La última película de Lucía Puenzo, basada en el libro homónimo de su autoría, trabaja además de ese tema recurrente en su filmografía que es la adolescencia, con la idea del cuerpo individual como microcosmos de un cuerpo social.
Ambientado en los años ’60, el film retrata la relación entre la familia de Enzo (Diego Peretti) y Eva (Natalia Oreiro) con un doctor alemán (Alex Brendemühl) que insiste en ser el primer huésped de la hostería en Bariloche que están reabriendo. El doctor Menguele se siente atraído científicamente por la hija del medio de la pareja, Lilith (Florencia Bado), quien sufre de un retardo en su crecimiento. Por todos los medios (económicos y emocionales) busca ganar la confianza de sus padres para que le permitan realizar un tratamiento con hormonas de crecimiento. Paralelamente se va desarrollando la trama de espionaje, donde Klaus (Guillermo Pfening) es un aliado al régimen nazi y su novia Nora (Elena Roger) es un agente encubierto del Mossad.
Algunas simbologías en el film son más sutiles que otras, aunque todas efectivas. Por un lado, está la profesión de Enzo como artesano de muñecas. Uno de los medios con que Menguele lo seduce es la oferta de producir estas muñecas (únicas en tanto artesanales) en una producción seriada y perfecta. La transformación de la morocha muñeca Wakolda en muñecas perfectas, rubias y de ojos claros, es una analogía no muy sutil de la obsesión por la raza aria.Por otro lado, está la cuestión de los nombres. Eva ha pasado a la historia como la primera mujer. Pero en la mitología esto no es así…de hecho existió una primera esposa de Adán, llamada Lilith, que fue expulsada del paraíso (y posteriormente convertida en demonio) por su falta de sumisión. Es llamativo que madre e hija en el film compartan estos nombres y que uno de los primeros diálogos de Lilith haga referencia a su desobediencia. Eva, por su parte, es una mujer bella que está obsesionada con la perfección, y esto es lo que le permitirá a Menguele entrar en su hogar y experimentar con su familia.
Uno de los mejores logros de Puenzo es la ambigüedad que logra en sus personajes: el de Brendemühl genera casi en igual medida una fuerte atracción como una repulsión, al igual que el personaje de Oreiro. Aún más interesante es el rol de Bado, quien pese a su desobediencia, genera una empatía casi inmediata con el resto de los personajes (excepto aquellos más maniqueos – los “niños pronazis” de la escuela-) y, fundamentalmente, con el espectador.
En este juego de seducciones ambiguas permanentes (propio, por otro lado, de los films de espionaje) se juega el fuerte de la película. El punto central es que Menguele en ningún momento obliga a sus pacientes a que se sometan al tratamiento. Esa experimentación en el cuerpo individual, rayano en la tortura, tiene su correlato en las relaciones sociales que muestra el film. Una comunidad que esconde su “pasado” pronazi bajo un manto de silencio pese a que todos lo conocen, una escuela obsesionada con el orden, donde los alumnos son sumamente crueles; una relación amorosa entre Roger y Pfening donde la amenaza está siempre subyacente; una madre que ama a sus hijos, pero desea que sean perfectos… Es el cuerpo social enfermo el que determina qué cosas son una anomalía, remarcando de este modo una hipocresía intrínseca.
Wakolda es un film para ver y rever, porque lo que en la superficie parece muy sencillo en cuanto a su trama argumental, esconde, también, una gran profundidad de debates y reflexiones que la sociedad se debe a sí misma.
Fuente: Rocío González para Leedor.com
Artículos relacionados en este blog:
Acabo de ver la película y no quería dejar de comentar que estoy muy de acuerdo con este análisis. Simplemente excelente, gracias por compartirlo!
ResponderEliminar