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120 años de César Vallejo

 El 16 de marzo se cumplió el aniversario del nacimiento de César Vallejo (1892-1938), poeta peruano. Nació en Santiago de Chuco y murió en París. Considerado como uno de los mejores poetas hispanoamericanos del siglo XX. Se trasladó a Francia en 1923. Obra: en poesía Los heraldos negros (1918); Trilce (1922) y Poemas humanos (1939), en este volumen se incorpora la producción literaria escrita durante la guerra civil española titulada España, aparta de mí este cáliz; algunas colecciones de sus cuentos fueron recogidas en Escalas melografiadas (1923); Fabla salvaje (1925) y Paco Yunque; en teatro Moscú contra Moscú (1930) y Lock-out (1931); los ensayos Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin (1931) y Rusia ante el tercer plan quinquenal (1932), entre otras. El presente es un estudio analítico del Himno a los voluntarios de la República, según el método de la escuela de Leo Spitzer, con el objetivo de mostrar los diferentes aspectos del estilo de Vallejo, agrupados sistemáticamente. Además, se estudian los fenómenos lingüísticos, y el estilo con relación a las imágenes, los contenidos nocionales y los contenidos afectivos.
 
 Si  tuviéramos que  enumerar en  extremada síntesis los rasgos de la poesía de César Vallejo diríamos: la originalidad de su  lenguaje, la total adherencia expresiva al  sentimiento de dolor, una visión muy personal de la Revolución, una  concepción especial de la muerte.
La originalidad del  lenguaje vallejiano y la  consiguiente dificultad  para  clasificarlo, una vez que se ha  liberado de los  residuos modernistas, se  puede apreciar ya  en muchas  compos iciones de Los heraldos negros,  especialmente en aquellas que anticipan esas  conjunciones de varios planos  temporales y distintos niveles miméticos, que constituirán el sello de Trilce. Si Julio Ortega ha podido  encuadr ar este  segundo libro dentro de una  "poética de la  tachadura " es precisamente porque, con el tesón y la  fatiga que han  testimoniado sus amigos, Vallejo  fue borrando o  enmascarando, en una  segunda escritura de Trilce, todas las  referenias biográficas y  anecdóicas. Juan  Espejo Asturriaga nos ha proporcionado algunas primeras versiones que prueban la  concienzuda intervención del poeta a la búsqueda de  un  lenguaje despojado de todo lo contingente y  cargado de la tensión de lo imprevisible. Cotejando algunas primeras versiones  podemos descubrir, por  ejemplo, que el  nombre de Otilia, la limeña  amada por Vallejo, ha desaparecido en la versión de finitiva del  poema XV; en el  poema VI,  en  cambio, el mismo  nomb re se ha  transformado en el adjetivo  "otilinas ",  con el cual el poeta  califica las venas de la  sublime " lavandera del  alma ". Asimismo Vallejo  reduce e  incluso elimina los nexos lógicos entre las partes, de mane ra de crear,  en cada  p o ema, ve rdade ros collages en donde los  t i empos y las voc es de la narración poética se  sobreponen y se mezclan. Así,  en el  poema III,  "Las personas mayores/ ¿a qué hora volverán? ", al miedo infantil de quedarse solo y  encerrado en casa se  sobrepone la angustiadel adulto  " recluso" pa ra  siempre afuera de la casa,  arranc ado  p or la viol enc ia del  t i empo y de la vida a las dul c es ataduras del hoga r, a los he rmanos, a los padres. El adulto se ha quedado prisionero en el afuera de la casa,  en el  afuera de la  infancia. Y detrás de la voz  inf ant i l, delicadísima,  evocada y mimada  ( "El mío es más bonito de  todos ",  "Madre  dijo que no demoraría"), se  o ye  tambi én la voz pesada, cargada de dolor, del adulto:  " por donde/  acaban de pasar gangueando sus memorias/ dobladoras  penas ". O bien,  en el  poema LXI,  "Esta noche desciendo del  caballo", se alternan y  suceden  en perfecta progresión de intensidad los varios  tiempos del pasado  lejano  evocado,  cuando la  familia vivía felizmente reunida, el pasado  reciente  cuando el poeta,  acabando de  regresar de Trujillo, ha descubierto la tragedia del luto y de la disgregación  familiar, y en fin el  tiempo presente que, a su ve z, reúne  el  a cto de la escritura y la  conversión de los sentimientos en una estoica aceptación del destino. El segundo rasgo  e specífico de la poesía de Vallejo, por el cual  podríamos distinguir a este poeta entre  todos, es la  fidelidad  expresiva al  sent imi ento de dolor. Esa fidelidad  expresiva lo incita a no  conceder a su estilo  ningún el emento de deleite. Y en esto, precisament e, había  señalado  Roberto Paolila diferencia  con Neruda. Tanto el chileno  como el  peruano desarrollan  con desgarradora intensidad la sentencia  rubendariana de que  " no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo"; pero mientras  el  chileno  concede una amplia tregua al lector a través de la musicalidad y la sensualidad de sus versos, Vallejo no  concede nada. Ni hedonismo ni  sensualidad. 

Ninguna  clase de deleite. Esta adherencia total al sentimiento de dolor que lo  invade y que es una de las  razones de su originalidad y de su diversidad,  indica asimismo una manera de  sentir auténticamente india. Más que los  temas, Vallejo heredó la voz del Perú  indio, decía Mariátegui; y su pesimismo,  como el  pesimismo del  indio, no  es  un concepto sino un sentimiento El indio,  como la voz poét i ca de Va l l e jo, está encerrado  en su dolor: así lo verán los grandes narradores peruanos pos t eriores a Va l l e jo y acaso herederos de su visión del hombre, de Ciro Alegría a José María Arguedas. El  indio está en Va l l e jo y al lado de Va l l e jo. Así, él  suf re  como indio pero también  como prójimo del indio. La solidaridad  con sus penurias hará  nacer la novela Tungsteno. Pero el  concepto de  prójimo se  extiende en Va l l e jo hasta perder las  connotaciones de país o de raza. El  sufre por y  junto a  todas las creaturas  humanas:  " Se quisiera  tocar  todas las puertas ,/ y preguntar por no sé quién; y  l u e g o/ ver a los pobres y,  llorando quedos ,/ dar pedacitos de pan  fresco a  todos ". Si el mal mayor del Oc c idente es la hipe r t rof ia del yo y el  cons igui ente enc e r r ami ento dentro del círculo de los propios intereses, el  r emedio será — según la  ens eñanza de  l as filosofías orientales que  t i enden a  d i f u n d i r se  ent re nosot ros — la salida de  e se círculo  estrecho y, sobre  todo, las di soluc ión del yo.
Vallejo había  encontrado esa vía de salida mucho antes del auge de  las filosofías orientales. El  choque con el otro y con el  sufrimiento del otro  es tan  fuerte para él, que su yo se lacera para  abrazar al otro y no pudiendo desaparecer del  todo para hacerle  lugar, se siente culpable:  "Y pienso que, si  no hubiera nacido,/ otro pobre  tomará este  café !/ Yo soy un mal ladrón... Adónde  iré ! ".  La  culpa es, simplemente, de haber nacido. En clave  calderoniana y  exasperando al máximo el  concepto católico de pecado original, Vallejo se acusa y se  atormenta:  " Todos mis huesos son  ajenos ;/ yo tal vez los  robé ! ". La  concepción especial que Vallejo tiene de la Revolución se pone de manifiesto, sobre todo, en los  poemas dedicados a la  España desgarrada  por la guerra civil. Para el marxista Vallejo, la  Revolución no es  solamente un acto momentáneo de violencia  reparadora de la violencia secular de la historia. Es también esto. 
120º aniversario del nacimiento de César Vallejo
El doodle inspirado en una foto tomada en París

Pero sobre todo, para Va l l e jo,  inesperado  continuador de la utopía martiana, la Revolución es un acto de  amor, y el hé oe  r evolucionario se confunde  con el redentor. El  combatiente puede morir pero gracias al  amor de " todos los hombres de la  tierra"  revive multiplicado en la  " Masa"  (que da título al poema ). Pedro  Rojas, después de muerto, se  levanta pa ra  besar su  catafalco ensangrentado,  llorar por España y  seguir  combatiendo.  " Ha muerto el  cuerpo en su papel de  espíritu" — dice el poeta —, "y el alma es ya nuestra alma, compañeros ". En este  contexto la muerte no puede ser vivida  simplemente  como una violencia. Acercándose a los postulados del  existenci a l i smo heideggeri ano, Va l l e jo  concibe la  exi stencia sobre  todo de sde la perspetiva de su  finitud. Vida y muerte  forman parte de un mismo ciclo, dentro del cual se dan  recíprocamente sentido. Olvidar o descuidar nuestra  condición mortal  significa, para nuestro poeta,  reducir la capacidad de ser generoso con los demás. Así, la fiesta que no tiene en  cuenta el duelo es  imperfecta para Va l l e jo:  " No he visto ni una flor de cementerio en tan alegre procesión de  luces ". Quien no  es  capaz de  dar a los demás tal vez no ha  comprendido que todo lo que posee  le ha sido dado, empezando por sus huesos ("todos mis huesos son  ajenos") y  que  tarde o temprano los tendrá que devolve r. El que no da,  roba algo a  los  d emás y desvaloiza su propia existencia. El que no sabe morir  no  sabe vivir y viceversa. El que vive  " poco" muere  " poco" y viceversa. Y dado que esta  incapacidad es culpa grave para Vallejo, será  justo pedir perdón  por ello:  "Hoy no ha venido nadie a preguntarme ni a pedirme  nada ", se  lamenta el poeta. Y en  seguida, con el rigor  lógico y la  fu lminante  capacidad de síntesis que le son propios,  agrega: " Perdóname, Señor; qué poco he muerto".

Fuente: Muerte y redención en la obra de César Vallejo, Martha L. Canfield

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