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La mano de pluma...


El amor, la ira… la contradicción; el desenfado, el desenfreno… el desencanto. Una infinidad de sentimientos y sensaciones habitan a la vez en complejas personalidades y convergen en una sola fuerza creadora. Así, la vida y la obra se confunden y entremezclan: se vive para crear, se crea lo vivido. Estamos hablando de Arthur Rimbaud.

Al momento de ser invitado por Verlaine a su casa de París, luego de que él le enviara el poema El barco ebrio, Rimbaud era un genial y rebelde adolescente que había intentado llegar antes a la capital de Francia, sin mayor éxito, y ya mantenía correspondencia con Paul Demeny y Banville.        
Nació el 20 de octubre de 1854, -en Charleville, región francesa de las Ardenas-, en una familia encabezada por Vitalie Cuif, una madre severa y ultrareligiosa que tempranamente había sido abandonada por su marido al partir a la guerra de Crimea.  

Siempre fue un niño precoz que comenzó a escribir versos a la edad de diez años. En 1869, Rimbaud obtuvo por Yugurtha el primer premio en el Concurso de versos latinos, debido a este hecho, la revista Le Montieur de l’Enseignement Secondaire publicó aquél  y otros dos temas del novel poeta, Vererat y El ángel y el niño; también, la Revue pur Tous incluyó sus versos franceses, con el nombre de Los aguinaldos de los huérfanos.  

A pesar de sus pocos años, Jean Arthur ya había adoptado una postura provocadora ante la vida, entraba y salía de su hogar con ganas de experimentarlo todo e internarse en el mundo de la poesía. Intentó trabajar en un periódico de Charleoi, dirigido por el padre de un compañero del Instituto, pero sus modales y palabras le hicieron perder el empleo antes de obtenerlo. Fue su maestro Izambard el primer nexo con otros poetas.  

Vagabundeó por ahí, una muchachita intentó unírsele, pero la abandonó sin interés. También se comenta, aunque no está comprobado, que a mediados de marzo de 1871 tuvo la intención de integrarse a las tropas sublevadas de la Comuna y emprendió viaje a la capital.    

Por este tiempo escribió a Paul Demeny lo que se conocería como Carta del vidente (15 de mayo de 1871), importante obra de la literatura moderna en la que plantea que la gran misión del nuevo poeta es experimentar y extraer la quintaesencia de todo. También, remitió a Banville Lo que se dice del poeta a propósito de flores.   

Es en esta etapa de andanzas y gestiones en la que repentinamente pasó a co-protagonizar  una de las historias más controvertidas de la época, haciendo gala de su furiosa e insensible personalidad, que lo llevó, más que a él mismo, a perturbar la vida de otro ser, al que en su fragilidad lo hizo cruzar la invisible línea entre “el bien y el mal”.

Una temporada en el infierno

Antes, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían. Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. - Y la hallé amarga. - Y la insulté.

Me armé contra la justicia.
Me escapé. ¡Oh bujas, oh miseria, oh odio! ¡A vosotros se confió mi tesoro!
Logré que se desvaneciera en mi espíritu toda la esperanza humana. Contra toda alegría, para estrangularla, di el salto sin ruido del animal feroz.
Llamé a los verdugos para, mientras perecía, morder las culatas de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme en la arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me tendí en el lodo. Me sequé al aire del crimen. Y le hice muy malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la horrorosa risa del idiota. Habiendo estado hace muy poco a punto de soltar el último ¡cuac!, se me ocurrió buscar la clave del festín antiguo, donde había tal vez de recobrar el apetito.

La caridad es la clave. - ¡Esta inspiración demuestra que soñé!
"Seguirás siendo hiena, etc.", exclama el demonio que me coronó de tan amables adormideras. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales." ¡Ah! Ya aguanté demasiado - Pero, querido Satán, te lo suplico, ¡menos irritación en la pupila! Y mientras llegan las pequeñas cobardías rezagadas, tú que aprecias en el escritor la carencia de facultades descriptivas o instructivas, te arranco unos cuantos asquerosos pliegos de mi cuaderno de condenado.



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