En los últimos años, algunas de las principales polémicas sobre el lenguaje y el género han llegado hasta nosotros a través de la política. Desde la equiparación de derechos hasta la violencia machista, desde las políticas de cuotas hasta las listas cremallera, desde las políticas de conciliación a las de empleo. El carácter transversal de las iniciativas puestas en marcha para normalizar la incorporación de la mujer a la sociedad, en igualdad de condiciones, sin discriminaciones ni injusticias, ha puesto en primera línea del debate social las cuestiones relativas al género. Un debate que posee, además, unas aristas mucho más comunes y afiliadas de lo que, desde la superficie, podría parecer.
Este libro, Del sexo al género. Los equívocos de un concepto (Cátedra, 2011, disponible en FantasyTienda), compilación de artículos colectivos editada por Silvia Tubert, segunda edición de un libro publicado ya en 2003, nos permite explorar más afondo uno de los más polémicos: el relativo al lenguaje y al género. Desde entonces, claro, ha llovido bastante, e incluso hemos tenido algunas polémicas precisamente sobre este tema, con fortuna más o menos desigual. La más conocida, la feminización del substantivo masculino “miembro” por la entonces ministra de Igualdad Bibiana Aído; con los consiguientes ríos de tinta por lo que aquella deturpación o intento de equiparación gramatical (todo depende, ya saben, del cristal con que se mire) suponía o daba a entender.
Desde los comentarios más chuscos a los más ácidos, con mejores o peores intenciones, la mayoría de tertulianos y columnistas asoció aquel lapsus más con un reflejo ideológico de feminización que con un desconocimiento de las reglas gramaticales del castellano. Un reflejo ideológico duramente criticado en un intento, tan evidente como burdo, de denigrar también a los objetivos y fines de su ministerio. Aquel triste episodio, y todo lo que surgió alrededor suyo, es suficiente como para fundamentar la necesidad de la existencia de este libro.
Además de fundamentado, el libro posee una expresividad, documentación y argumentación sólidamente asentada. Pues aquellos que criticaban la feminización gramatical no han visto, o no han querido ver, que la construcción de cualquier lengua lleva aparejadas decisiones cotidianas tan aparentemente mundanas, pero tan profundamente ideologizadas, como aquella. Las lenguas son objetos dinámicos que cambian y se transforman a la par de la sociedad que las usa, y al dictado de los usuarios definidores: aquellos con el poder de poner nombre a las cosas y definir su razón de uso. Por tanto, desde el nombre hasta la forma gramatical, el lenguaje responde como un reflejo ante la sociedad que lo construye y define: ante las relaciones de poder que en ella se dan y ante los objetivos de los definidores para con las cosas definidas.
Cada idioma posee ab initio un marchamo ideológico erigido sobre las definiciones de las palabras, y correspondiente con las imágenes o las ideas que esas definiciones evocan a quién las usa. O en otras palabras, los idiomas pueden imponer a aquellos que los usan las ideas que las definiciones de sus conceptos representan. Una parte de la psicología contemporánea se dedica a observar estas definiciones, desenmascarar las relaciones de poder que en ellas existen, y quizás denunciar esas relaciones y/o proponer otras nuevas, circunscritas en nuevos valores o en una nueva visión de la realidad. Desde Wittgenstein hasta hoy hemos ido perfeccionando nuestra comprensión del giro lingüístico, y del hecho que toda realidad es producto del discurso, del lenguaje y de la dominación del denominador.
‘Del sexo al género. Los equívocos de un concepto’ (Cátedra, 2011) camina en esta dirección, dando el paso adelante que supone analizar las confusiones que se dan alrededor del concepto de “género”, cuáles son sus motivos, explorar si en esas confusiones y sus causas existen relaciones de poder distorsionadoras, y proponer en consecuencia una relectura que evidencie a los denominadores falsarios entrometidos y proponga una nueva perspectiva de reconstrucción y redefinición conceptual libre de las relaciones de dominación y sus consecuencias.
En definitiva, el libro editado por Silvia Tubert prepara la base para proponer una nueva perspectiva sociolingüística que libere al lenguaje de las cuerdas que actualmente lo atan y lo someten todavía a la ideología de paradigmas anquilosados y antidemocrátricos, en cuanto desigualitarios e injustos.
El primer eje se da en la distinción entre “sexo” y “género”. Habitualmente utilizados de forma intercambiable, ambos conceptos poseen evidentes diferencias. Mientras “sexo” hace referencia a las características fisiológicas con las que nacen los cuerpos, “género”, según la definición de la antropóloga Gale Rubin, define “al producto de las representaciones, espacios, características, prácticas y expectativas que se asignan a los hombres y (sobre todo) a las mujeres a partir de su diferencia biológica y como si fuera algo que derivara naturalmente del hecho biológico-sexual.” (p. 128). O sea, mientras “sexo” define a características objetivamente comunes y biológicamente diferenciantes del cuerpo humano, “género” lo hace de los atributos culturalmente asociados a las personas con su “sexo” como leitmotiv aparentemente natural –pero fruto de una relación verdaderamente arbitraria.
Decíamos que el lenguaje posee un marchamo ideológico inapelable, y precisamente por eso también “sexo” es un concepto culturalmente marcado por las relaciones de poder. Fijémonos si no en las formas en que el “sexo” se puede manifestar incluso en nuestra construcción biológica, corporal y natural. Norrie May-Welby, nacido en Escocia pero desde hace tiempo residente en Australia, fue declarado en 2010 por el gobierno insular como la primera persona de “sexo neutro” en su país y en el mundo. Las discusiones médicas y sociopsicológicas no se detuvieron ni antes ni después de su definición. Las relaciones de poder que marcan la definición de “sexo”, tampoco han incorporado en la mayor parte de países la posibilidad de esta tercera distinción. Sin embargo, tanto su existencia como su debate nos muestran las muchas aristas ocultas tras la construcción del lenguaje y sus palabras.
Si esto pasa en la acepción exclusivamente biológica de “sexo”, ¿qué no pasará en la construcción de las otras acepciones derivadas? Sin duda, la sexología se está encargando de derrumbar tabúes, prejuicios y falsas creencias cimentadas por esas mismas relaciones de dominación en la definición, esta vez, de qué es “sexo” y qué no lo es. Aunque, como dice un amigo mío: “sexo es todo aquello que hago con mi cuerpo y me divierte.”
La colección “Feminismos” acoge este título “Del sexo al género. Los equívocos de un concepto” (Cátedra, 2011) para evidenciar cómo el patriarcado se manifiesta no sólo a través de la dominación explícita ejercida por la amenaza o la violencia. El patriarcado se ha manifestado, sobre todo, a través del manejo exclusivo del proceso dominador de definición, imponiendo una visión monolítica de la realidad, arrebatando a la mujer la posibilidad de un papel relevante en una realidad de la que es excluida o en la que se encuentra relegada a los espacios atribuidos por el dominador. Una mirada ésta flexible y dinámica a lo largo de la historia, pero también inasequiblemente constante y permanente –por lo menos hasta ahora. Iniciativas como esta quieren facilitar que deje, de una vez por todas, de ser así.
Además de fundamentado, el libro posee una expresividad, documentación y argumentación sólidamente asentada. La mirada es abierta y la expresividad pedagógica. Por eso, aunque por apariencias pudiera parecer un libro orientado a público principalmente universitario, es perfectamente asequible para el público general. De hecho, lo he encontrado inspirador, ilustrativo y por momentos incluso indignante –ante la cruda exposición de ciertas evidencias no he podido evitar dar rienda suelta a la emoción.
Abrir las páginas de ‘Del sexo al género. Los equívocos de un concepto’ (Cátedra, 2011) es abrírselas, además, a la oportunidad de conocer un poco más sobre nosotros mismos: ¿por qué pensamos cómo pensamos sobre el “sexo” y el “género”? Una apasionante pregunta de la que hay aquí algunas apasionantes propuestas de respuesta.
Fuente: Fco. Martínez Hidalgo, Fantasymundo.
Comentarios
Publicar un comentario
Esperamos tu comentario