Adli: “¡No uses epígrafes porque matarían el misterio de la escritura!”
Cartas a un joven periodista, M. Balamir
Epígrafe al capítulo 1 de El libro negro, Orhan Pamuk
Como es bien sabido por los psicólogos, la gente tiene muchas cosas en la cabeza. A menudo éstas se exhiben sin quererlo siquiera, pero otras veces, pese a querer mostrar sus ideas al mundo, el pensador —en el sentido literal de la palabra— se enfrenta a serias dificultades. Además del conocido “temor/terror a la página en blanco”, existen varios escollos a la hora de escribir: desde lo más básico (como ortografía, puntuación y sintaxis), hasta lo más complejo (como los modos de interesar al lector o de escribir un texto con una estructura adecuada), los problemas que representa la producción escrita de un texto plantean desafíos muchas veces inesperados para nuestro pensador.
Es común pensar que, puesto que uno es hablante de la lengua, la domina en forma total y ésta no le presenta inconvenientes. Este axioma puede tener cierto grado de verdad, pero no es completo. Primero, hay que tener en cuenta que existe una gran distancia entre un texto oral y uno escrito. Como hablantes, estamos mucho más habituados a la producción de los primeros que de los últimos. Dicho esto, se puede empezar por las primeras dificultades que trae la escritura, y que no están presentes en la oralidad: la ortografía y la puntuación.
ORTOGRAFÍA
¿Qué importa este acápite si el Word corrige todo? El Word, como cualquier otro procesador de textos, tiene un diccionario interno y, a través de unos simpáticos subrayados, sugiere cambios en palabras mal escritas, pero decididamente el Word NO es un corrector de textos. El caso más evidente surge con las palabras en que la tilde sirve para desambiguar: el Word no reconoce la distinción, ya que depende del significado que se le quiera dar al vocablo. Así, nunca va a corregir mas, sin tilde, pese a que la mayor parte de las veces se escribe pensando en su significado de adición, y no como enlace opositivo equivalente a pero, que sí se escribe sin tilde.
Quizás estas reglas ortográficas suenen poco relevantes, pero forman parte de la producción del texto. Se trata de reglas normativas, impuestas por convención, que sirven justamente para facilitar la comunicación, y no para dificultarla. No sólo el uso de una ortografía correcta permite evitar confusiones, sino que además, le da credibilidad al autor. O, mejor dicho, un trabajo con errores ortográficos le quita prestigio y confiabilidad a ese autor.
De todos modos, la corrección ortográfica es casi equiparable a un don —de escaso valor, por cierto—, y mucha gente tiene serias dificultades para discernir si va con s o con c, cuándo se tilda y cuándo no, etc. Lo recomendable es aprovechar el corrector de Word, pero complementarlo con un diccionario —de papel o digital—, sumado a una guía de reglas ortográficas, que siempre se pueden consultar en la Web. Lo importante es tener claro cuál es el significado de cada una de las palabras que se están escribiendo, para así poder sacarle provecho a estas herramientas.
PUNTUACIÓN
En cuanto a la puntuación, se refutará un poco lo dicho anteriormente porque, si bien ésta no forma parte de la oralidad, el discurso oral es el que marca la base para el uso de los signos de puntuación. Es decir, la mejor guía para pensar dónde poner punto y aparte, dónde punto y seguido, dónde punto y coma y dónde coma, es notar las pausas que ese discurso tendría en la oralidad, y la longitud de las mismas. Porque, justamente, los signos están pretendiendo mostrar cómo se expresa oralmente ese texto. Quizás esta regla suene demasiado general y poco especificativa, pero es realmente útil y aplicable, aunque, por supuesto, no es la única que determina la colocación de los signos de puntuación.
Es importante recordar que la primera gran división en un escrito es la de los párrafos. Siempre es recomendable realizar párrafos parejos entre sí, ni muy cortos ni muy extensos, para facilitar la lectura visual y conceptualmente. Esto también es aplicable a las oraciones: es esencial evitar que tengan demasiados conceptos, porque se corre el riesgo de que no sean comprendidos y, además, de que se comentan errores sintácticos que dificulten la lectura. Es válido el pensamiento de que cada párrafo debe desarrollar un concepto general, y que cada oración debe explicitar una idea particular. El soporte escrito, de todos modos, nos beneficia con la posibilidad de la relectura para capturar mejor los conceptos.
Facilita mucho la producción de oraciones el hecho de conocer los niveles que pueden existir dentro de la misma, lo que nos permite realizar aclaraciones que sirven para desarrollar nuevos temas. La coma sería el primer nivel de separación, que representa una pausa breve dentro del texto y que se usa fundamentalmente para explicar y enumerar (aunque tiene otros usos, como el reemplazo de palabras elididas, por ejemplo). Cuando se acumulan muchas comas es bueno recurrir al punto y coma, para separar, por ejemplo, una enumeración de una explicación.
Es muy común el abuso de comas, principalmente por desconocimiento de otros signos que podrían ser más pertinentes para el caso. En términos explicativos (es decir, cuando se recurre a una pausa para explicar el concepto recién mencionado, como en este mismísimo caso), la coma sería el signo que más integra la explicación al resto de la oración. Pero no es el único, y muchas veces es conveniente aislar esa explicación, para hacer más sencilla la lectura. Así, la raya[1] sería el siguiente nivel, y el paréntesis, el próximo. Tanto lo que está entre rayas como lo que está entre paréntesis debe poder ser obviado por el lector y que la oración tenga sentido. Lo lógico, incluso, es leer primero toda la oración y luego detenerse en la explicación que se introduce. El último nivel de elementos añadidos es la nota al pie, cuando se quiere introducir una explicación que poco o nada tiene que ver con la oración que se está desarrollando, o que es demasiado extensa para incluirla en un paréntesis.
Por último, otra función en la que se abusa de las comas es en la introducción al desarrollo de ciertos conceptos. En este caso, los dos puntos son un signo casi olvidado, que tiene una gran capacidad para clarificar oraciones: permiten explicar lo antes dicho de una forma más sencilla.
MANOS A LA OBRA
Una vez facilitadas ciertas herramientas que hacen a la escritura de un texto, sería interesante ponerse a pensar qué es lo que va a contener ese texto.
Un primer paso sencillo sería plantearse límites y objetivos que puedan contener a la producción escrita. Pensar un tema acotado sobre el cual escribir, su posible extensión, su posible lugar de publicación y, con ello, la fecha de entrega. Una vez que se conoce el público hacia el que se dirige, elegir el registro que se usará en el texto. No es conveniente usar palabras muy coloquiales o hacer chistes en un texto académico, así como tampoco es conveniente un exceso de formalidad en una revista popular.
Estos límites ayudan a focalizar y comenzar efectivamente a escribir. Una vez puestos, pueden trasgredirse (y allí recae la originalidad del autor), pero sin conocerlos, el campo es demasiado extenso y nuestro pensador puede caer en la nebulosa, sin llegar nunca al papel.
El siguiente paso sería anotar todas las ideas que se tengan sobre el tópico elegido. No importa la forma o la relevancia, sino tener una buena cantidad, y contar con el criterio necesario para seleccionar las más pertinentes.
Para escribir, se puede empezar por el título, por el primer párrafo, o por cualquiera que nos motive a la escritura. Lo esencial es poder darle una unidad y coherencia al resultado final. No son pocos los autores que dicen que más que escritores, ellos son correctores: escribir es un poco una verborragia, y hay que dejarla fluir; luego, hay que dejar macerar, y leer y releer varias veces hasta llegar a una versión final, que nunca es necesariamente la definitiva. Si el pensador tiene algo para decir, entonces la escritura, tarde o temprano, saldrá sola.
Esto último es importante pensarlo en relación con textos científicos o monográficos: cuando se releen autores, es fundamental ir citándolos a lo largo del texto; pero también es fundamental que el autor que los cita aporte ideas propias a lo que dice el autor citado. Un texto académico tiene que ser entendido literalmente como una discusión científica, en la que el autor busca que su opinión prevalezca, apoyándose en otros autores. Por eso, la clave para lograr un desarrollo interesante es generar esta discusión a partir de una multiplicidad de voces: citas relevantes (y, preferentemente, no demasiado extensas) de, cuanto menos, dos autores distintos, intercaladas con la narración y/u opinión del escritor, a lo que siempre es bueno sumar casos clínicos, literarios, históricos o de cualquier otro orden, para profundizar la investigación y hacer más amena la lectura.
Estos casos justamente lo que hacen es generar una complicidad entre escritor y lector. Realizar guiños o ironías encubiertas a los lectores es una buena forma de acercarlos al texto. Por eso resulta importante poder incluir esos guiños tanto en un título, como en el epígrafe o en el primer párrafo del escrito.
[1] La raya (“—”), en el Word, se hace con “Ctrl” + “Alt” + “-“. Debido a que no aparece visible en el teclado, muchas veces se usa el guión (“-”) en su lugar, lo que no sería normativamente correcto, aunque tiende a ser aceptado. La raya se usa tanto para insertar aclaraciones dentro un texto como para los diálogos, mientras que el guión sirve para unir palabras y para listar ítems.
Fuente: Nicolás Scheines, Ortografía y otros demonios
NOTA PUBLICADA EN
Revista “MOCIÓN /26″, de la Asociación Psicoanalítica Argentina
Nº 26, año XXII, noviembre de 2010, pp. 78-81
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