Ludwig Wittgenstein (1889-1951), filósofo inglés nacido en Austria. Escéptico de la filosofía, aunque encuentra en ella algo que merece rescatarse. En cuanto a la metafísica, la parte de la filosofía relacionada a la naturaleza y los principios fundamentales de la realidad, dice que sumerge al filósofo en la oscuridad más completa. Su falta de compromiso con la Filosofía, no lo descalifica como filósofo pero si lo convierte, como a Nietzsche, en una figura incómoda.
Para él la filosofía no es un conocimiento, es una actividad que tiene por objeto aclarar las proposiciones gramaticales. Hace de la filosofía un análisis del lenguaje. La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo».
Para él lenguaje son todas las proposiciones gramaticales y cada una de éstas representa un estado de cosas, siempre que sea sensata y no tenga un carácter exclusivamente lógico. El lenguaje es como escribir con jeroglíficos donde los hechos descritos tienen un sentido figurado aún en la escritura alfabética. Pero las imágenes no son la copia de un hecho sino el hecho mismo.
En su libro Tractatus Logico- Philosophicus trata de demostrar que la filosofía tradicional está basa en una confusión sobre «la lógica de nuestro lenguaje». Reconoce que hay muchos lenguajes distintos con muchas estructuras distintas que pueden servir a necesidades específicas muy diferentes. Lo que da unidad al lenguaje no es su estructura lógica, ya que éste consiste en una multiplicidad de estructuras más sencillas o «juegos de lenguaje».
Wittgenstein acepta un carácter práctico del lenguaje. No se trata de buscar estructuras lógicas sino el comportamiento de quienes lo usan. Lo importante es cómo aprendemos a hablar y para qué nos sirve. El significado de las palabras y el sentido de las proposiciones están en su función, su uso en el lenguaje. El significado de una palabra o el sentido de una proposición son equivalentes a su uso. Como los usos son muchos y de muchas formas, el uso correcto se determina por el contexto a que pertenezca, el cual siempre es un reflejo de la forma común de vida de quienes lo hablan, lo cual lleva a varios «juegos del lenguaje» que no comparten una esencia común; tienen en cambio, un parecido familiar. Lo absurdo de una proposición es usarla fuera de su propio lenguaje.
El lenguaje así queda constituido por un conglomerado de juegos regidos por sus propias reglas. El criterio para saber si seguimos las reglas correctas son el uso habitual de la comunidad que lo utiliza. Los juegos del lenguaje corresponden a una colectividad, no a un solo individuo. Términos mentales como «dolor», que todos sabemos lo que significa, no podemos saber si el otro llama dolor a lo mismo.
Hacer filosofía es enredarse en un juego de lenguajes cuyas reglas no están determinadas porque es a la misma filosofía a la que pretende establecer esas reglas, cayendo en una especie de círculo vicioso. La misión de la filosofía para Wittgenstein es «luchar contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio del lenguaje». Hay dos clases de dificultades, las confusiones con el lenguaje y las tendencias esencialistas buscando lo universal. El problema consiste en los términos filosóficos empleados como «verdad», «mundo», «realidad», «tiempo». Son expresiones que originan imágenes mentales que nos llevan a pensar que con tales imágenes ya tenemos el significado de las expresiones. Filosofar es «luchar contra el embrujamiento del entendimiento por parte de los medios de nuestro lenguaje».
En sus Investigaciones filosóficas Wittgenstein insiste en los diferentes usos de símbolos, palabras y proposiciones. A la filosofía corresponde ofrecer una visión clara de los múltiples usos para eliminar los rompecabezas filosóficos, resultantes de la insuficiente atención al funcionamiento del lenguaje, para lo cual habría que reconstruir cuidadosamente los pasos lingüísticos que llevaron a ellos. Así concibió Wittgenstein la filosofía como una práctica descriptiva, analítica y hasta terapéutica. Llegó a considerar el problema cuerpo mente como incomprensión del lenguaje.
Afirma que el lenguaje tiene que ser aprendido como proceso para inculcar e instruir, ya que el niño, al aprender un lenguaje, es iniciado en una forma de vida compuesta por todo el complejo de las circunstancias naturales y culturales presupuestas en nuestro lenguaje y forma de entender el mundo. En las notas escritas al final de su vida, posteriormente publicadas como «Sobre la certeza», insiste en que toda creencia forma parte de un sistema de creencias que en conjunto constituyen una visión del mundo. Wittgenstein no reconoce una «inmaculada percepción», neutra y pasiva, como la relación entre la cosa y la mirada, porque en la acción de percibir existe un «pensamiento que suena en el acto de ver», un ver siempre cargado de teoría. Por otra parte, acepta que hay conocimiento real pero siempre disperso y no necesariamente fiable. Está conformado por lo que hemos oído y leído, por lo que nos han inculcado y por nuestras modificaciones a todo ello. Por lo tanto, tampoco hay razón para dudar de un cuerpo heredado de conocimiento.
Para él la filosofía no es un conocimiento, es una actividad que tiene por objeto aclarar las proposiciones gramaticales. Hace de la filosofía un análisis del lenguaje. La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo».
Para él lenguaje son todas las proposiciones gramaticales y cada una de éstas representa un estado de cosas, siempre que sea sensata y no tenga un carácter exclusivamente lógico. El lenguaje es como escribir con jeroglíficos donde los hechos descritos tienen un sentido figurado aún en la escritura alfabética. Pero las imágenes no son la copia de un hecho sino el hecho mismo.
En su libro Tractatus Logico- Philosophicus trata de demostrar que la filosofía tradicional está basa en una confusión sobre «la lógica de nuestro lenguaje». Reconoce que hay muchos lenguajes distintos con muchas estructuras distintas que pueden servir a necesidades específicas muy diferentes. Lo que da unidad al lenguaje no es su estructura lógica, ya que éste consiste en una multiplicidad de estructuras más sencillas o «juegos de lenguaje».
Wittgenstein acepta un carácter práctico del lenguaje. No se trata de buscar estructuras lógicas sino el comportamiento de quienes lo usan. Lo importante es cómo aprendemos a hablar y para qué nos sirve. El significado de las palabras y el sentido de las proposiciones están en su función, su uso en el lenguaje. El significado de una palabra o el sentido de una proposición son equivalentes a su uso. Como los usos son muchos y de muchas formas, el uso correcto se determina por el contexto a que pertenezca, el cual siempre es un reflejo de la forma común de vida de quienes lo hablan, lo cual lleva a varios «juegos del lenguaje» que no comparten una esencia común; tienen en cambio, un parecido familiar. Lo absurdo de una proposición es usarla fuera de su propio lenguaje.
El lenguaje así queda constituido por un conglomerado de juegos regidos por sus propias reglas. El criterio para saber si seguimos las reglas correctas son el uso habitual de la comunidad que lo utiliza. Los juegos del lenguaje corresponden a una colectividad, no a un solo individuo. Términos mentales como «dolor», que todos sabemos lo que significa, no podemos saber si el otro llama dolor a lo mismo.
Hacer filosofía es enredarse en un juego de lenguajes cuyas reglas no están determinadas porque es a la misma filosofía a la que pretende establecer esas reglas, cayendo en una especie de círculo vicioso. La misión de la filosofía para Wittgenstein es «luchar contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio del lenguaje». Hay dos clases de dificultades, las confusiones con el lenguaje y las tendencias esencialistas buscando lo universal. El problema consiste en los términos filosóficos empleados como «verdad», «mundo», «realidad», «tiempo». Son expresiones que originan imágenes mentales que nos llevan a pensar que con tales imágenes ya tenemos el significado de las expresiones. Filosofar es «luchar contra el embrujamiento del entendimiento por parte de los medios de nuestro lenguaje».
En sus Investigaciones filosóficas Wittgenstein insiste en los diferentes usos de símbolos, palabras y proposiciones. A la filosofía corresponde ofrecer una visión clara de los múltiples usos para eliminar los rompecabezas filosóficos, resultantes de la insuficiente atención al funcionamiento del lenguaje, para lo cual habría que reconstruir cuidadosamente los pasos lingüísticos que llevaron a ellos. Así concibió Wittgenstein la filosofía como una práctica descriptiva, analítica y hasta terapéutica. Llegó a considerar el problema cuerpo mente como incomprensión del lenguaje.
Afirma que el lenguaje tiene que ser aprendido como proceso para inculcar e instruir, ya que el niño, al aprender un lenguaje, es iniciado en una forma de vida compuesta por todo el complejo de las circunstancias naturales y culturales presupuestas en nuestro lenguaje y forma de entender el mundo. En las notas escritas al final de su vida, posteriormente publicadas como «Sobre la certeza», insiste en que toda creencia forma parte de un sistema de creencias que en conjunto constituyen una visión del mundo. Wittgenstein no reconoce una «inmaculada percepción», neutra y pasiva, como la relación entre la cosa y la mirada, porque en la acción de percibir existe un «pensamiento que suena en el acto de ver», un ver siempre cargado de teoría. Por otra parte, acepta que hay conocimiento real pero siempre disperso y no necesariamente fiable. Está conformado por lo que hemos oído y leído, por lo que nos han inculcado y por nuestras modificaciones a todo ello. Por lo tanto, tampoco hay razón para dudar de un cuerpo heredado de conocimiento.
Fuente: Juan Rodes
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