Ir al contenido principal

El dardo en la Academia: introducción


—Cuando yo empleo una palabra —insistió Humpty Dumpty 
en tono desdeñoso— significa lo que yo quiero que signifique... ¡ni más ni menos!
—La cuestión está en saber —objetó Alicia— si usted puede 
conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión está en saber —declaró Humpty Dumpty— 
quién manda aquí... ¡si ellas o yo!

                                                                         Lewis Carroll, "Alicia a través del espejo".


Para el hablante medio, la autoridad máxima, algo así como el 
tribunal supremo del idioma, es la Real Academia Española. 
[...] Incluso entre personas cultas es frecuente oír que tal o cual 
palabra «no está admitida» por la Academia y que por tanto 
«no es correcta» o «no existe». = En esta actitud [...] hay un 
error fundamental, el de considerar que alguien —sea una persona o una corporación— tiene autoridad para legislar sobre la 
lengua. La lengua es de la comunidad que la habla, y es lo que 
esta comunidad acepta lo que de verdad «existe», y es lo que 
el uso da por bueno lo único que en definitiva «es correcto». 


                                                                                 Manuel seco,Gramática esencial del español




Esencia y vigencia de las academias de la lengua español



Que la autoridad de la Real Academia Española no tiene parangón con la de ninguna otra academia de la lengua, ni española ni extranjera, es algo que casi no es preciso demostrar: es un hecho vivencial, que particularmente han percibido —por influjo de su historia educativa y de su entorno mediático y político-lingüístico— los hispanohablantes latinoamericanos. Pero si fuera necesario probarlo, podemos remitir al lector a las encuestas realizadas por el académico de la Academia Argentina de Letras (aaL) e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas argentino (ConiCet), José Luis Moure, y por la también investigadora del Instituto Nacional de Antropología y profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Leonor Acuña, donde se pretendía conocer las actitudes y valoraciones sobre su lengua de los hablantes de esta zona rioplatense.
Entre otros planteamientos, se preguntaba a las 388 personas encuestadas si conocían alguna institución que estableciera la forma correcta de hablar (hablar, no escribir). En el análisis de los resultados según 
una categorización sociocultural de los encuestados, la Real Academia Española (rae) fue la respuesta de un 33 % del grupo sociocultural más elevado, seguido de un 29 % para los dos grupos siguientes, y de un 14 % para el penúltimo grupo del rango sociocultural inferior. Salvo la clase sociocultural más baja, todas las demás conocían la institución académica española y la identificaban espontáneamente como autoridad normativa y modelo de ejemplaridad en el habla. Sin aplicar la variable sociocultural, a la pregunta complementaria sobre la influencia que a juicio de los encuestados deberían tener una serie de instituciones educativas y organismos prescriptores, un 40 % respondió que debería ser mucha la de la Real Academia Española, frente a un 35 % que opinaba lo mismo de la academia nacional, la AAL.


Las editoras de este volumen tenemos el convencimiento de que, de plantearse esta misma pregunta en encuestas sociolingüísticas realizadas a hablantes de otras variedades y zonas donde el español se ha erigido 
como principal o única lengua nacional, los resultados serían parecidos e incluso muy superiores en ciertos países con más larga y estable tradición de «obediencia» a la rae. Pero si bien parece claro que la Real Academia Española es una de las principales autoridades idiomáticas que acuden espontáneamente a la 
mente de los hablantes de casi todas las capas socioculturales, incluso en países con academia propia, no resulta tan fácil dilucidar qué elementos la han colocado y la mantienen, a día de hoy, en esta posición. 
En la serie de análisis comparativos de las instituciones académicas de la lengua italiana y española realizados por Antoni Nomdedeu Rull, su autor proponía que el excepcional ascendiente de la rae sobre los 
hablantes y su prestigio como organismo normativo podrían explicarse por la suma de cuatro peculiaridades:
1)  ha realizado un notable trabajo en el terreno del cuidado de la lengua, como muestra su prolífica producción editorial;

2)  responde a la demanda por parte de los usuarios e investigadores de que actualice periódicamente sus trabajos;

3)  asume el papel de unificadora del idioma, convirtiéndose en garante de cohesión, en colaboración con las academias hispanoamericanas;

4)  ha buscado el apoyo institucional y siempre ha contado con él. A quienes manejamos en nuestro quehacer diario el trabajo normativo de la rae (realizado hoy en corresponsabilidad con la Asociación de 
Academias de la Lengua Española, Asale) y sus recursos lingüísticos en 
línea, las dos primeras hipótesis apuntadas por Nomdedeu nos resultan, sin embargo, poco convincentes. De hecho, la idea de El dardo en la Academia surgió a finales del 2006 de la manera más casual, como 
producto de una constatación compartida por su promotor, José Pons (propietario y editor de Melusina), y las editoras de este volumen, por otra parte común a muchos profesionales del sector editorial español: el 
bajo perfil de la Real Academia Española como organismo estandarizador. Partiendo de este juicio crítico previo, contribuir a explicar cómo una institución normalizadora semipública, con una producción menos 
abundante de lo que aparenta y mucho menos consistente y actualizada de lo que es exigible, puede haber llegado a ejercer una influencia social sostenida sobre los hablantes de español de ambos lados del Atlántico 
fue el reto que finalmente decidimos asumir con esta obra y que trasladamos al resto de autores. Pronto su ambición embrionaria colocó el proyecto en un camino de largo recorrido, que inevitablemente conducía a explorar a fondo los aspectos de la idiosincrasia académica, y del ambiente intelectual y la coyuntura sociopolítica que, en cada periodo, condicionaron su desarrollo, su ramificación institucional y su privilegiada posición. A medida que las primeros trabajos de zapa fueron exponiendo las entrañas de 

las instituciones académicas y completando nuestra visión de su anatomía, nos dimos cuenta además de la necesidad de trasladar al lector un registro nítido y detallado de la imagen que íbamos obteniendo, 
permitiéndole así contemplar las múltiples facetas y dimensiones que la visión oficialista de la rae —y de todas las demás academias, de hecho— suele mantener ocultas al común de los hablantes. A su vez, desde los primeros pasos de la obra, la complejidad del alma académica que se nos revelaba, su intrincada red de conexiones institucionales, su implicación en el juego geopolítico más allá del estricto campo de ordenamiento que es la estandarización lingüística, y su —hoy— febril actividad hicieron evidente la imposibilidad de satisfacer plenamente nuestros propósitos en una única entrega. Por esta razón, El dardo en la Academia se ha planteado, en fin, como un proyecto de largo recorrido que en esta primera concreción alcanza a definir —gracias a la lectura entretejida que permiten los reenvíos en notas de las editoras (v. vol. i, pp. 695-720 y vol. ii, pp. 579-628)— el peculiar perfil histórico, ideológico e institucional de la rae y sus asociadas, a describir las sinergias e interferencias con el mundo político, económico, cultural, científico y mediático, y a diseccionar una parte sustancial de su labor codificadora. Para una nueva entrega, que esperamos factible, quedan revisiones extensas —algunas de ellas ya en curso— de su método de trabajo lexicográfico, de los medios tecnológicos y humanos de que se vale en su labor productiva, de su obra gramatical y del funcionamiento de la red interacadémica que integra la Asale. Con todo ello esperamos contribuir a enriquecer el acervo de conocimientos sobre las academias de la lengua española, confiando además en que este dardo logre perturbar las mansas aguas del debate sobre la planificación del castellano,en cuya quieta superficie las academias de la lengua proyectan su imagen pública. 

Fuente: silvia senz y Montserrat albert: El dardo en la academia, Melusina, 2011


Comentarios

Entradas populares