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Hipertexto, o las tres dimensiones de la lectura

Cuando pliegas una hoja de papel le das volumen. Lo que era una superficie, de dos dimensiones, por tanto, se transforma en un volumen de tres. Pues bien, la hipertextualidad en el espacio digital es una forma de plegar el texto y, como resultado, de que adquiera tres dimensiones. El texto se ha instalado desde la creación de la escritura en un mundo de dos dimensiones; su soporte puede ser de piedra, de metal, de arcilla o de cera, de papiro, de pergamino o de papel, duro, blando o flexible, pero en todos los casos ofrece una superficie para que se deslice por ella el texto. Los soportes flexibles supusieron un notable avance en cuanto a la capacidad de contener texto, pues ofrecían una extensa superficie continua para la escritura y, sin embargo, manejable, porque, al ser flexible, se podía enrollar.

Un paso trascendental se produce cuando se idea plegar el soporte, ya que se consigue un mucho mejor confinamiento del texto, es decir, el códice posibilita más cantidad de texto en menos volumen y, a la vez, mayor facilidad de acceso a cualquiera de sus partes (hojear frente a desenrollar). Pero de esta forma también el texto se extiende por un espacio de dos dimensiones: el libro códice podemos descuadernarlo mentalmente y convertirlo en una larga tira que contenga una tras otra, como columnas, todas las páginas del libro.

En el espacio digital es posible ya no plegar el soporte, sino plegar el texto. El resultado de este ejercicio nuevo de papiroflexia, en el que lo que se pliega ya no es el papel, es el hipertexto.
Si trasladamos al espacio digital metáforas del libro códice, de la página de papel, del rollo de celuloide, en donde la información se distribuye por una superficie, nos quedamos en su periferia. Infrautilizamos el espacio disponible y las posibilidades de nuevas formas que guarda. Chapoteamos por su orilla. Y además nos sentimos incómodos, ya que la pantalla se nos hace pequeña para todas las ocasiones; el texto, la información en general, se nos desborda por los cuatro lados.

La única forma de salir de la contradicción entre la capacidad de almacenamiento del soporte digital y lo reducido de la pantalla para acceder a los contenidos es dar profundidad a la pantalla. Pero ¿cómo conseguirlo? La pantalla, físicamente, es también una superficie, por tanto, por ahí nada se puede hacer. La profundidad se alcanza dando volumen al texto que se sostiene en la pantalla. Cuando en pantalla hay un hipertexto, su superficie se convierte en interficie.

Un hipertexto tiene volumen, tiene tres dimensiones, pero se presenta en la pantalla sin diferencia aparente con un texto en dos dimensiones. Sin embargo, detrás de lo que está a la vista, y que se puede leer, hay más texto plegado que apenas se insinúa a través de una o más palabras marcadas. La lectura puede quedar satisfecha con lo que aparece en primera instancia a la vista o, por el contrario, extenderse más desplegando el texto oculto por los pliegues. Cuando abrimos un pliegue, un segmento nuevo de texto se intercala e integra en el punto en que está la palabra marcada que anuncia el pliegue. Y este brote puede conllevar más pliegues sugeridos. En un hipertexto el texto no está reposando sobre una superficie, sino sobre una interficie, en la que el lector actúa para ir desplegando el texto a voluntad. La lectura ya no resbala por la superficie sino que penetra por los dobleces. Cuanto más plegado esté el texto, más profundidad adquiere la pantalla; y la lectura no tiene por qué tocar fondo, es decir, desplegar todo el hipertexto.
No es lo mismo, evidentemente, una papirola que un papel arrugado. Los dos tienen pliegues, pero lo conseguido es bien distinto. Por tanto, plegar un texto es una delicada y creativa operación, como la papiroflexia. Cuanto mejor vayamos dominando este arte de la hipertextualidad más profundidad daremos a la pantalla electrónica, más penetraremos con nuestras obras en el espacio digital y abandonaremos la orilla por la que ahora nos movemos.
En estos momentos se habla de hipertextos para referirse a lo que en realidad son hiperdocumentos. Dos, tres o más textos creados independientemente, residiendo sobre páginas web instaladas, las más de las veces, en sitios distintos de la Red, se hilvanan mediante enlaces o «links». No hay discusión alguna acerca de la utilidad de estas relaciones, que aportan a la limitada superficie de la pantalla una capacidad espectacular de penetración en el espacio digital. Constituyen un primer logro en cuanto a dar profundidad a la pantalla. Pero la creatividad en busca de formas nuevas de organizar la información no se puede agotar aquí.
Siguiendo con la metáfora de los pliegues en el papel, el hipertexto responde a los cánones de la papiroflexia, de tal manera que, partiendo de una hoja entera de papel y sin más que aplicar dobleces, alcanza su objetivo la papirola, el confinamiento del texto. En cambio, en el hiperdocumento es como si se recurriera a varios trozos de papel y pegamento para hacer la papirola. El hiperdocumento se puede construir a partir de textos ya existentes; el hipertexto exige concebir desde el principio una organización del texto que posibilite los pliegues.

Tanto el hiperdocumento como el hipertexto recrean en el espacio digital unas propiedades de la memoria [no hay que olvidar que el acuerdo sobre el origen del hipertexto lo sitúa en el proyecto de máquina de memoria de Vannevar Bush, en 1945, conocida por «memex»]. El hiperdocumento se fija en la capacidad de asociación de la memoria para relacionar fragmentos de información de distintos momentos y lugares. Y el hipertexto pretende copiar la sorprendente capacidad que tiene la memoria de plegar el tiempo, de plegar la información.

Esta tarea de la memoria es la que hace posible que la exposición de una información registrada en la memoria se adapte al tiempo disponible extendiéndose, es decir, desplegándose más o menos de acuerdo con las circunstancias. Bondad de la memoria que no siempre se disfruta, y de ahí la dificultad de algunas personas en contar las cosas dentro de la duración adecuada para ese momento. El secular arte de la memoria potenciaba esta función de la memoria natural facilitando con recursos imaginados los pliegues de la información que había que recordar y que había que desplegar según conviniera.
El espacio digital diluye texto, imagen estática y cinética y sonido en un mismo código; por tanto la hipertextualidad, como una nueva geometría de la información, no se reduce a la palabra escrita. Hay, pues, una llamada general a los creadores para profundizar en el espacio digital con obras que no se limiten a reproducir aquello que ya se hace de este lado de la pantalla.

Fuente: Antonio Rodríguez de las Heras

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