Aniversario
Imaginemos que Maradona, Pelé, Garrincha, el Pibe Valderrama y Messi hubieran podido jugar en un mismo equipo. Podríamos equiparar este ficticio equipo de fútbol con el fabuloso catálogo de escritores de Ediciones Gallimard. Y el director técnico no sería otro que el editor francés Gaston Gallimard (1881-1975), su célebre fundador.
En un siglo de existencia la editorial cuenta con 36 premios Nobel, 35 premios Goncourt (el más destacado de la lengua francesa) y diez Pulitzer, una vitrina tan invadida de trofeos como la del Real Madrid. Este extraordinario currículo ha hecho que muchos escritores suspiren por firmar un contrato con Ediciones Gallimard: “Para la generación de Octavio Paz y del boom, Gallimard fue un objetivo crucial: las obras de Paz, Rulfo, Vargas Llosa o Fuentes, publicados bajo este sello, tuvieron una difusión mundial”, declaró recientemente el escritor mexicano Jorge Volpi.
La historia de Gallimard comenzó en 1909 cuando un grupo de seis amigos, encabezado por los escritores Jean Schlumberg y André Gide (premio Nobel de Literatura de 1949), decidieron crear la revista Nouvelle Revue Française (NRF) con el ánimo de defender la literatura que admiraban y combatir un cierto “conservadurismo replegado hacia los valores del pasado que ponía trabas a todo lo que pudiera producirse de nuevo y original”, declaraba Schlumberger en una entrevista televisiva de 1964.
La NRF también pretendía publicar libros de autores como Charles Peguy y Paul Claudel, hasta entonces menospreciados por las otras editoriales. Por esta razón en 1911 Gide y Schlumberger decidieron confiar a Gaston Gallimard, entonces joven pudiente y por encima de todo lector apasionado, la gerencia de una nueva editorial que se erigiría sobre los cimientos de la Nouvelle Revue Française. Este sería el nacimiento oficial de Ediciones Gallimard.
“Creo que tenemos en Gaston Gallimard el mejor modelo de gerente. Es lo bastante acaudalado como para contribuir al aporte de capital y tan desinteresado como para que solo busque reclamar ganancias a largo plazo; lo suficientemente prudente como para conducir un negocio y tan apasionado por la literatura como para que prefiera la calidad a la rentabilidad; lo bastante competente como para imponerse y lo bastante dócil como para que ejecute las directivas del grupo, es decir, de Gide”, escribía Jean Schlumberg a Gide sobre el perfil de Gaston. El 23 de enero de 1913, habiendo consolidado de manera vertiginosa su liderazgo, Gaston Gallimard se convirtió en el único propietario de la editorial.
Gallimard incluye e-books en su catálogo |
En su infancia Gaston frecuentó a los más destacados artistas de su tiempo. Su padre, Paul, bibliófilo y coleccionista de pinturas, fue amigo íntimo Auguste Renoir, Claude Monet y el escultor Auguste Rodin. Esto hizo que a Gallimard no le faltaran anécdotas para animar las comidas, siempre impecablemente vestido con sus trajes gris oscuro y un inseparable corbatín. Solía evocar, por ejemplo, como su padre había recibido una curiosa confidencia del novelista y poeta francés Catulle Mendès: “Una noche en la que había invitado a dormir en mi casa a Baudelaire, escuché rezongos en la oscuridad. Entonces fui a ver si estaba enfermo. Me dijo que estaba sacando cuentas de lo que había ganado en toda su vida. Una suma irrisoria”.
Una paciencia a prueba de fuego
Gaston Gallimard se fue convirtiendo en un personaje secreto a fuerza de ser discreto. Acostumbraba decir que en lugar de hablar de un editor, era mejor referirse a sus autores; los suyos fueron entre otros Marcel Proust, André Gide, Ernest Hemingway, Nathalie Sarraute, Louis-Ferdinand Céline, Marguerite Yourcenar, André Malraux, Albert Camus, Antoine Saint-Exupèry o Jean-Paul Sartre.
Y algunos de ellos eran tan talentosos como volcánicos. Louis-Ferdinand Céline quizás el más detestable de todos, el más inaguantable. “Cuando el señor Gaston Gallimard vende cajas de libros, ¡son ejemplares de (James) Joyce! ¡Hay para todos salvo Céline! ¡Ah, él no! ¡Qué vergüenza! ¡Cien mil mierdas!”, escribió en una de sus incontables cartas dirigidas a Gaston Gallimard en las que el autor de Viaje al fin de la noche se quejaba por el manejo editorial de su obra. En otra ocasión Céline lo amenazó con destrozar la sede de la editorial con la ayuda de un tractor si no le daba el dinero que reclamaba.
Otras veces Gallimard debió convertirse en arbitro de riñas. Como un día de 1948 cuando André Malraux lo encaró furioso diciendo: “¡Ellos o yo!”. Malraux se refería a Jean-Paul Sartre y sus colaboradores de la revista Temps Modernes, publicación que por entonces Gallimard alojaba en sus instalaciones, muy molesto porque éstos habían duramente criticado su apoyo al general De Gaulle, héroe de la Resistencia francesa. Como consecuencia de este rifirrafe Sartre debió trasladar su revista a otra editorial.
Pero el mayor logro de Gallimard consistió en lograr que cohabitaran en la misma casa editora escritores que no se apreciaban, que no tenían nada en común, salvo su oficio, y que incluso estuvieron dispuestos a llegar a los tiros. En efecto, en los años veinte André Breton atormentó tanto al escritor y editor Jean Paulhan, que éste le envió sus testigos para retarle a un duelo. Finalmente Breton renunció al desafío y Paulhan hizo pública una carta que había remitido a sus testigos: “Queridos amigos, gracias. No los he molestado para nada: ahora sabemos qué cobardía recubre la violencia y la basura de este personaje (...)”.
A la infinita paciencia Gaston Gallimard sumaba como gerente un sagaz olfato literario. Fue el primero en publicar en Francia Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell después de escuchar que una mujer que estaba invitada a una cena había llegado tarde tras distraerse leyendo la versión original en inglés. Su clarividencia le llevó a publicar, a pesar de la oposición del comité de lectura, a George Simenon y Joseph Kessel, autores que se convirtieron en best-seller salvando la editorial de la ruina económica.
La prensa francesa recuerda injustamente por encima de estos aciertos los más célebres pasos en falso de la editorial, como el rechazo en 1912 de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust por un indiferente André Gide que, sin prestarle mucha atención al manuscrito, lo había considerado un autor snob y un “aficionado mundano”. Unos años más tarde Gide reconoció que “el rechazo de este libro permanecerá como el más grave error de la NRF, y —como siento vergüenza de ser en buena medida responsable— una de las penas y remordimientos más crueles de mi vida”.
Antes de hacer parte del prestigioso catálogo Gallimard, los autores deben enfrentar una temible prueba: el exigente comité de lectura de la editorial, creado por el propio Gaston Gallimard en 1925, y cuyo particular sistema de detección de obras maestras se mantiene más o menos intacto hasta la actualidad.
En la primera fase un primer lector redacta un informe de entre tres y veinte líneas, manuscritas o dactilografiadas, para dar cuenta del contenido del manuscrito. Enseguida otorga una calificación que va de 1 a 3, siendo 1 la recomendación del lector de publicar la obra; 2, aconseja efectuar ciertas modificaciones con miras a una probable publicación; y 3, rechaza sin apelación el manuscrito. En la segunda etapa los manuscritos que superan este primer filtro son sometidos a discusión en el comité de lectura donde se decide la conveniencia o no de su publicación.
En el marco de la celebración de su centenario, Ediciones Gallimard expone al público por primera vez su archivo particular, un tesoro de información hasta entonces escondido. Hoy sabemos por ejemplo que Benjamin Crémieux dejó escrito en una ficha del 7 de junio de 1938 que El castillo de Argol, manuscrito remitido por Julien Gracq, era “terriblemente aburrido, inútil y respetable”.
En 1936 Henry Miller experimentaría el mismo rechazo del comité por su libro Trópico de Cáncer. Algo menos comprensivo que otros, Miller habría enviado este mensaje a la editorial: “Fuck them!”. Raymond Queneau, miembro destacado del comité, resumía de la siguiente manera Memorias de África, de la danesa Karen Blixen: “Las memorias de una excéntrica Barona que poseía y explotaba una granja en África del Sur. Es encantador, inteligente y conmovedor. Bien escrito y bien narrado. Un bonito libro de mujer.”
El Almuerzo desnudo de William Burroughs sufrió por su parte un doble rechazo en 1959 por parte de Queneau y Michel Mohrt estimando que el manuscrito era “un libro de maricas y de adictos, crudo y escandaloso, sadiano y escatológico, y, por eso mismo, impublicable”. Años después Gallimard, en un intento de enmendar este error de juicio, publicó el libro en su colección de bolsillo.
Cometer errores no es tarea fácil. Entre los seis o siete miembros del comité deben evaluar en promedio entre siete y ocho mil manuscritos al año. Nueve de diez son rechazados. “Muchos no tienen ningún interés. Llegan muchas memorias de ancianos pensionados que creen haber tenido una vida excepcional”, comenta el editor y escritor Roger Grenier.
Una página cobarde
Muchas veces ignorada, la historia de Gallimard ha estado igualmente marcada por la polémica. La editorial debió pagar un alto precio moral para sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial y a la censura nazi. “Hay una sola solución que no puedo contemplar, la de resignarme a dejar de publicar”, escribió Gallimard a Aragon en una carta en 1941.
Por eso durante la invasión del Tercer Reich, y ante el temor de verlos instalarse en sus oficinas de Paris, Gaston Gallimard complació a los alemanes poniendo al frente de la editorial a Pierre Drieu de la Rochelle, ferviente partidario de la colaboración con los nazis.
Los alemanes habían elaborado en 1940 la denominada lista Otto en la que se prohibía a las editoriales la publicación de autores judíos o que formaran parte de la resistencia. Dicha lista, de doce páginas, fue establecida con la complicidad de las editoriales y el denominado Sindicato de editores franceses. Sin embargo, Ediciones Gallimard tuvo el mayor número de títulos prohibidos. En la lista se incluían libros de Heinrich Heine, Thomas Mann, Stefan Zweig, Max Jacob, Joseph Kessel, Louis Aragon, Sigmund Freud, Carl Gustav Jung, etc. En 1941 la censura se ampliaría a ciertos autores anglosajones.
Más tarde, Gallimard decidió la aplicación estricta de la legislación antisemita y a partir de 1940 el personal de origen judío fue despedido. Por último, procedió a censurar aquellas obras que arremetían contra el nuevo orden. Con todo Gaston Gallimard nunca participó activamente en la represión nazi, por lo menos hasta donde se sabe, como si lo hicieron otros editores. Y autores de izquierda como Jean Paul Sartre salieron en su defensa una vez terminada la guerra, recordando que Gallimard había rechazado llevar a la imprenta el panfleto pro nazi del escritor Lucien Rabatet.
Paradójicamente durante este periodo, de 1939 a1944, la editorial triplicó sus ventas y publicó El Extranjero de Camus y El ser y la nada de Sartre. Una verdadera edad de oro en una época sombría. En la actualidad la editorial está valorada en más 400 millones de euros, emplea a más de mil personas y arroja ganancias por 240 millones de euros anuales. Está dirigida por Antoine, nieto de Gaston e hijo de Claude Gallimard, quien ha sabido recapitalizar la empresa, sacando partido de la desaparición sucesiva de sus rivales, moviéndose con solvencia en lo que parece la era del libro electrónico. Y qué decir de los 26 millones de libros vendidos de Harry Potter, el mago adolescente con aire intelectual, que ha robustecido financieramente a Gallimard, protegiendo su independencia del apetito voraz de los grandes grupos como Mondadori o Hachette.
El futuro de Gallimard parece promisorio. La historia de la edición en cualquier país del mundo está poblado de cementerios de editoriales y editores olvidados, de autores nunca leídos, de libros empolvados y marchitados en algún almacén abandonado. Mientras tanto, todo parece indicar que la historia de Ediciones Gallimard se seguirá escribiendo otro siglo más.
Fuente: Arcadia, revista digital
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