Volvemos a los clásicos, una vez más. Uno de ellos es La Fanfarlo de Charles Baudelaire.
La Fanfarlo nos narra la historia del joven poeta Samuel Cramer cuando intenta ayudar a su antiguo amor Madame de Cosmelly. El marido de esta bebe los vientos por La Fanfarlo, la bailarina de moda, e incluso han comenzado un sonado romance. El deber de Cramer será hacerse pasar por un enamorado de la bailarina, de modo que esta abandone a su actual amante. Pero pronto el plan se tornará en tragedia, ya que el joven e impulsivo Cramer se tomará muy en serio su papel, cayendo en su propia trampa…
Charles Baudelaire nació en Paris en 1821. Su infancia difícil y su vida llena de excesos le valieron el sobrenombre de poeta maldito. Poeta y traductor (entre otras cosas, de la obra de Poe), se le considera precursor de los simbolistas, y sus poesías siempre parecen divididas entre lo divino y lo humano. En 1857 su poemario Las flores del mal fue considerado un atentado contra la moral pública, por lo que no vería la luz hasta 1949 (¡casi nada!). La Fanfarlo es su única novela, que escribiría con tan sólo 25 años. Genio de la poesía, moriría en París en 1867.
El que acusa suele tener una ventaja con respecto a la defensa. Es el primero, el que despunta. Su semblante es animado y audaz, más allá de la validez de sus argumentos. Elige las armas del discurso. La defensa más bien tiene la característica de un escudo: intenta que reboten -y si es posible, se desvanezcan- esas lanzas de la lengua.
El acusado, por lo general, sufre. Es poco lo que puede argüir en su defensa, y suelen ser otros sus representantes en el escenario de la manipulación de la palabra. Incluso en los juicios a escritores. ¡O sea, a la palabra misma! Ni siquiera a la palabra dicha, sino todo lo contrario, a la dicha de la palabra: sus obras. Hay juicios famosos en la historia: Sade, Zola, Joyce, entre otros.
El pequeño libro recién publicado por la nueva y reluciente editorial Mardulce, dirigida por Gabriela Massuh y Juan Zorraquín, en su colección de ensayo, El origen del narrador. Actas completas de los juicios a Flaubert y Baudelaire , renueva la lectura de Madame Bovary y Las flores del mal . Es una verdadera ficción de la crítica. Sobre todo, la acusación del abogado imperial Ernest Pinard, que desbroza el libro de Flaubert como si degustara cada una de sus citas. Aquí "se trata de toda una novela", acusada de ofender a la moral pública y a la religión. Dedica entonces casi toda su oratoria a relatar la novela, intercalando citas del autor con sus propias diatribas.
El fervor literario del abogado no hace más que reforzar el carácter sutil del realismo flaubertiano. El mismo se encarga de establecer una diferencia entre lo profano y lo voluptuoso, respondiendo la novela más bien a este último rasgo. Pinard fundamenta su ataque en el aspecto lascivo de la voluptuosidad, no en su correlato festivo (también le endilgará a Flaubert "su pintura lasciva que ofende a la moral pública").
Pero al atacar la novela? ¡el abogado termina defendiendo a su castigada protagonista! Como se advierte en este pasaje: "El autor ha puesto el más grande cuidado, ha empleado todos los atributos de su estilo en pintar a esta mujer. ¿Pero ha intentado mostrarla desde el ángulo de la inteligencia? Nunca". Por otra parte, el abogado desliza una acusación mayor que alude al interés morboso de los lectores: "¿Quieren ustedes a Madame Bovary en sus menores actos, en su vida espontánea, sin el amante, sin la falta?".
La defensa, en tanto, es un verdadero ataque a la novela: enaltece los valores morales del libro, convirtiendo al destino trágico de Madame Bovary en una lección de vida. Lo llama: "Incitación a la virtud mediante el horror al vicio".
La historia de los juicios a la moral pública suele recaudar grandes éxitos. Así comienza el alegato contra Las flores del mal , de Charles Baudelaire: "Demandar un libro por ofensas a la moral pública es siempre algo delicado. Si la acusación no alcanza su objetivo se fabrica el éxito del autor, casi su pedestal; éste sale vencedor, y uno asume con relación a él la apariencia del perseguidor".
En todo caso, la publicación de estas actas es una inusual invitación a la relectura.
Fuente: Papel blanco, La Nación
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