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Jazzuela, el jazz en Rayuela


Rayuela es muchas cosas pero, ante todo, es un canto a la libertad y a la experimentación. Por ello, entre los capítulos 10 y 18 de la novela de Julio Cortázar, un grupo de amigos - autodefinidos como el Club de la Serpiente - quedan en las noches parisinas para beber y escuchar jazz, música como ninguna que permite violentar las estructuras y pensar en un tiempo diferente, más espontáneo.
En esas "discadas", auténticos rituales que abren puertas insospechadas, comparten audiciones Horacio Oliveira (un culto exiliado argentino), la Maga (su amante, de gran poder intuitivo), Ossip Gregorovius (filósofo checo que compite en lo intelectual y en lo amoroso con Horacio), Ronald y Babs (un músico y una ceramista norteamericanos), Perico Romero (español que estudia filosofía Zen), Wong (un chino que estudia las formas de tortura) y Etiennne (un pintor francés).

Pilar Peyrats realiza un viaje por la banda sonora de esos encuentros, en un libro-CD que ahora recupera la editorial Satélite K, y que se levanta como una suerte de homenaje al escritor argentino, pero también como una guía alternativa – otra más – para leer Rayuela.




El libro, pues, recopila los temas principales de la obra de Cortázar, pero también encontramos una biografía musical en la que se nos explica la evolución del bebop, esa variación del jazz más tradicional que nació a principios de los 40 en las jam-sessions de los locales nocturnos de Nueva York y que estuvo protagonizada, no sin "cierto dramatismo existencialista", por virtuosos como el saxofonista Charlie Parker, el trompetista Dizzy Gillespie, los pianistas Thelonious Monk y Bud Powell o el batería Kenny Clarke.

Hay en el bebop una reivindicación de la creatividad personal, de la ruptura con lo estandarizado, ya que "en el jazz primitivo la improvisación apenas existe". Además, cuando el swing predomina, sobre todo con grandes big bands, "las individualidades quedan parcialmente sacrificadas a la colectividad". Por tanto, el acento, las brechas, los juegos estilísticos de este tipo de música se articulan de la misma forma que Cortázar estructura (o des-estructura) su propuesta de novela.

No es la primera vez, ni la última, que Julio Cortázar se interesa en el jazz, y especialmente en el bebop, para encontrar un símil con su escritura. En El perseguidor – considerado el mejor y más completo relato de toda su obra – el escritor argentino narra los últimos años de vida de Johnny Carter (en homenaje al músico Charlie Parker), un saxofonista que quiere moverse en un tiempo diferente al común a través de la música. Como contrapartida, el narrador (Bruno) es un crítico de jazz que pretende llenar las páginas en blanco con lo que siente al escuchar sus temas preferidos. Uno, improvisa, lleva una vida desordenada de drogas y alcohol.

Es médium, enlace a otros mundos. Otro, metódico, representa la realidad, la estabilidad de un trabajo más o menos rutinario, casado, y de un cierto puritanismo que él mismo reconoce. La libertad y las cadenas se miran de frente y dialogan a través de la escritura y el sonido. Existen, pues, confrontados dos formas de temporalidad (acudimos a conceptos utilizados por Deleuze y Guattari en Mil Mesetas para explicarnos mejor). Por un lado, encontramos el Cronos, el tiempo considerado "normal", que es cuantificable a través de las medidas estables del reloj. Es el tiempo del beat, del orden. Y, por otro lado, tenemos el Aion, el tiempo que no se puede atrapar, que no es hoy ni mañana, que no tiene territorio, que huye. Es el bebop. Es lo que persigue Johnny Carter: "Esto lo estoy tocando mañana... esto ya lo toqué mañana..." acaba de suceder y a la vez sucederá.

La recopilación de Peyrats es especialmente interesante porque reúne, además de los temas, los fragmentos de la novela en los que se habla de jazz. Así, en el capítulo 11, encontramos cómo Ronald se enfada porque Ossip no le deja escuchar la música, le está preguntando a la Maga si hay lagartos en Montevideo: "... grandísimos lagartos, trombones a la orilla del río, blues arrastrándose...". Y lo que está haciendo el personaje es presumir de sus conocimientos. Por una parte, el "alligator" (lagarto) es una expresión que se utilizaba en tiempos del swing para referirse al fanático de este estilo que, en vez de bailar, se detiene ante el escenario a escuchar, como los caimanes al lado del agua. Por otra parte, se nos explica en Jazzuela, la mención del arrastre tiene que ver con lo que escuchan ya que "drag" se refiere a ciertos lentos emparentados con el blues. Es el momento de poner la pista número 3 del disco, el Four O'Clock Drag, de Milt Gabler, interpretado en 1944 por The Kansas City Six y con Bill Coleman a la trompeta y Lester Young al saxo tenor.

Para Horacio "... el jazz es un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra... es la lluvia y el pan y la sal". Y le permite transitar por un caos que busca, con el que juega, y que la Maga clasifica de una forma peculiar: "el desorden en que vivíamos, es decir el orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca...". Un bidé como clasificador, y la libertad de hacer justamente lo que nadie espera de vos.


Fuente: Albert Lladó

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