Pillán y Calfucurá, los protagonistas de Entre los indios de César Aira, representan dos polos opuestos del genio: el mal y la desidia
Una de las muchas especulaciones tardías de Fogwill consistía en la posibilidad de reunir en un solo libro todas las observaciones que César Aira diseminó en sus novelas acerca del arte de escribir, e incluso del arte a secas. Resultaría entonces una especie de poética; no necesariamente una poética válida para el propio Aira (en el sentido de que fuera una justificación de sus ficciones incluida en esas mismas ficciones) sino una especie de arte poética general. Sería estúpido creer que la ocurrencia de Fogwill alentaba meramente un proyecto editorial (aunque los negocios le interesaban mucho, veía más allá, o a través, de ellos); más bien, proponía todo otro protocolo de lectura para los libros de Aira; una entrada torcida, interesada. Pero ¿y si esa poética de Aira estuviera en otro lado? ¿Qué pasaría si, por ejemplo, la encontráramos en lo contrario de la teoría, cifrada como alegoría en la trama? ¿Se pueden leer de otra manera Cecil Taylor, Varamo o Parménides, sus novelas "de artista"?
La idea tiene un modo de existencia pictórico; no se devana en el tiempo como el relato, que es historia. Opera con la simultaneidad, con el relámpago del concepto. Contar una historia implica en cambio articular temporalidades. Hay una consideración de Aira a propósito de la novela El uruguayo de Copi que podría ser válida para él mismo. A Copi, según Aira, la falta de relato, la emergencia desnuda de la realidad, lo asquea: "El arte no es instantáneo". Entre los indios exhibe poca acción. Es estática como el paisaje (¿pampeano?) que le sirve de decorado. No es la primera vez que ese paisaje aparece en Aira. Había ya horizontes abiertos en Ema, la cautiva y en La liebre, pero en este nuevo libro la peripecia se reduce al mínimo. Cada punta de ovillo sufre un desvío, resultado de numerosas emboscadas narrativas interiores, hasta que se encuentran provisionalmente en el final. Pillán, el demonio campero, busca "producir un efecto", pero no puede con su genio de artista del mal y recarga sus transfiguraciones diabólicas con detalles (una cabeza de cocodrilo acá, una cola dentada allá) que traicionan esa voluntad primera dirigida al logro del efecto. Es él quien sobrevive al final de las limosnas de su propia creación. El otro polo de Entre los indios, Cafulcurá (los motivos de la alteración en la ubicación de la ele se insinúan en la anteúltima página), es todo lo contrario; no busca efecto alguno. En su condición de monarca, pugna por mantener a su tribu al margen de la cultura y de la civilización.
Esas dos fuerzas, la del mal y la de la desidia, conversan en el último capítulo. Uno se topa entonces con eso que Sandra Contreras en Las vueltas de César Aira llamó "el punto de vista etnográfico del relato": "En el mundo de Aira, donde el problema de la percepción no es el de la aprehensión del mundo ni el del conocimiento conjetural, sino el de la acción [.], la narración avanza, en cambio, al impulso de una primordial curiosidad etnográfica. La aventura será, necesariamente, la forma del relato". Los indios de Aira, de más está decirlo, no son naturalistas; citan a Coleridge, y no casualmente su frase sobre la willing suspensión of disbelief, la "suspensión voluntaria de la incredulidad", clave de la fe poética. Más fantástico que un colibrí real es finalmente el colibrí esculpido en piedra.
No hay que olvidar que el problema por excelencia de la literatura de Aira es acaso el de la representación y, por lo tanto, el de la verosimilitud. Nada sigue pareciendo más fácil de leer que una novelita de Aira. Basta con entregarse a los golpes de timón de la trama, con dejarse llevar. Claro que, a estas alturas, un lector así sólo podría ser un niño o alguien no habituado a los protocolos narrativos del realismo, siempre dipuesto a establecer comercio, a comprometerse con algo que no es la literatura. "Cuentos de hadas dadaístas" llamó hace poco Aira a sus libros, y el atributo es bastate lógico si se piensa que Dadá puede ser concebido como una prolongación natural del Märchen romántico.
Hechos novelescos que en cualquier otro escritor serían intolerables resultan verosímiles en Aira. Él creó su propio verosímil, un verosímil que lleva su nombre propio. Todo, aun lo más inverosímil, gana verosimilitud por su contigüidad con el nombre Aira. Tal vez por eso Aira haya sido el escritor argentino más discutido (esto es: denostado e imitado) después de Borges.
Pero la pericia del autor reside también en el ocultamiento de toda evidencia: ese arte supremo que es la simulación de la ausencia de esfuerzo.
fuente: Pablo Gianera
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