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Caro Nanni


Hablar hoy día de la figura de Nanni Moretti, es hacerlo de una de las personalidades más valiosas emergidas no solo en el cine, sino quizá en el contexto de la cultura italiana de los últimos tiempos. Activo observador y crítico de una sociedad consumista, siempre desde un prisma progresista, lo cierto es que el cine italiano ha encontrado en Moretti uno de sus exponentes más valiosos y un cronista tan distanciado como irónico, tan personal como valioso en la forma con la que expresa en pantalla sus inquietudes. Todo ello ha conformado una trayectoria ralentizada en los últimos años tras su tan sorprendente –por su intenso dramatismo- LA stanza del figlio (La habitación del hijo, 2001), y un título dedicado a cuestionar bajo el prisma de su incontenible ironía, la figura del todopoderoso Silvio Berlusconi. Una trayectoria que tiene en Caro diario (Querido diario, 1993) una de sus propuestas más características, al tiempo que se ofrece como una película tan aparentemente original en sus formas, divertida en sus momentos más irónicos, irregular en la estructura de sus tres capítulos, y emotiva cuando su mirada llega a mostrar un evidente cariño por algunos de los elementos que forjan su imaginario o su propia percepción de la vida italiana.



Como antes señalaba, el film de Moretti –una vez más protagonizado por él mismo e interpretando su propio personaje- se estructura en tres capítulos, el primero de ellos centrado en un recorrido por la ciudad de Roma, en donde efectúa una mirada distanciada y divertida aunque finalmente emotiva sobre la personalidad de su ciudad, cerrando el episodio con un recorrido hasta el lugar donde fue asesinado Pier Paolo Pasolini. El segundo nos narra el viaje de Moretti junto a un escritor –aparentemente desligado de la televisión pero en el fondo obsesivamente dependiente a los culebrones que se emiten en la pequeña pantalla- hacia diferentes islas italianas, que le servirá para efectuar una crítica sobre una serie de neuras que definen la personalidad de cada una de dichas poblaciones. El último segmento nos llevará a conocer la aventura real del protagonista a partir de la presencia de unos molestos picores en piernas y brazos, que le forzarán a una laberíntica y casi kafkiana odisea por médicos y especialistas, culminada en la misma mesa de operaciones, cuando erróneamente se le ha detectado un cáncer de pulmón.

Las tres historias de Caro diario poseen diferente personalidad, aunque bien es cierto que en ambas está presente la aguda personalidad del protagonista, a lo que contribuye su singular prestación como intérprete, siempre menguada en gestos pero al mismo tiempo permanentemente presente en efectividad. Un elemento que ha de figurar en el haber de una propuesta de estas características –donde a la dualidad director / intérprete se aúna su alcance confesional-, es el hecho de que en ningún momento esta caiga en la autocomplacencia o cualquier tipo de narcisismo. A las capacidades de Moretti realizador es indudable que se  acompaña una extraña lucidez a la hora de plantear sus reflexiones, inquietudes e incluso neuras en la pantalla. Esto se manifiesta en el conjunto de una película en que la que más allá de esa capacidad reflexiva y distanciada, el cineasta italiano demuestra su profundo conocimiento e incluso cariño por la esencia de la sociedad en la que ha vivido. Sin que en ningún momento ello limite el alcance de su mirada crítica, o la integración de elementos satíricos –que en unas ocasiones funcionan más que en otras, todo hay que decirlo-, lo cierto es que esa querencia tiene acto de presencia especialmente en el primero de los episodios, donde el realizador plasma toda una singular declaración de amor a esa Roma que adora y que plasma de manera tan singular, por medio de un hermoso recorrido por viejos edificios y áticos de diferentes épocas. Una mirada que tiene tanto de estética como de sentimental –en el que resuenan los ecos del Roma (1972) de Fellini-, pero que logra sortear con pasmosa inventiva cualquier rasgo de convencionalismo, hasta esbozarse como un recuerdo por las diferentes generaciones que hicieron grande la ciudad en un pasado más o menos reciente. Y lo hace con ese prolongado recorrido a través de su vespa –seguido por una cámara que ejerce de testigo-, y por diferentes zonas, calles y edificios. Todo ello sin sublimaciones ni elementos estetizantes –quizá solo eliminando el previsiblemente intenso tráfico de sus calles-, apostando eso sí por una luminosa fotografía en color de Giuseppe Lanci, y una acertada utilización de la música –uno de los elementos más cuidados por Moretti-. Confieso que me sorprendió la fuerza que llega a adquirir este recorrido, más allá de la argumentación previa que presenta en su crítica a esa clase progresista del pasado ahora anclada en las servidumbres del poder, o los irónicos private joke constantemente introducidos, que tienen en la evocación y presencia de la inefable Jennifer Beals y los ecos de Flashdance (Adrian Lynne,1983) o en la secuencia paródica que muestra las afirmaciones de un prestigioso crítico cinematográfico romano, sus destellos más evidentes. El relato de Moretti se cerrará con el largo –se nota que pretendía hacer llegar al espectador la ubicación física del lugar- recorrido que culminará hasta detenerse en el entorno donde fue asesinado Pasolini y se encuentra casi abandonado un pequeño monumento a su figura. Evocación, crítica, ironía y originalidad narrativa, son elementos que se dan cita en un fragmento de irresistible fuerza.

Es algo que tendrá un cierto descenso en el segundo de los fragmentos, en el que sigue estando presente un recorrido por la Italia de las islas, pero en esta ocasión se encuentra dominado por un alcance centrado en la vertiente satírica. Desde la dependencia en una de ellas –caracterizado por los hijos únicos de las parejas existentes-, hasta el mal temperamento dominante en los habitantes de Stromboli –cuyo alcalde es un fantasioso amante de rasgos cinematográficos-, en esta ocasión lo caricaturesco domina el conjunto en líneas generales logrando sus objetivos, aunque en algún momento la búsqueda por el alcance cómico y satírico esté demasiado forzada –como puede ser en su situación final-. En esta mirada a diversas neuras de la sociedad italiana tiene una especial incidencia la alienación que sobre la televisión ofrece el colaborador de Moretti, que viaja junto a él en la preparación de un proyecto cinematográfico –es de destacar la manera con la que el realizador destaca la importancia de las noticias de prensa para elaborar sus argumentos-, obsesionado por completo por seguir los culebrones que emiten los distintos canales italianos.

Por si el contraste entre los dos fragmentos previos no fuera suficiente, Moretti cierra Caro diario con un episodio personal de su vida, en el que contemplaremos un interminable discurrir por médicos y burócratas a partir de la aparición de unos molestos picores. Ello dará pie a una azarosa historia en la que su indudable alcance satírico quedará en todo momento tamizado por la implicación personal que muestra, y que llevará al momento intenso de detectársele al protagonista un cáncer de pulmón. Una extraña mezcla de escepticismo, pudor emocional y sinceridad se adueña de la pantalla, y si antes nos había mostrado el cariño y la distancia que siente sobre su ciudad y un entorno concreto del país, en esta su última historia el realizador se muestra más íntimo, más cercano y al mismo tiempo quizá más lúcido. Es probable que la extructura abierta y libre de la película podría haber cobrado otro de desarrollo, otros intereses u planteamientos contrapuestos. No importa. El conjunto es coherente, la aportación es interesante, Moretti sabe expresarse como observador de su sociedad pero, de manera bastante consistente, lo hace con modos estrictamente cinematográficos, combinando su singular personalidad y, al mismo tiempo, buscando una mirada tan personal como lúdica y atractiva. 

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