La
primera versión de la obra de Juan Ramón Jiménez se publicó en 1914. Habla de
sexo, trabajo infantil y hasta de un caldo de perritos, señala un experto.
Influyó incluso en Borges.
“Yo
nunca he escrito ni escribiré nada para niños”, decía Juan Ramón Jiménez
(1881-1958) en el prólogo a la primera edición de Platero y yo, la novela a la
que su nombre quedaría adherido. “Es un libro que necesita una lectura adulta,
habla de sexo, de homosexualidad, de trabajo infantil”, señala Jorge Urrutia
Gómez, especialista en este autor, que marcó el canon de la poesía española y
fue Premio Nobel en 1956.
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con este malentendido, Platero y yo cumple 100 años. En 1914, cuando la publicó
la editorial La Lectura, la obra tenía sólo 63 capítulos desordenados: la
versión con los 136 capítulos originales, más dos anexos, en el orden en que
hoy los conocemos, no apareció hasta 1917.
En
realidad, en 1914, el libro se publicó por casualidad. El escritor tenía
pendiente un trabajo con el que no pudo cumplir a causa de una discusión con su
esposa, Zenobia Camprubí. Pero para no dejar sin nada a su editor, Jiménez le
dio unos capítulos de Platero.
Jorge
Urrutia Gómez, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de la
Edición Crítica de Platero y yo, cuenta que “en 1914, el editor no sabía qué
hacer con el texto, y lo metió en una colección juvenil, entonces empezó a
leerse en las escuelas españolas. Ahí se hizo una interpretación
sentimentaloide que nada tenía que ver con la realidad. Le han hecho muy mal
las instancias escolares... hay mucha crueldad”.
¿De
qué habla? De cosas como ésta: agárrense: “Aquella dorada y blanca, como un
poniente anubarrado de mayo... Parió cuatro perritos, y Salud, la lechera, se
los llevó a su choza de las Madres porque se le estaba muriendo un niño, y don
Luis le había dicho que le diera caldo de perritos” .
El
libro no sólo se leyó en las escuelas españolas: varias generaciones de
estudiantes argentinos transitaron las peripecias del narrador y el burrito
“pequeño, peludo y suave”.
Platero
y yo dejó su marca en la literatura. En diálogo con Clarín, Urrutia señala que
“es responsable de la fijación de la prosa poética como género en la literatura
en español. Su prosa reacciona contra el barroquismo anterior, es seca,
sencilla, no le sobra nada. Demuestra cómo la lengua puede describir incluso lo
más doloroso de la forma más bella. El texto busca la belleza lingüística, por
eso no se aprecia su crueldad en una lectura superficial”.
Simpatizantes
de la República, Juan Ramón y Zenobia dejaron España en 1939, cuando empezó la
dictadura de Franco. Fueron a Miami, pero finalmente se instalarían en Puerto
Rico hasta la muerte del poeta.
En
1948, la pareja llegó por unos días a Buenos Aires. Aquí Jiménez, dice Urrutia,
“instauró la idea de que había que perder la idea nacionalista de la literatura
”. Sus influencias alcanzaron a Jorge Luis Borges, que en su libro El Hacedor,
incluyó un texto titulado “Borges y Yo” que “nunca hubiera podido escribirse
sin leer Platero y Yo ”, dice Urrutia. “Borges captó perfectamente la idea de
Juan Ramón, que es la disociación del sujeto. La obra se podría haber llamado
“Yo y Yo”, porque el burro Platero no es más que el poeta. Se trata del
enfrentamiento del poeta consigo mismo, de un enfrentamiento con la vida, que
inevitablemente terminará en la muerte, eso es Platero y Yo, y por eso Borges termina
esa historia diciendo no estar seguro de cuál de los dos ha escrito la página”.
Cuando
Juan Ramón recibió el Nobel de Literatura, en España se entendió que era un
premio contra Franco. El poeta nunca quiso volver a su tierra. Pero sí ser
enterrado en su pueblo natal, Moguer, para cerrar el ciclo de la vida, que
primero había concluido ese otro al que el poeta imaginó con sus “ espejos de
azabache de los duros ojos cual dos escarabajos de cristal negro ”. “¿ Platero,
tú nos ves, ¿verdad ?”, escribe Juan Ramón Jiménez al final de la obra, cuando
el año termina y el burrito asciende al cielo de Moguer.
Fuente: Revista Ñ
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