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Ortega y Gasset. Última biografía


El encargo era un miura y Jordi Gracia lo ha lidiado con nervio y valor. Arrimado siempre al hombre y al pensador, ha elaborado un retrato integral del personaje. En José Ortega y Gasset, último volumen de la colección Españoles Eminentes que promueven Taurus y la Fundación Juan March, dice Gracia que ha querido humanizar a un escritor inhumano, de tan excepcional, así en su inteligencia como en su arrogancia, en su vitalidad, en su valentía, en su afán por combatir “el mugido ciego de la multitud”. 



En esta biografía de Ortega pasan muchísimas cosas porque desfilan ochenta años de vida intelectual de España, y Gracia sitúa al lector en primera linea del desfile, o en su corazón mismo. Ya sabemos cómo vivía Ortega, lo que pensaba, lo que sentía, el whisky que le gustaba, las cartas que escribía a su novia, las que recibía, las diatribas intelectuales, sus arrogancias... No siendo el libro en absoluto una hagiografía, siendo posiblemente la biografía de Ortega que con más detalle pone el foco en los defectos, también sobresalientes, del pensador, deja al lector la certeza de estar ante una figura intelectual prodigiosa. Una “maquina de pensar” de una brillantez y una modernidad apabullantes. Después de cinco años buceando en su vida y sus papeles, a millares, ¿se ha llevado usted muchas sorpresas? “Todo han sido sorpresas porque nada de lo releído estos años ha resultado como lo recordaba. Lo crucial para mí ha sido humanizar a un escritor inhumano: excepcional por talento, valentía e inteligencia, también suspicaz y altivo como pocos”, dice Gracia. 

-¿Tuvo claro, desde el principio, el libro que quería hacer?
-Había de ser una biografía que interpretase su pensamiento y su acción a partir de conocer al sujeto, a la persona, con sus taras y sus manías y por tanto con sus motivaciones particulares para escribir lo que escribió e impulsar lo que impulsó. Imaginar la coherencia dentro de la complejidad. Y a ser posible narrar la vida del pensador en la forma más amena y veraz posible. 

-Hombre, ¿taras?
-Una hipersusceptibilidad a la crítica es una tara. Y una propensión a la intransigencia intelectual, también. Y la peor de todas: convertir en resentimiento la desatención ajena. 

Jordi Gracia ha escrito una biografía muy ordenada cronológicamente, que abarca toda la vida del escritor. Comienza señalando esa excepcionalidad de Ortega, tan temprana (un niño de ocho años que lee a los clásicos), tan percibida por todo su entorno desde el principio. Esa “anormalidad” es clave en la vida de Ortega, ¿no?
-Lo fue para sus coetáneos: nadie sabía fuera de círculos muy reducidos quién era Ortega porque no había escrito un libro ni había hecho nada resonante hasta 1914. Pero llevaba ya mucha guerra y mucha pelea hecha, al menos desde 1906 (aunque fuese haciendo de negro de su padre con 23 años en un discurso impresionante: vivo, rotundo, trabado y seminal). 


-Cuenta que a los 19 años Ortega tenía conciencia clara de lo que debía estudiar para “ser uno de los españoles con más puntos de vista” y desde entonces quiso cambiar la historia de España. Pero la eclosión intelectual de Ortega es tardía, pasados sus 30 años y cuando sabemos de él es ya “el pensador más moderno, europeo y perdurable del siglo XX en España”. ¿Cómo explica esto?
-Porque escapó a conciencia del modelo de escritor de su tiempo -improvisado, aproximativo, vagamente irresponsable- y programó desde muy temprano su actuación con el fin de hacerla eficiente, práctica: tanto en lo intelectual y filosófico como en lo socio-político. Los libros le salen casi por casualidad, reuniendo artículos siempre, pero su actividad como ensayista y político está hondamente trabada a un interés superior: sacar a su sociedad del pensamiento místico y meterla en el orden racional y científico, responsable de sí mismo. 

Ni mozo ni franquista

-Con cierta petulancia, muy orteguiana, dice usted que ha querido desactivar varias leyendas. ¿Cuáles cree haber desactivado?
-Fue filósofo a su manera, no a la manera profesional; repudió el fascismo sin ningún tapujo; no hay mocedad porque su juventud es la de un adulto precoz y exasperantemente lúcido y desde luego no tuvo nada de franquista aunque durante la guerra fuera su bando. 

-Está su libro pespunteado de entrecomillados del propio Ortega, como si fueran los andamios sobre los que ha montado su biografía. Es muy de agradecer que haya evitado intermediarios...
-Ortega desde dentro y Ortega desde fuera era el objetivo irrenunciable. Debía ser Ortega quien se contase y yo quien decidiese qué contaba él, a la luz de sus textos públicos y privados, los editados y los inéditos, y desde luego a la vista de un epistolario riquísimo y en su mayor parte inédito, además de las cartas y testimonios de los demás cuando se ocupan de Ortega, sobre todo si esos otros se llaman Juan Ramón, Antonio Machado, Baroja, María de Maeztu, Azorín, Azaña o Zambrano. 

-La mitografía de Ortega es, dice, una automitografía. ¿Qué porción de su imagen se la debemos a él mismo?

-Estoy incapacitado para saber qué imagen tenemos de él hoy. Apenas llego a saber la que tengo yo, y esa es la de una bendición para la cultura civil, ética e intelectual de la España moderna. O dicho de otro modo: el franquismo y su ruindad ética, el catolicismo y sus morbosas prohibiciones, no extinguieron el pensar honrado, valiente, guerrillero e imaginativo de Ortega. Es a día de hoy una garantía de vitalidad estimulante, sobre todo en su obra publicada hasta 1930, aunque no desde luego en España invertebrada, que es en varios tramos una fantasía demasiado dominada por el rencor y el atrevimiento. 

-¿Dónde está, a su juicio, el mejor Ortega?
-En la descarga en forma de ensayo que nace del estímulo ajeno. Primero, pensar lo que es cada cosa -el arte, la sociedad, el hombre, la pintura, la poesía- y después dotar de sentido estructural a esa misma realidad humana e histórica, es decir, la filosofía de la razón vital y la razón histórica. Mientras todo ello va segregándolo en series de artículos, Ortega es feliz y hace feliz al lector, siempre estimulante y directo y lúcido: mucho de todo ello fue a parar a los ocho tomos de El espectador desde 1916 o a ensayos como La deshumanción del arte, tras haber hecho una especie de balance filosófico de sí mismo en su espléndido primer libro, Meditaciones del Quijote, en 1914. 

Dinamitar la tradición filosófica

-En 1906 “Ortega se está haciendo socialista en Marburgo”, escribe. Y hasta 1921-22, con 40 años, Ortega es un “político”. Entonces se aparta de la política para forjar “una filosofía nueva y radical”. ¿En qué consiste su proyecto? 
-En dinamitar desde dentro la tradición filosófica de Occidente -el idealismo neokantiano o no- a través de la asunción tan resignada como feliz de las limitaciones de la razón humana. Por eso es una filosofía de la razón vital primero y de la razón histórica después: una filosofía de la contingencia, no como amputación de un mundo ideal sino como condición de lo vital, incluida la felicidad. 

Gracia escribe que dos acontecimientos truncan su aventura filosófica: la Segunda República y la aparición de otro jugador de altura en el escenario: Heidegger. Si lo primero reaviva su pasión política, ¿qué es el segundo, una retirada estratégica o una derrota?
-Es un problema aplazado hasta 1947, cuando en un texto inédito siente que ha explicado por fin sus discrepancias con él y describe cabalmente la intoxicación teológica del pensamiento de Heidegger. Pero ese texto desarrollaba un artículo fulminante, espléndido, de 1929, y allí está abocetada esa desestimación del fondo idealista de Heidegger. Lo cree en realidad cautivo de una pulsión todavía religiosa. 

Sí, incide usted mucho en señalar el catolicismo como una de las bestias negras de Ortega, al que culpa de muchas de nuestras desgracias...
-Es natural que sea así, y además es justo. En una cultura de fortísima hegemonía católica, Ortega actúa sin disimulo como pensador ateo, con propensión netamente vitalista y empírica, sin remedio abocado a un pensamiento en libertad y a la crítica de las supercherías, la obediencia por acatamiento y las verdades reveladas, que no existen. El único que decide sobre la verdad o mentira es la conciencia libre y no hipotecada por ley anterior a la misma existencia. Dios es creación del hombre y no el hombre creación de Dios: cualquier equívoco en ese punto desautoriza la capacidad de pensar seriamente, para decirlo como él, los problemas humanos radicales. 

-¿En qué se basa para escribir que la de Ortega es la historia de una frustración y también la de un éxito insuficiente? 
-Sin la frustración no se explica la naturaleza insuficiente del éxito tal como lo vivió él: no satisfizo la expectativas más altas que puso sobre sí mismo. Pero ofreció lo fundamental para hacer una sociedad menos cobarde, más imaginativa, menos supersticiosa, más internacional. El sentimiento de frustración es hermano del impulso mesiánico pero también la pulsión redentorista conduce a la fuerza a redenciones siempre sentidas como insuficientes. Y además, cambió de ruta filosófica en torno a los 50 años. 

-¿Cambió de ruta?
-Lo que decide cambiar Ortega es el método de trabajo: abandonar la publicación dispersa de su obra filosófica para armar el libro sistemático que le exige su pensamiento también sistemático. Y el acicate decisivo es la aparición de Ser y Tiempo: tanto sus afinidades como sus disparidades. Pero Ortega ya no aprende a ser otro Ortega y no tiene más remedio que dejar inacabados o inseguramente inéditos dos “mamotretos”, como los llama, que en parte han ido a la prensa antes de 1936. 

-Del “Delenda est Monarchia” al “No es esto, no es esto”. ¿Cuándo acertaba más Ortega, cuando clamaba por la República o cuando le desesperaba?
-Como supieron ver algunos, su reclamación de la República implicaba tácitamente la reclamación de su liderazgo intelectual en ella. Pero la llegada de la República -prematura e imprevista para él- y la gestión democrática desde un parlamento le mostró decepcionantemente que su papel iba a ser menor, decorativo. Ortega no estaba hecho para vestir traje de faena, tampoco como político. Por eso la guerra civil la vivió como la revelación dolorosa del final de un tiempo histórico. 

Testigo ejemplar

Un perfil nostálgico, profundamente humano del pensador trasciende las últimas páginas del libro. Años placenteros y melancólicos, plagados de éxito en Argentina, en París, en Estados Unidos...
-Las amarguras de Ortega desde 1933 rozan el desequilibro personal: su mundo se acaba y él no ve el sitio que pueda ocupar en el nuevo. Lo admirable es que tras la guerra y a pesar de la obturación franquista, en Europa y en Estados Unidos no se han olvidado de Ortega sino todo lo contrario: se traducen y reimprimen sus obras sin cesar, imparte conferencias, se le consulta en los altos niveles del poder. Ortega figura ya, internacionalmente (pero no en España), como testigo y superviviente ejemplar del tiempo antiguo con lecciones vivas para el nuevo. La frustración de no acabar sus libros vino compensada con la felicidad de residir más tiempo fuera de España que dentro y de ser abrumadoramente querido... por alemanes, suizos, norteamericanos. 

La debilidad del Estado

Le pido a Jordi Gracia venir al presente. Dentro de unos días, además, Herralde reedita La resistencia silenciosa, su ensayo que hace diez años cosechó premios y unanimidades. Y le pregunto si España no está hoy más invertebrada que en tiempos de Ortega y qué enseñanzas suyas nos ayudarían a escapar de la trampa identitaria. “A mí desde luego no me lo parece. La invertebración de la que habla Ortega tiene que ver menos con lo identitario y la tensión nacionalista y más con la insolidaridad de clase y la inconsistencia democrática de las instituciones, la jerarquía católica y las élites económicas acantonadas en sus privilegios. Se lee en clave nacional, pero a mí me parece mucho más fecunda en ese libro la denuncia de la debilidad de la noción de Estado y la reclamación fuerte de construirlo como empeño de justicia social y exigencia cultural e histórica: como oportunidad única tras tres siglos de impotencia e ignorancia. 

-¿Sigue pensando que deplorar los cambios socioculturales del último medio siglo es una irresponsabilidad intelectual?
-Me temo que sí, y espero que no sea empecinamiento. Ortega mismo es una buena referencia para entender que la acción productiva y fértil cuenta con lo real, no con lo utópico. Y un montón de esos cambios tuvieron el aroma de ser utópicos y hoy son tan reales que se nos antojan naturales como la sucesión del día y la noche. 

Empecinado o no, casi siempre a la contra. Gracia tampoco abomina de las redes sociales como tantos de sus colegas de universidad y mundo académico. Ni cree que disminuyen, o atemperan, el papel del intelectual como creador de opinión. “Quizá más bien aumenta la participación intelectual en la ingobernable esfera pública y por tanto la pluralidad de las voces ha dinamitado en buena medida la estructura jerárquica que tuvo antes la opinión del intelectual. La nostalgia del mandarinato da por hecho que fue bueno el mandarinato pero hay una tonelada y media de argumentos para ponerlo en duda”. 

Otros saberes para otro mundo

-También niega que los jóvenes lleguen hoy a la universidad peor preparados que nunca...
-¿No será que llegan preparados con otros saberes para otro mundo y desde otro mundo? La preparación específica, además, tiene poco que ver con el problema central, que no es exactamente que hoy la población educada no sepa traducir a Horacio: el descrédito de las humanidades empieza tanto por la indulgencia como por el numantinismo en los que los mismos profesionales de ella hemos incurrido. Su desprestigio me temo que empieza en los propios profesores de áreas humanísticas, siempre a la defensiva, siempre añorantes de un nivel más alto, además de ofendidos por la sordera miope de una sociedad ociosa, cada dos por tres horrorizados por la estulticia de los chavales. Y no es ese exactamente el principio de la seducción ni de la atracción intelectual. Y aunque Ortega parezca a menudo uno de ellos, es lo contrario, lo es hasta el final, cuando se arrebata casi físicamente mientras piensa y escribe. 

Orteguiana

Algunas citas para entender el legado del filósofo. 

"Estamos demasiado obligados a convencer y a concretar. Así que se hace literatura como Valle o Rubén Darío, se hace precisión como Ramón y Cajal, o se calla uno"

"Filosofar es exponerse. Es hacer llorar, y hacer reír y hacer estremecerse a los oyentes"

"La aspiración a la cátedra es un horizonte excesivamente burgués y con gafas"

"Pensar es terror, entusiasmo, desazón, curiosidad, profunda delicia, exaltación"

"La crítica es salirse fuera de uno mismo y sustraerse a la ley de gravedad sentimental"

"El arte, la filosofía, la política, el dinero mismo se basa, se nutre, camina sobre la ciencia"

"Este Madrid que mira de reojo y piensa más de reojo todavía"

"Antes que la económica, primero necesitamos la reforma intelectual y moral"

"La riqueza es un producto de la cultura. Hay que hacer del ideal de cultura una religión nacional"

"Más Europa que España y España solo me importa si integra espiritualmente Europa"

Fuente: El cultural

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