El título del libro puede resultar desorientador: La sociedad de la ignorancia. Uno puede esperar, quizás, un texto a propósito de las disfunciones que la sobreabundancia informativa genera en la selección, discriminación, adquisición y asimilación del conocimiento. Y, en alguna medida, es así, pero en el fondo el título alude a una paradoja fundamental que Daniel Innerarity pone de relieve: “se está produciendo la paradoja de que la sociedad del conocimiento ha acabado con la autoridad del conocimiento. El saber se pluraliza y descentraliza, resulta más frágil y contestable. Pero esto afecta necesariamente al poder, pues estábamos acostrumbrados, siguiendo el principio de Francis Bacon, a que el saber fortaleciera el poder, mientras que ahora es justo lo contrario y el saber debilita el poder. Lo que ha tenido lugar”, asegura Innerarity, con el eco de fondo de las últimas manifestaciones populares, “es una creciente pluralización y dispersión del saber que lo desmonopoliza y hace muy contestable”.
Ferrán Ruiz, autor del galardonado La nueva educación, escribe a este respecto en “Educar, entre la evasión y la utopía”, uno de los capítulos de La sociedad de la ignorancia: la escuela y sus profesores, ante las arremetidas insolentes de la nueva sociedad digital, “parecen vivir en la ilusoria convicción de que la validez de sus esquemas cerrados continuará esencialmente inmutable en el futuro, acaso realizando algunos ajustes, por lo que no es preciso formular y desarrollar nuevas visiones de lo que, razonablemente, tan solo dentro de unas pocas décadas, podría llegar a ser educar y aprender de una manera mucho más humanizada y holística”. Y, en su blog Notas de opinión, amplía esta suposición: “Así, la autoridad del profesorado se ha de recomponer sobre bases diferentes porque ya no es posible basarse en el control del espacio informacional ni en que la apropiación por el alumno de la información que se le suministra sea un factor clave de su éxito cuando acabe su etapa escolar. Ni se puede pensar que el espacio físico cerrado diseñado para la transmisión oral y el control de los comportamientos que pretendía imponer, como dice Bauman, “un estado de “prohibición o suspensión de las comunicaciones” es una fórmula viable y efectiva hoy día ni mucho menos a diez o veinte años vista. Ni tampoco se puede dar por garantizado que el espacio organizativo tradicional, determinado por la transmutación de las disciplinas académicas en el indiscutible eje estructural de los centros educativos, mantenga en el futuro la vigencia y la utilidad que ha tenido en el siglo XX”.
Fuente: Blog Los futuros del libro
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