las palabras que no tienen sinónimo que a él le pudren el alma. De alguna manera, esas metáforas tienen que ser exageradas o fallidas, porque si hubiesen sido acertadas no intentaría otra, y esa lista podría haber sido interminable. Tratan de expresar lo que sienten el que es violentado. Lo que siente el chico que es golpeado. No hay palabras para explicar todo ese dolor. No intento construir una metáfora perfecta. Sino a través de un montón de metáforas imperfectas expresar que no hay palabras para decir lo que quiero decir.
-Hay una frase de Bukowsky que dice que “Es el intento de escapar del sufrimiento lo que crea grandes escritores“. ¿Sentís que se puede pensar la Ley de la ferocidad bajo estos términos?
-Hay un montón de gente que intenta escapar del sufrimiento a través del alcohol, a través del sexo, a través del trabajo, a través de las drogas, a través de la religión. Algunos a través de la literatura. Esta buenísimo lo que dice Bukowsky. Podemos cambiar la palabra escapar por correrse. Uno puede correrse y entonces puede ver todo más tranquilo para poder ordenar el alma. Abelardo Castillo dice que uno no corrige texto, corrige persona. Escribir y corregir un texto es corregirme. Es un trabajo espiritual que me aleja del dolor. Sencillamente porque me pone en otro carril. No quiere decir que deje de sentirlo. Sí quiere decir que deje de resentirlo. Poder convertirse en un organizador de eso y decir “Ahí quedo, y se lo doy a los otros“. Es como si fuese una forma de cinismo.
-Hay una forma muy particular de concebir al personaje de Gabriel, como si hubiese una armonía entre la parte física, intelectual y espiritual. Especialmente haciendo hincapié en la experiencia física del personaje, hay inclusive como una nueva forma de concebir al personaje. ¿Qué escritores te impulsaron a considerar la literatura como una experiencia física y no meramente intelectual?
-¡Si es algo muy viejo y no lo inventé yo! Está en todos los grandes escritores. Pasa en Hemingway, pasa en Faulkner, pasa en Onetti, se nota menos pero pasa. Pasa en Arlt, En Donleavy, en Salinger, en Carver, en Cheveer, en Nabokov, en Chejov. En Shakespeare. Pasa todo el tiempo. Es realmente entender que desde el personaje está la construcción de la historia. Por eso es muy interesante la vivencia personal. Tratar de prestarle experiencia al personaje que en rigor es un invento plenamente intelectual. Si nosotros no le prestamos carnadura, el artificio queda muy alejado del lector. Cuando se construye un personaje mujer -por ejemplo: una prostituta- se necesita prestarle algo de lo que tenés cerca, de lo que uno ve. El lector así va poder vivir las emociones como una realidad. Cuando lee una novela, no deja de vivir la realidad de una novela. Tanto es así que uno a veces se traspasa. Y te pregunta un amigo o una novia “¿Qué te pasa?” “No, nada“. Después salís pero te quedaste colgado con lo que estabas leyendo, aunque nadie esté sufriendo. Cuando pasa eso es que el escritor logró algo. Por ejemplo, la realidad del Quijote, quién no la vivió. Esa angustia. Esa ilusión. Fíjate que Cervantes fue muy inteligente en construir un personaje como Sancho Panza, porque él es el que sufre por su amigo que no se da cuenta de lo absurdo de su aventura. Y a través de él, que es un personaje un poco mas anclado en la realidad, le llega al lector esa emoción.
-¿Sentís que puede haber innovaciones en la literatura a través de nuevas concepciones del personaje? Por ejemplo Shakespeare, otorgándole la dualidad a sus personajes, o en tu caso, Gabriel y su construcción del artificio del cuerpo.
-No porque sea una innovación en la literatura, si no porque cada uno tiene que encontrar, ante cada libro, una nueva forma. Porque la aventura de escribirlo es completamente nueva. Y una vez que se encuentra al personaje hay que encontrar el lenguaje de ese personaje. Hay que respetarlo, hay que profundizarlo. Porque profundizando el lenguaje se profundiza el personaje. Un personaje construye su lenguaje y a la vez es construido por ese lenguaje. Es una simbiosis. Como el Ying y Yang. Encastrados el uno y el otro. Se empujan y se acompañan al mismo tiempo. Da la sensación de que van a girar, que el equilibrio es un movimiento. La construcción del personaje es lo mismo. La aventura la vive el escritor que está comprometido con lo que hace, que se va olvidar de todo lo que escribió y va escribir ese libro como la primera vez. No siendo Pablo Ramos. Siendo nadie. Siendo el personaje. Siendo el vehículo para que el libro funcione. Por eso lo que dice María Zambrano es buenísimo. Ella dice que la vanidad es el peor enemigo del escritor. Porque mete el Yo del escritor, que nada tiene que hacer ahí y lo pone en juego. Por ejemplo ayer escuché en el taller un cuento que decía: “Le puso al perrito el termómetro en el culo. Y lloró. (El perrito, no el veterinario).” Ese tipo de cosas son terribles. Cuando se mete el escritor a decir, “Mirá, yo te hago un chiste. Yo soy inteligente. Yo te guiño el ojo“. En ese momento se desdibuja el artificio del narrador y aparece el ego del escritor que no estaba invitado a la fiesta y rompe el ensueño para siempre. El lector ya no lo recupera.
-¿Te sentís parte de una tradición literaria argentina o latinoamericana? ¿Sentís que La ley de la Ferocidad puede pensarse en relación a las novelas existenciales desbordantes como lo son Los siete locos, o La vida breve?
-No sé si merezco semejante honor, eso lo dirán los demás cuando me muera. Lo que sí es que no desconozco esa tradición. No me jacto de no reconocerla. La respeto, la admiro, y veo muy arriba a esos grandes maestros de la novela y la cuentística latinoamericana. Nadie puede escribir desconociendo a Conti, a Costantini, a Castillo, a Heker, a Manauta, a Mujica Laínez. Sería un absurdo. No sé si continúo o no una tradición. Lo que sí traigo a la discusión es el hecho literario como un acto trascendental, en donde uno tiene que poner y dejarlo todo. Tratando de revalorizar esa idea de Sartre de que en el origen y en la necesidad de una obra está el verdadero valor. Después uno puede trabajar ese material mejor o peor, a conciencia o no. Esto se ve en pocos escritores actuales. Hay muchos con mucho talento que se olvidan de eso. Por suerte hay escritores como Fabián Casas y Samanta Schweblin.
-¿Te preocupa que se tenga en un pedestal a escritores como César Aira?
-No, porque me parece que no todo el mundo lo tiene en un pedestal. Los medios lo tienen en un pedestal. Acá parecería que todo pasa por los medios y no hay cosa más degradada que el periodismo.
El marketing de la literatura…
Seguro, a quién le importa eso. Aparte César Aira es un tipo con mucho talento pero le falta espíritu. Es como la Selección ayer. (La Selección Argentina de fútbol había perdido el día anterior O-2 contra Ecuador). Está llena de talento, pero sin espíritu no hay nada. El espíritu lo tienen los otros. No tienen nombre, no tienen nada pero tienen hambre y te pintan la cara. Pasa eso en la literatura, hay poco espíritu, hay una cuestión más inmediata de publicar y pertenecer a un mundillo y ser parte del canon. ¿Quién dicta el canon? Hay un camino más silencioso, más real. Por suerte tengo la ventaja de que no me preocupa ni el dinero y la fama. Al que le preocupa eso tiene un problema. Cada vez que vez leo las últimas novelas de Guillermo Martínez, pienso que ese talento se podría explorar más. Está bueno lo que hace. Pero atenerse a una formula por más matemático que seas, es bastante pobre. Donde menos aparece evidenciada la experimentación, es donde más está. Cuando hablan de literatura experimental… Yo hago literatura experimental. Con cada libro dejo todas las formulas viejas y busco las nuevas para ese libro. Eso es experimental. No se trata de sacarle las comas a un cuento. Hay artistas que no tienen capacidad para ver más allá de la superficie de las cosas. Y se sienten bien porque aprendieron a describir la superficie de las cosas. El otro día hablaba con Diego Schissi, el pianista que tocó el otro día con Ernesto (Snajer) y conmigo. Y me di cuenta de que él era más escritor y poeta que todos los escritores y poetas que yo conozco. Es incapaz de ver las superficies de las cosas. Es incapaz de no profundizar. Está hablando de una birome y termina hablando de un mamut. Y decís “Está bueno lo que dice este tipo”. ¿Qué es lo que él ve? ¿Cómo une esto con lo otro? Mientras todos se hacen famosos tocando con Los Piojos, el tipo está estudiando, tocando el piano como un loco, de la mañana a la noche.
-¿Cual sentís que es el rol de escritor en la sociedad actual?
-Hoy el escritor no tiene ningún rol. Excepto pedir. Piden, piden, piden. Y se premian y se juntan. ¿No viste la pelotudez esta del “Diario de un escritor fracasado“, del tipo este que va y no lo editan, contando su drama personal? ¿No bajó nunca a un subte a la nueve de la mañana y vio a los pibes descalzos tirados? ¿Nunca vio a la noche, cuando en Buenos Aires oscurece un poco, en cada rincón alguien tratando de no morirse de frío? ¿A mí qué me importa que no le publiquen al pelotudo este? ¿Cómo se llama? ¿Hernán Brienzo?
Hernán Firpo.
Más allá de eso, él puede ser un buen o mal escritor. No lo sé. ¿Pero a quién le importa eso? ¿A él le importa tanto eso? ¿Qué le debe la sociedad a él? Uno por naturaleza siendo escritor está fuera del sistema. Si no tengo para pagar algo para mis hijos, no me voy a poner a llorar porque no tengo tarjeta de crédito. No la puedo tener. No estoy trabajando para eso. Estoy trabajando para otra cosa y mi precio es ese. Como lo que dice Rilke en “Carta a un Joven Poeta“. Esto de organizar la vida según la necesidad de escribir. Llevo esto con toda la dignidad y el peso que esto implica. Me preocupa lo contrario cuando me siento reconocido y no puedo escribir. Y digo “Tengo que cortar con esto”. Porque necesito escribir, a esto le dedico mi vida. Y va haber problemas. Cuando necesité comprarme la casa no escribí, me puse a trabajar con la empresa. Trabajaba jornadas de 48 horas sin parar, metiéndome anfetaminas. De la misma manera ahora mi compromiso está con lo que escribo. Publiqué cuatro libros, pero tengo cuatro más escritos, que los estoy trabajando. De alguna manera de ahí viene mi misticismo que es muy concreto. Tuve una educación católica, creo en Dios. Lo más aproximado a Dios para mí, es el Dios judeocristiano. Yo funciono así, y no me cuestiono tanto la cosa. ¿Sabés por qué despega un avión para mí? Porque rezo un Ave María. Y lo voy a seguir haciendo toda la vida. Me digan lo que me digan. Si en cada lugar que estoy, y en cada lugar que salgo, salgo por lo que soy, sea para los demás defecto o virtud. Para algunos será signo de mi ignorancia, no lo sé. No es mi problema ese. Mi problema es qué hago de ahora en más. Todos los días me levanto y me pregunto qué hago ahora. ¿Qué es lo que tengo que dar? Me parece que ese es el lugar del artista. Hay muchas esponjas, parece que están secos y son tomadores. Más allá de la aceptación de la academia. Por algo ellos estudian lo que uno hace. Ellos van a estudiar lo que yo hago. Aunque sea para defenestrarlo. Pero la diferencia que es yo lo hago. Toda mi vida estuve del lado de lo que hacen cosas. Desde chico, con mi hermano me unen esas cosas. El día que escuchamos que las cosas andaban mal en casa y que mamá iba a ir a limpiar casas, nosotros nos miramos y sabíamos que eso no iba a pasar y salimos a trabajar. ¿Entonces qué? ¿Le voy a tener miedo a lo que diga Elsa Drucaroff y Beatriz Sarlo? A mí que me importa. Es muy sencillo, para mí ni siquiera es un problema. Si a los doce años yo estaba trabajando…
(El timbre, hay alguien en la puerta. Pablo se levanta.)
-Ya vuelvo, esperá.
El cielo se nubla. La biblioteca. El polvo sobre los libros. La bolsa de Box. Los guantes rojos en el piso. ¿Qué va pasar con la casa ahora que Pablo se va? Supongo que la va a cuidar su hermano. Se terminó la entrevista. Esta fue la última posibilidad. El sonido del grabador llena todo. Ruido de agua detrás de las paredes. Bajan las sombras por la ventana. La tarde se escurre en el cielo.
Fuente: Santiago Asorey
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