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Un camino de lectura

Andruetto fue la primera escritora en lengua castellana en ganar el Premio Hans Christian Andersen
Invitada a participar del pasado Festival Literario Gustavo Roldán, la notable narradora cordobesa analiza su obra, pero también el lugar del lector en esa construcción así como el rol actual del maestro, la escuela y el Estado en la formación cultural de los jóvenes.



La narrativa, la poesía, el ensayo, el teatro, la literatura infantil y juvenil, todo cabe en la obra de María Teresa Andruetto. Una obra que suele cruzar públicos y edades, en ocasiones en un mismo libro, definido luego como crossover, como ocurre en los conmovedores La niña, el corazón y la casa o Stefano. Difícil hacer encajar este tipo de categorías en Andruetto, la primera escritora argentina y en lengua castellana en ganar el Premio Hans Christian Andersen, considerado uno de los más prestigiosos de la literatura infantil y conocido también como el “pequeño Premio Nobel”. Invitada a participar del Tercer Festival Literario Gustavo Roldán, que organizaron el Espacio Cultural Nuestros Hijos, de Madres de Plaza de Mayo, y el Ministerio de Educación de la Nación (el 7 de junio, en un reportaje público que tuvo lugar a las en la sede de la ex ESMA), la escritora cordobesa se definió como una “escritora sin adjetivos”, la forma “lenta, amasada” en la que se construyó su obra, el lugar del lector en esa construcción, o el rol actual del maestro y de la escuela, que define como “el gran espacio transformador de la Argentina”.

Andruetto cuenta que tiene lista una novela para adultos que saldrá por Mondadori a finales de este año: Los manchados, una obra que, adelanta, dialoga con Lengua madre, una de sus novelas más destacadas. “Me gusta mucho la vinculación de literatura y política, y en este nuevo libro aparecen, además del tiempo ancestral del noroeste, la caída del peronismo, los ’70 y el hoy. Son los tres momentos que me parecen fundantes, o al menos los que me han constituido a mí.” También las conferencias que ha dado en estos últimos años saldrán reunidas en un libro que editará Fondo de Cultura Económica en septiembre, con ponencias como “Leer derecho”, dada en Chaco, o “Elogio de la dificultad”, que leyó en la última Feria Internacional del Libro.

Mientras tanto, una cantidad de ediciones se están multiplicando en distintos lugares del mundo. Títulos como Stefano, La niña, el corazón y la casa, La mujer vampiro, El anillo encantado, Solgo, El incendio, El país de Juan, Veladuras, o su ensayo Hacia una literatura sin adjetivos, están saliendo en Brasil, Colombia, Italia, Alemania, y hasta en China y Turquía.

–Llama la atención la traducción de algunos de sus títulos, por su fuerte componente local.

–¡Yo también me sorprendo! Los chinos compraron ocho títulos, entre ellos Veladuras, no sé qué van a hacer con eso... El de la traducción es un tema que me preocupa, y he sido muy afortunada con la traductora al italiano, en Brasil es Marina Colasanti, un lujo, de la alemana también tengo alguna aproximación, pero en el caso de lenguas tan ajenas, lo único que queda es confiar. Y a la vez me parece impresionante que les interese, imagino que será obra del Andersen...

–¿Qué generó el premio Andersen?

–Eso: lectores en otros lugares. Salidas de mi país. Hasta 2009, cuando obtuve el Iberoamericano de SM (premio dedicado a la literatura infantil y juvenil), mis libros no habían salido de la Argentina. El Andersen me permitió una mayor salida a otras lenguas, a otros lectores, en mejores condiciones para mis libros. No hablo sólo de cuestiones económicas: a veces es la estética del libro lo que viene de la mano de los reconocimientos. Soy consciente de que el Andersen me puso en la mesa de los editores de todo el mundo, con esta restricción: los editores para niños y jóvenes. Y yo no soy una “escritora para niños”, o en todo caso, esa es una verdad a medias. Me siento una escritora sin adjetivos.

Obra lectora

“Yo empecé a escribir a los 15, a hacerlo sistemáticamente a los 28, pero recién comencé a publicar a los 40. Empecé a circular un poco más a los 50, y el reconocimiento me llegó casi a los 60. Todo fue muy amasado, muy despacito”, repasa Andruetto su recorrido literario. “Me parece que si algo caracteriza mis libros es que son libros que se sostienen, siguen circulando con el tiempo. El anillo encantado, por ejemplo, es del ’93, y se vende cada vez mejor. No son libros que se hayan ido rápido.”

–Eso es obra de los lectores...

–¡Todo se lo debo a los lectores! Siempre digo que yo primero tuve lectores y después llegaron la crítica y los espacios de reconocimiento. Fue con un lento boca en boca que la obra fue creciendo en su circulación, por eso demoró en llegar a ciertos lugares. Fue una circulación lenta pero sólida, y eso sí que me gusta. Porque así me gustó a mí construir lectores cuando he trabajado construyendo lectores. Digamos que tengo los lectores que me hubiera gustado construir. ¡Los lectores que supimos construir! (Risas).

Cuando digo que les debo todo a los lectores, debiera precisar que les debo todo a los lectores adultos.

–¿Por qué, si una parte importante de su obra también incluye a jóvenes y niños?

–Porque ellos fueron los que acercaron mis libros a lectores en formación. Como decía, con este modo de escribir mío yo construyo a mi lector. Y el lector que construyo no es un lector que se vaya a abalanzar sobre los libros, porque no es la anécdota lo que prevalece, yo propongo una experiencia de lenguaje. Y esa experiencia, para llegar a un lector en formación, necesita de un puente. Mis libros no generan fans, para decirlo de algún modo, van haciendo un camino de lectura en el que casi siempre hay otro que tiende el puente. Hay lectores míos que leen libros de colecciones infantiles, después se hacen grandes y leen mi obra de adultos; otros leen mis novelas y, por ejemplo, son docentes y llevan a sus alumnos mis libros para chicos. Recibo historias muy lindas en ese sentido, los lectores me escriben y me dicen cosas que me asombran, no alabanzas vacías, experiencias muy hondas de lectura. Eso es reconfortante.

–¿Y por qué demoró tanto en empezar a publicar?

–Hubo una época muy larga en la que yo escribí para mí, casi como un vicio. Tenía una vinculación muy fuerte con la literatura como lectora, pero no vivía en un mudo de escritores ni tenía amigos escritores. Recién a los 30 empecé a dar a leer mis textos a conocidos y a imaginar que tal vez podía editar en algún momento. Pero en Córdoba prácticamente no había editoriales, tampoco tenía relaciones al respecto, no existía la virtualidad... Empecé a mandar a algunos concursos mi novela Tama, que me parecía que era lo único que tenía para concursar, y a los 39 años gané el premio de la Municipalidad de Córdoba, que me permitió editar y me dio un envión grande.

–¿Y mientras tanto qué hizo en “su vida anterior”?

–Mientras tanto pasó la vida: fui empleada administrativa de PAMI, vendedora de libros a domicilio, correctora de pruebas, docente de primario, secundario, profesorado y magisterio. Y sobre todo di talleres literarios, de todo tipo: trabajé con adultos, con niños, con ancianos, en barrios, clubes, cárceles, institutos para adolescentes judicializados. Con el tiempo advertí que allí aprendí algo importante: pude llevar libros a lugares con gente con mucha formación, y a la vez a gente que no había leído casi nada, nunca. Poder hacer ese paso, de gente que se dedicaba a escribir y quería revisar su obra a mujeres en las cárceles, casi analfabetas, de la universidad al geriátrico, ese ir de un público a otro fue importante para mí. No es que me lo haya propuesto: simplemente, los talleres eran mi medio de vida y los daba allí donde podía. Como dice esa frase de Demócrito que me encanta y tengo en mi escritorio: todo está hecho de azar y necesidad.

–Y ese ir y venir de públicos terminó siendo una marca de su obra...

–Acabo de dar una ponencia en un congreso de la Asociación Psicoanalítica Argentina (una invitación que me sorprendió, psicoanalistas especializados en niños y jóvenes que trabajaron en torno de algunos libros míos), y hace unos días estuve en una primaria de mi pueblo, con chicos de primer y segundo grados. Y nunca sentí que debía aniñarme para hablar con ellos ni agrandarme para hablar con los otros, sino que, sin aguar el vino, uno puede hallar una manera de encontrarse en las lecturas con lectores de todo tipo. Al final la literatura, o las historias que escribimos, en el supuesto caso de que sean literatura, son esa mano extendida al otro. Son una forma de amor hacia el otro.

Fuente: Karina Micheletto, Página 12

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