Singularidades de la lexicografía hispánica: el diccionario general, los de uso, los regionales y los integrales
Por Ricardo Soca
La lexicografía española cuenta con características que la distinguen de las tradiciones lexicográficas de otras lenguas: presenta un diccionario general, prescriptivo y válido para todos los países hispanohablantes —Diccionario de la Lengua Española (DLE/RAE)— y, a su lado, los de uso, los regionales y, desde la última década, los integrales.
Esta peculiaridad obedece a otro fenómeno distintivo: la ex metrópoli colonial tiene, entre otras tantas, una autoridad lingüística: la Real Academia Española (RAE), que se encarga de dictar una norma que es acatada por los veintiún países hispanohablantes, los cuales la consolidan en la enseñanza y en los usos oficiales y formales.
A pesar de que hay numerosos ejemplos de instituciones que se proponen regular diversas lenguas, como la Academie Française, la Accademia della Crusca italiana o la Academia Brasileira de Letras, lo cierto es que ninguna de ellas cuenta con la autoridad y la influencia que ha conquistado la RAE en sus trescientos años de vida, desde la publicación de su primer diccionario, llamado de Autoridades, que vio la luz entre 1726 y 1739.
El prestigio de esta obra excepcional y el acatamiento que los gobiernos y autoridades lingüísticas de los países hispanohablantes dispensan hasta hoy a los diccionarios de la corporación madrileña, y que no tiene parangón en ninguna otra lengua, obedece a razones históricas y políticas que hunden sus raíces en el debilitamiento de la antigua metrópoli colonial después de la independencia y en los esfuerzos que emprendió para reerguirse ante las grandes potencias. Las normas lingüísticas dictadas en Madrid son recogidas hoy por veintiuna academias nacionales, que contribuyen a su elaboración, y son incorporadas y consolidadas por la enseñanza en todos los países de habla española, con el objetivo declarado de preservar la «unidad de la lengua». En el preámbulo del diccionario académico[1], se asegura que este «tiene universalmente reconocido un valor normativo que lo hace único en su género», una afirmación en la que tanto este reconocimiento como su universalidad aparecen ideológicamente naturalizados sin necesidad de fundamentación y sin lugar a cuestionamientos.
El diccionario general
Pese a centralizar la autoridad normativa, la RAE, fundada en 1713, reconoce desde hace no muchos años, al menos discursivamente, que el español es una lengua policéntrica, es decir, cuenta con varios centros de irradiación, que el lexicógrafo mexicano Luis Fernando Lara sitúa en Barcelona, Bogotá, Buenos Aires, Madrid y México[2].
El diccionario, elaborado en Madrid por los lexicógrafos de la RAE, incluye numerosas voces de los países americanos, por lo que la corporación madrileña lo presenta como una obra de carácter «general»[3], sugiriendo así que recoge la lengua de todos los hispanohablantes. Sin embargo, la presencia y la representación del continente americano en el DRAE ha sido un tema controversial desde siempre; y aunque han existido intentos para elaborar un producto lexicográfico representativo del español actual en su totalidad —a través de las varias actualizaciones del DRAE, así como la publicación del Diccionario de americanismos (2010) —, tal material no se ha logrado de forma exitosa. Para Haensch (1980), quien ha trabajado en lexicografía hispanoamericana, «nunca se podrá hacer bastante» para dar cuenta del vocabulario hispanoamericano, el cual es «tan rico, tan variado y tan dinámico». La presencia de los vocablos de distintas variedades americanas del español en el DRAE ha sido cuestionada tanto por la poca representatividad del número de artículos, así como también por presentarse como entradas marcadas, frente a los españolismos, que aparecen sin ningún tipo de marca diatópica. Esto ha acarreado un gran número de críticas, siendo la principal la creencia implícita que dicho diccionario fue concebido como «el diccionario de los españoles, que solo a manera de “préstamo” se ponía al servicio de los demás hispanohablantes»[4].
España, una ex potencia colonial, que tras la pérdida de sus colonias quedó muy debilitada en el plano internacional, intenta recuperar terreno desde la segunda mitad del siglo xix cultivando la idea de que existe
una singular cultura, tradición, formas de vida, características, tradiciones y valores, todas ellas encarnadas por la lengua; la idea de que lacultura hispanoamericana es simplemente cultura española trasplantada al Nuevo Mundo; y la noción de que la cultura hispánica posee una jerarquía interna en la que España ocupa una posición hegemónica.[5]
Esta noción se mantiene en pie, pero el discurso ha cambiado: para validar su pretensión de abarcar con su autoridad todo el universo hispanohablante, la RAE necesita contar con el consenso de los países americanos, por lo que en los últimos años ha construido discursivamente una nueva estrategia: promover la visión de que la lengua, y por consiguiente su diccionario, es de todos y no responde a un único centro. El año pasado, el entonces director de la RAE, José Manuel Blecua, reconoció que el español es una lengua «eminentemente americana con un apéndice europeo» [6]. Este punto de vista puede ser uno de los argumentos propuestos para llevar a cabo una de las varias políticas lingüísticas hispanoamericanas que la Real Academia Española viene poniendo en práctica y que responde al lema de «unidad en la diversidad». De esta manera se busca legitimar un tipo de discurso hegemónico del imperialismo lingüístico, creando una imagen positiva y ubicando a la lengua española como un «lugar de encuentro entre hispanohablantes» de manera de poder disimular las motivaciones políticas y económicas que se encuentran por detrás[7]. Así, el diccionario se presenta como uno de los elementos de una serie de instrumentos normativos, como la Ortografía y la Gramática, que pretenden sentar las bases de la lengua española hablada en América, España y Filipinas, respetando su pluralidad.
Es decir, las decisiones tomadas acerca del material incluido en el DRAE responden a motivaciones lingüísticas y políticas. El tratamiento de los americanismos en el DLE obedece, en gran parte, a lo elaborado por la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). Según la RAE, esta colaboración se hace en forma conjunta, igualitaria y como «ejercicio de una responsabilidad común», mientras que Seco (2003) la conceptúa como «la principal vía de información de que dispone hoy la Academia Española para la revisión de su Diccionario». Está claro que esta colaboración se ha intensificado a lo largo del tiempo, lo cual se traduce, en parte, en la variación del número de marcas americanas entre la vigésima primera edición (1992) y la vigésima primera edición (2001) del DRAE. Mientras que el primero contiene 12.494 americanismos, el segundo posee 28.171. Este número parece haber caído a "cerca de 19.000" en la 23a. edición, que solo contendría "cerca de 19.000 americanismos. En todo caso, el aumento con relación a la edición de 1992, evidencia la participación activa de las academias hispanoamericanas y el interés de la Academia Española en lograr un diccionario (un poco) más representativo del español general. Sin embargo, más allá de las construcciones discursivas, la concepción eurocéntrica sigue prevaleciendo, como demuestra la edición de un voluminoso Diccionario de americanismos (DA), editado en 2010 por la Asale, entidad que, en la práctica, no es más que un departamento de la RAE [8] con sede en una sala de esta corporación en Madrid.
Ante la constatación de que la lengua española tiene diversos centros, muchos lingüistas, como el lexicógrafo mexicano Luis Fernando Lara (2012), cuestionan el planteamiento diferencial que sustenta el DA, puesto que da por sentado que existe un «español general» que corresponde, en su mayor parte, al peninsular, y que, en consecuencia, los americanismos «solo pueden constituir un vocabulario periférico, todavía marcado en muchos lugares de España e Hispanoamérica como proclive al barbarismo y siempre objeto de necesaria corrección».[9]
Es preciso señalar que el DRAE se ocupa de la corrección y la incorrección más que del uso real, al punto que incluye vocablos supuestamente sincrónicos (puesto que no presentan marca diacrónica), que no existen en la lengua ni aparecen en los corpora, como es el caso, entre muchos otros, de galicursi o cederrón, que solo están atestiguados después de su incorporación al diccionario, o sea, fueron inventados por la RAE. La voz mouse, usada preferentemente en toda América para designar el dispositivo informático usado para mover el cursor de las computadoras, no figura en el DRAE, aunque sí aparece mencionada en otra obra de la Academia, el Diccionario panhispánico de dudas (2005)...para indicar que no se debe usar, presumiblemente por tratarse de un anglicismo, por lo que se recomienda el empleo de ratón, usada principalmente en España.
Lara (2012) critica el uso del nombre «español general, preconizado por la Academia Española y sus satélites americanas» puesto que, según él, esa clasificación no es otra cosa que «la manifestación de una ideología» colonial. Según el lexicógrafo mexicano, autor del Diccionario del español de México,
[...] no se podrá hablar, objetiva y documentadamente, de un «español general» mientras no haya estudios descriptivos profundos de la realidad de la lengua española en los 20 países que la tienen como lengua nacional, estudios que las Academias no se han planteado llevar a cabo y cuya necesidad ni siquiera parecen reconocer; mientras tales estudios no existan, no se puede proceder a una comparación entre todas las variedades —incluidas, por supuesto, las de España— que permitan deslindar un «español general» o «común» o «internacional».
El DRAE es presentado como una obra moderna y permanentemente actualizada, lo que hace pensar en un diccionario sincrónico, pero en los Preámbulos de sus dos últimas ediciones se defiende la necesidad de mantener en la macroestructura vocablos que se han usado a partir del año 1500, con lo que es frecuente encontrar algunos lemas y acepciones más propios de un diccionario histórico, puesto que no se usan desde hace siglos, en un total de 3.758 en la edición de 2001, la única en la que es posible verificar este dato por medios informáticos.
Como ya dijimos, el DRAE/DLE incluye también palabras que solo se usan en España y que son desconocidas en América, pero que no tienen marca de españolismo. Contiene voces oriundas del caló, la lengua de los gitanos de España, pero no se ocupa de los productos de los contactos de lengua en América.
Los diccionarios de uso
Al lado de este diccionario académico clasificado como general, han surgido en España diccionarios llamados de uso, entendidos como obras que no se proponen dictar una norma, sino poner en manos del usuario «todos los recursos de que el idioma dispone para nombrar una cosa, para expresar una idea con la máxima precisión o para realizar verbalmente cualquier acto expresivo»[10], como explicaba la lexicógrafa María Moliner en la Presentación de su Diccionario de uso del español, obra paradigmática de este tipo. Como las metas enunciadas corresponden a lo que cabría esperar de cualquier diccionario monolingüe, es legítimo suponer que esta autora entendía que el DRAE estaba lejos de cumplir cabalmente tales funciones.
En esta categoría cabría incluir también el Diccionario del español actual (DEA) de Manuel Seco, considerado como uno de los trabajos más completos de la lexicografía española. Sin embargo, es preciso puntualizar que se trata de una obra basada exclusivamente en el español peninsular, lo que permitiría clasificarlo como integral, categoría que veremos más abajo.
Porto da Pena (2002) describe los diccionarios de uso como aquellos que «no se preocupan por la corrección o incorrección, sino por el uso real del vocabulario a todos los niveles y, por lo tanto, se limitan a registrar los hechos sin prejuicios puristas de ningún género, careciendo de todo carácter prescriptivo»[11].
Los diccionarios regionales
La aceptación mayoritaria del DRAE como único diccionario general alimentó la idea de que las variedades regionales deberían ser registradas en diccionarios dialectales, que seleccionarían su nomenclatura contrastivamente, esto es, todos aquellos vocablos que se empleen en el país y que, además, no estén registrados en el diccionario general quedan automáticamente habilitados para ser incluidos en el registro regional o dialectal.
Este criterio presenta el problema de que, al tomar como referencia contrastiva un diccionario general que no es tal, tendrá que acoger palabras que, por diferentes razones diferentes de la diatopía, no han sido incluidas en el DRAE.
Así, en el Diccionario del español del Uruguay, se considera latrodectismo ‘afección provocada por la picadura de la araña viuda negra’ como voz uruguaya, con el único fundamento de que no figura en el DRAE/DLE, cuando en realidad se trata de un vocablo técnico de uso universal, que probablemente no aparece en el DRAE por pertenecer al dominio de la terminología.
El método contrastivo para la elaboración de diccionarios regionales del español fue cuestionado por Lara con base en tres argumentos fundamentales, que se resumen en el rechazo al carácter general que se atribuye al DRAE. Según él, esta conceptuación sirve para que las variedades locales se consideren desviaciones de una norma central naturalizada como general sin que se considere necesario fundamentar esta supuesta cualidad. Los motivos aducidos por Lara son los siguientes:
1) El carácter de generalidad atribuido al español peninsular, del que se deriva el juicio de marginalidad y desviación a propósito del resto del español; 2) el valor supremo de la unidad de la lengua apuntalado por los criterios de corrección emanados del español peninsular y 3) la autoridad prescriptiva de la Real Academia Española. Así pues, la llamada lexicografía «general» del español y su casi único representante, el DRAE, no están respaldados por una comprobación de la generalidad de los usos que recogen (ya que la base documental de su vocabulario no marcado es selectiva, literaria y geográficamente), sino en un juicio normativo sobre lo que es general en español apoyado en los valores ideológicos mencionados. Y los diccionarios diferenciales de regionalismos, o de otro tipo, lo son sólo bajo la idea ficticia de que el DRAE representa una generalidad basada en el cotejo de las diferentes hablas hispánicas.[12]
La diferenciación entre los conceptos de lexicografía diferencial, la de los diccionarios regionales, y lexicografía integral —representada en español hasta cierto momento solo por la RAE o por autores que abrevan en esa tradición— es obra del lexicógrafo alemán Günther Haensch, de la Universidad de Augsburgo, quien participó, junto con Reinhold Werner, en la dirección de cuatro diccionarios regionales americanos (que en un principio pretendió ser un proyecto más general, de americanismos), de Argentina, de Colombia, de Cuba y de Uruguay, publicados por el Instituto Caro y Cuervo, de Colombia.
Entre los parámetros de selección de la nomenclatura de estas obras se destaca el criterio diferencial, «según el cual se registran solo elementos léxicos que presenten algún rasgo diferenciador con respecto al español peninsular»[13]. Este criterio cuenta con el espaldarazo del filólogo, lexicógrafo y académico español Manuel Seco quien, en la Presentación del Nuevo diccionario de argentinismos de este proyecto, afirma que el español de España «es el único, dentro de la comunidad hispanohablante, que —mejor o peor— cuenta con una descripción extensa; y es, por añadidura, el único subsistema que puede servir de referencia externa a la vez para todos los estándares americanos»[14].
Los diccionarios integrales
La centralidad del DRAE desde una perspectiva de autoridad, caso único en las lenguas internacionales, y el cuestionamiento de numerosos lingüistas —entre los que mencionamos, además de Lara, a José Del Valle[15], a Juan Carlos Moreno Cabrera y a Silvia Senz[16]—a los sesgos ideológicos que se atribuyen las obras de la RAE en términos de sexismo, racismo, nacionalismo y catolicismo— han estimulado desde los últimos años del siglo xx el surgimiento de obras de nuevo tipo: los diccionarios integrales, adjudicando al predicado de esta combinación léxica rasgos semánticos diferentes de los que había tenido hasta entonces.
Se trata de diccionarios que, a diferencia de los de regionalismos, se proponen albergar en su macroestructura todo el léxico de un país, incluyendo no solo los vocablos locales, sino también palabras comunes a todos los hispanohablantes, como mesa, gato, puerta, aunque buscando ajustar de acuerdo al uso local acepciones, los matices semánticos y las combinaciones léxicas, escapando —y esto constituye un rasgo esencial— de la tradición centralista con sede en Madrid.
Esta nueva tradición lexicográfica hispanoamericana se inauguró en 2009 con la publicación de El gran diccionario de los argentinos (GDA),publicado en Buenos Aires por el grupo periodístico Clarín, recoge 50.000 elementos léxicos y 100.000 acepciones. La misma obra fue publicada posteriormente por la editorial Tinta Fresca, del mismo grupo, bajo el nombre Diccionario del español de los argentinos.
Este trabajo fue coordinado por el lingüista y lexicógrafo Federico Plager, al frente de un equipo de sesenta especialistas, a partir de un corpus de cuatro millones y medio de palabras extraídas de diversas fuentes orales y escritas.
En el prólogo de este diccionario, el actual presidente de la Academia Argentina de Letras (AAL), José Luis Moure, enumera y compara diversos vocablos del español rioplatense que no encuentran acogida en el DRAE, así como definiciones de este que no se entienden en el Río de la Plata, justificando así no solo esta obra sino los diversos diccionarios integrales que podrán ir surgiendo en el futuro en los países hispanohablantes.
Moure deja claro que el GDA no es un diccionario más hecho a partir del DRAE, sino una obra completamente nueva en todos sus componentes, atendiendo —tanto en lo que hace a la inclusión de palabras como en la información que se da sobre ellas—, a las realidades lingüísticas de nuestra comunidad, independientemente de que algunos de sus aspectos sean comunes con otras variedades y otros nos sean enteramente propios[17].
En la presentación, se precisa que el GDA «es un diccionario de lengua»[18] y, además, un diccionario integral y no uno contrastivo. Esto significa que no se trata de un diccionario de argentinismos. El lemario del Gran diccionario de los argentinos incorpora palabras que se usan en nuestra variedad, independientemente de que estas palabras o sus acepciones sean de uso común en todas las regiones en que se habla español (contracción, punible), de que se usen en América pero no en España (abicharse), de que sean compartidas solo con algunos países hispanohablantes (ablande, palta) o de que sean exclusivas de nuestro país (abrochadora, sopapa).
La publicación de estos diccionarios de nuevo tipo prosiguió en 2010, con la publicación por parte del Colegio de México, de la primera edición del Diccionario del español de México (DEM), elaborado bajo la dirección de Lara en una tarea que demandó 37 años. Se trata de una obra de 1700 páginas, editada en dos volúmenes, con la que se busca «devolver a los hispanohablantes mexicanos el vocabulario de su propia lengua, tal como se usa, para que lo conozcan y aprecien mejor»[19].
El director del DEM delimita la selección de la nomenclatura en la lengua estándar mexicana, de acuerdo con una teoría de la lengua que se basa en las enseñanzas del Círculo de Praga, entendiendo como tal «aquella que se utiliza en todo el país, en textos más escritos que hablados, y que se impone socialmente como modelo de corrección (al hablar de modelo de corrección me refiero exclusivamente a la corrección que tiene vigencia social, no a la que dicten unilateralmente las Academias u otros agentes lingüísticos)»[20].
En una conferencia que había pronunciado en Sevilla, durante la elaboración de esta obra, Lara adelantó, además, que se trataría del primer diccionario integral de la lengua española que se publicaba fuera de España y con base en una investigación original. La originalidad que el lingüista mexicano subrayó entonces fue que la obra se distinguía de los diccionarios regionales por el hecho de que registra toda la lengua hablada en México y no apenas aquellos lexemas que la diferencian del resto de la comunidad hispanohablante o de España. Según Lara, elaborar un diccionario integral de cada país hispanohablante sería más sencillo y más rápido para conocer el léxico general de nuestra lengua —nunca estudiado— que dejar esa tarea en manos de una única institución central.
Desde cierto punto de vista, puede decirse que los diccionarios integrales no constituyen ninguna novedad, puesto la tradición de la lexicografía monolingüe en español ha sido de obras integrales desde el Tesoro de la lengua castellana o española, de Covarrubias (1611). El aspecto novedoso de estos trabajos reside en que expresan la toma de conciencia de que el carácter policéntrico de la norma española debe reflejarse en la lexicografía hispanoamericana, mediante el registro integral de las variedades de los centros de irradiación, y, si fuera posible, de los veintiún países que comparten la lengua. Aun con el respeto que merece la secular tradición lexicográfica peninsular, la más antigua de Europa, es preciso advertir que nunca logró adquirir carácter general, un objetivo difícilmente alcanzable en una lengua de tal extensión diatópica.
Bibliografía
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Del Valle, José. (2005): «La lengua, patria común: Política lingüística, política exterior y el postnacionalismo hispánico». En Wright, R. and M. Ricketts (eds.) Studies on IberoRomance Linguistics Dedicated to Ralph Penny, Newark [Delaware], Juan de la Cuesta Monographs (Estudios Lingüísticos N.º 7), 2005, pp. 391–416.
Haensch, Günther y Reinhold Werner (1993). Nuevo diccionario de argentinismos. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
Lara, Luis Fernando (2011). «Pensar la lengua del siglo xxi». En revista Ñ, Clarín. Buenos Aires: Clarín.
— (2010, director). Diccionario del español de México. Ciudad de México: Colegio de México.
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Moliner, María (1991 [1967]). Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos.
Porto da Pena, José Álvaro (2002). Manual de técnica lexicográfica. Madrid: Arco/Libros.
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Soca, Ricardo (2012). Asale: un departamento de la Real Academia Española. http://www.academia.edu/6866819/Asale_un_departamento _de_la_ Real_Academia_Espanola.
[1] Real Academia Española (2001: x).
[2] Lara (2011)
[3] En la lexicografía española, general equivale a usual, común, oficial, académico o vulgar (este último por oposición al de Autoridades [1726-1739]).
[4] Seco (2003)
[5] Del Valle y Stheeman (2004).
[6] Abc. http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=1639383, consultado el 5/12/2014.
[7] Del Valle (2005)
[8] Soca, Ricardo (2012). Asale: un departamento de la Real Academia Española. http://www.academia.edu
[9] Lara (2012).
[10] Moliner (1991 [1967]).
[11] El concepto de «carácter prescriptivo» constituye una marca diferencial de la lexicografía española. En otras lenguas, los diccionarios suelen ser descriptivos a partir del siglo xx, quedando la prescripción restringida a los ámbitos institucionales.
[12] Aliaga (1998).
[13] Haensch-Werner (1993:xxi).
[14] Ibidem, pág. xi.
[15] Del Valle (2004).
[16] Silvia Senz (2011)
[17] El gran diccionario de los argentinos. (2009:vii)
[18] Es decir, que solo se ocupa de significantes y significados, sin ocuparse de los objetos del mundo.
[19] dem (2010:27).
[20] Lara [Sevilla] (1992).
Fuente: La página del Castellano
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