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El prejuicio de lo sublime

En 1922, el primer libro de Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, avisa que hay cambio de planes para la poesía latinoamericana. Opuesto al lugar aristocrático de escritura-lectura sedentario, con fondo careta de encuerada biblioteca, hay ahora otro espacio menos elitista, más horizontal y móvil: el de la poesía vuelta otra vez un “transporte público”. Chau al “ripio lacrimal y el decorativismo de pacotilla” que entonces rankeaban en la tertulia y la academia. “La poesía debe ser hecha por todos”, dictaminó el conde de Lautréamont a fines del siglo XIX. Y con Girondo, a principios del XX, nuestra poesía atraviesa el frenesí urbano llevando en sí a algún traqueteado pasajero descifrador de sus signos. De gira con Girondo, a full con las eurovanguardias y una imparable tecnología comunicacional de masas, veinte postales en prosa se infiltran en el trajín diario de la cosmópolis moderna y las populosas soledades de su habitante, el tipo común de la calle, ese ciudadano que se mira escindido en una vida que parece no ser ya la de él: "al llegar a una esquina mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas del tranvía". Pasaje del aristocratismo a la democracia, el arte moderno pierde el aura y gana las calles. Y la sentencia de Lautréamont, que fue divisa surrealista, es performateada por Girondo en un producto llamado libro, que pasaba así de un lujo rastacuero a ser por fin una mercancía más "al alcance de todos".

APUNTE CALLEJERO 
En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una 
sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. 
En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana. 
Pienso en dónde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran 
por las pupilas. Me siento tan lleno que tengo miedo de estallar... Necesitaría dejar 
algún lastre sobre la vereda... 
Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las 
ruedas de un tranvía


EXVOTO 
A las chicas de Flores 
Las chicas de Flores, tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la 
Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de 
mariposa. 
Las chicas de Flores, se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus 
estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de 
que el sexo se les caiga en la vereda. 
Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los 
balcones, para que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a 
remolque de sus mamas -empavesadas como fragatas- van a pasearse por la plaza, 
para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se 
enciendan y se apaguen como luciérnagas. 
Las chicas de Flores, viven en la angustia de que las nalgas se les pudran, como 
manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a 
veces quisieran desembarazarse de él como de un corsé, ya que no tienen el coraje de 
cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo, a todos los que les pasan la vereda





Comentarios

  1. hola que tal! estuve visitando tu blog y me pareció interesante, Me encantaría enlazar tu blog en los míos y de esta forma ambos nos ayudamos a difundir nuestras páginas. además estoy segura que su blog sería de mucho interés para mis visitantes!.Si puede sírvase a contactarme ariadna143@gmail.com

    saludos

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  2. Gracias Ariadna por la propuesta, te envío mensaje. Chau!

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