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"Shakespeare, poeta y dramaturgo, fue también un gran neurólogo"

¿Cuál es la relación que existe entre la obra de William Shakespeare y las neurociencias? El neurólogo y neurocientífico Facundo Manes, director del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro señala esta relación a propósito del pasado Festival Shakespeare dirigido por Patricio Orozco.

Manes dio una clase magistral sobre la relación entre el gran dramaturgo de lengua inglesa y las neurociencias cognitivas, que se ocupan de estudio científico de la mente humana. 
Manes dirige el Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco) en el que confluyen biólogos, matemáticos, físicos, antropólogos, psiquiatras, neurólogos. Asegura que su modelo para concretar Ineco fue, curiosamente, el ya mítico Instituto Di Tella, que no se refería a la ciencia sino al arte. "Estudiamos –explica– cómo los seres humanos tomamos decisiones, de que manera las emociones influyen en la toma de decisiones, abordamos ciertos aspectos de la memoria humana, del olvido, de la conciencia, del lenguaje. Las neurociencias cognitivas hoy tienen gran impronta en las sociedades porque muchas de las preguntas que nos planteamos y acerca de las cuales investigamos, (como el libre albedrío, la memoria, la inteligencia) son las que intentaron responderse desde el comienzo de la civilización occidental. Antes, las respondían o intentaban responderlas los filósofos, los líderes religiosos o científicos aislados, como Freud". Y agrega: "Hoy lo hacemos en grupo, multidisciplinariamente, con el apoyo de la ciencia moderna y la tecnología." Dice que si el padre del Psicoanálisis viviera hoy sería un neurocientífico. "Freud –explica– fue sin duda una persona muy creativa, talentosa, brillante y en su época planteó preguntas sobre temas que aún estamos estudiando, como el rol del sueño, el papel de la infancia en la conducta, el inconsciente. Creo si Freud viviera hoy sería neurocientífico. Él escribió un libro enorme que se llama La biología de la mente y que demuestra que de alguna manera creía en la neurociencia. Se dio cuenta de que no iba a vivir lo suficiente como para llegar a ver su desarrollo y se dedicó a estudiar, con los elementos que tenía, muchos de los temas relacionados con ellos. Yo considero a las neurociencias como una continuación de la obra de Freud." 
Afirma, además, que es posible retomar el concepto de inconsciente desde las neurociencias: "Hoy el inconsciente tiene un espacio en el cerebro porque toda la conducta humana se genera allí. Lo que no sabemos es cómo las neuronas, los circuitos dan lugar a determinados aspectos de la conducta. El inconsciente es una parte importante del funcionamiento cerebral. Nuestro cerebro trabaja de modo muy automático. Constantemente tomamos decisiones que no son explícitamente racionales, sino que están basadas en una conducta automática que se genera en el cerebro, aunque aún no sepamos bien cómo."

–Hablemos de su participación en el Festival Shakespeare.¿De qué forma se vinculan dos temas aparentemente sin conexión entre sí como son las neurociencias y la obra de Shakespeare?

–Mi participación tuvo que ver con una gentil invitación que me hizo la gente del Festival Shakespeare, dirigido por Patricio Orozco. Me plantearon el desafío de dar una master class en la que abordara la forma en que Shakespeare, a través de su obra, hablaba de las pasiones humanas, de temas relacionados con el cerebro. Me pidieron interpretar los escritos de Shakespeare a partir de los conocimientos actuales de las neurociencias. Lo que descubrí al trabajar en esto fue que, además de  poeta y dramaturgo, Shakespeare fue un gran neurólogo.

–¿Por qué?

–Porque en su obra describe con mucha perfección y detalle las características clínicas del mal de Parkinson, de la migraña y de otras enfermedades neurológicas. Fue un neurólogo prístino, natural. Otro tema que abordé tiene que ver con su obra cuando habla del amor, de las pasiones, de la emociones, de la memoria. Las neurociencias hoy pueden aportar datos precisos sobre lo que Shakespeare escribió en su obra. Otro desafío que me planteó la gente de Festival Shakespeare es tratar de ver de qué modo nuestro laboratorio podía hacer un experimento moderno y novedoso sobre lo que pasa en el cerebro de la gente cuando lee a Shakespeare, que tenía una característica interesante.

–¿Cuál?

–Cambiaba sustantivos por verbos. Eso se llama cambio funcional o, en inglés, functional shift. Cuando la gente lee a Shakespeare, hay una demanda cogniitiva, es decir que leer a Shakespeare tiene un costo, produce una actividad específica. 

–¿Cómo sería eso de cambiar sustantivos por verbos?

–En la función sintáctica que cumple el sustantivo, utiliza el verbo, pero el verbo conjugado, no el verbo en infinitivo. 

–¿Por ejemplo?

–En castellano los ejemplos suenan muy forzados. ! "Él es un fue", por ejemplo, es usado para hablar de una persona que pertenece al pasado. Ese "fue" es utilizado como sustantivo y lo que produce es una suerte de desacomodamiento porque uno prevé que va a venir un sustantivo pero aparece un verbo. Este experimento ya se hizo en Inglaterra. Le pidieron a gente para la cual el inglés es su lengua nativa que leyera a Shakespeare. Cuando se dan estos cambios de función que explicamos, se comprobó que se producía una activación en áreas espaciales específicas. Lo que queremos ver nosotros es qué pasa con los hablantes nativos de español leyendo a Shakespeare en traducción y también qué pasa con los ingleses que saben castellano y lo leen en esta lengua, y con los argentinos que saben inglés y lo leen en su idioma original. 

–¿Esta sabiduría neurológica de Shakespeare a qué obedecería?

–No lo sé. Una posibilidad es que haya sido un gran observador y también a algo que él ha hecho y que es mirarse de afuera para interpretarse a sí mismo. Esto es algo muy interesante porque se sale de él y se pone a entender su cerebro. Hoy eso se llama commission social porque las neurociencias no interpretan al cerebro como algo aislado. En este momento en que estamos dialogando, aunque no te guste lo que yo digo o no te caiga bien yo, tu cerebro se está transformando y lo mismo sucede a la inversa. Me caigas bien o no, mi cerebro se está transformando. Es decir, somos dos cerebros conectados aunque nuestros pensamientos no coincidan. 

–¿Esto sucede en todos los casos de interacción?

–Esto comienza a generarse a los cuatro o cinco años. Los chicos empiezan a percibir que otros chicos pueden tener ideas que no son las de ellos. Lo curioso de Shakespeare es, precisamente, que él se mira a sí mismo como si fuera otro. Su gran poder de observación le permitió ponerse frente a su cerebro como si tuviera un espejo. Esta es una hipótesis mía, pero lo cierto es que hizo este tipo de observación muy bien. 

–¿Usted trabajó sobre toda la obra de Shakespeare o eligió determinados textos?

–No, yo trabajé sobre el área de neurociencias que es lo que sé. La gente del Festival Shakespeare seleccionó una serie de textos que tienen que ver con las pasiones, con el amor, con la memoria, con el olvido, con la conciencia, con la creatividad, con la locura. A partir de esos textos, yo expuse lo que sabe la neurociencia actual sobre esos temas. 

–¿Qué puede decir la neurociencia de Shakespeare y las pasiones, por ejemplo?

–Nuestro cerebro es el producto de una evolución de miles de años. Las pasiones son las que nos unen a las especies anteriores a la nuestra, pero también las que nos diferencian de ellas. Hay pasiones que son primarias como la sorpresa, la alegría, la tristeza, la ira, y emociones que son secundarias y dependen de la cultura, como el odio, la vergüenza, la culpa.

–¿También el amor?

–El amor es una pasión importante y hoy sabemos desde la ciencia qué es lo que sucede en el cerebro cuando estamos locamente enamorados. Se desactiva un poco el área frontal que es el área del juicio social, de la planificación y se activan los circuitos de recompensa. 

–¿Qué es un circuito de recompensa?

–Contesto con un experimento que se hizo con animales. Los animalitos tenían la posibilidad de apretar un botón conectado a un electrodo que actuaba sobre un centro de placer. Si apretaban el botón, el electrodo se activaba. Los animales no dormían ni comían porque se pasaban apretando el botón que activaba su centro de placer. Es el mismo placer que se produce cuando tenemos sexo o comemos algo rico, cuando algo nos entusiasma. Es el mismo centro que activan drogas como la cocaína. Ese sistema de placer se activa también con el amor y paralelamente se desactiva el área de juicio social y demás. Eso evolutivamente es bueno porque si fuéramos racionales al enamorarno, elegiríamos parejas predecibles. En cambio, con el juicio social disminuido, se establecen parejas que quizás aparentemente tenían pocas chances de darse. 

–¿Se puede explicar por qué uno se enamora de una determinada persona, por qué se enamoraron locamente Romeo y Julieta?  

–No, afortunadamente eso no se puede explicar. Lo que sí sabemos es que el amor no es racional. La mayor parte de las decisiones las tomamos de esta forma y esto es algo que Shakespeare plantea indirectamente en su obra. Hoy sabemos que la toma de decisiones no es necesariamente un proceso lógico, computacional, sino que la mayor parte de las veces es un proceso facilitado por la emoción. Shakespeare muestra en su obra que somos seres emocionales. Incluso la memoria es emocional, porque sólo recordamos lo que nos emociona. 



Usar el cerebro

Facundo Manes escribió junto a Mateo Niro el libro Usar el cerebro. Conocer nuestra mente para vivir mejor. 
Se trata de un trabajo  interdisciplinario ya que, según aclara Manes, Niro es Licenciado en Letras y hubo una tarea de intercambio.


Fuente: Tiempo Argentino

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