El escritor español Jorge Semprún, de 87 años, murió ayer, en París, lejos de su patria, a la que quería volver y no pudo, aunque jamás dejó de planear el regreso.
"Estoy seguro de que mi muerte me recordará algo", escribió alguna vez este personaje preciso, serio, sufrido y melancólico, en una de sus obras más realistas, Viviré con su nombre, moriré con el mío , que narra la historia de un joven que cambia su nombre por el de un moribundo en un campo de concentración nazi para salvar la vida.
Es que él, mirador irrepetible de la realidad desde una perspectiva trágica y bárbara, padeció la reclusión en el campo alemán de Buchenwald, donde recibió el número 44.904, cifra que jamás se borraría de su existencia.
Lo dijo hace poco, en vísperas de su viaje a Buchenwald, el 11 de abril de 2010, para conmemorar los 65 años de la siniestra creación nazi. Escribió en un artículo publicado en el diario El País, de España, y como presintiendo lo que finalmente ocurrió ayer: "Vengo por última vez. No estoy ni resignado a morir ni angustiado por la muerte, estoy furioso, extraordinariamente irritado por la idea de que ya pronto no estaré aquí, en medio de la belleza del mundo o, por el contrario, en su grisácea insipidez por última vez, y diré lo que tenga que decir".
Semprún había nacido en Madrid en 1923 y la primera tragedia que marcó su vida fue la muerte de su madre cuando él tenía ocho años. Junto a sus hermanos muy pronto se marcharon cuando comenzó la Guerra Civil, primero a Holanda y luego a París, donde su padre era embajador.
Allí aprendió la lengua que lo avergonzó en la escuela cuando los compañeros se burlaban del acento extranjero. El juró que nadie se daría nunca cuenta de que no era francés y perfeccionó su dicción y la escritura al punto de que sus libros más importantes fueron escritos en esa lengua, a pesar de amar profundamente el español.
En 1942 se incorporó al Partido Comunista Español y un año más tarde fue detenido por integrar la resistencia antinazi.
Semprún fue torturado varias veces y deportado a Buchenwald, Alemania, donde se libró de la muerte que les esperaba a los intelectuales porque lo inscribieron como estucador.
El escritor jamás olvidaría ni una de las interminables horas que pasó bajo el régimen nazi, y describió con espanto el olor a carne quemada de los judíos, que llevó en sus narices toda la vida, ni la forma vergonzosa en que lo expulsaron del PC, en 1964.
Cuando volvió al campo, hace poco más de un año, recordó a los niños judíos que en 1945 fueron llevados de Polonia a Weimar ante el avance del ejército ruso. Entre esos niños estaban Imre Kertesz y Ekie Wiesel, dos futuros premios Nobel.
Este hombre, atractivo, seductor, exacto e impiadoso a la hora de escribir, se casó en tres oportunidades y tuvo un hijo, Jaime, que murió hace unos pocos años.
Semprún escribió a lo largo de su vida cada cosa trágica que transitó, entre los que se destacan Adiós, luz de verano , El largo viaje , Aquel domingo y Autobiografía de Federico Sánchez .
Y acá hay que hacer un alto importante: Federico Sánchez fue el nom du guerre de Semprún mientras estuvo en la resistencia, y con ese mismo nombre escribió un libro desgarrador, cuando se fue del gobierno de Felipe González, quien lo había nombrado ministro de Cultura.
En Federico Sánchez se despide de ustedes , obra en la que cuenta su vida como funcionario público, dejó mudos a los lectores cuando les contó cuáles eran las desinteligencias de los integrantes de PSOE, esas miserias, esas mezquindades que Semprún no toleraba.
Hombre político, público, controvertido y controversial, dedicó otra parte de su vida a escribir guiones inolvidables para el cine, como fue Z , de Costa Gavras -de quien era amigo-, protagonizada por Ives Montand -otro del grupo- y que relataba la muerte de un diputado en un país sudamericano bajo la dictadura militar y que ganó un Oscar a la mejor película extranjera en 1970. Además, fue guionista de Alain Resnais en La guerra ha terminado y se destacó como periodista en varios rotativos de Europa.
Durante los últimos meses, Semprún escribía ensayos sobre el destino de Europa desde su piso en París, en la calle L'Universite.
Sus días en el campo de concentración fueron, para él, inolvidables y centrales en su obra. Cada cosa que sucedía en las tormentosas noches de Buchenwald fue evocada por Semprún a lo largo de toda su vida.
Quizá sus colegas no lo consideren uno de los más grandes escritores españoles (el simple hecho de no escribir en ese idioma lo diferencia de los demás), pero sí como quien padeció y transmitió como pocos la banalidad del mal en la esclavitud del nazismo.
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