Buena parte de la literatura deriva su fuerza de reparar un origen perdido. Para Gunter Grass, el nombre oculto y necesario de la narrativa es Danzig; para Vladimir Nabokov, San Petersburgo; para Salman Rushdie, Bombay; para Gregor von Rezzori, Bucovina; para Juan JoséŽ Saer, un río sin orillas.
J. M. Coetzee* (Ciudad del Cabo, 1940) perdió— algo más restringido que una ciudad, una región o un país: la granja en la que pasó los mejores días de su infancia y que fue mal administrada por su familia. Este giro adverso de la fortuna representa— una suerte de exilio. Aunque solo iba ahíde vacaciones, se trataba de un refugio en tierra extraña. Coetzee proviene de un núcleo afrikaner, pero fue educado en la comunidad inglesa a la que nunca se integró— del todo. Las leyes raciales y la ascensión del Partido Nacionalista complicaron las tensiones entre los grupos sociales sin que él se identificara con ninguno de ellos. Los negros le parecían menos rudos que los afrikaner, pero su sed de venganza era mayor. En las revueltas de fines de los años cincuenta señalaron el destino de la raza blanca: los vamos a tirar al mar. Miembro de una familia un tanto excéntrica, John Maxwell no iba a misa, leía y usaba zapatos. Tenía parientes pero no amigos. Esta vida endogámica resultaba llevadera en la granja, tan extensa que se podía ir de cacería sin salir de sus límites. En Infancia: escenas de la vida en provincia (1997), primer volumen de su autobiografía en tercera persona, Coetzee recuerda:
“Debe ir a la granja porque no hay ningún otro lugar en el mundo que ame más o que pueda imaginarse amar más. Todo lo que resulta complejo en su amor por su madre se torna simple en su amor por la granja. Sin embargo, desde que tiene memoria, este amor tiene un punto de dolor. Puede visitar la granja, pero nunca vivir allí. La granja no es su hogar; nunca serᇠmás que un huésped, un huésped difícil”
Poco después, añade: “Él tiene dos madres. Ha nacido dos veces: ha nacido de una mujer y de la granja. Dos madres y ningún padre”. La figura paterna se borra en su vida tanto como él desearía que se borrara Sudáfrica.
Una escena de Esperando a los bárbaros condensa la imaginación de Coetzee. En un apartado cuartel, el Magistrado debe impedir el avance de tribus nómadas. Durante décadas, los bárbaros son sombras movedizas que se acercan a la guarnición en calidad de limosneros o sirvientas. Envejecido, apático, el Magistrado administra el lugar con decisiones parecidas al letargo. Con sensualismo senil, dedica sus últimas fuerzas a copular con criadas y lavanderas. Por un azar del hedonismo, adopta a una mujer de pies destrozados a la que baña y da masajes y a la que, in-voluntariamente, empieza a amar. En 1950, las leyes sudafricanas tipificaron como delito la cópula entre gente de distintas razas. Ese delirio jurídico brinda telón de fondo a Esperando a los bárbaros. El encuentro con la alteridad prosigue en Foe. Robinson, náufrago industrioso, héroe de la razón y las herramientas, es menos expresivo que un Viernes al que le han cortado la lengua.
Educados por el enemigo, el Magistrado y Robinson Crusoe comprenden la lección profunda del salvaje, el deshonrado, el otro: la verdad es extranjera.
*Coetzee es un escritor nacido en Sudáfrica y nacionalizado Australiano, fue el primer escritor galardonado en dos ocasiones con el Premio Booker, considerándolo cómo el más prestigioso de la literatura en lengua inglesa.
"Siempre ha estado interesado en el pasado más que en el futuro, en el pasado y en la forma en que el pasado arroja su sombra sobre el presente".
Entre las obras más destacadas de este autor se encuentran las novelas "Desgracia", "Foe" y "Esperando a los bárbaros", los libros de memorias "La Edad de Hierro", "Infancia" y "Juventud". Considerado como una de las voces más importantes de la literatura mundial surgidas en el último cuarto del siglo XX, el autor sudafricano ha sido reconocido en 2003 con el Premio Nobel de Literatura.
Fuente: Juan Villoro
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