Marciano, vete a casa es una de las novelas de ciencia ficción más originales que he leído. Fue escrita por Frederic Brown (1906-1972) y publicada por primera vez en 1955.
Trata el famoso tema de la invasión por seres de otro planeta, pero con una curiosa vuelta de tuerca: los marcianos no llegan en naves espaciales, sino que simplemente kwimman (se teletransportan) hacia la Tierra. Y su objetivo principal no es la conquista, sino meramente fastidiar a los terrestres, haciendo constantes bromas pesadas y volviéndolos locos ante cada oportunidad.
Luke Devereaux, protagonista de la novela, de profesión escritor, se encuentra en una cabaña en una región remota y aislada para concentrarse y redactar su próxima obra. Un buen día llaman a la puerta, y al abrir, Deveraux se encuentra con un marciano. Se trata de un hombrecillo verde de 75 cm. de alto. Espantado, no sabe cómo reaccionar:
- ¡Oh, no! – dijo Luke Deveraux -. No puede ser.
- ¿Por qué no puede ser? (…) Mira, Mack, a ver si te espabilas. ¿Es esto la Tierra o no?
Luke movió la cabeza asintiendo, sin poder pronunciar una sola palabra.
- Muy bien – dijo el hombrecillo -. Eso ya está arreglado. Ahora, ¿qué diablos te pasa?
- G… g… g – dijo Luke.
- ¿Estás loco? ¿Y ésa es la forma en que recibes a los forasteros? ¿No vas a invitarme a entrar?
Luke dijo:
- En… entra…
Y se apartó a un lado.
Una vez dentro, el marciano miró a su alrededor y arrugó el ceño.
- Vaya un lugar más destartalado – dijo -. (… ) Argeth, qué muebles más feos.
- No los escogí yo – dijo Luke, pasando a la defensiva -. Pertenecen a un amigo mío.
- Entonces, tienes un pésimo gusto para escoger a tus amigos. ¿Estás solo?
- Eso es lo que me pregunto es este instante – dijo Luke -. No estoy seguro de que crea en tu existencia. ¿Cómo puedo saber que no eres una alucinación?
El marciano se sentó ágilmente en una silla y se quedó balanceando las piernas.
- No puedes saberlo. Pero si lo piensas es que te falta un tornillo.
A menudo, sus bromas pesadas son casi letales:
Había una hilera de marcianos atravesados en la avenida Pine, un poco al sur de la calle Séptima. Parecían estar muy quietos, y Luke se preguntó por qué, hasta que apareció un Cadillac a muy poca velocidad y el conductor aceleró de repente y giró ligeramente para pasar a través de la hilera. [Los marcianos] habían estado ocultando una zanja de unos sesenta centímetros de ancho, excavada para una tubería de conducción de aguas. El Cadillac saltó como un caballo salvaje, y una de las ruedas delanteras se separó del coche y empezó a rodar calle abajo. Los marcianos aullaron, divertidos.
Algo que les juega a favor a la hora de realizar estas bromas es que son incorpóreos, y pueden desplazarse a cualquier lado en un instante.
La mayoría kwimmaban, sin llamar, al interior de las habitaciones, emisoras de televisión, clubes nocturnos, teatros, bares (debieron de tener lugar escenas memorables en los bares aquella noche), cuarteles, iglúes, cárceles…, a todas partes.
No solo eso: pueden verlo TODO. De manera que nada escapa a sus sentidos: documentos confidenciales, secretos personales y políticos, absolutamente TODO está a la vista de estos seres que no vacilan en revelar su contenido, chillando y a los gritos, en circunstancias lo menos oportunas posibles. Así arruinan jocosamente todas las actividades humanas: partidos de póker, casamientos, firmas de contratos y negociaciones. Fábricas e industrias colapsan ante la insolencia jocosa de los marcianos.
Los programas de televisión en directo se hicieron particularmente inviables. Aunque los programas filmados no fueron interrumpidos la primera noche, (…) todos los programas en directo desaparecieron de las ondas al cabo de unos minutos. Los marcianos adoraban interrumpir los programas en vivo.
Y esto no es todo: como ya he dicho, son incorpóreos, de manera que nada ni nadie puede hacerles daño. Desesperados, los seres humanos atacan a los marcianos de todas las formas posibles:
con pistolas, cuchillos, hachas, sillas, platos, garrotes, instrumentos musicales, libros, mesas, herramientas, guadañas, lámparas, cortadoras de césped.
Pero es en vano: las armas y los objetos simplemente los atraviesan, y los marcianos se limitan a mofarse de los ataques y proferir comentarios insultantes. Así llevan a la humanidad entera hasta la exasperación total, hasta que el planeta entero se une en un grito colectivo para que estas criaturas insoportables desaparezcan de una maldita vez: ¡MARCIANO, VETE A CASA!
Una novela a la vez cómica e insólita que muestra cómo la humanidad es arrastrada al borde de la locura por un millón de invasores intangibles que solo buscan divertirse fastidiando.
Trata el famoso tema de la invasión por seres de otro planeta, pero con una curiosa vuelta de tuerca: los marcianos no llegan en naves espaciales, sino que simplemente kwimman (se teletransportan) hacia la Tierra. Y su objetivo principal no es la conquista, sino meramente fastidiar a los terrestres, haciendo constantes bromas pesadas y volviéndolos locos ante cada oportunidad.
Luke Devereaux, protagonista de la novela, de profesión escritor, se encuentra en una cabaña en una región remota y aislada para concentrarse y redactar su próxima obra. Un buen día llaman a la puerta, y al abrir, Deveraux se encuentra con un marciano. Se trata de un hombrecillo verde de 75 cm. de alto. Espantado, no sabe cómo reaccionar:
- ¡Oh, no! – dijo Luke Deveraux -. No puede ser.
- ¿Por qué no puede ser? (…) Mira, Mack, a ver si te espabilas. ¿Es esto la Tierra o no?
Luke movió la cabeza asintiendo, sin poder pronunciar una sola palabra.
- Muy bien – dijo el hombrecillo -. Eso ya está arreglado. Ahora, ¿qué diablos te pasa?
- G… g… g – dijo Luke.
- ¿Estás loco? ¿Y ésa es la forma en que recibes a los forasteros? ¿No vas a invitarme a entrar?
Luke dijo:
- En… entra…
Y se apartó a un lado.
Una vez dentro, el marciano miró a su alrededor y arrugó el ceño.
- Vaya un lugar más destartalado – dijo -. (… ) Argeth, qué muebles más feos.
- No los escogí yo – dijo Luke, pasando a la defensiva -. Pertenecen a un amigo mío.
- Entonces, tienes un pésimo gusto para escoger a tus amigos. ¿Estás solo?
- Eso es lo que me pregunto es este instante – dijo Luke -. No estoy seguro de que crea en tu existencia. ¿Cómo puedo saber que no eres una alucinación?
El marciano se sentó ágilmente en una silla y se quedó balanceando las piernas.
- No puedes saberlo. Pero si lo piensas es que te falta un tornillo.
A menudo, sus bromas pesadas son casi letales:
Había una hilera de marcianos atravesados en la avenida Pine, un poco al sur de la calle Séptima. Parecían estar muy quietos, y Luke se preguntó por qué, hasta que apareció un Cadillac a muy poca velocidad y el conductor aceleró de repente y giró ligeramente para pasar a través de la hilera. [Los marcianos] habían estado ocultando una zanja de unos sesenta centímetros de ancho, excavada para una tubería de conducción de aguas. El Cadillac saltó como un caballo salvaje, y una de las ruedas delanteras se separó del coche y empezó a rodar calle abajo. Los marcianos aullaron, divertidos.
Algo que les juega a favor a la hora de realizar estas bromas es que son incorpóreos, y pueden desplazarse a cualquier lado en un instante.
La mayoría kwimmaban, sin llamar, al interior de las habitaciones, emisoras de televisión, clubes nocturnos, teatros, bares (debieron de tener lugar escenas memorables en los bares aquella noche), cuarteles, iglúes, cárceles…, a todas partes.
No solo eso: pueden verlo TODO. De manera que nada escapa a sus sentidos: documentos confidenciales, secretos personales y políticos, absolutamente TODO está a la vista de estos seres que no vacilan en revelar su contenido, chillando y a los gritos, en circunstancias lo menos oportunas posibles. Así arruinan jocosamente todas las actividades humanas: partidos de póker, casamientos, firmas de contratos y negociaciones. Fábricas e industrias colapsan ante la insolencia jocosa de los marcianos.
Los programas de televisión en directo se hicieron particularmente inviables. Aunque los programas filmados no fueron interrumpidos la primera noche, (…) todos los programas en directo desaparecieron de las ondas al cabo de unos minutos. Los marcianos adoraban interrumpir los programas en vivo.
Y esto no es todo: como ya he dicho, son incorpóreos, de manera que nada ni nadie puede hacerles daño. Desesperados, los seres humanos atacan a los marcianos de todas las formas posibles:
con pistolas, cuchillos, hachas, sillas, platos, garrotes, instrumentos musicales, libros, mesas, herramientas, guadañas, lámparas, cortadoras de césped.
Pero es en vano: las armas y los objetos simplemente los atraviesan, y los marcianos se limitan a mofarse de los ataques y proferir comentarios insultantes. Así llevan a la humanidad entera hasta la exasperación total, hasta que el planeta entero se une en un grito colectivo para que estas criaturas insoportables desaparezcan de una maldita vez: ¡MARCIANO, VETE A CASA!
Una novela a la vez cómica e insólita que muestra cómo la humanidad es arrastrada al borde de la locura por un millón de invasores intangibles que solo buscan divertirse fastidiando.
Fredric Brown es un novelista
estadounidense absolutamente infravalorado, en cuanto a que todo amante
de la ciencia-ficción ha leído, con seguridad, algo suyo, y sin embargo
su nombre no ha adquirido la relevancia que se merece. Autor también de
novelas de misterio y de decenas de relatos a cual más divertido y
bizarro, Brown alcanzó con la publicación de ‘Marciano, vete a casa’ la cumbre de su carrera literaria y el mayor de los reconocimientos.
‘Marciano, vete a casa’ es, sin duda, la novela sobre invasiones
alienígenas más entretenida que se puede leer. El autor es consciente de
las limitaciones que acarrea desarrollar una historia de
ciencia-ficción más enfocada al humor y a que el lector pase un buen
rato más que a hacer una radiografía de las consecuencias políticas,
sociales, económicas, etc. Téngase en cuenta que esto ya es una
declaración de intenciones, una postura contracorriente que al haber
sido escrita en 1955, con pleno auge de las ‘Crónicas Marcianas’ de Ray
Bradbury, representa la otra cara de los relatos de marcianos. El lado
más satírico, irreverente y desenfadado de la ciencia-ficción.
El escritor de novelas de “a duro” Luke Deveraux es uno de tantos
humanos que un día presencian la ocupación masiva de marcianos en la
Tierra. Los marcianos tienen el aspecto físico tan cargado de tópicos
desde siempre: verdes, cabezones y decididamente desagradables. La
cuestión es que los marcianos han llegado simultáneamente, en una
proporción de uno por cada seis humanos habitantes del planeta, y hablan
y entienden el mismo idioma. No hay rastro de curiosidad o fascinación,
ya que los marcianos son maleducados, inoportunos, indecentes e
irremediablemente molestos. Los humanos intentan acabar con ellos, pero
es absolutamente imposible ya que es imposible tocarles, y ellos parecen
no poder tocar nada de la Tierra, como si fueran hologramas. Por ello,
el ser humano está condenado a sufrir su presencia hasta que los
marcianos decidan irse.
El concepto de la intimidad se ha perdido completamente, ya que no
es factible hacer nada sin ser asaltado por uno de estos bichejos, que
insultan y descalifican por doquier. Los gobiernos, como siempre, se
reúnen para aliviar las consecuencias de esta invasión, que por méritos
propios puede considerársela la más original de las plasmadas en una
obra literaria. Los marcianos se hacen testigos y luego dueños de la
sociedad, no en el sentido del terror o de la paranoia, como en el caso
de ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’, de Jack Finney. Aquí no es
el miedo lo que sacude a la población. La invasión de los alienígenas,
más que una situación de pánico, es un fastidio, un coñazo en toda
regla.
Que Deveraux sea el protagonista no es por capricho, o por
sostenerse en un personaje arbitrario que represente el prisma de la
sociedad humana ante la invasión. Resulta que a mitad del libro,
Deveraux deja de percibir la presencia de los marcianos. No les oye, no
les ve, no les “siente”. Y emerge una reflexión liviana pero efectiva
sobre el solipsismo. ¿Está loco Deveraux o lo están todos los demás?
¿Son los marcianos producto de la mente de Deveraux, y traspasados a la
percepción de los demás? ¿Sabe Deveraux que él es un producto de la
mente de Fredric Brown?
Lo mejor de todo es Brown introduce estos conceptos psicológicos sin
perder la frescura general de las páginas anteriores, constituyendo una
novela completa y curiosa, con la que uno puede reírse a carcajadas, y
posee un final cerrado que no desentona con el aire original de la
historia. ‘Marciano, vete a casa’ es una obra totalmente recomendable,
cuya primera lectura no se olvida con los años, sino que se recuerda con
cariño, y que deja una sensación parecida a cuando a uno le cuentan un
buen chiste y se lleva un rato riéndose sin parar. Y por cierto, que no
hace falta ser un aficionado a la ciencia-ficción para divertirse con
esta novela, y eso es un importantísimo punto a favor con respecto a
otros libros más serios y eruditos.
Una última indicación: en los últimos años, se ha vuelto a
interpretar la traducción del original ‘Martian Go Home’, y ahora la
novela puede encontrarse como ‘Marcianos Go Home!’, un horroroso híbrido
entre el inglés y el español.
Fuente: Martín Hadis, Papel en blanco
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