Los filmes sobre niños salvajes y primates inteligentes hablan sobre las teorías del lingüista
En 1973, el profesor Herbert Terrace, especialista en psicología del comportamiento de la Universidad de Columbia, quiso demostrarle a Chomsky que el lenguaje se aprende. Lo hizo con la ayuda de un monito recién nacido rebautizado para la ocasión como, atención, Nim Chimpsky.
Terrace envío a Chimpsky a vivir a un piso neoyorquino con una pareja de estudiantes de psicología. Con todas las comodidades de un bebé humano: derecho a colecho, mimitos y libertad para jugar. Hasta que, en pleno proceso de aprendizaje, empezaron los problemas: escasez de fondos para el experimento, agotamiento de la familia adoptiva, etc. Chimpsky pasa de mano en mano hasta acabar otra vez entre monos y dar lugar a una gran paradoja: como un Victor de Aveyron invertido, Nim no logra adaptarse entre los suyos y prefiere la compañía humana.
El simio aprendió unas cien palabras con lengua de signos, pero el experimento no logró demostrar si lo suyo no era más que una simple imitación y repetición automática de lo que veía.
Las peripecias de Chimpsky llegaron en 2011 a Sundance en forma de documental: Proyecto Nim. La cinta de James Marsh comparte estructura dramática con el documental televisivo Genie, la niña salvaje (1994), sobre una niña californiana atada a una silla desde los 20 meses por un padre desequilibrado. Fue liberada a los 13 años. Estaba asalvajada.
Problemas para hablar
Al igual que Chimpsky, Genie fue cambiando de cuidadores (científicos, familias adoptivas) por causas diversas: líos económicos, rivalidades académicas, etc. El filme también reflexiona sobre Chomsky y las polémicas sobre el aprendizaje. Además de un posible retraso mental de nacimiento y del lógico trauma por su confinamiento, el drama de Genie era que quizás era tarde para que aprendiera un lenguaje: algunas teorías señalan que, a partir de cierta edad, quizás alrededor de la pubertad, el ser humano ya no puede desarrollar su capacidad para hablar. O al menos la tarea se hace muy complicada.
Pero es precisamente el fracaso de enseñar a hablar, la incapacidad de estos niños salvajes y monos para atravesar la frontera que separa a animales y humanos, lo que hace que estas historias sean, como parece pretender T. C. Boyle, desgarradoramente humanas.
Fuente: Público
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