El hijo de la segunda mujer de Cortázar, Ugné Karvelis, y uno de los herederos de los derechos de su obra habló desde París sobre la infancia con su padrastro y la conflictiva relación de su madre con el escritor.
Fotos cedidas a Correctores en la Red por Teresa Karvelis.
Esta historia está escrita entre las páginas de la vida de Cortázar. Como recuerdos que toman fuerza y se abren de repente. Como algo tal vez nunca contado. Un niño que lo conoce, que vive con él, que comparte salidas, charlas, juegos. El hijo de una mujer. No cualquier mujer, sino la que arrasó el corazón del escritor de forma intensa e inesperada. Cuando Julio comenzó su relación con la editora Ugné Karvelis, Christophe, el hijo de ella, tenía seis años. Y aunque la pareja se separó diez años después, el niño ya crecido y el escritor que no tuvo descendencia se siguieron viendo.
Iban cada dos o tres meses a ver películas de vampiros, sus preferidas. La relación con ese hijo adoptivo del corazón siguió en el tiempo. “Era para mí un momento mágico verlo preparar su mate, o rellenar su pipa con cierta ceremonia. A pesar de que mi madre y él conservaron dos departamentos diferentes, lo veía varias noches por semana y lo consideraba un padre sustituto. Era mi punto de referencia masculino y un pedestal de quietud”, revela Christophe Karvelis Senn. Hoy es un empresario que consagra la mayor parte de su tiempo a las pequeñas empresas francesas ayudándolas a desarrollarse, aportándoles consejo y financiación. “Mi mujer Teresa está muy involucrada en la vida cultural mexicana y yo he realizado un poco de coproducción cinematográfica”, dice con respecto a su relación con el mundo del arte.
El 26 de agosto será un invitado especial en la apertura de la exposición “Los otros cielos”, el homenaje por los 100 años del nacimiento del escritor en el Museo Nacional de Bellas Artes. “El mejor homenaje que se le puede rendir es testimoniar sobre su bondad, su fe en el hombre y su capacidad de evolucionar. Pero también testimoniar su universo literario único de lo fantástico a lo cotidiano como digno heredero contemporáneo de Edgard Alan Poe. Aun, si a veces cometió errores de apreciación sobre ciertas personas o ciertos regímenes, Julio será para mí un ejemplo de justicia”, asegura Karvelis.
Pero no será la primera vez que el hijo de Ugné visite el país de Cortázar. “Me gusta mucho Buenos aires, su aspecto europeo explica sin duda por qué Julio y sus compatriotas quieren tanto a París y a su barrio latino. Descubrí el invierno pasado las maravillas de la Patagonia. Una noche, llegando a Calafate descubrí un póster de Julio y de Borges. Capté con cierta sorpresa la importancia que su obra tenía en su país. Para mí esta conmemoración es en parte un retorno a mi infancia. Por lo tanto, volver a Buenos Aires en este marco estará marcado por recuerdos y emoción”.
Todos los fuegos el fuego. Ugné Karvelis llegó a París el mismo año que Julio. En 1951. Tenía 16 años. El escritor 21 más, había nacido el 26 de agosto de 1914. Es muy probable que se hayan cruzado misteriosamente. “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”, escribió él en el capítulo 1 de “Rayuela”. Cuando Ugné leyó esa novela sintió que le pertenecía, mucho antes de conocerlo. Reconociéndose en los lugares, las geografías, la propia vida. Sin encontrarse, caminaron las mismas calles, visitaron los mismos cafés y hasta, es muy probable, que hayan ido al mismo baño público. Ya que por aquellos años sus departamentos no tenían ducha privada. “Nos habremos cruzado, Julio y yo, miles de veces en aquellos años”, dijo ella alguna vez.
Alta, rubia, femenina, sensual, apasionada. Con un cigarrillo entre los labios o una copa de vino en sus manos. De carácter fuerte y muy celosa. Así definen quienes conocieron a Ugné. La adolescente que tuvo que dejar Lituania, donde su padre era ministro, para huir a Alemania y luego a Francia. Un destierro obligado que la llevó a estudiar Ciencias Políticas y, algunos años adelante, en 1959, ser editora de Ediciones Gallimard, donde estaba a cargo del Departamento para Latinoamérica. Pero, si bien se habían cruzado varias veces ya ella como editora y él como escritor, por una antología y la traducción al francés de “Rayuela” en 1966, no fue en París donde se produjo el verdadero encuentro, ése que cambia la historia de las cosas, el rumbo de la vida y del que ya no se puede volver atrás.
Alta, rubia, femenina, sensual, apasionada. Con un cigarrillo entre los labios o una copa de vino en sus manos. De carácter fuerte y muy celosa. Así definen quienes conocieron a Ugné. La adolescente que tuvo que dejar Lituania, donde su padre era ministro, para huir a Alemania y luego a Francia. Un destierro obligado que la llevó a estudiar Ciencias Políticas y, algunos años adelante, en 1959, ser editora de Ediciones Gallimard, donde estaba a cargo del Departamento para Latinoamérica. Pero, si bien se habían cruzado varias veces ya ella como editora y él como escritor, por una antología y la traducción al francés de “Rayuela” en 1966, no fue en París donde se produjo el verdadero encuentro, ése que cambia la historia de las cosas, el rumbo de la vida y del que ya no se puede volver atrás.
Enero 1967, La Habana, Cuba. Un escritor llega a la recepción de un hotel para dejar la llave, una mujer joven le habla, lleva un libro en sus manos, “Rayuela”. Como buen caballero, o seductor, él la invita a un mojito. Ugné enamoró a Julio. El principio de la historia entre ellos se escribió en la isla. No pasaría mucho tiempo, un año y medio, para que Cortázar se separara de Aurora Bernárdez, traductora de Ítalo Calvino, con quien se había casado en 1963. Los siguientes diez años los pasó junto a Ugné, quien se convirtió además de su compañera en la vida amorosa (nunca se casaron) en su agente literaria. “Julio y mi madre comenzaron su historia de amor en 1968, y mi padre tomó la decisión de no vernos nunca más. Julio se convirtió en mi padrastro”, cuenta Christophe.
Fueron años donde los intelectuales latinoamericanos se daban cita en el 19 de la calle de Savoie, la casa de la pareja; algunos estaban de pasada, otros vivían en París. Tenían dos puntos en común. Eran todos exiliados y la mayoría de esos escritores eran editados en Gallimard, la más grande casa de edición para todo lo que era literatura de un cierto nivel y literatura extranjera. Ugné se ocupaba de ellos, era la referencia. Esas largas reuniones tuvieron a Christophe de testigo: “Ese período era para mí muy tumultuoso. En efecto, vivía en medio de personas interpuestas entre los dramas de Chile y de Argentina, pero también de Checoslovaquia. El departamento de mi madre de la calle de Savoie se había convertido en el epicentro del reencuentro de artistas exiliados que debatían numerosas noches sobre los métodos a seguir para sensibilizar la opinión pública, sobre los horrores de las diferentes dictaduras. En este lugar, Julio realizaba intercambios animados con Carlos Fuentes, Gabo, Mario Vargas Llosa pero también con Milan Kundera, Piotr Rawicz o Vassilis Vassilikos. Por otra parte, la relación de mi madre con Julio al ser pasional a veces resultaba destructiva, no era fácil para un chico de 10 a 12 años soportar las tensiones subsiguientes. El alcohol colaboraba y en ocasiones era difícil vivir con mi madre, era distante. Julio fue siempre una presencia protectora y siempre estuvo allí cuando necesitaba apoyo. Para un chico, su físico imponente asociado a una dulzura constante me tranquilizaba. Uno no se da cuenta leyendo sus libros hasta qué punto era agradable”.
Historias de cronopios y de famas. La noche del 17 de junio de 1972 el campeón mundial de peso mediano Carlos Monzón se enfrentaba al francés Jean-Claude Bouttier. El argentino realizaba la quinta defensa de su corona y era la primera pelea que ambos púgiles disputaban. Julio y Christophe estaban en la platea. Hubo dos cosas que el escritor le hizo descubrir en esos años, pero que sigue queriendo todavía: los filmes de vampiros y el boxeo. “Él adoraba el box y estaba contento porque Monzón ganó, pero yo era muy pequeño por los ’70 y no estaba contento porque Bouttier había perdido. Fue un combate formidable, fuimos a verlo al Palais de Sports. Y yo continúo adorando el boxeo, e incluso me imagino haciendo algo de box. Tal vez estoy un poco viejo ahora para hacerlo”, expresa Christophe.
Iban a ver boxeo o pasaban las tardes sentados en la butaca de algún cine en París, donde vivían las historias de vampiros de Christopher Lee o de Boris Karloff, casi como un ritual que mantuvieron a través de los años. “Julio era un apasionado de los filmes de terror y conservé una máscara horrible con la que le gustaba jugar. Esta máscara atravesó las generaciones ya que mi hija en ocasiones se disfraza con ella. Él pensaba que era un vampiro, adoraba todo lo que estaba alrededor del mundo del vampiro, adoraba los filmes de vampiros, sobre todo los viejos filmes y como a mí también me gustaban esas películas, íbamos los dos bastante seguido al cine. Incluso después de que se separó de mi madre, íbamos cada dos o tres meses a ver una buena película juntos. Pasábamos un buen momento”, recuerda Karvelis.
Para él, hay una sola cosa en la que Julio era un poco diferente de los otros y es que “adoraba (mi madre también) hacer que los objetos devengan seres, los humanizaba”. Como ponerle nombre a una combi roja, Volkswagen, con la que hicieron muchos viajes. “Una de las imágenes que conservo de él son los fines de semana con Fafner (el dragón rojo) que nos transportaba a los tres por las rutas de Provence y nos albergaba, a mi madre y a Julio, en la parte trasera del vehículo y a mí en un catre de campaña situado en el techo de la combi”, rememora Christophe. También, le ponía sobrenombres a la gente. “En los escritos que le hacía a mi madre, la llamaba ‘Marmotte’ (marmota) y a mí me había nombrado ‘Kangourou’ (canguro). Él tenía ese mundo que era de él y a veces ese mundo impactaba en el mundo real, en la vida cotidiana, pero lo hacía siempre con mucha simplicidad, mucho amor y mucha liviandad. Era alguien muy ligero, liviano, sin embargo con sus implicaciones políticas, con verdaderas convicciones, con verdaderos compromisos”.
Final del juego. En 1976, la relación amorosa con Ugné Karvelis había perdido el entusiasmo de antes, los excesivos celos de ella, su afición a la bebida, el alejamiento entre los dos era cada vez más evidente. Cortázar se fue de la casa pero allí quedó para siempre su presencia, sus fotos puestas cerca del teléfono, aun luego de su muerte.
“Ella era una mujer difícil, pero tenía una pasión tan grande por la literatura latinoamericana que consagró una parte de su vida para hacer que esa escritura, esa cultura fuera reconocida lo más posible. No únicamente en Francia, sino en toda Europa y en Estados Unidos. Ella consagró esa pasión para que esos escritores fueran lo más leídos posible. Y es por eso que pienso que a pesar de la separación, a pesar de lo que siguió, Julio reconoció eso dejándole a su muerte una parte de sus derechos de autor. Y dejándole la casa, Julio entendió que esta casa para mi madre era muchas cosas, sus vidas juntos, su historia de amor. Él, a pesar del sufrimiento, era muy lúcido, muy justo, y reconoció que tal vez una parte de su éxito, no el literario, porque eso era su talento, pero su reconocimiento internacional se lo debía, no todo, pero una parte a mi madre”, reflexiona Christophe.
Julio murió en París el 12 de febrero de 1984. Lo enterraron el 14 de febrero, en el cementerio de Montparnasse. Un día gris, tan gris y tan frío como el invierno parisino. Y tan triste, como siempre son los entierros. Allí estaban Ugné Karvelis y Aurora Bernárdez. El ataúd bajó en la misma tumba donde estaba enterrada su última pareja, Carol Dunlop, que había fallecido dos años antes.
Ugné murió el 4 de marzo de 2002. Tenía 66 años. Un año antes había vuelto a Cuba, más de treinta años después que arrancara en esa isla su historia de amor con Cortázar; “estoy de acuerdo con Julio en que la muerte es el escándalo supremo”, dijo aquella vez.
Cien años con Julio
El 26 de agosto Julio Florencio Cortázar cumpliría 100 años. Aunque murió en 1984, parece que no se hubiera ido nunca. Julio es presencia. Tal vez, nunca imagino que algún día estaría en un lugar privilegiado del Museo Nacional de Bellas Artes. La exposición “Los otros cielos”, organizada por el Ministerio de Cultura de la Nación, tendrá lugar en el Pabellón de Exposiciones Temporarias del MNBA, en Av. Del Libertador 1473, abrirá el mismo día de su cumpleaños, y podrá visitarse hasta el 28 de septiembre. Está dividida en doce unidades temáticas y se propone atravesar la vida y la obra de Cortázar a partir de su colección personal integrada por material fotográfico, cartas, documentación y películas filmadas en Súper 8, que llega por primera vez al país. Objetos y fotografías de su infancia y juventud, los lugares donde habitó, las tapas de sus libros y obras pertenecientes al patrimonio del MNBA que fueron mencionadas por Cortázar en su libro sobre las artes plásticas: “Territorios de 1977”. Finalmente se proyectarán sobre el piso del Pabellón, en once rectángulos de una rayuela inspirada por la que dibujara Cortázar, imágenes importantes de su vida.
Texto de la nota por Susana Parejas. Publicada en Revista 7 DÍAS, 17 de agosto 2014
Texto de la nota por Susana Parejas. Publicada en Revista 7 DÍAS, 17 de agosto 2014
Los muchos Cortázar
El título de la muestra está inspirado en el cuento “El otro cielo”, de Todos los fuegos el fuego (1966), en el que su personaje principal entra a la galería Güemes de Buenos Aires como un hombre gris, sometido a la doble burocracia de la oficina y el matrimonio, para incorporarse automáticamente a una trama de delito y prostitución en la galería Vivienne de París.
Siguiendo esa lógica, la idea es la de registrar las inquietudes múltiples de Cortázar tanto a la hora de componer su obra como de vivir su vida, ambas gobernadas por la experiencia del movimiento. Tanto sus personajes como él mismo han sido sometidos al régimen del viaje en un sentido amplio. En la obra de Cortázar hay viajes en el tiempo, viajes que van de la realidad a los mundos fantásticos, transmutación de almas, experiencias de ubicuidad y pasajes que conectan espacios remotos.
La idea de que hay “otros cielos” al alcance de la mano, más allá del cielo propio, es fuerza más importante de todas las que componen la biografía y los libros de Julio Cortázar. Debajo de cada uno de estos cielos se reinventó varias veces a sí mismo. Hay un Cortázar lampiño vestido de traje, el joven “viejo” retratado por Sara Facio en los años ’60, un Cortázar revolucionario de guayabera, un Cortázar melómano, un Cortázar de laboratorio rumiando en su estudio, un Cortázar silvestre rodeado de amigos en su casa-falansterio de Saignon, un Cortázar que desprecia las clases populares, un Cortázar latinoamericanista, un Cortázar “padre” del hijo de Ugné Karvelis, su mujer durante diez años y un Cortázar que se ramifica como novelista, cuentista, poeta, lector, traductor público y agitador ideológico.
Texto de Los muchos Cortázar por Juan Becerra, curador de la muestra “Los otros cielos” MNBA
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