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De pandemias y barbijos. El huésped global

“Todo esto contribuye a demostrar hasta qué punto la gente estaba poseída de irrealidades”. Diario del año de la peste, Daniel Defoe

 “Todo el mundo era feliz, porque todo el mundo sabía que las mariposas no pican ni propagan enfermedades, sino que diseminan el polen que hace que crezcan las plantas. ¿Qué podría ser más saludable?”
Némesis, Philip Roth


pandemia global
Buenos Aires se siente distópica estas últimas semanas. Bajo el nuevo lente de la pandemia global de la que ningún país del planeta parece ser la excepción, la ciudad de avenidas populosas devuelve hoy imágenes de negocios cerrados, calles por momentos desérticas con habitantes de guantes y barbijos, empujando carritos colmados de víveres. En algunos casos la creatividad de la prevención parece alumbrar a seres con cabezas bradburyanas paseando perros nerviosos por veredas donde la distancia entre unos y otros se ha vuelto la justa medida de salud y enfermedad.
En siglos anteriores la llegada de una peste ponía en escena el castigo divino a causa de los pecados de los hombres o de una co-responsabilidad en el dolor padecido. Aún hoy dicha creencia persiste o se trastoca en teorías conspirativas donde agentes de ejecución ensayarían un modelo de control al modo del panóptico de Foucault. En épocas actuales, la tecnología como nuevo mito de expiación ha surgido  con las objeciones  en la implementación de la red 5G. Habría que hacer un inciso aquí para decir que desde varias décadas atrás estamos en contacto con radiación electromagnética, y si bien no hay documentos científicos concluyentes que desdeñen por completo el uso de esta incipiente red, no deberían descartarse potenciales consecuencias adversas sobre el hombre y su ambiente. No obstante, la explicación del origen del Covid-19 a expensas del 5G ha sido rehuida por la comunidad científica, así como el absurdo de una creación biotecnológica de laboratorio.
Las diferentes teorías sobre los virus tienen mucho que decirnos. Las nuevas definiciones de estos patógenos introducen diversas consideraciones acerca de su origen. Los virus están presentes en nuestro planeta hace millones de años, el estudio de su genoma y la capacidad de mutar han presentado a los biólogos no poca complejidad para detectarlos y aislarlos. Una línea de estudio explicaría su evolución a partir de organismos celulares. Es decir, en un pasado lejano, podrían haber sido organismos celulares dentro de otras células. En consecuencia, formarían parte del cuarto dominio de seres vivos junto a bacterias, arqueas y eucariotas. Sin embargo, dicha aseveración contradice el criterio científico consensuado pues estos agentes infecciosos no poseen metabolismo propio ni engranaje molecular. Vale decir, necesitan parasitar otro organismo para replicarse. Otras teorías, en cambio, los postularían como entes genéticos independientes.
Lo cierto es que cada día nuevas secuencias virales aparecen. Su plástica destreza consiste en cambiar y ampliar una heterogénea escala de huéspedes a infectar. En otros términos, su competencia principal radica en su capacidad de adaptación.
De todas maneras, lo más importante con lo que tendremos que lidiar por estos tiempos y el porvenir será la crisis existencial que nos dejará el confinamiento, y la salida de nuevo al mundo. El dramatismo de los episodios expuestos por los medios se ve reflejado en los enfermos que aislados por sus Estados en cumplimiento de un razonable protocolo mueren en soledad, sin haber visto por última vez a sus afectos. Esta es la foto más desoladora de todas, de la que nadie aspiraría a formar parte. Pero también queda planteada la incertidumbre acerca de las relaciones económicas que podrían surgir a partir de este golpe al núcleo mismo del capitalismo en su dinámica más intrínseca.
No quedarán fuera de la reflexión las degradaciones que impondrá el miedo pues ¿qué nuevos prejuicios se estarán gestando ahora mismo ante la presencia de un otro? ¿Cómo funcionarán los mecanismos de la paranoia frente a la idea de que la cercanía es peligrosa? Las fosas comunes en Nueva York y el apilamiento de cadáveres en Ecuador nos sitúan en territorios de pesadilla.
La acusación sobre el cuerpo de los enfermos o la delación de vecinos a farmacéuticos y médicos en edificios de la ciudad de Buenos Aires, si bien constituye la excepción, impone una mirada atenta a estos desbordes de mezquindad que conducen invariablemente a la estigmatización.
Como siempre la literatura en su registro de lo humano ofrece, a estas generaciones que no experimentamos antes episodios de tal magnitud, crónicas de la vida durante y después de una plaga. Seguramente, nuevas obras han comenzado a escribirse en todo el mundo en este mismo instante para acompañar a esas otras ya consagradas que  nombraremos a continuación. Repasemos algunas.
Por estos días se nombran títulos como La peste (1947), el célebre libro de Camus quien abre su texto con una cita de Defoe que en su Diario del año de la peste (1722) impacta por su actualidad. El relato de Defoe funciona como una recopilación histórica en clave de memorias falsas de los episodios londinenses durante 1664/1665. La variedad de géneros, noticias curiosas, conversaciones con médicos, etc., dan cuenta del impacto de una plaga en colectivos aferrados al pensamiento medieval. En Ensayo sobre la ceguera (1995), Saramago realiza un excepcional lienzo sobre la condición humana. Los personajes no tienen nombre, y el primitivismo de sus acciones resulta una lúcida descripción de las sociedades sometidas a extremos.
El Decamerón de Boccaccio es un delicioso examen de la pandemia que no escapa al humor, la ironía y el erotismo. No debiéramos olvidarnos del genio eterno de Poe con su texto La máscara de la muerte roja (1842), el clásico de Sófocles Edipo rey (429 a. C.)[1] o el moderno Apocalipsis (1978) paranormal y gripal de Stephen King. Podemos sumar a la lista Galápagos de Kurt Vonnegut (1985) donde el crepúsculo de la humanidad es narrado por un fantasma, el relato de Jack London, La peste escarlata (1912), Los ojos de la oscuridad (1981), un best seller que menciona a la ciudad de Wuhan, y finalmente, Némesis (2010) de Philip Roth en la me gustaría detenerme.
Esta obra transcurre en el verano de 1944 durante la epidemia de poliomielitis en los Estados Unidos, y sigue la historia de Bucky Castor, un atleta y profesor de Educación Física de un centro de verano para niños. Conforme sus alumnos van siendo estragados por la enfermedad el protagonista se debate entre la culpa y el destino al tiempo que se interroga acerca del origen del mal, la creación divina y las fuerzas inevitables de la naturaleza. La sociedad de Némesis colapsa no solo por la enfermedad, sino por la ansiedad y el miedo ante una peste cuyos modos de transmisión son ignorados, y esta incertidumbre los lanza a supersticiones que los conducen a un patrullaje sanitario peligroso.
Quizá la sustancia de todas estas obras resida en su capacidad de esbozar el espejo que nos confronta como especie a nuestras glorias y miserias. Días atrás las noticias de la disminución en la polución y el alivio que las cuarentenas representan para el planeta, por el descenso de la frenética actividad humana, apelan a quien tenga buen oído a replantearse los modos de producción que afectan el medioambiente. Cada año mueren millones de personas debido  al cambio climático, en todas sus versiones, y la economía no escapa a esta esfera. La actual crisis nos permitirá a través del dolor una apertura a otras posibilidades de vida más equitativas y saludables.
Viendo en distintos lugares del mundo cómo los animales salen a explorar cuando el hombre se retira volvemos a encontrarnos frente a uno de los principios básicos de la naturaleza como un sistema viviente que se autodepura cuando su estabilidad está en riesgo.
Tal vez no haya que encerrar el misterio de Dios bajo un concepto humano, limitarlo a los cánones de la religión o el culto. Quizá podemos pensarlo desde una visión más ecuménica que incluya la libertad de sostener la fe personal unida a una perspectiva integrada al universo, y sus leyes, a la naturaleza y su sabiduría. Las flores de los cactus seguirán floreciendo durante abril, aunque las miremos desde otros balcones. La naturaleza a veces no espera.
A los 29 días de cuarentena total y obligatoria, desde el sur del Sur escribe Adriana Greco





[1] ca.

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