En esta entrevista, el polémico y provocador escritor británico habla de su manera poética de luchar contra todo tipo de discriminación.
Benjamin Zephaniah no es precisamente el arquetipo de poeta que uno suele imaginar. Al recitar sus versos, con un ritmo que se funde entre el reggae y el rap, y a los que dramatiza con todo tipo de gestos corporales, sus trenzas negras, o dreadlocks, se dispersan como largos dedos gruesos por la espalda, de un lado a otro, casi hasta la cintura. “La poesía es música, el cuerpo mismo lo siente”, dice este artista de origen inglés, que vivió gran parte de su infancia en las pacíficas tierras de Bob Marley. Y fue acaso la influencia de la música y de la estética jamaiquina la que derivó en el comentario actual, casi unánime, de la crítica internacional: a Zephaniah vale la pena leerlo; pero mucho más, verlo y escucharlo.
Lo mismo opinan sus seguidores; Nelson Mandela, uno de ellos, lo invitó personalmente en varias oportunidades a Sudáfrica.
“Siempre pensé que los poetas eran aburridos, hasta que me convertí en uno”, ironiza Zephaniah en la apertura de uno de sus primeros libros publicados: Talking Turkeys.
“El humor -reflexiona- nos permite transformar en comedia la peor de las tragedias, y pintar una verdad sin anestesia.”
Con respecto a las expresiones “políticamente correctas”, Zephaniah pregunta abiertamente: ¿son correctas desde el punto de vista de quién?
Por ejemplo, en su poema White comedy, se vale de un recurso tan simple como infalible para demostrar la fuerte connotación peyorativa a la que suele estar asociada la palabra “negro”. ¿Cómo lo logra? Escribiendo “blanco” cada vez que debería decir “negro”. Así, al bajo mundo de ovejas, magias o listas “negras”, lo recrea en una versión inmaculada de ovejas, magias o listas “blancas”. Y rematando tales estrofas “en negativo” con un latigazo letal de causticidad: “No se preocupen, me voy a comunicar con la Casa Negra" (I shall be writing to the Black House).
El racismo y la discriminación son dos de los principales temas en muchos de sus poemas y en las novelas Face (1999) y Refugee Boy (2001).
-¿Qué sentís cada vez que venís a la Argentina?
-Depende. En mi primera visita, que fue al poco tiempo de la guerra con mi país, desperté bastante interés puesto que en ese entonces no frecuentaban muchos ingleses por aquí; y la mayoría de las conversaciones giraron en torno a las Malvinas. La segunda vez que volví, invitado a participar en la Feria Internacional del Libro 2000, recuerdo que llovía incesantemente y que, no obstante, todos parecían estar de fiesta. En cambio, esta vez, la gente se ve muy triste, como abatida por la situación política y económica. En fin, cada vez que vengo me encuentro con un país totalmente distinto.
-¿Alguna vez te sentiste discriminado aquí?
-Para nada. Siempre me sentí muy bien cuidado. Es más, me sorprendí al descubrir que había unas cuantas bandas de reggae; anoche, por ejemplo, grabé dos temas con una de ellas.
-¿Qué te motivó venir aquí por primera vez?
-Me había dado curiosidad conocer la naturaleza de los argentinos, tan difundida por la prensa inglesa durante la guerra de Malvinas.
-¿Y con qué te encontraste?
-Con gente buena, simple, cuyos intereses básicos, al igual que en casi todo el mundo, se resumen en unos pocos: agua, comida, afectos, música... Lo que ocurre es que las voces que se escuchan afuera suelen ser las de los políticos; y, las noticias que ellos nos proveen no son más que un mero reflejo de sus intereses personal, y no los de su pueblo.
-¿Crees que tu poesía tiene lugar en medio del desasosiego que se vive hoy en este país?
-Hace ya varios años, al enterarme de que en Líbano se estaba librando una guerra, decidí ir allí, al punto más álgido; lo mismo hice, tiempo después, cuando se recrudeció el conflicto entre israelíes y palestinos. Y lo que más me asombró en ambos lugares fue que, a pesar de todo, la gente aún quería oír poesía. Hasta llegaron a pedirme, unas cuantas parejas que estaban por casarse, que les escribiera algo especial para sus bodas.
-¿Estás diciendo que la necesidad de poesía que tiene el ser humano permanece inalterable aún en las circunstancias más hostiles, como en medio de un bombardeo?
-Así es. Yo mismo lo he comprobado. Y debo admitir que cuando recibí la invitación para venir a la Argentina tuve el mismo sentimiento contradictorio que me manifestaron muchos de mis amigos y conocidos: “¿Poesía en la Argentina, ahora, no te parece que tienen cosas más importantes en las que pensar?” Y creo que no es así, de lo contrario no hubiera venido. La poesía, aunque no atraiga a un público masivo, sigue siendo una necesidad básica para muchos.
-Si tuvieras frente a vos a los futuros poetas argentinos: ¿Qué les diría?
-Dos cosas. Primero, que siempre sean honestos con ellos mismos y que jamás escriban para satisfacer los gustos de un determinado grupo, aunque se sientan parte de él. Y, segundo, que nunca se dejen decepcionar si es poco el dinero que les ofrecen por su obra. En esta sociedad de consumo, y globalizada, ya no existe ninguna correlación entre el precio económico y el verdadero valor de las cosas. Y la poesía, por cierto, no ha quedado bien parada en esa nueva lista de precios.
-¿Cuál es tu “ganancia” en los viajes que realizás por trabajo a los países más pobres?
-El encuentro, el contacto con la gente; siento que podría hacer lo que hago a cambio de nada, económicamente hablando, claro. Pero todo se compensa de algún modo. En Gran Bretaña realicé varios comerciales para una marca de cerveza y otros tantos para una compañía de teléfonos celulares. Es gracioso, porque yo no bebo alcohol y ni siquiera he tenido un teléfono celular; pero me pagan bien, y eso me permite llevar mi poesía a lugares como India, Sudáfrica o la Argentina.
-¿Cuál es la finalidad, si es que la hay, de jugar con las palabras?
-Bueno, cuando escuchamos música, ¿qué hacemos?, ¿caminamos?, ¡no!, nuestros pies siguen el ritmo, y bailamos; del mismo modo, la poesía es a la prosa, lo que la danza es a la acción de caminar. Claro que podríamos escribir nuestras ideas o sentimientos lisa y llanamente, pero buscamos embellecerlos y, si es posible, traspasar los límites que nos impone el idioma. Por eso, me gustan los poemas que parecen simples pero que no lo son, y que cuando uno los lee piensa: “¿Cómo no se me ocurrió?”
-¿Se te viene alguno a la mente?-Sí, uno muy breve, de tres líneas, y una de ellas de una sola palabra. Dice así: “La mayoría de la gente ignora la mayor parte de la poesía/porque/la mayor parte de la poesía ignora a la mayoría gente”.-¿Y a quiénes crees que ignora la poesía, principalmente?-Diría que a la mayoría de esos hombres de trajes grises, que se jactan de su poder y de sus bienes materiales; ellos, más que nadie, necesitan urgentemente aunque sea un poco de poesía en sus corazones.
Tres preguntas "extras" -¿Qué mensaje te gustaría compartir, como vegetariano que sos, con los habitantes del “país de la carne?
-Por empezar, me gustaría decir que anoche cené en un restaurante vegetariano y que cada vez que vengo a Buenos Aires voy a uno distinto. Entiendo que el consumo de carne vacuna está fuertemente arraigada a las tradiciones argentinas y, por tanto, no pretendo encontrar una buena recepción sobre este tema. Pero el hecho de que cada país tenga sus propias costumbres no significa que sean ejemplares; las costumbres ajenas, por más extrañas que parezcan, están bien mientras no perjudiquen a los demás, incluidos los animales. Aquí, la misma persona que consume carne vacuna sería incapaz de comerse a su propio perro o gato; en China, en cambio, he visto cómo los chicos eligen, en los restaurantes, al gato que más les gusta, y, quince minutos después, tenerlo servido en su plato. Y, mientras en la India la vaca es sagrada y el gato ni siquiera se toca, en Corea comen perros. Desde pequeños somos programados bajo ciertas normas que después nos parecen correctas; pero no siempre lo son. Creo que uno de los principales valores que hoy faltan en el mundo es la compasión; y que, para comer carne, hay que sacarse la humanidad de encima, como hace un soldado al matar a un semejante. No obstante, nunca es tarde para preguntarse: ¿Dónde quedó mi humanidad?-También están los que asocian al vegetarianismo con debilidad física.-Por eso también creo que mucha gente necesita ser reeducada al respecto. Nadie que deja de comer carne se caerá literalmente a pedazos, como suele creerse erróneamente.
-Por último: ¿Qué tenés en común y qué te diferencia de Bob Marley?
-¿En común?, la poesía, sin duda. Y la principal diferencia es que él hablaba desde Jamaica y yo lo hago desde Inglaterra. PerfilBenjamin Zephaniah nació en Birmingham, Inglaterra, en 1958. Pasó gran parte de su infancia en Jamaica, de donde originariamente son sus padres. Zephaniah escribió varios libros de poesía, novelas y guiones para televisión; grabó discos con sus poesías y participó en numerosos programas radiales y televisivos. También publica artículos en The Guardian y The Observer. Fue nominado para los premios Poeta Laureado y Profesor de Poesía de la Universidad de Oxford. En 1988, recibió un doctorado con honores de la Universidad de North London. Recientemente, fue nominado para recibir una beca de investigación en las universidades de Cambridge y Oxford. Zephaniah, un miembro de la poesía británica contemporánea altamente respetado dentro y fuera de su país, actualmente dedica gran parte de su tiempo a visitar escuelas, prisiones y universidades.
Publicaciones del autor
City Psalms. Bloodaxe, 1992
Talking Turkeys. Puffin, 1994
Funky Chickens. Puffin, 1996
Propa Propaganda. Bloodaxe, 1996
Face. Bloomsbury, 1999
Wicked World. Penguin, 2000
Explicit Vegan Lyrics. AK Press, 2000
Too Black, Too Strong. Bloodaxe, 2001
Refugee Boy. Bloomsbury, 2001
We are Britain! Frances Lincoln, 2002
Fuente: Ignacio Escribano
Comentarios
Publicar un comentario
Esperamos tu comentario