En Las mellizas del bardo, el escritor y sociólogo Hernán Vanoli pone en acto una trama que corroe, por aceleración de sus contradicciones, las categorías clásicas de personaje, identidad, representación, vida, muerte, para dejar negro sobre blanco que la contradicción principal es entre mundo global y nación en un contexto altamente volátil expuesto por una economía criminal de última generación.
El libro, publicado por la editorial Clase Turista, ocurre en un período de tiempo relativamente corto, y da vuelta como un guante todos o muchos de los clichés culturales de las voces consagradas por cierto establishment.
Vanoli nació en Buenos Aires en 1980. Es uno de los fundadores de la editorial Tamarisco y es miembro del comité de la revista Crisis. Publicó Castores, Varadero y Habana maravillosa y Pinamar.
Esta es la conversación que sostuvo con Télam.
T : ¿Cómo trabaja un escritor como vos si no es desde cierta periferia de la centralidad editorial? ¿Existe ese centro o esa periferia o es una ilusión sensorial en la que caí?
V : Me parece que no existe la centralidad editorial, sino un conjunto de periferias. Al menos no existe esa centralidad en las editoriales argentinas, y mucho más si hablamos de la ficción nacional. Existen pocos editores con alguna idea interesante sobre política cultural, y pensar a la literatura por fuera de la política cultural, bueno, es un ejercicio divertido pero un poco exasperante. Básicamente veo tres formas en las que se manifiesta esta periferia editorial congénita, que también es fruto de las dificultades del estado para manejar a la industria papelera, que es un oligopolio, y de la falta de interés de los empresarios para modernizar a la industria imprentera, que es obsoleta en general. Por eso la industria editorial argentina no es lo competitiva que podría ser. Sin embargo, hay una enorme confusión. El estado, tanto en ciudad como en nación, mete a la literatura, a la edición literaria, bajo el paradigma de las industrias culturales o creativas, cuando la literatura forma parte de una industria, pero es un apéndice tan insignificante de esa industria que merecería un tratamiento diferencial, porque su capacidad de producir valor es de otro orden.
Las preguntas acerca de cómo establecer criterios de valor, educar a los libreros, facilitar cuestiones de distribución, etcétera, quedan pendientes para un debate por la Ley del Libro. Creo que a la gran mayoría de la burocracia cultural, que se maneja con paradigmas propios de la economía, realmente empobrecedores, no le interesa en lo más mínimo que la gente lea literatura, no comprenden el valor que genera una tradición o una cultura literaria, y en el caso de que les interese, su imaginación llega hasta hacer descuentos en mesas de librerías una vez por año o hasta organizar mesas redondas realmente soporíferas en eventos de la industria. Estos fracasos, que también son fracasos de la sociedad, redundan en la proliferación de una sensibilidad indie, muy propia de los tiempos de crisis y no de períodos de crecimiento económico como los que atravesamos.
El país creció, se transformó, se complejizó, hubo muchos aciertos y jugadas importantes, cambios en la composición social durante estos últimos diez años. Es otro país, otros conflictos, varios logros. Sin embargo se sigue editando y en gran medida escribiendo con criterios forjados durante la crisis, el imaginario es ese. Lo que en un momento podía ser productivo por el tipo de preguntas que habilitaba, hoy es regresivo porque es un gesto de comodidad. Hablo de una sensibilidad hegemónica que expresa las taras de la literatura argentina para desarrollarse en términos potentes, para reclamarle más cosas y hurgar en las contradicciones del desarrollismo que representa un consenso estridente en el discurso de la corporación política. Y con potentes me refiero a a) la posibilidad de intervenir activamente en los estados de la imaginación política, a cualquier plazo, y b) la conquista de mercados internacionales en el mediano plazo con productos de calidad que no se resignen al lugar que tiene la Argentina en el contexto global de producción de relatos literarios: una tradición entre berreta y marginal que justifica su lateralidad, lo aburrida que es, lo artificiosamente intelectual que es la literatura argentina, lo pobre y nostálgica que es cuando encara el realismo. Estas taras también son responsabilidad de la universidad que se dice pública y que en realidad es de elite. Hubo algo del relato culpabilizador y al mismo tiempo desresponsabilizador sobre los 90 bajado desde el estado que destruyó a la creencia en la literatura, en un país que creía en la literatura mucho más que otros países. Entonces, las tres formas de periferia central que percibo en el campo de la edición literaria, que es muy pequeño al interior del mercado editorial, son: a) una sensibilidad indie de relatos poco ambiciosos publicados por editoriales muy pequeñas que muchas veces hacen pagar el papel a los autores y, aunque publicaran cosas geniales, y esto sucede a veces, no tienen posibilidad alguna de ampliación de los mercados lectores por las trabas que mencioné más arriba, b) una sensibilidad careta de editoriales que se dicen independientes pero en realidad son emprendimientos de burgueses a quienes les sobra el dinero y deciden ponerse una editorial con el mismo criterio con el que Goyo Pérez Companc le puso un zoológico a su mujer, y que a nivel estético se sustenta en apuestas caprichosas y conservadoras que se travisten en refinadas, centradas por lo general en libros inocuos de una corrección política adormecedora, y en importación de autores de segunda o tercera línea en los países centrales, y finalmente c) una sensibilidad multinacional de las editoriales de la CAP, que concentran casi el 90% del mercado y publican autores literarios muy diversos, a veces como apuestas genuinas y otras veces como coartada para realizar sus negociados con libertad y sin una Ley del Libro que las controle.
Las multinacionales, en general y al contrario de lo que se piensa, se distinguen por no brindar oportunidad a los autores de cierta proyección internacional, ya que operan como pequeñas filiales sin capacidad de innovación real. No hace falta aclarar que hay buenos libros en cada uno de estos modelos, no digo que todo esté mal, consumo libros de las diferentes editoriales, pero esto no quita que las condiciones estructurales son más o menos así y los sujetos hagan lo que puedan dentro de estas condiciones. Publico en una editorial mediana como Interzona, publiqué en una editorial chica como Clase Turista, publiqué en España, cada uno hace lo que puede, no siempre elige a su editor. Pero entre los editores argentinos no hay centralidad sino cortoplacismo, miedo, adaptación, carencia de ideas y necesidad de tener al estado como cliente en lugar de pedirle que genere condiciones para la ampliación genuina de los lectores a través de catálogos desafiantes y atractivos a la vez.
T : La literatura de autor (argentino), ¿dónde creés que encuentra refugio en este momento de notoria concentración de la industria, también la editorial?
V : La literatura de autor tiene que dar una lucha por autosuperarse y llegar a una mayor cantidad de gente que no sea sólo las otras personas que hacen literatura de autor. Por eso no me convence la idea de refugio, es como si la industria editorial fuese un agente homogéneo que conspira contra la singularidad. La literatura de autor no se refugia, es escrita para ser consumida por una secta. Lo que falta es un sistema crítico y una política cultural inteligente que seleccione a lo mejor de la literatura y lo imponga de una manera coherente y sostenida. Terminará generando un nicho, pero un nicho real, con posibilidades de llegar al mainstream, no un nicho de lástima vaporosa como el que tiene ahora, donde la mayor gratificación simbólica para los escritores es pegar un viajecito a un congreso ignoto o a una residencia de ociosos tras haberle mendigado al estado.
T : Los personajes de Las mellizas..., bajo esa engañosa ingenuidad que habitan, ¿no representan una manera de entender la periferia anímica-espiritual de estos tiempos?
V : Los dos personajes principales de Las Mellizas…, que es un libro en favor de la igualdad de género, luchan por la inclusión y como fracasan hacen lo que les sale. Emocionalmente están golpeadas, pero tienen tela para luchar. Por eso la considero una fábula moral. Con respecto a la periferia anímica-espiritual de los escritores, creo que forma parte de un modelo hegemónico para el ethos del escritor, que viene complementado con la idiotez exagerada, casi caricaturesca, en Facebook. La periferia puede ser iluminadora siempre que no se convierta en una excusa para no mejorar. Tomemos el caso de Fogwill. El reconocimiento le llegó, digamos, con suerte, en los últimos quince años de su vida, cuando todos los moplos del campo cultural se le pegaron y querían tener una anécdota con Fogwill. Pero, ¿Qué se valora de Fogwill? ¿Qué era un tipo que se oponía a la burocracia cultural y a la corporación política o que era un loco simpático, con sus debilidades, que leía poetas? Creo que la apropiación que hay hoy de Fogwill sirve para cerrar una operación conservadora que entroniza a los marginales entrañables en lugar de rescatar que el tipo escribió al menos un par de novelas ambiciosas y geniales, y que aspiraban a nombrar a los engranajes de poder de la sociedad a través de formas bellas y complejas de enunciación. Fogwill no fue un miembro rebelde de la periferia anímica, Fogwill tuvo que refugiarse en la periferia anímica porque fue víctima de su época. Pero su proyecto era antimoderno, político y ambicioso. Era un subversivo. Después, los intentos de normalizarlo o de investirlo a través de la anécdota humana, hablan más de la hegemonía actual pasteurizadora y antipolítica que de Fogwill. A mí no me importa la vida privada de Fogwill. Si no me importa lo que escribió Bioy sobre Borges, muchísimo menos va a importarme lo que digan algunos personajes del campo cultural sobre Fogwill.
T : Sos un escritor muy atento a los movimientos tectónicos del mercado. Las contradicciones del turbocapitalismo ¿están a la vista o pretenden estar a la vista en tus novelas? Si es así, ¿qué otros autores contemporáneos te interesan?
V : Creo que vivimos en una sociedad muy mala y pobre, irracional, mediocre, y que no sólo los escritores sino cualquier persona de bien tienen que encontrar sus medios para enfrentarse a eso. Por eso a mí no me interesa llevar la discusión a categorías puramente estéticas, o al supuesto enfrentamiento entre tendencias realistas y antirrealistas, la idea de cánon, etcétera. Claro que poseer cierto refinamiento estético siempre es útil porque uno se desenvuelve en un campo de producción restringida al interior de la producción cultural, entonces tiene que estar formado y atento a las teorías, y principalmente a la crítica, a las artes visuales, al cine, al ensayo. En mi experiencia, la teoría es una fuente de escritura tan poderosa como la vida. Pero es insuficiente para decir cómo es una buena novela porque una buena novela es siempre una pregunta. Sí puede decir, en cambio, cómo es una mala novela. Para mí, una novela que le resulta aburrida a un estudiante de promedio de cualquier carrera humanística, sin un gran capital literario específico, hoy en día es una mala novela. Ser un productor para productores, en literatura, ya fue. La estructura del tiempo histórico cambió y eso es un gesto de elitismo anacrónico. A mí me parece, y es una idea que sostengo en mi taller de escritura, que todos pueden hacer una obra singular y al mismo tiempo ambiciosa si se escuchan y consiguen cierta autenticidad abstracta para con al menos una de las caras horrendas de la contemporaneidad. Como escritores hay muchos, voy a tomar un atajo y te voy a hablar de críticos que me interesan: me interesa lo que hace Maximiliano Crespi, muchas veces me interesa cómo leen Flavio Lo Presti, Nicolás Mavrakis, Juan Terranova, Sebastián Hernaiz. Entre los de afuera, me gustan Terry Eagleton y Frederic Jameson porque añaden la pregunta por la ética a la cuestión del marxismo, y también me gusta mucho el trabajo de Eloy Fernández Porta. Pero mis favoritos siempre serán David Viñas y Pierre Bourdieu. Bourdieu como crítico literario: hay que leer su libro sobre Heidegger, o su libro sobre Flaubert, porque las preguntas que se hace Bourdieu son preguntas menos vinculadas a la sociología que a lo sagrado.
T : En diversos modos y formatos, ese nacionalismo del que hacen gala algunos personajes de Las mellizas... suena a estrategia, a oropel pret a porter. ¿Esto es así? ¿Por qué justamente el nacionalismo?
V : Habría que aclarar primero que entendemos por nacionalismo. Si entendemos al nacionalismo como en el siglo XX, creo que vamos mal, porque ese tipo de nacionalismo no existe. Hoy el nacionalismo es otra cosa. Sostiene muchísimas más mediaciones y además es muy importante para pensar las relaciones con lo global, que es diferente a lo universal como lo pensaba Borges en su ensayo sobre el escritor argentino y la tradición. En el escenario distópico de Las Mellizas… el nacionalismo es una sinécdoque del poder todavía inmenso de la televisión. En una era que se vanagloria de lo digital y la interactividad la televisión todavía marca el pulso por el simple hecho de que nos libra de la obligación a elegir y principalmente, a programar. Y creo que elegir a un personaje como Messi también tiene que ver con el nacionalismo que en ese plano es cierto, es un oropel. Todos sabemos que Messi no es argentino en la misma medida que cualquier otro jugador es argentino. Messi es un súper-argentino en un punto, pero al mismo tiempo es menos argentino. Por eso me interesa un nacionalismo abstracto, o en todo caso el momento fugaz en que el nacionalismo hace máquina con la naturaleza y con la imaginación. No me interesa un nacionalismo esencialista o populista, eso me parece ridículo, se lo dejo a los chicos de los centros culturales. Lo último que publiqué de hecho es Alt Lit, una antología que preparé y traduje junto a Lolita Copacabana para Interzona, y que introduce autores de Estados Unidos que para mí, como lector, tienen mucho que aportar. Pero la pregunta por el nacionalismo sí me interesa, me interesa lo nacional, como asimilamos lo de afuera y cómo generamos un lugar propio, no desde una perspectiva identitaria, sino más bien desde una perspectiva económico-territorial, que es la que rige a las guerras.
T : A su vez, desde la política más elemental, el nacionalismo es una manera de pertenecer, componer un colectivo. Los escritores locales, ¿tienen la obligación de armarse para esta suerte de ataque extraterritorial?
V : No veo que haya un ataque extraterritorial, la gente no compra los libros de los extranjeros que son malos, y sobran los ejemplos de autores que se quisieron imponer y no pudieron. Voy a dar un ejemplo: si uno busca Rock Springs, de Richard Ford, que es un libro extraordinario, no lo consigue en ninguna parte, pero si busca sus novelas las consigue. No son tan buenas. Los buenos libros, si se los ayuda un poco, prevalecen y generan un sistema de lectores. Tampoco creo que la publicidad a autores extranjeros sea tan fuerte, salvo el caso de los best-seller mundiales, que de hecho tienen mejor calidad que los locales. Por eso los escritores locales tienen que tratar de escribir cada vez mejor, generar un público sin estafarlo con sus imposibilidades. Después, los de afuera, que usen sus mejores armas y veamos quién gana. El ataque al que tienen que resistir los escritores argentinos es el ataque de su propia pasividad. El teatro tiene un súper ley que es la ley del teatro, el INCAA subsidia producciones polémicas, y los escritores se quedan en sus casas posteando en Facebook y esperando unas migas.
Fuente: Télam
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