Hace mucho oí unos pocos detalles del episodio pero no encontré a nadie que supiera contarlo, hasta que a fines de 2003 el historiador Eduardo Rosenzvaig me hizo llegar precisiones tan delirantes que estarían fuera de lugar en las novelas.
Sucedió poco antes o poco después de una visita protocolar a Tucumán del presidente de facto Jorge Rafael Videla. El gobernador militar de la provincia era Antonio Domingo Bussi, un maniático de la limpieza y un feroz exterminador de disidentes […]
Fuese o no para impresionar a Videla, el pequeño tirano Bussi impartió aquel invierno de 1977 la orden de recoger a todos los mendigos de Tucumán en un camión militar y arrojarlos en los descampados de Catamarca.
Tomás Eloy Martínez, “La expulsión de los mendigos”. La Nación, 10 de enero de 2004
El libro
En Los mendigos y el tirano, de Pablo Calvo se detalla la crónica de ese “episodio” y su largo reguero de derivaciones, que incluyen el juicio que el ex gobernador Bussi emprendió contra el escritor y periodista Tomás Eloy Martínez a propósito de las palabras citadas. En su apasionante relato, fruto de una pormenorizada investigación, Pablo Calvo devuelve la presencia, el rostro y la voz a los protagonistas involuntarios del hecho (Pachequito, Vera, el Loco Perón, la Alemana, Mannix, Satélite, entre tantos otros mendigos tucumanos “deportados”), da cuenta del coraje de quienes supieron denunciarlo y aporta una reflexión, siempre presente, sobre el derecho y el compromiso de llamar las cosas por su nombre.
Pablo Calvo es periodista y editor del Equipo de Investigación del diario Clarín. Ha participado en la producción de suplementos especiales e informes multimedia sobre el Bicentenario argentino y el Juicio a las Juntas Militares. Sus trabajos han sido reconocidos por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de Gabriel García Márquez, y la Academia Nacional de Periodismo. En 2003, la editorial Sudamericana publicó La muerte de Favaloro, su primer libro.
Pablo Calvo habló con la Fundación Tomás Eloy Martínez sobre cómo recuperó una dolorosa violación a los derechos humanos que sacudió las provincias de Tucumán y de Catamarca en el invierno de 1977.
La entrevista
¿Cómo inició la investigación y logró articular las tres historias que se entrecruzan en su libro? A juzgar por la bibliografía y las fuentes consultadas, pareciera ser un rompecabezas difícil de armar.
Conservo el recorte que inició el camino desde hace ocho años. Es de un artículo que se titula La silenciosa venganza contra la topadora que barría pobres. Cuenta la historia de Manuel Cruz, un chico cartonero de Tucumán que llegó a abanderado. Imaginé la cara de Bussi ante la noticia: alguien que revolvía la basura, ahora cuidaba de la bandera argentina. Jugué a imaginar que ese niño era el vengador de aquellos vagabundos emboscados, metidos en un camión y tirados una noche helada en Catamarca. Un lector me acercó luego un mapa de la zona donde se produjo la “siembra humana” y desde entonces busqué información. Me ayudó la memoria colectiva de los tucumanos y el cariño que tenían hacia esos personajes. Los vagabundos de la provincia eran célebres por sus piruetas y sus costumbres: el Loco Vera pedía, pero no necesitaba y al final del día repartía su recaudación entre los mendigos más pobres; Pachequito daba discursos y se formaban rondas para escucharlo hablar; el Loco Perón aparecía en los partidos, cabeceaba ladrillos o encestaba desde la mitad de la cancha; la tribuna explotaba y coreaba la palabra prohibida: “Perón, Perón”. Esa “fama” fortaleció los recuerdos de las personas que entrevisté allá. Viajé a Tucumán y a Catamarca, recorrí la ruta del azúcar, por la que se produjo el viaje amargo, y me quedé una noche en la misma intemperie que mis personajes, para tratar de sentir lo que ellos sintieron.
Por otro camino, basado en la indagación periodística, construí las biografías de los duelistas. En el caso de Bussi, luego de años de insistencia y negativas de los organismos públicos a darme información, conseguí dos expedientes clave que estaban en poder del Ejército: el que tramitó la sanción de Bussi por “falta grave al honor” en 1998 y su legajo confidencial, que me permitió documentar con precisión su vida castrense.
Conversaciones con Tomás Eloy Martínez, intercambio de mails, archivos sobre su vida y su currículum vitae, presentado como prueba de su entereza democrática en el juicio que lo enfrentó a Bussi, completaron la parte documental del libro, que, efectivamente, fue un rompecabezas, un piano de tres teclas, que a veces sonaban juntas y a veces, de a una.
Su libro vuelve a poner sobre la mesa la vieja discusión argentina de la pluma y la palabra. ¿Fue una de las premisas a la hora de construir el derrotero del libro?
El loco Vera |
Que Bussi no buscaba una reparación moral, sino plata, pretendía 100 mil pesos, la tarifa que le puso a su “honor”. Pensó que el escritor, famoso por sus libros sobre Evita y Perón, tenía con qué responder. Y se quiso aprovechar de eso, porque otros periodstistas le habían enrostrado cosas peores: “genocida”, “traidor”, “asesino” y Bussi, en cambio, no había accionado contra ellos. El dinero ya le había jugado una mala pasada al general, cuando se descubrió que había ocultado en su declaración jurada una cuenta en Suiza de entre 120 mil y 150 mil dólares. En la demanda a TEM, se encabritó como acreedor y terminó deudor: perdió el juicio y todavía no le pagó las costas al abogado Ricardo Monner Sans, quien defendió al escritor con habilidad judicial y –según leí en sus presentaciones jurídicas- muy buena pluma.
Entiendo que sí, esa historia fue una compañía silenciosa y permanente para él. Con Pacheco conversó, le regaló ropa. A los otros los vio pasar desde niño. Y el episodio figura hasta en el último libro que publica, Purgatorio, donde los protagonistas se pierden al pasar la frontera de Tucumán rumbo a Catamarca. En la madrugada, los mendigos les golpean la puerta de la camioneta, les piden auxilio, recobran vida en el comienzo de esa novela. Creo que, como la metáfora de Manuel Cruz, el escritor también es uno de ellos, un mendigo violentamente sacado de su parque. TEM sufrió sus propios destierros, cuando Massera pidió que lo echaran de Panorama por haber contado la verdad sobre los fusilamientos de Trelew; cuando la Triple A lo condenó a irse del país o morir: cuando la dictadura quemó sus libros en un cuartel; cuando no podía volver; y cuando una gobernante consorte lo llamó “ex tucumano”, ahora en democracia, porque la pobreza de su provincia seguía presente en sus reportajes. Los mendigos nunca fueron desalojados de su nostalgia por Tucumán.
Además de darle visibilidad a un hecho olvidado, ¿su intención fue hacer justicia poética con la causa de los mendigos?
Yo quería salvar la historia que atormentó la última parte de la vida de TEM. Él estaba muy preocupado, tenía pesadillas, malos presagios. Un día soñó que perdía el juicio y lo condenaban a pagar un peso de indemnización, por no haber podido probar que Bussi había dado la orden para echar a los pordioseros. No era la plata lo que lo preocupaba, sino la posibilidad de ser doblegado por “el canalla” como lo llamaba en correos electrónicos que enviaba a sus amigos.
Me da pena que Página/12 y La Nación no hayan escrito una sola línea sobre el libro, ni siquiera para criticarlo, porque desde esos medios TEM mantuvo viva la denuncia por lo que le hicieron a los mendigos y se animó a adjudicarle a Bussi un “aliento sulfuroso”, como el de Satanás. Es un honor para mí que la pregunta insinúe que el libro Los mendigos y el tirano hace “justicia poética”. Yo simplemente quise que el recuerdo le ganara al olvido.
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