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"Contra el mundo, contra la vida"

Fuente: Adriana Santa Cruz para Leedor.com

“Estoy tan harto de la humanidad y del mundo que nada logra interesarme a no ser que incluya, por lo menos, dos crímenes por página, o que trate de horrores innominados procedentes de espacios exteriores”. Estas palabras de Howard Philip Lovecraft podrían servir de epígrafe para esta reseña del libro de Houellebecq, un atrapante ensayo que pretende –y lo logra– realizar una síntesis entre vida, obra y pensamiento de uno de los genios de la literatura fantástica mundial.

Michel Houellebecq es un controvertido poeta, novelista y ensayista francés que, en esta ocasión, nos entrega una obra interesante, concisa, con una estructura sólida que nos permite conocer a Lovecraft como hombre y como escritor. El libro nos habla de un autor racista, abiertamente reaccionario; que glorifica las inhibiciones y juzga repelentes las manifestaciones eróticas directas; que desprecia el dinero, la humanidad toda y hasta la democracia. ¿Qué hace que todo esto no dé como resultado la indiferencia o la censura al creador de los mitos de Cthulhu? La respuesta es simple: sus textos.

El autor francés divide la obra de Lovecraft en cuatro círculos: correspondencia y poemas, solo parcialmente publicados y la mayoría no traducidos; textos en colaboración; relatos varios, y relatos que constituyen el corazón del mito: La llamada de Cthulhu (1926), El color surgido del espacio (1927), El horror de Dunwich (1928), En las montañas de la locura (1931), En la noche de los tiempos (1934), entre otros. En todas estas obras, la escritura del norteamericano “no se despliega tan solo en la hipertrofia y el delirio; a veces hay también en ella una delicadeza, una profundidad luminosa muy poco corrientes”.

Con abundantes ejemplos de la obra de Lovecraft, el ensayo analiza desde el particular estilo del escritor hasta sus influencias en la literatura posterior, pasando por la concepción de lo fantástico que muestra en cada uno de sus cuentos y de sus novelas. A diferencia del  fantástico tradicional, que comienza con un clima de felicidad y de trivialidad donde pronto irrumpe lo sobrenatural, en Lovecraft, ya desde el inicio, no existe esa banalidad, esa cotidianeidad. Él escribe para un público de fanáticos que desde las primeras líneas están en presencia del mal. Ese fanatismo, sin dudas, se relaciona con la creación de una mitología propia. Como señala Houellebecq, crear un gran mito popular es crear un ritual que el lector espera con impaciencia, seducido en cada ocasión por una nueva repetición en términos ligeramente distintos que, para él, es una nueva profundización.

También el propio Lovecraft  incursionó en el ensayo, y escribió cartas o consejos a escritores jóvenes, pero en estos textos decepciona. Allí aprendemos sobre sus gustos y su vasta cultura; nos enteramos de que admiraba a Poe, a Dusnany, a Machen, a Blackwood, pero falta el toque de genialidad, su aporte a lo fantástico que aparecerá en sus escritos narrativos, donde realmente se aprecian los recursos de su arte. Lo que destaca H. P Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida son las “descripciones arquitectónicas” que nos ponen en presencia de un nuevo mundo donde la iluminación es fundamental para crear atmósferas oníricas. El escritor norteamericano también aprovecha las imágenes sensoriales de todo tipo –aunque se destacan las auditivas–: todas convergen para confirmar que el universo es francamente repulsivo. 

En cuanto a los personajes, son todos similares porque su única función real es percibir. La psicología no tiene cabida porque a Lovecraft no le importa el terror psicológico. En este sentido, la ciencia como descripción objetiva de la realidad le sirve al autor para lograr ese terror librado de toda connotación humana. Los conceptos científicos forman parte de universo literario del escritor y obedecen el siguiente principio: “Cuánto más monstruosos e inconcebibles sean los acontecimientos y entidades descriptos, más precisa y clínica ha de ser la descripción”.

Asimismo, hay una constante referencia de Houellebecq a aquellos que quisieron continuar a Lovecraft, imitarlo o rendirle un homenaje, aunque también el texto habla de cómo aquel influyó en la renovación de la ilustración fantástica, en el rock, en el cine y en la arquitectura. “Una vez muerto, nació su obra”, dicen sus biógrafos, y es absolutamente verdad. Sus fanáticos, pero también los que no lo conocen encontrarán en este ensayo –más allá de la no tan lograda traducción– un texto que se lee casi con el mismo placer que surge de la lectura de uno de los cuentos o de las novelas del narrador norteamericano.


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